continúa...
Cantábamos hola, dulce viento, veo claramente en ti, eres como mi amiga que se va, las figuras parlantes escapan de la sala y la trompa de la nox llega de prisa y te chupa, desnuda, sin envase ni zapatos, sola y caminante ahora te vas al agujero negro y a los radianes nómades de la perspectiva impredecible, chau, sigue adelante, dobla hacia la izquierda y desaparece en la colina pintada del cuadro, y luego vete más allá del aleteo si te place, y métete en la línea de la vieja geométrica uno dos tres y ya sabes, dos más, ¡bien!, no aflojes el paso y despídete de la sanata, porque la abertura baja y ya no te vemos más.
Rápidamente llegaron los sonidos sin pensamiento del decachino contiguo, cabezas estiradas, espaldas rastreras, avanzamos hasta el siguiente cuadrante, olfato y oído, por el deslizamiento de un pasillo con relieve de cuesta y mosaicos patinantes, y atravesamos la gran puerta con bronce hasta la horizontal, en cuyas grandes baldosas pastaban manadas de artistas dominantes, aunque salpicados por unos pocos y llamativos huscarles que habrían arribado en los últimos minutos y que preferían deambular por el zócalo, miserables, solitarios, perdidos.
Apenas nos vieron, las polleras negras se arrimaron y formaron un grupo de seis, en rombo, luego se acercaron con respeto hasta nosotros y nos saludaron agitando un ritmo andante con sus pinceles habituales, que se alzaban por encima de sus hombros, mientras caminaban paso tras paso a tomar posición a nuestras espaldas, estadía que permitimos sin conversación porque el ritual nos agradaba; de este modo la instalación mejoraba, pero a mí me empezó a molestar el músculo por la melancolía inversa, pues la presencia de los huscarles me recordaba a la chica gótica, y deseaba ver su cara en mi cabeza negra, pero la tijera me la cortaba en pedazos y me la mandaba al fondo de un proceso auxiliar, adonde no podía seguirla ni contemplarla, y me la escondía en la vegetación de una selva que jamás he pisado, en las márgenes occidentales de la formación reticular, allí donde los cables de la activación general no llegan ni llegarán, y hayan negado tenía que cantar mi nostalgia que el viento borró tus manos, salto a ciegas, allá, dura piedra, estaba ella, y acá, día igual, estaba yo en la baldosa, perforado por las horribles composiciones del arte y la ciudadanía, y respiraba más y menos, más y menos, y a veces más y a veces menospreciaba el aire y me contenía en el hueco de la muerte.
Alguien me llamó. En el murmullo de la feria americana empezó a destacarse una joven bastante alta que agitaba detalles ornamentales y despedía brillitos, su aspecto era bohemio pero elegante, su voz sobresalía en los altos semitonos del pentagrama, su pelo era lacio y la miraban, sus talones no tocaban el piso y la miraban, daba sus pasos sus gestos y la miraban, la pintura apoyada sobre el piso, la escultura colgada con alambres, la miraban, hablases la joven levantaba los brazos la voz la piel y la miraban; llevaba dos gatitas del preciosismo completamente blancas. ¿Cómo se llaman?. Belleza y Felicidad, ¿no son divinas?
Por el pasadizo y los techos me crecía el endófito, y epicarpo, epicono, epicótilo me llegaba el chorro extranjero y la perversión polimorfa, y entonces hubiere hablado me tomé cinco Amoxidal 500, le bajé el cierre a la tienda del cerebelo y di el primer paso obduresco hacia la manada; Roque y los huscarles abrieron el abanico y aguantaron los ciento ochenta grados, yo manifesté la energía y el a b c con puntos de fuga, segundo paso, Ayax y Pulccino durmiendo en el patio, tercer paso, caída libre, cabeza negra, anamorfo, anatropo, cuarto paso, frente a frente, hola, me dijo, podés acariciarlas si querés, son lindas, son suaves, cierran los ojos si querés, y acerqué mi mano a una que tiraba para atrás las orejitas y alrededor empujaban ojos y resplandecía la bijouterie, y llegué a tocar amablemente a Belleza, y el decachinno se desarrolló con la risotada de la tertulia murmurase, con el tintineo abacoro de los bolsillos, y finalmente la acaricié y la seguí acariciando y al ojo juvenil miré detrás del pastel y del verde claro y era un sol, una fuente de calor y substantia, y después le miré la cara y era linda, y ella me dijo se llaman Belleza y Felicidad, ya sé, le contesté, ya escuché, ¿querés tenerlas?, me preguntó, sí, le contesté, mientras el abanico se cerraba y Roque se acercaba por detrás, y las tomé en mis brazos, y eran suaves, y la joven sonreía y era dulce y era buena y en esa tela estaba cuando el martillo de Roque bajó al revés por la escala y partió los puntos fijos hasta incrustarle el sacaclavos en la duramadre craneal, y cerrá los ojos si querés, y se metió en su distancia a peregrinar con la otra por la abertura de la despedida, entre acordes de substillo.
