SEGUNDA SERIE DE RELATOS DE LA SAGA VILLA CELINA

El campito -3- 
"Frankenstein" -1ra parte

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por Juan Diego Incardona

Foto del Tanque de Villa Celina

 

 

Los primeros rayos del sol se filtraban por la persiana de mi pieza y los ruidos de cada mañana se ponían en marcha: en la pared retumbaban los golpes del vecino, el viejo Don Martín, que  moldeaba con la maza su eterna construcción; en la calle parecían explotar, uno atrás del otro, los cajones de botellas contra el suelo, que los repositores descargaban frente al almacén de la Juanita; en las copas de los árboles, cientos de pájaros conventilleros, más que cantar, gritaban desaforados. ¿Quién podía dormir con semejante escándalo? Esta vez, yo no me preocupé demasiado ni me tapé la cabeza con la almohada, porque hacía rato que tenía los ojos abiertos. Es que estaba pendiente de que llegara Carlitos el borracho.

 

Por suerte no se hizo esperar:

 

??Llega el sol tímidamente ?anunció cantando la voz ronca? sobre la casa dormida y le da la bienvenida un canario, alegremente.?

 

Abrí la persiana.

 

?Carlitos, qué suerte que vino.

 

?¿Pero cómo no voy a venir? ¿Acaso dudabas de mi palabra?

 

?No, para nada. Espere que ya salgo.

 

Fui a la cocina y abrí la lata de las galletitas; despacio, para que no me escuchara mi vieja. Me llené las manos de bizcochitos y salí a la calle.

 

?Entre, sentémonos acá ?lo invité a pasar al porche.

 

?¿En qué estábamos?

 

?¿Quiere bizcochitos? ?le ofrecí, abriendo las manos.

 

?Cómo no; muchas gracias, pibe. ¿En qué estábamos? ?insistió.

 

?En que usted y Gorja entraron al túnel con los enanos, para escapar del Frankenstein.

 

?Ah, sí, era un lugar abandonado de Obras Sanitarias?

 

 

 

?? una cueva tan oscura que ni las antorchas que improvisaron los enanos podían iluminarla. Estaba lleno de gente, hasta el fondo, si es que había un fondo.

 

Gorja me presentó a su familia y a algunos vecinos:

 

?Estas son mi mujer y mi hija, Elisa y Juana Mercante, señor Carlitos; éste es Pablo Mercante, mecánico; éste es Julio Mercante, pescador; ésta es Sofía Mercante, vendedora?

 

Los fui saludando uno por uno. Todos tenían más o menos la misma estatura, salvo por un señor que estaba sentado a un costado. Cuando se puso de pie, me impresioné. Era bastante más alto que yo; su cabeza tocaba el techo y por eso debía caminar inclinado.

 

?Buenas ?me ofreció la mano.

 

Lo miré con un poco de miedo.

 

?No tema señor ?me tranquilizó Gorja?, es alto pero es buen hombre; alguna cuestión genética lo hizo crecer más de la cuenta. Se llama Aldo, es el famoso enano gigante. Trabaja en la Municipalidad, se encarga del mantenimiento del alumbrado.

 

?Qué tal ?lo saludé.

 

?¡Muchas gracias! ?me encaró la esposa de Gorja cambiando de tema?, por haberle salvado la vida a mi esposo.

 

?No hay de qué, señora.

 

?Estamos en deuda con usted ?siguió?. ¿Tiene hambre?

 

Antes de que pudiese contestarle ya tenía un plato de guiso en la mano.

 

?Gracias ?le dije?. ¿Tendrá un poco más para mi compañero? ?le señalé al gato.

 

?Pero cómo no ?y le puso un plato en el piso.

 

?¡Atención! ¡Atención! ?pidió un enano?, está por empezar la asamblea en la parte ancha. Cada familia debe mandar un representante.

 

?Venga ?me invitó Gorja?, acompáñeme.

 

Tanto el gato como yo, comimos lo más rápido que pudimos y después lo seguimos a Gorja hacia el interior del túnel, lentamente, porque Aldo, el enano gigante, venía con nosotros caminando muy despacio, por ir agachado.  

