?Yo te daré,
te daré Patria hermosa,
te daré una cosa,
una cosa que empieza con P,
¡Perón!"
5 de enero a la noche, calor y humedad, la calle Chilavert (artillero de Rosas, fusilado por Urquiza) repleta de gente, en la escalera de la Unidad Básica asomaban, al fin, los personajes que todos querían ver: Fabián Cabrera, el uruguayo y yo, quienes, disfrazados de Reyes Magos, comenzábamos la peregrinación y el reparto de juguetes.
Beto, consejal y puntero que tiempo después nos traicionó, mostraba su cara más sonriente. Caminamos unos metros. La multitud de pibes se abalanzaba sobre nosotros, mientras las madres contemplaban el espectáculo desde la vereda. El Chino, Miguelito y la Marta, tres de los chicos más salvajes que ha visto el barrio, empezaron a hacerme la malteada y a treparse a mi espalda. Casi me caigo. Para colmo, la barba de algodón se me despegaba a cada rato.
De algún modo logramos subir al camión de la Municipalidad, previa discusión con el puntero por motivos varios pero aún irrelevantes. Una vez arriba, saludamos; la gente nos vivaba con entusiasmo épico. Fabián y yo, jodiendo, levantamos los brazos de la misma manera que lo hacía el General. La respuesta fue inmediata: gritos, bombos galopantes, gente enardecida. El uruguayo hizo de Baltasar y era el favorito de todos.
Arrancamos. Adelante se veían grupos en cada esquina, esperando a que pasemos. Álvarez, Blanco Encalada, Cnel. Domínguez, Mariquita Thompson, Giribone, Caaguazú, Avenida Olavarría. Allí, en la vereda de la Parroquia había un montón de pibes, y hasta los curas dehonianos, entre los cuales, dicho sea de paso, hubo dos que nos saludaron haciendo la V. Del padre Franco no nos sorprendía, ya que fue militante y compañero tercermundista de Mujica en la villa 31 (Padre Franco Festa, lamento aquella pelea que tuvimos. Me enteré que hace poco te moriste en Córdoba. En la nota al final va mi homenaje con tus propios versos, cura obrero(1). Quien nos dejó atónitos fue el teólogo, siempre tan conservador en su estilo y sus modales. Jamás le preguntamos nada.
Después de darle alfajores a los pibes de la Parroquia, doblamos a la izquierda hasta Avenida Cruz (hoy Martín Ugarte). Allí doblamos de nuevo, esta vez en dirección al Mercado Central, más precisamente a su periferia: Las Achiras.
Lentamente, bajamos la loma entre los potreros, escoltados por dos patrulleros de la Bonaerense que se caían a pedazos. Decidimos hacer una escala en la Virgencita de Luján que estaba en la entrada del Barrio Urquiza. En otra época, este conjunto de casitas bajas y pasillos zigzagueantes se llamaba Barrio Juan Manuel de Rosas, pero ese nombre lo cambiaron por Urquiza durante la dictadura. Tiempo después, volverían a cambiarle el nombre por Rosas, aunque todos le siguen diciendo Urquiza, por costumbre.
Otra vez repartimos regalos. Venía mucha gente de los edificios, tanto de los bajitos de tres pisos, como de las viejas torres que construyó Perón, o de los edificios estrellas (tienen forma de estrella y están habitados mayormente por familias de militares, divididos en edificios según la fuerza, está el de la Armada, el de los aeronáuticos?). Por suerte, teníamos un montón de juguetes.
Cuando terminamos, mi túnica verde estaba hecha un desastre, rotas las mangas y toda estirada debido a la exaltación infantil.
Subimos de nuevo al camión para retomar el camino y viajar hasta Las Achiras, pero pasó un rato y no nos movíamos. Seguimos esperando, pero nada. ?¡No arranca, loco, no arranca!? ?Y no arranca y no arranca?. ?¿Y ahora qué hacemos?? A Beto se le borraba la sonrisa, empezaban los nervios y para colmo no paraba de llegar gente. ?Y no arranca?. Probamos empujando entre varios, pero estaba muerto, no había caso. Beto empezó a putear al conductor que, evidentemente, no tenía la culpa. A alguien se le ocurrió que subiéramos todo a los patrulleros, pero los Reyes nos negamos, y la policía también. El viaje había terminado sin nuestra parada principal: Las Achiras.