Hubiere aumentado los artistas congregados se alejaron unos metros sin escándalo y se agruparon sobre la mesa con champagne, donde retomaron el intercambio submaxilar y la sanata regular.
Me alejé unos metros del charco proteico, con unidades termales y las gatitas en brazos, y me acerqué a un cuadro colgado en la pared opuesta a la puerta; le pedí a Roque que se acercara y que descolgara la obra, una naturaleza muerta muy variada, llamé a un huscarle cercano y le di los animales un momento. Preparamos los péndulos con los dos alambres que habían quedado colgando del techo, aseguramos los nudos con mi rosario, y nos pusimos a cantar burlas del aire, son puertas del blanco barco lento de las horas, y así enroscamos la hilacha en orden, primero al cuello de Belleza, luego al de Felicidad. Habrán restado la hipertonia fue muy aguda y desagradable y llamó la atención a los espectadores del champagne, quienes no dudaron en acercarse con su chimento para verlas cerrar los ojos progresivamente y sacar la lengua en la búsqueda oscilante.
Con los explícitos estábamos en el escabeche y la papilla, haciendo nuestro empellón en el pogo realizara, cuando otras dos nenas aparecen recién llegadas por la puerta y se nos vienen encima con el insuflo y el arco iris, y sin afinar ni hacer la rayuela empiezan la canción a la una y a la dos y nos dicen que la obra es la obra, que la pared es la pared, que el péndulo es el péndulo, y que estaban fascinadas con la hipérbole comercial, así que venían con el trato y el código, que una se llamaba Venus, que la otra Ramona, que pretendían el intercambio venusino y sin perder el tiempo llevarse tejiera las gatitas blancas a su living.
La tineosus me llenó poco a poco con su ritmo y el pescuezo se agitaba delta X delta T a la máquina de guerra y a la nube parótida, así que me fui a la contemplación y me paré en la fuente, quietito, y la asusto me tiré con el higo y la batata muy pancho y silbando circos de polietileno para ver el sol habrían asustado la cabeza negra se me puso gris y después blanca, y me tengo que reconfigurar con giratoria supraóptica y otra vez, todavía y en la constante, conversante y conservante, narrante canino correteando en la plaza infinal, inhalante vuelvo y me voy un rato para protegerme, vuelvo y me pongo al costado del miedo, me pongo a hacer la gimnasia en el plano inclinado, me pongo la asusto, sobresaturado en mucho, refresco en mí, gente con tintín en la baldosa, enroque en el zócalo, buscarle en la mesa, dórica en la selva, y me hablan, me piden objetos y me acaban, y camino más y me retiro, y Venus me toca el timbre y me insiste, y Ramona me conversa y me pide obras, y lamentarán yo descarto el envase y meto los ganchos en la oscuridad de mi mochila, chupo el antibiótico y me brilla la luna, tanteo la maleza y saco la botellita de ácido nítrico, y los huscarles me ven y empiezan a agitar los pinceles, y yo destapo y levanto, éstas tienen y la muestro, aquellas dicen y la inclino, y venusina se agacha y quiere escapar, pero rápidamente engancho la cabeza humeral a la turbina y pongo en marcha la cadena derivada y le tiro el verano sobre la nuca, y grita, grita, grita la naturaleza, llama y viene el humo, llama y viene el olor a quemado, llama a Ramona y pide ayuda, pero Roque se abalanza con su tacle y su pragmatismo y se pone a esculpir a martillazos, y por allá vuelan los mares y las nubes pegajosas, por acá chorrea el cefalorraquídeo asado, hacia abajo se vierten los consumos de la esponja alcalina, los pueden contar, los pueden crear, los pueden buscar en la zanja proteica de la substantia, artistas en la colina que se van, bajan pendiente y no los miran, desaparecen por la abertura y no los miran, y en la sala camina el bichito noxa noxalis sobre las baldosas del otro ditio, y los huscarles apagan los reclamos y derriban la puerta con bronce y después lanzan el ariete sobre las paredes y todo se desmorona, y corren y vienen gritos, y mirame cuando te hablo llegan adolescentes de la calle y tiran la bomba molotov con efecto dominó, y entonces huyen los artistas por las escaleras de Florio, se tiran ciudadanos por las ventanas, y caminan bichitos la polimorfa sobre la náusea mientras la agitación le llevaba su viento a las gatitas pendulares, y seríamos nosotros, a b c y a b c en el pentagrama, en largo vuelo, en flujo magnético, habrán rajado seríamos bichos y menos hombres, perros y menos artistas, caminantes y menos ciudadanos, y cerramos la puerta y nos juntamos en la vereda de enfrente y volvimos al cero negro, al estómago de tambor, con radianes, con manifestaciones, cantantes, nocturnos, infinales, cinéticos de la calle.
continuará...
Juan Diego Incardona