 

Avanzamos más de trescientos metros y llegamos a una curva. A partir de ahí, el camino zigzagueaba. Delante nuestro, la peregrinación de antorchas que cargaban los representantes parecía una serpiente de fuego. Era una visión terrorífica. Todos iban tarareando la melodía de la marcha peronista. Era una canción sepulcral. En el techo, la humedad había formado miles de estalactitas sobre las vigas.

 

?Esto parece la entrada del infierno. ¿Falta mucho, Gorja?

 

?No, señor Carlitos; ya casi estamos.

 

Hicimos unos pasos más y el camino se abrió en tres. En el centro, una escalera desembocaba en un nivel inferior donde había piletones de distintos tamaños y una gran explanada. A los costados, dos corredores con barandas rodeaban la plataforma de abajo y desaparecían, unidos, del lado de enfrente, en una puertita que parecía cerrada, a media altura sobre la pared.

 

?Esta planta ?me explicó Gorja? fue construida para abastecer de agua a los barrios bustos del campito. Se alimentaba de ríos subterráneos, pero a mediados de la década del sesenta se secó completamente, por un atentado de la oligarquía. Nos chuparon el agua de las vertientes con bombas gigantescas que instalaron del otro lado de la General Paz, en los terrenos que Vialidad Nacional tiene en Villa Lugano.

 

?Qué bárbaro. Y decime, ¿aquella puertita adónde lleva?

 

?Es la salida de emergencia; da a una escalera que sube hasta la superficie, cerca de los campos galvanoplásticos.

 

?Va a empezar la asamblea ?nos avisó Aldo, el enano gigante.

 

Estaba lleno de gente. Algunos gritaban; otros cantaban canciones políticas.

 

De pronto, un enano, vestido con poncho patria, se subió al borde de uno de los piletones, que en este caso servía como escenario. Los representantes, eufóricos, coreaban su nombre:

 

?¡Cardenaaal!¡Cardenaaaal!

 

?¿Quién es ese? ?pregunté.

 

?Cardenal Mercante ?contestó Gorja?, el caudillo de nuestro barrio.

 

??El compañeero Cardenaaal es un tesoooro nacionaaal! ?gritaban ahora.

 

?¡Compañeros! ?gritó Cardenal, y los representantes gritaron más fuerte.

 

?¡Compañeros! ?insistió el caudillo, y la gente hizo silencio?. ¡Están atacando al Barrio Mercante! ¿Qué vamos hacer al respecto?

 

Los que estaban adelante empezaron a cantar:

 

Paredón, paredón,  a todos los gorilas que no quieren a Perón!

 

Enseguida se sumó el resto de la gente y la cueva retumbó. Todos saltaban. El final de la canción se repetía por el eco.

 

Paredón, paredón,  a todos los gorilas que no quieren a Perón Perón Perón!

 

?¡Mi corazón explota de alegría! ?contestó Cardenal a la multitud. ¡Que lo vean! ¡Que lo escuchen al pueblo Mercante!

 

Cantaron durante un largo rato, tanto los cantitos clásicos, como otros que improvisaban en el momento. Era un espectáculo: el fuego temblaba por el movimiento y el sonido no paraba de crecer debido a las cuevas, que mezclaban las voces y después las traían de vuelta, pero transformadas, como si fueran otras, más numerosas y más roncas.

 

En una pequeña pausa, Cardenal aprovechó para decir:

 

?¡Este es el subsuelo de la Patria sublevado!

 

Los enanos enloquecieron. Para colmo, una nueva columna hizo su entrada triunfal, tocando bombos y redoblantes. Ahora sí que todo se movía. De los techos caía polvo y algunas antorchas se apagaron. Pero a nadie parecía preocuparle. Borrachos de felicidad, podrían quedarse a vivir cantando y saltando hasta que les llegase la hora y el túnel los enterrara, cubriéndolos de piedras y de gloria.

 

Era sorprendente. Su pueblo estaba a punto de ser destruido y ellos olvidándose del asunto, sacados de quicio por su propia manifestación.

 

?Tienen que apurarse ?le dije a Gorja?, antes de que el monstruo destruya todo.

 

Gorja, que también estaba a los saltos, se tranquilizó al oír mis palabras.

 

?Es cierto, señor Carlitos. Espere un momento, ya vuelvo.

 

Lentamente, avanzó entre los representantes hasta que por fin llegó al piletón donde estaba Cardenal. Acercándose a éste, le dijo algo en el oído. Entonces el caudillo pareció entrar en razón, y le hizo señas a la gente para que se callara.