Estábamos paralizados. No se nos ocurría ninguna alternativa y tampoco nos decidíamos a volver.
Pasó como media hora. Yo estaba apoyado en uno de los costados del camión, resignado y sin pensar en nada, cuando de repente vi, entre la multitud, a Rafa y los escobitas, y la verdad que no sé, habrá sido un momento de inspiración, un olor a rosas, una Santa Evita, porque la idea enseguida tomó forma en mi cabeza.
Me acerqué a Fabián y al uruguayo y les dije en secreto lo que se me había ocurrido, para que nadie escuchara, mucho menos el consejal. Gaspar y Baltasar se entusiasmaron; la Virgencita de Luján, en su ermita llena de flores, parecía de acuerdo.
Les hice señas a Rafa y los escobitas para que se acercaran. Les pregunté sin vueltas si nos prestaban sus medios de transporte. Se miraron entre ellos. Al mismo tiempo, los tres me contestaron que sí.
Se fueron corriendo al terreno de los escobitas. Beto no sabía nada todavía. A esa altura de los acontecimientos, los Reyes Magos actuábamos por nuestra cuenta. La noche estaba llena de estrellas, y los potreros (manzanas enteras frente a la Virgencita) repletos de grillos y bichitos de luz. Mucha expectativa.
La providencia fue grande, porque no traían uno, sino dos, dos viejos carros, tirados uno por el Bambino, un caballo de crines rubias, y el otro por un mano de perro bastante mañoso. Los pusieron al lado del camión. La gente, Beto, los policías, empezaban a entender el plan de los Reyes. Nos subimos los tres al carro que tiraba el mano de perro y en el otro pusieron los juguetes. Con Fabián nos peleábamos por las riendas. Acordamos tenerlas una cuadra cada uno. Empezamos a avanzar despacio, escoltados por la multitud que, espontáneamente, comenzó:
?Loooos muuchachooooooos peeeroniiiistas toooooodos uniiidos triunfareeeeeemos yyy coomo sieempre dareeeeemos uuuun grito deee cooraazoón ¡Viva Peroooón!, ¡Viva Peroooón!...?
En Achiras, que ya sabían que íbamos, no había una multitud, había más. Cuando nos vieron entrar en los carros, quedaron estupefactos, fascinados, pero sólo por un momento. Después, la avalancha, la barba perdida, la túnica rota.
Se hicieron las doce. Muchas estrellas, muchos grillos, en la noche peronista.
Dedicado a Oscar Lorenzo Cogorno,
fusilado en La Plata
el 11 de junio de 1956(2)
NOTAS
(*)Villa Celina se encuentra en el sudoeste del Conurbano Bonaerense, en el partido de La Matanza. Aislada entre las avenidas General Paz y Richieri, tiene ritmo pueblerino y aspecto fantasmagórico. Barrio peronista como toda La Matanza, su vida social gira en torno a los clubes, la Sociedad de Fomento, la Parroquia Sagrado Corazón y las escuelas del estado. Debe su nombre a Doña Celina, señora que poseía gran parte de los terrenos que hoy conforman la localidad. A mediados del siglo XX, Villa Celina fue poblada por españoles e inmigrantes del sur de Italia, como mis abuelos José y Lucía, Juanita, la almacenera, o Antonia, su cuñada. Las primeras casas fueron construidas por los mismos inmigrantes, edificaciones generalmente bajas, con fachadas provistas de una puerta y dos ventanas, una en la pared exterior sobre la vereda, otra dentro del habitual porche. Con el tiempo, se construyeron barrios de monoblocks en sus zonas periféricas, como el Barrio General Paz, el Barrio Richieri, los edificios Estrellas o los bajitos de tres pisos que están cerca del Mercado Central, fondo mítico donde aún se conserva La Chacra de los Tapiales, construcción colonial declarada Monumento Histórico Nacional en 1942. En las últimas dos décadas, el barrio recibió grandes oleadas de inmigrantes