continúa...
En el fatisco porteño, delta X; sobre las paralelas doble T, delta T; debajo de las avenidas, velocidad media; el interior de la boca, recubierto por un tejido epitelial; la mucosa, humedecida por la mucina; las glándulas salivares, electrificadas; el túnel, segunda derivada; nuestros cuerpos, metros por segundo; el albedo, reflejo de neutrones; el subte de la línea A se desplazaba con vibración hacia la estación Acoyte de la trompa de barro, con ciudadanos, con péndulos, con Roque, conmigo, con verbos parótidos; lloronas, en asientos invertidos; señoritas lagrimeantes con palabrejas submaxilares e ideas sublinguales nos relojeaban cada vez más, ya en la cara, ya en el bulto con lujuria, y habríamos practicado sexo con las modernas en la cabinita, y faltaba poco para el acercamiento y el manoseo, pero dos hombres con pasamontañas irrumpieron sin bocina ni luz y de los últimos asientos llegaron al frente revoleando calibres 38 con cañones de 4 pulgadas y los apuntaban hacia las figuras recortadas de los ciudadanos de saco y corbata, y las células beta de los islotes de Langerhans me llenaban de insulina y percibí un entusiasmo nuevo y una curiosidad polimorfa mezclada con obiratio, mientras veía a Roque con sonrisa interna de filósofo, y presté atención a los discursos pungas de los nómades: ?Vacién lo bolsillo rapidito en nuestra ronda que no pasa nada corcho pero a lo gile y a lo yuta que se hagan lo pulenta corcho que avisen la glándula y la asimétrica porque de un corchazo le vamo a reventá la ampolla del vater primero la croqueta despué?.
Entonces, levanté la mano y pedí el habla al corcho más alto, que me dio el micrófono con gesto sibilino, y le dije Camello, por qué no me descorchás ésta, y rápidamente me bajé el cierre del pantalón y le mostré mi gusano bamboleante, y a él indudablemente le agarró el remollesco o un estado perplejo porque no atinaba a nada, pero yo insistí y le sacudí la burla con la mano para que no le quedaran dudas, entonces el nómade abre los ojos y un poco los agujeritos de la nariz y le grita a su compañero: ¡Corcho!. Corriere Roque y yo nos rajamos al piso atrás del asiento y esperamos que los corchazos volaran una y otra vez desmedidos por la segunda derivada, hasta que corrieses el dinamómetro natural de mi hipotálamo puso la aguja en cero, me tomé dos Amoxidal 500 y le dije a Roque corriera vos derecha, yo izquierda, y hayan corrido con la rosario en la mano que el nervio radial se conectó en el canal de torsión del húmero y así empezó toda la cadena y como gato salté a la cabeza de recorcho y le empecé a picar la faz de la tierra y el durazno sangrando, mientras gritaba la longitud y escupía la glándula, pero la piedad me chupaba un huevo y hube corrido con el cuchillito siempre listo y le perforé el bazo hasta que escuchó las sirenas del substillo.
Miré a un costado para informarme acerca de la situación de Roque y complacido descubrí cómo le daba el ultimatum a su corchito con el martillo que le regalé, porque si a mí me gusta la rosario, a Roque le gusta el martillo, es cuestión de estilo, y entonces le digo joya, y antes de mirarme gira la maza y le incrusta la parte posterior del sacaclavos en el ojito moribundo hasta que escupe el yogurth de la substantia; a mí me agarra la risa frenética y a él también y juntos nos seguimos cagando de la risa con nuestra amistad reforzada, pero pronto escuchara el murmullo espantado de la ciudadanía pasajera que, atemorizada, se alejaba con composiciones variadas hacia el fondo escuchasen, y entonces me dio tanta risa y tanta vibración en la cápsula de Glisson que el hígado se me vino a la boca y pegué un eructo formidable con vapor de zanja, y Roque, que gusta de la música, rápidamente tragó saliva y después se mandó su la menor, y entonces hubieran escuchado yo le seguí el juego, y éramos como Cafrune y Marito escucharás, y así nos entretuvimos, sentados un rato, sobre los pechos estáticos de los corchos destapados, tarareando con nuestra acústica glotal la melodía viajerita que escuchabas.