 

?Compañeros, es necesario organizar la defensa del barrio cuanto antes, así que vamos a dar comienzo a la asamblea. Mientras tanto, necesitamos que algunos salgan a la superficie y espíen al monstruo. Es una misión peligrosa, deben pensarlo bien.

 

Todos guardaron silencio. Gorja, que todavía estaba al lado de Cardenal, levantó la mano y se ofreció como voluntario.

 

La multitud lo aplaudió. Yo me sentí reconfortado, al comprobar la valentía de quien había sido mi compañero de ruta. Contagiado por su actitud, también me ofrecí.

 

Los enanos me miraban de arriba a abajo.

 

?Ese hombre no es de nuestro barrio ?se quejó alguien.

 

?Pero es de confianza ?intercedió Gorja?, él me salvó la vida.

 

Todos esperaban la decisión del caudillo, quien, tras meditarlo unos segundos, dijo:

 

?Puede ir.

 

?Yo también voy ?se adelantó Aldo, el enano gigante.

 

?Muy bien ?dijo Cardenal?, vayan los tres?

 

?Los cuatro ?aclaré yo, señalando al gato.

 

?¡Es un hombre gato! ?gritaron varios al descubrirlo, atemorizados.

 

Los ojos del gato brillaban rojos por el fuego de las antorchas.

 

?¡No tengan miedo! ?los calmó Gorja, es un gato bueno, es amigo nuestro.

 

?Muy bien ?corrigió Cardenal?, vayan los cuatro. Y que Santa Evita los acompañe.

 

Cardenal le dio a Gorja dos llaves y después todos subimos a uno de los corredores empotrados sobre la pared. Fuimos hacia la puerta de emergencia. Gorja la abrió con una de las llaves que acababa de darle el caudillo. Antes de salir, nos dimos vuelta. La multitud nos saludaba con las manos en alto, silenciosa.

 

Al atravesar la puertita, nos encontramos con una escalera caracol bastante alta. Uno a atrás del otro la fuimos escalando; Gorja iba adelante. Mientras subíamos, yo me distraía mirando la pared de la construcción tubular. Estaba llena de pintadas y letras de cantitos, de distintas épocas.


?¡Patria sí, Colonia no!?. ?La Patria sin Perón es un barco sin timón?. ?Sin galera y sin bastón, los muchachos de Perón!?. ?Lanusse pelotudo bajate del sillón que vienen los montoneros de Juan Perón?. ?A un guerrillero no se lo llora, se lo reemplaza?. ?¡Patria o muerte!, ¡venceremos!?. ?Si Evita viviera mataría a López Rega!". "¡Evita, Perón, revolución!". Y muchos otros más.

 

Finalmente, llegamos al techo. La escalera desembocaba en una compuerta de metal, de dos hojas. Estaba cerrada con candado. Gorja la abrió con la otra llave que tenía y entonces todos salimos. Un gomero de copa ancha protegía todo el lugar. A pocos metros, empezaban los campos galvanoplásticos. Rosas de cobre, jazmines de bronce, malvones de alpaca, reflejaban los últimos rayos del atardecer dorando de colores toda la zona. Eran realmente hermosos. Me acerqué a uno para olerlo, pensando que no tendría perfume alguno, pero me llevé una gran sorpresa. Cada flor conservaba su fragancia original.

 

?¿Cómo es posible semejante cosa, si están todas cubiertas de metal?

 

?Si mira bien ?me indicó Gorja?, verá que los pétalos tienen pequeños agujeros por donde respiran las flores.

 

?Son revestimientos porosos ?explicó Aldo?, están hechos a propósito.

 

?Esta es la obra de un genio ?comenté.

 

?Sí, un genio maldito.

 

?¿Por qué dice eso?

 

?Porque su granjero siempre está solo, quien sabe si muerto.

 

?¡Miren! ?avisó Aldo.

 

A los lejos, entre los surcos, parecía verse la figura de un hombre. Aparecía y desaparecía por acción de la luz y la distancia, que combinados siempre producen espejismos.

 

?¿Es un hombre de carne y hueso o es un fantasma?

 

?No se sabe. Nadie se acercó tanto a él como para tocarlo. Es demasiado ermitaño.

