Traga la substantia y descarta el envase, que puñaladas, que golpes, que fierrazos, que mete destornilladores y pedazos de vidrio, nanofiltrador, desinstalador de cuerpos, encurvado en la república polimorfa menos hombre y menos artista, del ciudadano se va, del público se va, libre como pájaro uno lo ha conseguido, pero regresa a revolver el vecindario y en esto se cuenta, para sacarle la humedad relamido, superembebido, lengüetero al pánico disfrute, que en las palabras se ensaña, caminante uno lo prefiere si el teatro de los idiotas acosa su conciencia, vive acá, náusea eléctrica, ondulante, cinético, bichito de la negrura, debajo de la pampa de asfalto a pesar de la sombra y el ruido, y vive y camina, camina, bichito, camina.
I
Chorreaba la úvea del estudiante por la cara lisita y su novia, otra discordia asimilada en mi cabeza, lloraba, pedía ayuda. La noche era de luces muy blancas. Me regocijaba escuchar los gritos de ella y observar sus gestos, que la desfiguraban.
Le hinqué el diente a la pedante, le hice el persero, le metí el cuchillo SAE 9260 hasta el fondo, le entró en la carne y fue una explosión, esquirlas de sangre, de agua, el gólgota palermitano.
Algunos desprendimientos gelatinosos me salpicaron la cara, pero antes que el irroro terminara, saqué la caja de amoxidal 500 y me tomé cuatro porque seguro que esa lechuza estaba llena de bacterias.
Le pisé la cabeza lo más fuerte que pude y después le salté encima, impresionante el sonido, el crepitar de la hojarasca de pensamientos de esa cabeza infeliz, ja, qué risa me da cuando lo pienso, cuando recuerdo esa cabeza chatita chatita y los ojos salidos como si tuviera un cenit de tiroides, qué gracioso, y la sombra que siempre está irretitus no hacía nada, sólo espiaba, y a mí me agarraba la corriente, la ola, y me recorría el cuerpo mejor que un orgasmo. El novio ya estaba más que muerto, por supuesto, ya era saporatus disperso y negro como mancha de grasa. Yo levanté la mirada, triunfante, extasiado, hacia la carcajada luminosa de los brillos, coro de acólitos de mi procursus, extensiones de mis ideas haciendo su irradio, pero en ese momento llegaron subvehando patrulleros policiales y salieron los ratis de todas partes. Me miraban perplejos y no se animaban a sacar sus armas inútiles porque les agarraba el remollesco. Caminé hacia ellos. El primero no levantaba la cabeza. Miraba las partículas del subter. Yo comprobé el efecto dominó y el substillo colectivo de la policía paralizada, así que me hundí en la noche de las luces con taxis, colectivos, resonancias, y aparecí en Villa del Parque sin problemas, lindas calles empedradas, árboles altos, edificaciones bajas, iluminación mortecina, un gato que se atraviesa delante de una señora que va caminando y me dan ganas de seguirla pero no mucho porque de pronto corro y pego un salto y caigo con toda la fuerza aterrizando con mis rodillas en su espalda encorvada. Cuando los dos caemos al piso suena la melodía, la cajita musical de las vértebras, se parte en mil pedazos la vieja estatua de terracota y para variar le clavo el cuchillo algunas veces en el cuello y en la misma espalda destrozada, me tomo dos amoxidal 500 por las dudas y empiezo a violarla, aunque el nexus tardaba demasiado: no sé si a la concha le había dado rigor mortis o era una frígida de mierda, pero al cabo de un rato lo logré. Entonces me agarró la corriente, la perversión polimorfa, el obduresco y la ola, y me puse a nadar adentro mío, asomándome de vez en cuando para respirar el precioso aire de Buenos Aires en Villa del Parque ensangrentada; la luna era creciente.
Casi me agarra un estado rationalis pero felizmente logré disipar toda duda y me puse a trotar suavemente hacia el sur, hacia Juan B. Justo y más allá, cantando beso mares de algodón, cuando qué ven mis ojos, qué insolencia de la naturaleza se pasea tan vilmente por la Buenos Aires del Plata, reaudio miserable que viene a interrumpir mi música sin marea, y me acerco como gato y descubro que el miserable recalvus va ejecutando un sibilatus inverosímil porque aunque ni yo podía creer semejante coincidencia no había dudas que la melodía era la misma que yo venía cantando, y comprobando la fuerza de la armonía me pongo ahí nomás a silbar suaves son, sublimándolos, y entonces el camello se da vuelta y me mira entre desconfiado y enamorado, y me dice qué pasa ratón y le digo qué mierda te importa y me dice cuál es mi interés y ocultando mi quare le digo tomá y él me dice pará y yo le digo tomá y él me dice pará, por favor, pará y ya no le digo más nada, le hago cobrar todo el viaje y le arruino el esfemoides y la parte escamosa del temporal con una patada muy precisa, hundiendo la punta revestida de acero SAE 9260 de mi bota criolla bien adentro de su pulpa, y me empieza a agarrar la ola polimorfa; me tiro al piso y antes de que la insostenible realidad me tire un espasmo me pongo a sobarle un poco de la substantia chorreante y claramente me agarra la energía cinética y en un abrir y cerrar de ojos me encuentro en Rivadavia esperando el colectivo.
continuará...
Juan Diego Incardona