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No quiero escribir una aguafuerte. Sí algunas sensaciones sobre la marcha y el mare magnum de discursos que se entrecruzan en y con ella.
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Mi experiencia en marchas tiene ya sus años, pero casi nunca es realmente vivencial, al menos no como mucha gente que ahí veo. La decisión política me la doy en el ir o no ir, pero en las grandes marchas a Plaza de Mayo me siento como un observador un poco alejado, satisfecho del estar ahí tras la racional decisión de haber ido, pero siempre un poco alejado. Así, estoy pero no canto, escucho pero no coreo, entiendo pero no salto. La observación, igualmente, aparece a raíz de la experiencia de la participación. Tal vez sí sea una aguafuerte.
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A la marcha del 24 terminé yendo tarde. Llegué y no habían salido las columnas aún, pero llegué tarde. No me importó. Más de una hora tarde. En el celular tenía seis mensajes de gente de distintos ámbitos para ver si iba y dónde nos encontrábamos en la marcha. Creo que todos teníamos cierta necesidad de grupo de pertenencia para sostener el andar.
Al salir del subte, la primera persona que veo es mi hermana. Ella también estaba con amigas.
Durante la marcha los celulares estaban siempre en mano. Muchos gastamos todo nuestro crédito esa tardecita, las llamadas eran impostergables, las líneas se saturaban y los mensajes se trababan.
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Después de mucho, volví a ver funcionando al pequeño aparato comercial que gira alrededor de las marchas: el quiosco de Av. de Mayo y Perú hasta las manos, carritos de chori y pancho ocupando esquinas de la avenida camino a la plaza, vendedores de banderitas de Argentina o del Che y los vendedores de panes rellenos que ?gratamente, muchas veces? inundan la ciudad.
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La manifestación fue masiva, no hay quien lo dude. Cuando uno se alejaba, por cuestiones de salubridad física y mental obvias, de los repetitivos camioncitos con altoparlante del PO o del MST, llamaba la atención la falta de cantos: "claro, si no hay consignas", consignó un amigo junto al que caminaba en ese momento.
Sin embargo, uno por algo va. Y ese por algo es importante. Y ese por algo también es importante darlo a entender, porque como hecho social que es, la marcha, las marchas, son resignificadas y reapropiadas por los más diversos sectores. (Tontería, ¿no?, pero pienso, justo en la fecha de repudio a los militares, hablar de "marchar" mientras que se podrían usar términos como "movilización", "manifestación". Naturalizaciones que no dejan nunca de tener sus consecuencias)
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En la calle, luego del conflicto que se dio sobre el escenario finalizando el acto, aparecieron carteles firmados por una rama del oficialismo que dicen: ?Madres y abuelas de la Plaza, el pueblo las abraza?. Quien conozca la antología de cánticos básicos de marchas y escraches, sabrá que cuando pasa un grupo de Madres o de Abuelas ?aunque básicamente de Madres?, es usual que se cante:
Madres / dela / plaza, / (tres tiempos y un silencio)
elpueblo / las / abraza/ (tres tiempos y un silencio)
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La métrica del canto popular necesita ser violentada por el cartel kirchnerista en base a las nuevas alianzas, y una métrica popular no se rompe porque sí. El gobierno necesita eso porque trabaja ?entre otras cosas? para hacer operar una memoria que, si por un lado lo legitima en su lugar de poder al aparecer como parte de "aquella generación luchadora", por otro lado fue el recurso de asimilación de reclamos y banderas del progresismo necesario para estabilizar la crisis institucional que terminó de explotar en diciembre del 2001 y que hasta el llamado a elecciones efectuado luego de la masacre de Puente Pueyrredón no encontraba formas de reencauzar al Estado como organizador de la sociedad, como dueño del espacio de lo político. Así, en la violencia de la readaptación métrica que hacen los carteles, se ve la violencia de los intentos de reapropiación estatal del espacio de lo político.Este uso de la memoria que hace el oficialismo ?y que gran parte de los discursos del medio pelo clarinesco repiten, repiten y adornan? es políticamente impotente hoy y opera principalmente como términos performáticos de distribución de poder, más allá de lo que se esté diciendo. Se ve claro en el discurso que dio Kirchner en el Colegio Militar de la Nación el 24/3, donde ?si bien con el análisis de lo que significó, qué destruyó y para qué y cómo se llegó al golpe se puede, poco más, poco menos, coincidir?, en muchas partes, incluso él, para ligar lo que está analizando como consecuencias de la dictadura y las posibilidades de cambiarlas hoy, debe recurrir a modalizaciones del tipo "esperemos que" o "si bien x, lamentablemente z" (p. ej: "Víctima de ese modelo fue el pueblo, que sufrió empobrecimiento y exclusión, de las que todavía hoy afrontamos las terribles consecuencias. Lamentablemente, los verdaderos dueños de ese modelo no han sufrido castigo alguno.").
