Buenos Aires, 9 de Marzo de 1998
Sostengo la misma opinión que mis compañeros: el acceso a la misteriosa ciudad de Eyeston cambia cíclicamente su situación por diferentes lugares de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, y si existe será porque los hombres duermen —o escriben, dicen algunos— y porque alguien tuvo la abominable idea de inventar las muñecas rusas y las pilas de Carlomagno (1).
Pertenezco a la cofradía azul; nuestro punto de reunión ha sido siempre la esquina en donde muere la Avenida de los Corrales, frente al viejo Resero, aunque a veces, si hace mucho frío, nos vamos a la casa del doctor Acosta, que vive a una cuadra.
He decidido escribir todos estos detalles y contaré también todo lo que sabemos acerca de Eyeston, lo hago porque tengo serios motivos para temer sobre mi vida y la de mis compañeros, ni siquiera confío en la cofradías verde y roja, que, es necesaro señalarlo, jamás hemos visto. Lo poco que sabemos de ellos es que los rojos se esconden en algún lugar de Almagro y que los verdes son de Avellaneda.
La relación entre las cofradías ha sido desde siempre por carta, y por supuesto que jamás hemos usado ninguna empresa de correo, organizaciones más que sospechosas. Como alternativa, a lo largo del tiempo hemos implementado un complejo sistema de comunicación que consiste en esconder las cartas en colectivos, subtes o trenes. En otras épocas, solíamos ocultarlas en los libros de bibliotecas previamente elegidas; este método fue habitual entre nosotros y, sobre todo, entre nuestros antecesores, pero en los últimos tiempos ha caído en desuso debido al riesgo que implica la posibilidad de ser descubiertos por algún lector inesperado (aunque ahora eso no tiene demasiada importancia). La fecha, hora y lugar exactos para recoger las misivas las decide el emisor, quien adjunta los datos necesarios para que el destinatario sepa donde ocultar la respuesta. Así, sucesivamente. Debo aclarar que no sabemos quién es el responsable del comienzo de esta cadena: la carta más antigua que está en nuestro poder tiene como fecha el 18 de agosto de 1872, sin embargo, tenemos conocimiento sobre cartas anteriores en el manuscrito que el Coronel Banegas escribió el 16 de Julio de ese mismo año, horas antes de su desaparición. En él cuenta los motivos que lo llevaron a quemar las primeras cartas, sin dar mayores detalles acerca del génesis de los grupos ni del descubrimiento de Eyeston. El manuscrito será adjuntado a este documento.
Hemos decidido reunir toda la información que poseemos y esconderla. El lugar que acoja a estos papeles no necesita ser nombrado porque el azaroso lector de estas historias
—usted— ya lo ha descubierto. Hemos preferido abandonar nuestros planes tan obsesivos y racionales, toda aquella compleja organización que configuraba la divulgación de las cosas que sabemos, porque no nos ha dado resultados; ya no escribiremos más cartas a ninguna cofradía porque de todos sospechamos. Pero, como estamos en grave peligro y no queremos que nuestros descubrimientos desaparezcan, hemos decidido buscar ayuda en lo inesperado: el Azar. Sí, con esta carta a la deriva hemos optado claramente por la impredecible suerte, que se convierte en nuestra última esperanza. Ojalá sea usted la persona que anhelamos. Le pedimos que no nos olvide, ni al tema Eyeston, todo esto es de suma importancia. A continuación sabrá por qué.
Antes de que penetremos en los relativos pasadizos de la verdad, quiero contarle que existe un mito sobre una cuarta cofradía, la cofradía negra, pero nadie los ha visto ni ha recibido carta alguna, así que no podemos creer en su existencia ni suponer paraderos donde hallarlos. También es cierto que no podemos descartarlos.
Yo ingresé en la cofradía azul en el año 1970, invitado por un compañero de la Facultad de Arquitectura: Ricardo Nazca. En cuanto a él, no sé quién pudo haberlo invitado, nunca quiso decirlo, y ya no lo sabré: hace tres semanas fue hallado en su casa, ahorcado.
