el interpretador narrativa

 

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Ampere -3-

Juan Diego Incardona

 

 

 

 

continúa...

 

En la esquina de Rojas y Bogotá estaba tirado un borracho que siempre veo, todo meado y con la poronga al aire. Lo acompañaban dos perros marroncitos, uno a cada lado, que estaban echados panza arriba y que posiblemente también estaban beodos. Pensé que ya era hora de ultimar esa escena repetida y me puse a buscar un palo o un fierro para poner fin a mi acostumbrado desdén en ese lugar. Retrocedí una cuadra hurgando ansioso por los rincones hasta que di con un volquete, en donde afortunadamente encontré una cadena bastante pesada. Tomé un amoxidal 500 y me dirigí entusiasmado hacia los tres borrachos, a quienes encontré en pegajosa situación. Antes de lanzarme, lo planifiqué un rato: era conveniente atacar primero a los perros para que no me mordieran cuando matara al ciruja. Esta opción era indudablemente la mejor, pues los animales se verían sorprendidos, ya que estaban durmiendo, y porque el borracho central no podría hacer nada, salvo sufrir, lo que condimentaría acertadamente la acción. Puse fin al preludio temiendo que el estado rationalis me diera un espasmo y accioné: me acerqué despacito al perro de la derecha, que seguía metido en su indormio, y le flagelé el lomo con un fulminante cadenazo, lo que le produjo un fatisco muy sonoro. Obviamente la hipertonia alertó a los otros dos, pero sin dudar ni dar tiempo a la oppositio, ejecuté un lateral primero y luego un giratorio, machucando la cabeza del segundo canino, que, sin embargo, tuvo tiempo de lanzar un agudo quejido mezclado con la ambigüedad de un tibio glaucito que fue desapareciendo progresivamente. Pronto le empezó a chorrear el yogurt encefálico, formando en el piso una torta de cibus. Mientras tanto el lumpen del medio empezaba a tomar conciencia y pronunciaba algunas palabras que preferí ignorar, y como me estaba cansando de la cadena, la arrojé sobre el último perro, enderecé el índice y el mayor de mi mano derecha, los puse tiesos como dos pijas y los metí con fuerza en uno de los ojos del borracho. Adentro estaba tibiecito y húmedo, y el obduresco me recorrió el cuerpo de pies a cabeza.

Cantaba el hielo cubre la ciudad, el cielo ya no existe aquí, mientras continuaba mi camino por Rojas, y un congelado amanecer tiñe de blanco hasta mi hogar, y veía pasar Avellaneda, Neuquén, Videla Castillo y Aranguren, cuando la luz ya no puede llegar, la gente en vano se pone a rezar, y pasaban como cuadros Ortega y Mendez de Andes, y no es el diluvio, no es el infierno, y entonces, imprevistamente, la vida tocó su punto y un fremebundus me laceró el cuerpo y el alma, manifestándose un estado procursus en mi totalidad semántica, que entró en colisión con el entendimiento y con la memoria, hasta llegar al aturdimiento placentero que te pone obduresco. Una visión se cruzaba y se seguía cruzando delante de mí, con sus caderas, con su pelo negro, con sus hombros obscenamente desnudos, con su pollera negra y sus medias de red. Para colmo, en un pasaje inverosímil, noto que hace una giratoria suave y romántica y me clava sus dardos visuales y me digo Jael, estás viendo al amor de tu vida, y me invade una sensación de amargura que no puedo describir y camino hacia la chica gótica y voy a perforar el hielo, voy a remontarme al cielo.

Estábamos frente a frente y juro que no podía hablar, que el idioma nunca existió y que no había modo de lograr un mínimo movimiento en los músculos faciales, que estaban chupados por mis huesos, que toda mi cara era de hueso y de piedra, que yo mismo era una piedra, o un fierro, o un palo de escoba, o pigmalión y pinocho juntos, y la re concha de la lora con la concha que me tragaba y me llevaba como el mar y no podía hacer otra cosa más que observarla fijamente con mis ojos de dibujito japonés, y menos mal que ella estaba viva y movió la primer pieza y me dijo yo te conozco, vos vivís en la misma cuadra que yo, y entonces perdí el conocimiento y no tengo idea del tiempo ni de sus derivados, pero en un momento volví a abrir los ojos y la encontré nuevamente y tomé conciencia de que su mano me sostenía la nuca y que yo estaba postrado sobre la falda de la divinidad, que me seguía lastimando con su belleza y me decía ¿estás bien?, y nuevamente a la vigilia le agarró un marcesco y caí otra vez en el pozo negro y qué jodido que es el amor.