bolivianos, lo que ha generado que un sector de Celina sea denominado ?Pequeña Cochabamba?. En su centro geográfico, frente a la escuela 137, se encuentra el famoso Tanque de Celina, de estructura tubular y bastante alto, con escalera caracol en su interior. Desde sus elevadas tejas se domina toda la zona y hasta pueden verse otros barrios que pertenecen a Celina, como el Barrio Urquiza, Las Achiras y el Barrio Sarmiento, además de los vecinos Madero, Tapiales y Lugano. En mi infancia y adolescencia, durante la década del 70 y el 80, aún perduraban grandes extensiones de campo y potreros (hoy esos terrenos prácticamente han desaparecido) que propiciaban la aventura y el juego infantil en toda su dimensión. Quienes crecimos en Celina, hemos jugado en el campito hasta la oscuridad total y las nubes de mosquitos en la cabeza. Sus jóvenes frecuentan las esquinas, siempre con botellas de cerveza, a veces con una guitarra, otras con una pelota de fútbol para el partido nocturno sobre la calle. Es un barrio de fierreros (hay uno o dos talleres mecánicos por cuadra) y de músicos. Tango y rock and roll siempre presentes, ahora también cumbia. Ha sido cuna de muchas bandas, algunas conocidas, como Viejas Locas (Piedrabuena y Celina), Callejeros y Villanos. En sus noches se percibe una fina niebla, iluminada parcialmente por los viejos faroles del alumbrado, se escuchan ladridos de perros (que abundan), tiros lejanos y muy cercanos, y una especie de rumor difícil de clasificar que interrumpe con frecuencia el diálogo en las veredas, quizás una especie de pasado, un sonido de pasado, un gol de Tino en el campito mezclado con la risa de los pibes del grupo ?Perseverancia? y las puteadas de Carlitos el borracho.
(1)Changuito
(poema perteneciente al libro Gritos y Silencios
del Padre Franco Festa)
Al amanecer
Con tu carrito
Vas
Con afán
Por las calles
De la ciudad
Changuito
En busca
De pan
Vas
A luchar
Contra el hambre
Y la sociedad
De la muerte
Vas
A buscar
Los trozos
En el basural.
Al atardecer
De la ciudad
Changuito
Vuelves con sudor
En tu carrito,
Llevando
Una flor
De papel.
P.Franco Festa
Montevideo 1980
(2)Muchos años después, mi primo, Tato Cogorno, fue a Lugano a sacar el registro de conducir. El tipo que atendía en la mesa, al ver su documento, le dijo, irónicamente, ?Cogorno, ¿a ese no lo andan buscando por La Plata??. Tato le contestó ?¿qué sos, gorila, la concha de tu madre?? y le pegó una piña. Salió rajando, mientras llamaban a la policía.
El Teniente Coronel Oscar Lorenzo Cogorno se sublevó el 9 de junio de 1956 contra el gobierno revolucionario que había derrocado al general Juan Domingo Perón. Cogorno contaba con el apoyo de doscientos civiles y suboficiales retirados. En esos días Perón estaba exiliado en Asunción, y muchos de sus seguidores habían huido, pero este grupo junto con otros militares, como el General Juan José Valle, decidieron sublevarse. Es así que esa madrugada, en las inmediaciones del Regimiento, los vecinos vivieron momentos dramáticos por la lucha entre fuerzas leales y rebeldes. Ómnibus y tranvías fueron colocados como barricadas. Cogorno, junto con el Capitán Morganti, tomó el Regimiento, y así distintas fuerzas combatieron toda la noche hasta que a la mañana la aviación marina, bajo la sorpresa y el temor de la población, bombardeó el Regimiento. Los aviones pasaban rasantes por sobre las casas de los vecinos. Finalmente Cogorno junto con sus colaboradores fue vencido y condenado a muerte de acuerdo a la ley marcial, y fusilado en el patio del Regimiento 7 junto con el subteniente Alberto Abadíe.