Algunos, los extraños, hablan de suicidio, sin embargo nosotros sabemos que eso es una mentira. En cada uno de los últimos tres meses uno de nuestros compañeros ha sido encontrado muerto; los tres fueron hallados ahorcados, y los tres encontraron la muerte en la misma fecha, el día 16. No sabemos quién será la próxima víctima, pero el temor crece ante la cercanía del tiempo siniestro: falta solamente una semana.
Es probable que usted haya descubierto que las fechas de las muertes coinciden con la que vio desaparecer al Coronel Banegas hace más de un siglo. Según un viejo periódico, un hombre, que no pudo ser identificado, fue encontrado ahorcado en los campos donde hoy se encuentra el barrio de Mataderos. Nosotros suponemos que ese hombre es el mismo Banegas, aunque no podemos estar seguros. Por último, quisiera señalar otra coincidencia, que abre las puertas a un futuro sombrío: faltan cinco “días 16” de acá a Julio, mes del aniversario de la que suponemos fue la muerte de Banegas, y cinco somos las personas que aún quedamos en la cofradía azul.
Hemos pensado en escribir todos los “días 17”, comenzando este mes y continuando de esa forma hasta junio; lo hará el que esté vivo. Luego el último sobreviviente escribirá el 15 de julio, un día antes del anunciado y siniestro final de nuestro grupo. Después enterrará estas páginas. No tenemos muchas esperanzas; sabemos fehacientemente que todos nosotros vamos a morir en los días estipulados por el plan macabro de nuestros verdugos, enemigos invisibles.
En cada una de las fechas iremos develándole a usted todo lo que nos pasa y todo lo que sabemos acerca de Eyeston. Por las dudas me despido de usted, quizás sea otro el que continúe con la escritura. Lo sabremos dentro de ocho días.
Facundo Lozano, arquitecto, miembro activo de la Cofradía Azul.
Buenos Aires, 17 de Marzo de 1998
Lamento contarle que nuevamente uno de nosotros ha muerto: Ayer, en la cochera de su casa, apareció Teresa Persi colgando de una viga, ahorcada con un cinturón. Al igual que Pepe Farías en diciembre, María Hornos, la veterinaria, en enero, y Ricardo Nazca en febrero, otra vez somos presa del desconsuelo y la impotencia. Sólo quedamos cuatro integrantes en la cofradía azul: El doctor Acosta, Hugo Ponzo, el panadero, la estudiante de ciencias económicas Marianela Fabricio y quien escribe, yo, Facundo Lozano.
Quizás pueda imaginar el atroz miedo que padecemos; el tiempo se cierne sobre nosotros como una ruleta rusa. Aún así, debemos seguir adelante, intentando develar el misterio Eyeston antes de que los meses descarguen sus enigmáticos crímenes sobre nosotros. Tal vez, si pudiéramos acercar nuestros pasos a la ciudad del sueño, quizás, podríamos detener la nefasta realidad de la vigilia.
Para que usted, persona que nos lee desde el futuro inalcanzable, pueda conocer más acerca de Eyeston y de los pormenores de nuestra situación, hemos decidido grabar la reunión que la cofradía mantuvo hasta hace un rato y transcribirla a continuación. De este modo, podrá leer las opiniones de todos nosotros. Yo haré algunos comentarios a modo de narrador, para la mejor comprensión del texto.
Transcripción de la cinta grabada:
Reunión de la Cofradía Azul,
en la casa del doctor Acosta,
a la hora veinte del 17 de marzo de 1998.
Se encuentran presentes los últimos cuatro integrantes del grupo. El doctor Acosta toma la palabra:
—Debemos calmarnos y tratar de pensar; nada podemos hacer ahora con respecto a Teresa.
—No sé si puedo pensar —contesta Marianela Fabricio.
Les propongo:
—Hay que organizar las cartas, los periódicos, las fechas, los manuscritos, la memoria, todos los datos que tenemos, tal vez logremos descubrir algo.
El señor Ponzo está de acuerdo conmigo; Acosta comienza a hablar:
—Estamos seguros de que Eyeston existe.
Todos asentimos con la cabeza.