Desde los cerros viene esta zambita, por eso la llamo yo la viajerita, palomitay... Sendas de arena, tarcos floridos y un corazón que pena por un olvido, palomitay... Ay, viajerita, el alba asoma trayendo de los cerros frescor y aroma, palomitay...
El libre albedrío del hígado repercutía sobre el comportamiento de mis células, que chupaban descontroladas el reflujo de oxígeno creciente que llegaba después de cada eructo, y así aumentaba la masa de aire por hiperventilación y por música polimorfa que entraba en mi cuerpo y yo me hinchaba y me iba al extranjero, y cada acorde era una orgía, y las células liberaban más y más energía de los alimentos digeridos y chupaban más y más oxígeno y el manómetro alcanzaba lecturas originales, un aleteo de insecto en las entrañas, una inyección de pascales que me abría el fuelle y me tiraba sus baldazos de folklore en el sistema circulatorio, y quizás a Roque le pasaba algo similar, porque en un recoveco delta T le miré la caripela y notoriamente la tenía llena de agujeros, y entonces palomitay me fui con la zamba al Cementerio Marino y ahí pude ver un rato a la chica gótica, que tenía los ojos rojos y una lengua larga de camaleón que se desenroscaba con gran frecuencia y entonces me acerco muy interesado y quiero transar con ella y por lo tanto le quiero dar mi primer beso, pero no entendía qué pasaba, y ella me detuvo un momento con violencia y me giró la cabeza con las manos, y entonces ¡zas!, se comió una mosca que tenía en el cuello; las cosquillas me sacaron de quicio y me empecé a reír desenfrenado y estaba seguro que a ella le gustaba la situación simpática y me sentí muy tranquilo, pero repentinamente volvió a girarme y con movimientos eficientes me manipuló y me puso en determinada posición, después estiró la lengua larga y escamosa y me arrancó los ojos, primero el izquierdo, el que a ella le gustaba más por los lunares, y yo no entendía por qué me flagelaba y en la negrura y el mundo dolorido pude escuchar cómo masticaba mis anteriores paisajes y las viejas interpretaciones que había construido en mi infancia, y me puse a llorar sin mis ojos, pero rápidamente escuché Jael, Jael, ¿estás bien?, y otra vez Jael, Jael, y nuevamente tenía ojos para abrir y pude verlo a Roque en el subte, y él, notando mi angustia, me dice tranquilo Quijote, y yo asentí, pero pensaba en la chica gótica y la extrañaba y pensaba cómo había sido capaz de arrancarme los ojos de esa forma y la odié y quería matarla, pero después intenté calmarme y me dije a mí mismo fue sólo un sueño.
Los pasajeros retomaban progresivamente sus posiciones y sus caras de viaje de nanotubo y Roque guardaba otra vez el martillo en la mochila y los cuerpos de los corchos nómades reposaban en charcos de sangre y eran ignorados por los nuevos ciudadanos que subían, en Castro Barros, en Loria, en Miserere, y a mí me agarraba un incipiente estado rationalis que me afectaba primero la boca del estómago y después la lejanía y la noche embarrada de la cabeza, y para colmo percibo una inquietud a mis espaldas y entonces me doy vuelta y descubro en una corriente de Amperio a la sombra sigilosa que siempre me persigue con gérmenes patógenos y un poco me espanté y me llené de niebla con latidos electromotrices que bombeaban y bombeaban y la conducción de los impulsos en mi corazón bombeaba y bombeaba mientras la sombra esparcía su mancha y casi me tocaba y el nódulo sinoauricular, saturado, hacía efecto dominó y después avalancha de sangre sobre el fascículo de His por las fibras de Purkinje y desde allí bombeaba y bombeaba y llegaba a los músculos papilares y las paredes ventriculares el miedo y la mancha y el estímulo contráctil era casi imposible y yo me transformaba en sujeto dilatado.