 

?¿Y cómo se llama?

 

?Es un misterio.

 

?Vayamos a su casa. ¿No quedaba por allá? ?señalé hacia el sur.

 

?Mejor en otro momento ?contestó Gorja?, recuerde que tenemos una misión.

 

?Es cierto, vamos.

 

Pronto apareció entre los yuyos una calle muerta, la misma por la que habíamos entrado al barrio Mercante a la mañana.

 

?Mejor no tomemos la calle ?dijo Gorja?, es muy peligroso. El Frankenstein podría vernos. Vayamos a campo traviesa.

 

 

Juan Diego Incardona

 

 

 
el interpretador acerca del autor
 
               

Juan Diego Incardona

Villa Celina, 1971.

 

Publicaciones en el interpretador:

Número 2: mayo 2004 - Eyeston (narrativa)

Número 3: junio 2004 - Super Dios (narrativa)

Número 4: julio 2004 - Maldita Ley Interpretación acerca del artículo 194 del Código Penal en relación a los cortes de ruta y la criminalización de la protesta en Argentina (ensayo en colaboración con María Cecilia Incardona)

Número 4: julio 2004 - La voz de la señora Chamberlain (narrativa)

Número 5: agosto 2004 - El estanque de agua inmutable (narrativa)

Número 5: agosto 2004 - Beth o La lucha por la casa Acerca de La furia y otros cuentos (1959) de Silvina Ocampo (ensayo)

Número 6: septiembre 2004 - Bartleby, el oxímoron Ensayo sobre Bartleby, el escribiente (1856) de Herman Melville.

Número 6: septiembre 2004 - Canción para muertos (narrativa)

Número 7: octubre 2004 - Internet (narrativa)

Número 9: diciembre 2004 - Ampere -1- (narrativa)

Número 10: enero 2005 - Ampere -2- (narrativa)

Número 11: febrero 2005 - Ampere -3- (narrativa)

Número 12: marzo 2005 - Ampere -4- (narrativa)

Número 13: abril 2005 - Ampere -5- (narrativa)

Número 14: mayo 2005 - Ampere -6- (narrativa)

Número 15: junio 2005 - Villa Celina -1-: "Los reyes magos peronistas" (aguafuertes)

Número 15: junio 2005 - Ampere -7- (narrativa)

Número 16: julio 2005 - Ampere -8- (narrativa)

Número 17: agosto 2005 - Villa Celina -2-: "El hombre gato" (aguafuertes)

Número 17: agosto 2005 - Ampere -9- (narrativa)

Número 18: septiembre 2005 - Ampere -10- (narrativa)

Número 18: septiembre 2005 - Villa Celina -3-: "El ahorcado" (aguafuertes)

Número 19: octubre 2005 - La gargantilla (aguafuertes)

Número 19: octubre 2005 - Ampere -11- (narrativa)

Número 20: noviembre 2005 - La música rota (narrativa)

Número 20: noviembre 2005- Villa Celina -4-: "El hijo de la maestra" (aguafuertes)

Número 21: diciembre 2005- Villa Celina -5-: "El ataque a Villa Celina" (aguafuertes)

Número 22: enero 2006- Villa Celina -6-: "El malasuerte" (aguafuertes)

Número 23: febrero 2006- "Electrofilia" (narrativa)

Número 23: febrero 2006- Villa Celina -7-: "Bichitos colorados" (aguafuertes)

Número 24: marzo 2006- Villa Celina -8-: "El canon de Pachelbel o La chinela de Don Juan" (aguafuertes)

Número 25: abril 2006- Villa Celina -9-: "La culebrilla" (aguafuertes)

Número 25: abril 2006- industria nacional (narrativa)

Número 27: junio 2006- Villa Celina -10-: "Los rabiosos" (aguafuertes)

Número 28: septiembre 2006- Agujeros de agua (narrativa)

Número 29: diciembre 2006- La pentatónica - 1 (columnas)

Número 29: diciembre 2006- El campito (de época - poema)

Número 30: marzo 2007- El campito 1: "Carlitos el borracho y su historia del gato montés" (aguafuertes)

Número 31: julio 2007- El campito 2: "Riachuelito" (aguafuertes)

 
   
   
 
 
 
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Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Foto del Tanque de Villa Celina.