—También sabemos que proviene del sueño de los hombres y que actúa cíclicamente en el mundo real o de vigilia; este descubrimiento no es un capricho de la imaginación, todo lo contrario, ha sido el fruto de años de investigación seria de nuestra parte y de nuestros antecesores, investigaciones como la del Coronel Banegas hace más de un siglo. Aunque ninguno de los presentes haya rondado en las cercanías de Eyeston, otros sí lo han hecho, y aunque no lograron ingresar, sí pudieron vislumbrar sus puertas.
—No podemos estar seguros de eso, doctor Acosta —le dice Hugo Ponzo.
—Es verdad que las pruebas son insuficientes, pero las cartas que tenemos de las víctimas, que suponemos han escrito horas antes de morir, y que recibimos, en cada uno de los casos, un día después de dichas muertes, así lo dicen, y deberemos confiar en sus afirmaciones porque la escritura es, sin lugar a error, del puño y letra de cada uno de ellos...
Hago acá un alto en la transcripción de la reunión grabada para adjuntar las cuatro cartas, escritas supuestamente por nuestros compañeros y recibidas el día posterior al asesinato de cada uno de ellos. Los mensajes fueron depositados en el escondite que hemos construido en las cercanías del Resero.
Compañeros de la Cofradía Azul:
Estuve frente a Eyeston
pero no logré atravesar sus puertas.
Éstas se encuentran en la esquina
de Guatemala y Thames,
en Palermo Viejo.
Pepe Farías
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Compañeros de la Cofradía Azul:
Estuve frente a Eyeston
pero no logré atravesar sus puertas.
Éstas se encuentran en los bosques
de Palermo,
cerca del Planetario.
María Hornos
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Compañeros de la Cofradía Azul:
Estuve frente a Eyeston
pero no logré atravesar sus puertas.
Éstas se encuentran en la esquina
de Guatemala y Thames,
en Palermo Viejo.
Ricardo Nazca
|
Compañeros de la Cofradía Azul:
Estuve frente a Eyeston
pero no logré atravesar sus puertas.
Éstas se encuentran en la esquina
de Thames
y la avenida Corrientes.
Teresa Persi
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Continúo con la transcripción de los diálogos grabados:
El doctor Acosta continúa con su exposición:
—Ninguno de nuestros amigos ha logrado poner sus pies sobre Eyeston, pero nos advierten acerca de “unas puertas”. En vano hemos ido a recorrer esos lugares, jamás encontramos nada. En cuanto a las diferencias sobre el verdadero paradero de las puertas, hemos llegado a la conclusión de que Eyeston se mueve cíclicamente. Obviamente, esto lo deducimos a partir de la repetición del primer y tercer mensaje, que coinciden en situar a la ciudad misteriosa en Guatemala y Thames. Igualmente, aunque sabemos que el movimiento de Eyeston es cíclico, aún no hemos logrado averiguar qué leyes lo rigen, es decir que tampoco podemos predecir el lugar del próximo paradero, y ni pensar en el tiempo exacto del mismo.
—Esas cartas son muy extrañas—plantea Marianela Fabricio—: mientras nuestros compañeros vivían, nada nos dijeron al respecto, en cambio, una vez muertos, aparecen las misivas en el escondite del Resero.
—¿Quién trajo esos mensajes? —Pregunta Ponzo.
El doctor Acosta responde:
—No podemos estar seguros de eso, pero sí podemos afirmar, sin lugar a error, que fueron nuestros amigos quienes han escrito las cartas. Todos conocemos sus letras.
—Es verdad.
Yo les digo:
—Por favor, compañeros, acérquense y leamos detalladamente todas las cartas y anotaciones que tenemos. Fin de la transcripción grabada.
Después de buscar, sin éxito, respuestas en las cartas de nuestros amigos, y debatir acerca de su veracidad, decidimos separarnos y encontrarnos al mes siguiente, el 17 de abril. El relato de nuestra despedida hubiera compuesto una tragedia digna de las mejores obras de Esquilo o Shakespeare, sin embargo, nuestros saludos quedarán ocultos en la hidalguía del anonimato.
Cada uno llevó consigo una copia de las misivas entregadas por nuestros compañeros para estudiarlas e intentar descubrir alguna pista sobre Eyeston y los asesinos.