Cerré los ojos como pude y con gran esfuerzo me concentré en lograr nuevamente la sístole, pero no podía percibirla y sentía la inminencia de la explosión de mi tórax y de mi cuerpo en general, y en algún momento tuve breves ensoñaciones y pude verme partido en mil pedazos, incrustado un poco acá, un poco allá, en un ciudadano, en un huscarle que subía, en la chica gótica que llegaba para ver el evento, y todos bailaban alrededor de mi piñata perforada y se enchastraban con mi último irroro y jugaban con mis partes y mis órganos vitales, y yo podía ver todo, aunque mis ojos rodaban por el pasillo hacia el fondo con su colita blanca de espermatozoide, y ataquen Roque se apresuraba por obtener mis riñones y atacando la chica gótica hundía sus maxilares en la bolsa inflada de mi corazón relleno de sangre, y atacáramos tres ciudadanos cuereaban la piel de mi espalda y la extendían entre los asientos y la quemaban suavemente con encendedores a gas y yo cantaba quiero madrugar con los grillos y las plantas y voy a gritar vivo aquí, yo nací después de la gran ciudad, aunque evidentemente mi boca estaba infinitamente partida, con labios en aquel bolsillo, con dientes en aquel rincón, con la lengua en aquella mano, y habrían atacado que jamás volverían a unirse las partes y a articular sonido alguno, por lo menos no en mi boca.
Me hubieran dado por perdido en el campo minado del fatisco deseante, estos lo hubieran exigido, aquellos ignorado, y yo mismo empezaba a creerlo, pero siempre camino más paso tras paso noxalis, a pesar de ellos y de las fuerzas contrarias, y estoy atento a la nueva ola que llega con la polimorfa creciente, y con esquirlas y desparramado en el Delta X, igual continuaba pensando y existiendo en la esquina del vagón, observando cada movimiento y hurto que se hacía de mi vieja propiedad, esperando la nueva oportunidad que, por suerte, llegó apenas partimos de la estación Alberti. Una reserva de iones que perduraba en el juguito del asa duodenal se puso en marcha gracias a la alta frecuencia de un sonido que deambulaba por el túnel y sin perder el tiempo llevó a cabo una desesperada conductancia electrolítica que, con algo de suerte, empezó a dar resultado rápidamente provocando que las soluciones acuosas que se desplazaron a gran velocidad por los restos de mis tubos interiores aglutinaran otra vez los tejidos y las moléculas cercanas, y así persistieron, constantes, endocrinando con fuerza militante toda mi vida interior y logrando su cometido, informándome y conformándome otra vez como hombre en la parte abdominal.
Jael, ¿en qué andás?, me preguntó Roque, en nada, le contesté, estaba pensando, Jael, nos tenemos que bajar en la estación Perú, bueno, le contesté, Jael, ¿mirá a ese puber con anteojos? ¿no se parece a Titino?, es verdad, le dije, Jael, acompañame, vamos a hablar con Titino, vamos, le contesté.