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Una semana después de la marcha, en la calle, yendo a mi trabajo, me dan un álbum de figuritas para ganarme una pelota de fútbol en un concurso del Diario Olé. El slogan publicitario al que recurren es básico y efectivo: "1 diario, 10 años, 100.000 pelotas". Que el Centro Cultural Recoleta haya podido recurrir, para el ciclo de cine que allí se realizó como modo de trabajar sobre "la memoria, la verdad y la justicia", exactamente al mismo proceder marketinero, ronda entre lo patético y lo perverso: "30 años, 30 mil desaparecidos, 30 películas". Es síntesis de la inestabilidad de qué significa hoy repudiar a la dictadura, síntesis de los diversos usos de "La Memoria", síntoma de las diversas memorias puestas en juego y cristalización de la impotencia de ciertos formateos de la memoria basada en un correctismo político que repite y no crea, que se conmueve con el horror a lo Ruiz Guiñazú pero no puede pensar y reproduce en lugar de crear, limitándose, apenas, al siempre correcto lloriqueo en cámara.Que el Centro Cultural Recoleta haya usado el mismo formato marketinero también en su exposición de plástica es apenas redundante.
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Unos días después de la marcha, en un teléfono público de Telefónica sobre la avenida Corrientes, tras que otro de la misma compañía me tragara las monedas, voy a hacer un llamado y me encuentro con dos publicidades apoyadas a la vista. A un lado, unas tarjetitas de publicidad de "Modelitos Vip. 1 x $10 / 2 x $30", tarjetitas rosas y azules que publicitan el auge que retomó la prostitución sobre la avenida Corrientes que entre turistas y un poco más de liquidez en pesos, por 3,33 dólares se abre de gambas en cualquier depto. Al otro lado del teléfono, una postal de difusión de charlas que organiza el gobierno sobre el 24 de marzo. A su dorso, anotado en prolija letra femenina, "about human rights" y alguna anotación personal. Hice mi llamado y me guardé las dos tarjetitas, cara y contracara de la exportación y del turismo cultural de esta ciudad devaluada, guardadas en el bolsillo de mi saco.
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Parto de dar por supuesto el repudio a la dictadura, a su proyecto de sociedad, a la sociedad de la que fue parte. Parto de dar por supuesto el repudio a su proyecto económico y a los modos represivos en que se sostuvo. Doy por supuesto el horror de los hechos y el dolor que acarrean. Pero el dolor y el terror de ayer son más un palo en la rueda que formas de actuar hoy. No los niego, pero intento entenderlos y seguir, y para seguir, es imprescindible discutir los usos que se hacen hoy de la memoria de aquel horror y terror.
Creo, a esta altura, que mi principal incomodidad es una cuestión de voces. Por un lado, la voz "izquierdista" -llamemoslá?, que comparte el supuesto del repudio, sólo es capaz de sostener la etérea heroización militante ("esta plaza no es de nadie, sólo de los 30.000 desaparecidos" se escuchó en el acto del 24, con lo que uno no sabía si tenía que irse a su casa evitando la lluvia, desaparecer, seguir sin escuchar lo que se decía o qué hacer) como modo de afirmarse en sus lugares de poder, ya en el propio Estado, ya en círculos de activismo político. Pero esta no es la única voz que incomoda mi deseo de abrir líneas discursivas ?de hablar, como se dice más fácil?, porque el discurso que niega los crímenes de la represión estatal sistemática, que alega el dosdemonismo en el mejor de los casos, y que niega y continúa los cambios económicos impuestos y los modos de sociabilidad reconfigurados por la dictadura, esa voz sigue existiendo y yo no puedo escribir sin tener en cuenta la existencia de ambas voces. Estas voces (que son, claro, actos, hechos, diarios, personas, instituciones, ideología, costumbres, panfletos, remeras, graffitis y demás) son opuestos complementarios, una habilita la existencia de la otra, son un diálogo de mudos que se dan la espalda y tiran trompadas al aire, y que tienen sueldos por eso, ya sea en billetes o en alguna forma más simbólica, aunque, claro, no por eso menos real.
Sebastián Hernaiz