Estamos solos en esto, no podemos confiar en la policía ni en ninguna otra institución, pues, desde nuestro punto de vista, todos son sospechosos: A lo largo del tiempo hemos descubierto cosas extrañas que serán adjuntadas al final de nuestras cartas.
Me despido de usted, quizás para siempre.
Facundo Lozano, arquitecto, miembro activo de la Cofradía Azul.
Buenos Aires, 17 de Abril de 1998
Una vez más, la muerte cubre con su somnoliento vaho a los integrantes de la Cofradía Azul: El doctor Acosta ha muerto ayer a la mañana, ahorcado.
En esta ocasión nos hemos reunido en la casa de Marianela Fabricio. Transcribiré a continuación la reunión que grabé allí hasta hace menos de una hora, agregando yo, nuevamente, relatos y comentarios de las circunstancias en las que transcurren nuestros diálogos.
Transcripción de la cinta grabada:
Reunión de la Cofradía Azul,
en la casa de Marianela Fabricio,
a la hora veinte y treinta del 17 de abril de 1998.
Se encuentran presentes los últimos tres integrantes del grupo. Estamos asustados y tristes. El silencio se oye como lluvia y la grabación es un transcurso sin voces.
Finalmente, tomo la palabra:
—Tengo en mi poder una carta del doctor Acosta, aparecida en el escondite del Resero. Como en los mensajes anteriores, Acosta anuncia la situación geográfica de las puertas de Eyeston. En este caso, se trata de un nuevo lugar: Donato Alvarez y la avenida Juan B. Justo.
—Las direcciones —dice Ponzo, el panadero— comienzan a tener un sentido definido. La primera y la segunda carta trazaron su rumbo hacia el este, luego la tercera retrocedió hacia el oeste, hacia el mismo sitio que nombra la primera carta, y por último, la cuarta y la quinta siguen prolongando la línea imaginaria hacia el oeste.
—Es cierto, y también es cierto que las distancias entre las mismas son idénticas —afirma Marianela.
—¿Estás segura?
—Sí, aquí tienen un mapa de la Capital Federal; pueden comprobarlo.
—¿Y cuál es la distancia?
—Mil seiscientos metros.
Ponzo y yo estamos asombrados: una vez más, el número 16 nos persigue.
Repentinamente alguien arroja una carta debajo de la puerta.
A la quietud que reina en la sorpresa le sucede nuestra vertiginosa corrida. Salimos a la calle.
Aunque investigamos en las cercanías de la casa, no logramos ver a nadie; quien haya sido, logró escapar protegido por la oscuridad.
Al abrir el mensaje inesperado, todos quedamos perplejos ante su contenido, y como exégesis del asombro, nuestros ojos aumentaron extremadamente sus círculos ante la lectura de los firmantes.
Puede leerlo usted mismo:
Integrantes de la Cofradía Azul:
Ante todo, queremos decirles que olviden a las cofradías roja y verde, todos ellos han muerto.
En cuanto a Eyeston, tendrán que saber que la ciudad abre sus puertas en el mismo instante en que cada uno de ustedes abandona la vida.
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En el año 1602, Galileo observa, comparando el balanceo de las arañas en la catedral de Pisa con su propio pulso, la notable regularidad del movimiento pendular. Ustedes descubrirán Eyeston según el tiempo y los crímenes.
La Cofradía Negra
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Continúo con el relato de nuestra reunión:
Durante un largo rato nos mantenemos en silencio, estupefactos, mirándonos sin hablar, buscando en nuestros ojos respuestas que nunca llegan. Por fin, les digo:
—Debemos estudiar este mensaje e intentar descubrir alguna pista.
—Disculpe Lozano —me contesta Ponzo—, pero este asunto lo tomaría entre pinzas: jamás hemos sabido nada de ellos y ahora, ¡¿aparecen de la nada?! No podemos confiar en esa gente, arquitecto, me huele que la carta es una trampa. Le digo más, creo que la cofradía negra no existe; es posible que alguien nos mienta para confundirnos.
—Y esta carta —interrumpe Marianela, asustada— ha sido arrojada debajo de mi puerta; si es como dice Ponzo, estoy perdida: ya saben donde vivo. ¡Tengo que escaparme lejos, cuanto antes!