¿Qué hacés Titino?, lo saludó Roque al puber, que leía atentamente su carpeta de apuntes. ¿A dónde vas Titino?, le preguntó Roque. No me llamo Titino y estoy yendo al colegio. Mi boca empezaba a relajarse, aunque todavía sentía un gusto amargo por el polvillo de tercer orden que tenía debajo de la lengua. ¿A qué escuela vas Titino?, le preguntó Roque. Al Nacional Buenos Aires, le respondió el puber que, lejos de inquietarse, masticaba soberbio un chicle con la boca abierta, escupiendo de vez en cuando alguna gotita de saliva. ¿A ver Titino?, le dijo Roque, y le arrancó la carpeta de las manos. Empezamos a hurgar en su contenido: varias hojas con oraciones analizadas sintácticamente de modo muy prolijo, con el sujeto subrayado en rojo y el predicado en azul, los núcleos resaltados en verde. ¡Animal!, le dice Roque, esto no es un circunstancial de modo, es un predicativo, ¿no te das cuenta que es un adjetivo?. Para que sea circunstancial debería ser un adverbio, quizás terminado en mente. Gracias, le respondió Titino interesado. ¿Qué clase de profesor te enseña?, le pregunta Roque. Profesor no, profesora, y está re fuerte, ju ju, se rió el puber. Roque continuó pasando hoja hasta que encontró la parte de matemáticas y, mostrándome una hoja con ecuaciones incompletas, me señala un dibujito hecho con birome azul en el margen; se trataba evidentemente de las piernas abiertas de una mujer que tenía mucho pelo. Tomá, infeliz, le dijo Roque, y le devolvió la carpeta, que te garúe finito. Vamos Quijote, sentémonos allá, vamos, respondí. Nos sentamos en un asiento invertido y aún podíamos ver a Titino, que recuperaba la concentración y se acomodaba los anteojos. Che Jael, qué Roque, mirá, qué, allá, sí, la vieja, fea, ¿vamos?, vamos.
Che, ciudadana, teneme ésta, le dice Roque, y le pega una trompada en el estómago. Ahh, se empieza a lamentar la pandora. Rápidamente me agarra un extranjero y sin dudar le hago un consputo en los ojos y después la agarro del cuello y empiezo a ahorcarla hasta que se pone blanca; el irroro le manaba la fiebre y el apud se llenaba de baba. Pará, me dice Roque, no tan rápido. Entonces le suelto el cuello. La vieja empezó a toser y se agachaba por el dolor, los pasajeros seguían leyendo el diario o pensando sus cosas, Titino hacía sus tareas.
A la vieja le volvía el aire pero también el apploro y se ponía a llorar, lo que me resultaba intolerable, así mover que me dispuse a acallarla de una vez y por lo tanto saqué la rosario de la mochilla para hacerle un pungo final, pero había movido Roque me detiene un instante y me dice ?al mismo tiempo? y empuña su martillo. Uno, dos, tres, ahora: Moviera Roque le amasijó la croqueta con el martillo, movieses yo le perforé la garganta con la rosario. La pandora metió los ojos en la distancia y cayó con sonido múltiple y reacción electroquímica, despatarrándose como un comediante. A nosotros nos agarró un espasmo de risa y empezamos a enroscarnos y desenroscarnos en una suerte de danza.
El sistema linfático de la ciudadana hacía agua por todos lados y a mí me agarraba el bichito en el otro ditio y en la boca por el espectáculo y el charco proteico, así que le propuse a Roque que compartiéramos la substantia y tomáramos juntos la merienda, y como el proyecto le cayó en gracia se agachó conmigo y al mismo tiempo nos pusimos a tomar el líquido casi incoloro con sabor débilmente alcalino, él de los ganglios axilares, yo de los tubos ciegos del muslo, y moviéremos por un rato chupamos y chupamos y tragamos minúsculos y finitos capilares linfáticos, que moverá me daban cinética para rato.
De pronto Roque se detuvo y me miró con la boca chorreante y los ojos repletos de electrones; yo también paré y lo miré para ver qué pasaba. Se puso de pie y empezó a zapatear y me invitó a seguirlo; me puse de pie y empecé a zapatear. Llegamos a la estación Saenz Peña. Empezó a silbar una cueca para facilitar la digestión; yo, para no dejarlo solo, le cantaba encima.
Déjame que te llame la consentida porque todo consigues mi vida con tus porfías...