Estaba en el fondo del abismo, esperando que el infierno se dignara a devolverme y se acabara el intercipio, escuchando la melodía que decía ¿estás bien?, ¿estás bien?, y si tan sólo hubiera tragado algo de substantia, o puesto la sandía en remojo, pero estaba seco y sin remedio, ¡¿y en qué mierda estabas pensando?!, y hubiera dado cualquier cosa por recordar una parte del lenguaje y no parecer tan imbécil, tan mudo, y sentía que me quebraban la espalda y que me ardía el orto, y esto ya era un caso perdido y no sé para qué mierda me entrenaba tanto y hacía siempre la gimnasia si ahora estaba muerto y emollitus y no podía contestar la canción, que insistía ¿estás bien?, y yo quería hablarle y quizá responderle no te das cuenta que estoy hecho mierda, que no existo, puta del orto, pero jamás la hubiera tratado así. ¡¿En qué mierda estabas pensando?! Le hubiera dicho no sabía que vivíamos en la misma cuadra, amor, luna, bombón, me gustaría chuparte el culo hasta reventar, y cómo carajo se te ocurre hablarle con ese tono, y la verdad, si hubiera recobrado el uso de la boca, no hubiera sabido cómo actuar, y escuché ¿estás bien?, y no sabés decir otra cosa, lechuza infeliz, y en un milagroso acontecimiento de la naturaleza por fin le pude contestar y le dije sí, estoy muy bien, chica gótica, y haciéndome el canchero, le guiñé un ojo, y entonces la nena puso una sonrisa cruda tan linda, y para qué, para qué mierda me entrenaba tanto y hacía la gimnasia si no podía aguantar un poquito. El pozo negro de la concha de la conciencia me tragó definitivamente como si yo fuera su pija más preciada.

Otra vez deambulé en la zona desconocida, convencido de que al volver la chica gótica, harta seguramente de mi idiotez y mis desmayos, ya habría desaparecido y escapado con iracundia para su casa. Penosamente me agarró el estado nostalgia de futuro y perdido en la negrura no pude contener el effleo y la tristitia y casi me aplaco, pero con ímpetu interior hice fuerza sobrehumana para encontrar perseverancia y lograr de una vez por todas salir de ese pozo mal parido y correr hacia donde fuera necesario y recuperar a la chica, y felizmente lo logré y pude abrir los ojos, pero no hizo falta correr a ningún lado porque sorpresivamente ella seguía ahí, sosteniéndome la nuca y abriendo graciosamente la flor de sus labios pintaditos de negro para decirme incansablemente su sanata: ¿estás bien?. Gracias, le dije, y disculpá mi estado, pero no todos los días voy al cielo y creo que me apuné. La cara se le iluminó con una sonrisa y yo casi me desmayo de nuevo, pero enseguida me ayudó a ponerme de pie y después empezó a caminar conmigo despacito, tomándome de la mano. Obviamente, yo no opuse resistencia y me dejé llevar por la marea y el ignis, y sentía un escosor constante que subía por el brazo hasta conmoverme el pecho y la boca del estómago, y entonces llegamos a Felipe Vallese y doblamos a la izquierda y en la esquina del pasaje Bernal el amor me dice ésta es mi casa, nos vemos, y yo le respondo ojalá, y con la poca fuerza que me quedaba le puse los ojos como para ganar algún puntito, y ella abrió la puerta de su casa y desapareció en el misterio, y yo quedé clavado y protervus mirando su culo que en ese momento era la rerum natura, y ella cerró la puerta y alcancé a oír que cantaba mientras no hay nadie que pueda ayudar, los niños saltan de felicidad, no es el diluvio, no es el infierno, y entonces comprendí la naturalización del amor y me dieron ganas de estamparme contra la puerta y partirme la cabeza en mil pedazos y sufrir dolores inconcebibles. En ese momento me pareció sentir un ruido y al darme vuelta descubrí a la sombra detrás de un árbol cercano, pero decidí hacerme el boludo y pasar por alto al voyeur, y emprendí camino por Felipe Vallese hacia mi casa. Antes de llegar a Martín de Gainza, saqué la llave y abrí la puerta, y justamente, cuando estaba por entrar, una ciudadana se atrevió a caminar por la vereda y me dieron ganas de hacerle el persero o de ahorcarla sin explicación, pero me contuve porque estaba exhausto y demasiado enamorado, así que le perdoné la vida y sólo me tomé un amoxidal 500; abrí la puerta de casa, hice un breve percenseo en el living, atravesé el patio y fui al dormitorio, que era una noche sin luna.


continuará...

 

Juan Diego Incardona

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 
                       

Juan Diego Incardona

Villa Celina, 1971.

Es posible leer más obras de Juan Diego Incardona en los espacios de autor de Eldígoras-EOM.

http://www.eldigoras.com/eda/portal.htm

Publicaciones en el interpretador:

Número 2: mayo 2004 - Eyeston (narrativa)

Número 3: junio 2004 - Super Dios (narrativa)

Número 4: julio 2004 - Maldita Ley Interpretación acerca del artículo 194 del Código Penal en relación a los cortes de ruta y la criminalización de la protesta en Argentina (ensayo en colaboración con María Cecilia Incardona)

Número 4: julio 2004 - La voz de la señora Chamberlain (narrativa)

Número 5: agosto 2004 - El estanque de agua inmutable (narrativa)

Número 5: agosto 2004 - Beth o La lucha por la casa Acerca de La furia y otros cuentos (1959) de Silvina Ocampo (ensayo)

Número 6: septiembre 2004 - Bartleby, el oxímoron Ensayo sobre Bartleby, el escribiente (1856) de Herman Melville.

Número 6: septiembre 2004 - Canción para muertos (narrativa)

Número 7: octubre 2004 - Internet (narrativa)

Número 9: diciembre 2004 - Ampere -1- (narrativa)

Número 10: enero 2005 - Ampere -2- (narrativa)

   
   
   
   
 
 
 
 
 
 
Dirección y diseño: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: Inés de Mendonça, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse
Corrección: Sebastián Hernaiz
 

Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Franz von Stuck, Lucifer (detalle), y" stromcirkel" (detalle).