—Cálmese —le sugiere Ponzo—, ése no es un camino viable; acuérdese lo que le pasó a María, la veterinaria: se fue a Neuquén, pero igual apareció muerta.
—Es cierto, mis días están contados.
Marianela llora; Ponzo y yo intentamos tranquilizarla.
—Vamos a recordar —les propongo— todo lo que sabemos y a estudiar minuciosamente el mensaje de la supuesta cofradía negra. Fin de la transcripción grabada.
Durante horas intentamos sacar algo en claro de aquella carta, pero fue en vano. Resignados, nos despedimos hasta el mes entrante; todos estuvimos de acuerdo en no vernos hasta esa fecha por el riesgo que implica. Aunque Marianela propuso estar juntos el día 16, rápidamente descartamos esa idea, pues llegamos fácilmente a la conclusión de que no nos salvaremos por estar los tres juntos: la fuerza a la cual nos enfrentamos es muy superior, y consideramos que obviamente es mejor que algunos queden vivos el mayor tiempo posible y lograr, quizás, desentrañar los enigmas. Los tres nos vamos con una copia del mensaje de la Cofradía Negra.
Facundo Lozano, arquitecto, miembro activo de la Cofradía Azul.
Buenos Aires, 17 de mayo de 1998
La nueva víctima del misterio se llama Hugo Ponzo. Aunque quiso escapar de su destino huyendo al Uruguay, nos han llegado noticias seguras de su ahorcamiento.
Transcribo a continuación la grabación de nuestros diálogos:
Transcripción de la cinta grabada:
Reunión de la Cofradía Azul,
en la casa de Marianela Fabricio,
a la hora veinte del 17 de mayo de 1998.
Se encuentran presentes los últimos dos integrantes del grupo.
Compungidos por la muerte de Ponzo y aterrorizados ante nuestro inevitable final, Marianela y yo multiplicamos el temblor de nuestras manos en un apretón mutuo, para desencadenar luego una vibración insoportable al amparo de los abrazos. Nos separamos y comenzamos a conversar:
—Aquí —le digo— tengo la carta de Ponzo. En ella, sitúa las puertas de Eyeston en la esquina de Helguera y César Díaz.
—La línea sigue hacia el oeste.
—Así es.
—Es extraño: una sola vez fue hacia el este, después se dirigió siempre hacia el oeste. Tiene que haber algún significado.
—Marianela, ¿ha logrado sacar algo en claro de la carta que, supuestamente, hemos recibido de la Cofradía Negra?
—Tengo algunas ideas. ¿Usted encontró alguna pista?
—No. Por favor, cuénteme qué fue lo que pensó.
—Hace tiempo que estamos seguros de saber algunas cosas; no intenté refutarlas para comprobar su veracidad, como solíamos hacer: las cosas que creemos desde hace tiempo las he tomado como algo “verdadero”. De esta forma, intenté avanzar sobre los interrogantes, sobre lo que nunca hemos sabido ni bocetado imaginariamente. Primero, he partido de “la verdad” de una premisa: el movimiento cíclico de Eyeston. Aunque nunca hemos logrado conocer todos los detalles de este movimiento, sí hemos descubierto las distancias entre sus paraderos: 1600 metros. Entonces, intentando predecir el próximo sitio de las puertas de Eyeston, quise trazar una línea recta a través de los lugares indicados por las cartas de nuestros amigos, pero aquí, señor Lozano, nos enfrentamos al primer problema: existen pequeñas diferencias entre los segmentos formados por los puntos citados en las cartas que destruyen la continuidad de la recta.
—¿No hay manera?
—No, la imaginaria recta se quiebra en cada una de los lugares citados.
—Es decir, no hay forma de proyectar la distancia, los 1600 metros, hacia una dirección certera.
—Exacto, pero le sigo contando porque he buscado un camino alternativo.
—Por favor, siga.