Y así bailábamos y saltábamos sobre el cuerpo inerte de la ciudadana en el fatisco porteño, delta X, sobre las paralelas doble T, delta T.
Che, Titino, le gritó Roque al puber. ¿Querés venir a tomar substantia con nosotros? No, gracias, le respondió, tengo que terminar la tarea. Infeliz, murmuró Roque. En ese instante llegamos a Lima y subió un vendedor, que empezó a ofrecer con desgano una pomada de aloe vera que curaba la bronquitis, beneficiaba el sistema circulatorio, el nervioso y el inmunológico, y hasta combatía el cáncer. Entonces Roque lo encara y le dice camello, por qué no te dejás de joder con tu sanata y te rajás con tus pavadas al otro vagón. Porque no se me cantan las pelotas, le respondió el vendedor. Joya, le dice Roque, y lo agarra del cogote y le da un rodillazo en los huevos, y aunque parecía que el combate estaba terminado, el vendedor empezó su resistencia y su caudal másico y le hizo una toma exótica que dejó a Roque en el piso. ¿Necesitás ayuda?, le pregunté. No, me dice, está todo bien. Roque se levantó con dificultad y apenas se puso de pie el vendedor le hizo su shodansukí en la nariz hasta modificarle la fisonomía y abrirle la canilla, Roque pegó un quejido y se tiró un poco para atrás, y el vendedor, que tenía la mano llena de electrones, le propinó un gancho ascendente en la pera y después un pungo en la mandíbula hasta que lo dejó knockout.
Después, el vendedor se puso a patear la espalda del cuerpo tendido de Roque, lo que motivó que éste recuperara parcialmente la conciencia. Roque, ¿necesitás ayuda?. No, me contestó con vos ronca y baja, está todo bien. El vendedor mueve la pierna hacia atrás y luego hacia delante y está por patearle la cabeza, pero Roque realiza una giratoria adecuada y el vendedor patea el aire. Rápidamente, mi amigo le agarra la pierna en vuelo y la levanta hasta que el otro cae. Después Roque se tira de espalda con el codo derecho en punta y le hace un fremebundus en la cara al vendedor atónito y lo confunde parcialmente. Simultáneamente, de la mano izquierda de Roque surgió el martillo que, dibujando un arco de 180 grados muy estético, culminó por hundirse en la frente del vendedor, que quedaba inevitablemente muerto y subordinado al chupador de la nox y la ambulancia del substillo. Roque se levantó algo cansado, apoyó el pie derecho sobre la cara desfigurada del vendedor y respiró un rato las cargas gaseosas, luego se agachó y levantó uno de los productos de aloe vera que habían quedado esparcidos por el piso. Leyó un rato el prospecto que traía inscripto en el envase y después se lo tiró despectivo sobre el pecho. Tomá, pasate la pomada.
Roque, que seguía molesto, empezó a patear los asientos y a golpear las paredes con el martillo y decía vamos a romper toda esta mierda. Pero no hubo tiempo de nada porque todos los pasajeros abandonaron inmediatamente sus lecturas y sus pensamientos internos y reaccionaron contra él y lo increparon diciéndole que no tocara el vagón de madera, que era un monumento histórico y otras cosas parecidas, y realmente pensé que los ciudadanos nos iban a linchar, pero, por suerte, llegamos a la estación Perú y nos rajamos. Titino también bajó del vagón y nos saludó al pasar diciendo que estaba apurado, que llegaba tarde y que no quería que le pusieran media falta, y se fue corriendo. Infeliz, dijimos.
Nos metimos en los pasillos del fatisco porteño cantando ah, si pudiera, si ella quisiera abrirse del ser y la nada tal vez podría ver que su Dios está en la adolescencia y después subimos las escaleras y por Hipólito Yrigoyen caminamos piedra tras piedra noxa hacia el bar de Florio y la exposición de los artistas con intervalos para el decachinno.
continuará...
©Juan Diego Incardona