el interpretador reseñas

La violenta hospitalidad

Sobre Los mares de la luna (Editorial Sudamericana, 2006) de Luis Sagasti.

por Sebastián Hernaiz

 

En Los mares de la luna, la segunda y muy buena novela que da a conocer Luis Sagasti (Bahía Blanca, 1963), Julián, su personaje, aparece -en una escena que podría ser eterna o recursiva- sentado en un parque con la mente tambaleante pensando en la fiesta -la gran fiesta- a la que fue invitado con su mujer pero a la que, extrañamente, no fue invitada una pareja de íntimos amigos suyos. Incluidos y excluidos: la fiesta se nos aparece irrumpiendo en la amistad y constituyéndose como irrechazable. Pero en Los mares de la luna nada es necesariamente lo que aparenta, y Julián no sabe realmente cuándo comenzó ni cuándo -ni cómo- ha de terminar. Como casi todo en ella, esta fiesta es tan sólo "la continuación de los negocios por otros medios", y llegar a ella será someterse al desvanecerse de lo público en lo privado, el resignar la condición de ciudadano por la de invitado.

Casi toda la novela narra las escenas que se suceden en esa fiesta que alterna entre ser perfecta o perversa. Los personajes van de sus habitaciones a las instalaciones del lugar ?pileta, bar, salón principal, cuarto de juegos- y de las instalaciones a sus habitaciones. Para un invitado, nada mejor que otro invitado. Los diálogos preformateados y los lugares más comunes, sobre los que Sagasti elabora un finísimo trabajo, operan como reproductores de las relaciones de poder de la empresa: "Loman estrecha la mano muy fuerte y desde arriba, así queda bien en claro quién es quién".

En las cuatro partes en que se estructura la novela, asistimos a un coro de voces que, desde distintos tonos y niveles narrativos y mediante diálogos de intimidades disímiles, se enredan con un narrador que intenta ordenarlas en un acercarse y alejarse de ellas. La fiesta es un despilfarro de deseos satisfechos, acicalada con voces sostenidas en el registro protocolar del que los empresarios, pseudoempresarios y faranduleros que fueron invitados no pueden salir para comunicarse. "Buenas noches y muchas gracias" será lo único que se pueda escuchar entre tanto espíritu new age stressado. "Business are business" es lo que resuena siempre: "La pesca es como el golf. Vital para el mundo en el que vivimos. Uno aprende a relajarse en estado de alerta, eso es lo que requieren los negocios de hoy".

Pero la fiesta se enrarece en los rincones: por más seguridad privada que sostenga la tranquilidad de los incluidos, por más rejas que circunden el espacio resguardado, por más oculto que esté el trabajo detrás del consumo, la fiesta se sostiene sobre contradicciones. La "satisfacción incómoda" que prodiga el anfitrión a sus invitados, la "violenta hospitalidad" de la atención, tienen siempre puertas oscuras por las que no hay que pasar, perseguidores incansables y desapariciones impronunciables. Inevitablemente, la curiosidad de Julián deviene violenta paranoia persecutoria.

Dejándose llevar, en las escenas de baile nocturno, por un fluir ebrio y rítmico del texto, el narrador, sin embargo, pareciera narrar desde la resaca de la fiesta: se lee a un narrador post 2001 desmembrando los tonos de la fiesta neoliberal, se lee un realismo resacoso de sugestivo potencial crítico que se distancia de la pura copia y se permite, más bien, una escritura sostenida con precisión sobre quiebres gramaticales, sentidos que no se cierran, diálogos fracturados y la aparición de narraciones alucinatorias.

Los mares de la luna es una inquietante y atractiva novela sobre una sociedad encerrada al aire libre.

 

Sebastián Hernaiz

 

*Publicado originalmente en Llegás a Buenos Aires ?Nro 92.

 

 

Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Wassily Kandinsky, Composition 8 (detalle).