—Ahora entra en juego la carta que supuestamente hemos recibido de la cofradía negra. Hurgué en ella a fondo, sin olvidar la premisa “verdadera” del movimiento cíclico de Eyeston, y teniendo siempre presente el problema de cómo proyectar la línea imaginaria, es decir, el problema de cómo solucionar el enigma de uno de los dos parámetros desconocidos(2): el Espacio, el próximo lugar de las puertas de Eyeston. Acá me detengo: hace tiempo ya que nosotros buscamos la conjunción exacta del Tiempo y del Espacio para poder descubrir la ciudad misteriosa, y, si mira bien, usted verá que la carta de la cofradía negra también parece hablarnos de Tiempo y Espacio: En el final dice: “Ustedes descubrirán Eyeston según el tiempo y los crímenes”. ¿Sabe qué hice? Reemplacé la palabra “crímenes” por “Espacio”. De esta forma llego a la conclusión de que el enigma del parámetro Espacio encuentra una pista en los crímenes. Y pienso: estamos buscando un lugar, un sitio, y la carta me reemplaza eso por crímenes. Y sigo pensando: no puedo dejar de pensar en una sola conclusión: Lozano, el espacio lo hallaríamos en el lugar de los crímenes.
— Gran razonamiento, nos abre nuevos caminos, pero continuando con la idea me pregunto, ¿por qué nos dicen eso después de hablar de Galileo y el movimiento pendular?
Ambos nos quedamos en silencio.
De pronto, Marianela grita:
—¡El ahorcado!
—¿Qué?
—¡El ahorcado! ¡El ahorcado es un péndulo!
—¡Es cierto! Los enigmas serían resueltos en el movimiento pendular...
—... del ahorcado —finaliza Marianela.
—¡Brillante! Por eso no lograbas trazar una línea recta entre las puertas citadas por las cartas de los muertos. ¡Porque la línea dibuja una curvatura!
—Y también por eso fue una vez al este y después siempre hacia el oeste. Probablemente el péndulo toco su extremo en el paraje cercano al planetario, luego volvió por la misma línea que había dibujado en su viaje de ida, atravesando el paraje de Guatemala y Thames, citado en la carta anterior y posterior a la de María Hornos (la carta del planetario), y continuando después siempre hacia el oeste.
—Y lo hará hasta que toque el otro extremo, desde donde seguramente Eyeston volverá a recorrer la línea pendular, pero en sentido opuesto, es decir, hacia el este.
—Sólo debemos proyectar una línea curva que una los puntos que tenemos sobre el mapa; luego medimos sobre la continuación de la línea una distancia de 1600 metros desde el último paraje, citado en la carta que recibimos hoy del difunto Hugo Ponzo, es decir, Helguera y César Díaz.
—¿Y si ese lugar es el extremo oeste y ahora comienza a regresar hacia el este?
—Tendremos que arriesgarnos por una opción y yo me inclinaría por seguir la línea hacia el oeste, porque si usted, Marianela, piensa en la repetición del número 16, llegará a la conclusión de que es muy probable que los paraderos de Eyeston sean 16, al igual que el número que señala a la mayoría de los sucesos acontecidos con respecto a todo este tema.
—Coincido; hagamos el dibujo sobre el mapa.
Según nuestros cálculos, el próximo lugar de las puertas de Eyeston será en Elpidio Gonzalez y Marcos Paz.
Marianela dice:
—Ahora sólo falta conocer el parámetro Tiempo, el tiempo exacto. La carta de la cofradía negra dice: “En cuanto a Eyeston, tendrán que saber que la ciudad abre sus puertas en el mismo instante en que cada uno de ustedes abandona la vida”. Esto no tenemos forma de averiguarlo y, aunque es verdad, señor Lozano, que aparentemente todos nuestros compañeros murieron a la misma hora, entre las diez y las once de la mañana, no lo sabemos con precisión en minutos y segundos. Fácil hubiera sido para nosotros que el número “16” se repitiera también en el horario de los asesinatos, pero no es así, y no habrá forma de saberlo hasta el próximo crimen en donde alguno de nosotros morirá.
El espanto se dibuja en nuestros rostros; con voz entrecortada le digo:
—Aunque esperemos hasta el mes que viene y uno tenga que sacrificarse, ¿cómo hará el sobreviviente para saber el tiempo exacto?
—Tengo una idea.
—Dígala
—El 16 del mes entrante podríamos ir juntos al lugar que hemos previsto en nuestra proyección sobre el mapa: si alguno de los dos muere, el otro estará en condiciones de atravesar las puertas de Eyeston, siempre y cuando no fallen nuestros cálculos y estemos en el lugar indicado.
—¿Y si ambos morimos?
—Habrá que arriesgarse.
—Estoy de acuerdo. Fin de la transcripción grabada.
Me despido, revestido de cierta esperanza. Si alguno de nosotros logra resistir al próximo “día 16”, le escribirá a usted, lector desconocido, el día 17.
Facundo Lozano, arquitecto, miembro activo de la Cofradía Azul.
Buenos Aires, 17 de Junio de 1998
“El vago azar o las precisas leyes
Que rigen este sueño, el universo.”
Jorge Luis Borges
Una caja dentro de otra caja, y otra, y otra, y la caja del final —la más pequeña o la más grande— encuentra su fin en el inicio, porque es una caja, y descubre que siempre queda algo para albergar. Eyeston posee un número infinito de cajas. En ellas habitan los tiempos de los muertos y los vivos, porque los hombres duermen —o escriben, dicen algunos— y porque alguien tuvo la abominable idea de entregarse al sueño de la vigilia, que no es otra cosa que vivir la vigilia en un estado de sueño.
Ayer estuvimos en las puertas de Eyeston y las cruzamos de lado a lado. No somos los únicos que lo han logrado: en la esquina de Elpidio González y Marcos Paz, paradero cíclico, encontramos a otros hombres y mujeres que también han descubierto las leyes que rigen a la ciudad pendular. Asombrados, haciendo equilibrio entre la credulidad y la incredulidad, vimos personas de todos los siglos y lugares; el coronel Banegas y otros más estaban presentes.
Ahora, un día después, estamos anonadados, en el transcurso de la comprensión, pero aún seguimos vivos, y para seguir en esta condición, hemos averiguado que tendremos que estar nuevamente en las puertas de Eyeston el próximo “día 16”. De lo contrario, moriremos ahorcados como nuestros amigos.
Y lo más increíble que hemos oído, prodigio que encuentra sus puertas fuera de todo lo conocido, es que mientras acerquemos nuestros pasos a Eyeston, como otros hombres lo hacen desde hace tiempo, la Vida Eterna se impregnará sobre nuestros movimientos.
Esta será la última carta, no habrá documentos ni informes adjuntos; todo el material que poseíamos ha desaparecido de nuestras manos: Marianela y yo hemos sido asaltados en nuestra ausencia; se llevaron todo lo concerniente a Eyeston, lo demás está intacto. De todas formas, enterraremos estas cartas —sobrevivieron porque las llevo siempre en mis bolsillos— que anhelan lectores curiosos que puedan resolver los últimos enigmas de Eyeston. ¿Por qué tiene tanta importancia el número 16? ¿Por qué la ciudad pendular se llama Eyeston? ¿Por qué en estos tiempos Eyeston cierne su oscilación sobre Buenos Aires?
Si usted lograra alcanzar los misterios, tal vez nosotros podamos escapar de los viajes del péndulo, cajas que encierran a la eternidad. Si fuera así, si accede a las puertas de salida, le pedimos, le pedimos, le pedimos por favor que nos escriba una carta de respuesta y la deposite en el escondite que aguarda impaciente frente al Viejo Resero y la Avenida de los Corrales. Pero debe saber, y es mi obligación advertirle, que una sola ojeada sobre los senderos de Eyeston, lo convertirá en un integrante de la Cofradía Azul. Puede usted, lector desconocido, imaginar los riesgos de semejante condición.
Sin embargo, aunque los peligros que usted correría son muy grandes, deseamos, por nosotros, esclavos de este plan siniestro e incomprensible, que nos ayude, porque mientras tanto, mientras el rumbo de las cartas yace exánime, enterrado, sin ojos lectores que develen sus oraciones, nosotros somos inmortales condenados a muerte.
Facundo Lozano, arquitecto, miembro activo de la Cofradía Negra
(1)La pila de Carlomagno, que servía en el siglo XVI para establecer el peso de las monedas, consta de una serie de platillos o cajas de cobre que se encajan las unas en las otras, siendo la mayor la caja de la pila.
(2)Los dos parámetros desconocidos son el Tiempo y el Espacio.