el interpretador narrativa

 

La casita

Sebastián Hernaiz

 

 

 

 

La casita parecía vacía. Nos acercamos con las linternas apuntando para abajo, por las dudas. Sobre sus pilotes llenos de moho, a oscuras, las ventanas cerradas, la puerta con una cadena colgando pero abierta, la casita se nos aparecía vacía.

Milton nos esperaba en su barco de motor roto. Cuando la correntada nos ayudó -por decirlo de alguna manera- a anclar al lado de los palotes de esa casa sin nombre, la mirada de Milton dejaba claro que él no se bajaba de su nave, como solía llamarla. Mara me miró a mí y los dos bajamos. Así, Milton se quedó solo y ni bien nos alejamos un metro del barquito apenas si veíamos la lumbre del cigarro que se acababa de encender.

La casita parecía vacía. Empezamos a caminar por un sendero rodeado de sauces; cuando dejamos atrás al último, sentí la mano de Mara apretándome el brazo. Seguimos caminando.

Milton sabía que el motor fallaba. Yo había invitado a Mara a pasar una noche en barco sin decirle los detalles. Milton había ido solo, la compañía de la noche y su nave le alcanzaban. Ahora necesitábamos un teléfono o herramientas y un pistón 1.6.

Con Mara nos conocimos hacía mucho. Fuimos novios varios años, funcionaba todo demasiado bien.

Mara sigue prendida de mi brazo y siento su cuerpo detrás de su mano. Apenas la siento, no puedo ver de ella más que una mancha oscura contra el fondo oscuro e intuyo un brillo en sus ojos. Creo que está llorando.

Los palotes contra los que amarramos no indicaban nombre de la casa, sólo un cartel vacío que la linterna iluminó en vano. Ahí fue que Milton miró como quedándose y que bajamos con Mara.

La casita parecía vacía.

Cincuenta metros de camino con sauces, casi cien luego hasta la casita. Mara del brazo.

La casita parecía vacía. Mara me arrastra del brazo y subimos la escalera que lleva hasta la puerta. Toma la cadena, la cuelga a un costado, en un gancho que adivina pronto, como sabiendo que es para eso. Ya no sé si es su mano de mi brazo o mi brazo de su mano. Abre la puerta e ilumino al interior: un comedor sencillo, ordenado, un sillón de dos plazas enfrentando un televisor, otro de una plaza con un nene entredormido.

La casita parecía vacía. Entramos. El círculo de luz de la linterna va recorriendo los espacios. Del chico del sillón a una puerta que al abrirse muestra un baño de mosaicos beishes, tres toallones colgando de un gancho de metal pulido que sale de la pared, cepillos de dientes, elementos de higiene personal acomodados sobre una repisita al lado de la bañadera.

Parecía. Cerramos la puerta. La mano de Mara cruza mi espalda en un abrazo leve hasta acomodarse entre mi brazo y mi torso. La dejo hacer. La linterna descubre una pequeña cocina en la otra punta. Verdes azulejos, una ventana sin cortinas sobre la pileta de lavar, tres platos dejados de la cena.

Tengo hambre. La casa parecía vacía. Mara se estrecha contra mí. Sigo iluminando los trastos. Un repasador colgando de la tapa del horno. Las hornallas. Una pava, una cafetera, cubiertos secándose. Giramos. La linterna investiga las paredes. Algunos cuadros -un Chagall que a ella le gusta-, dos puertas. Una parece la de un chico, hay un póster colgado. Así es, una cama, ropa en el piso, un escritorio desordenado.

Vamos. Mara me sigue sin despegarse.

Parecía vacía.

Abrimos la otra puerta. Mara me besa y yo la abrazo. Ante la puerta abierta nos distraemos en un beso como los de antes. Parece que todo hubiera continuado. Creo que lloro. O quizás sea ella. Creo que los dos lloramos, con aceptación. Me toma de la mano, casi dejo caer la linterna pero ella la atrapa en el aire. Tomo su mano y la levanto enderezando la linterna. La luz se desplaza por el suelo alfombrado. El círculo luminoso trepa a una cama quebrándose. Vemos el acolchado desordenado. La veo a Mara recostada con un pelo canoso desordenado. Ella me aferra cuando me ve, viejo, agotado, tendido en la cama con el pecho agitado de entre sueños. Ronco. Mara me abraza. No sé si es pregunta o qué. No sé contestar y la siento desvanecerse. Después no sé si se le cae a ella o se apaga, pero la linterna no ilumina.

Corro. Los cien metros al sendero, después los cincuenta entre sauces. Milton está con su cigarro encendido. No sé por qué lo primero que le digo es que no encontramos nada. La siento a Mara que me toma de la mano. Milton contesta gentilmente que no hay drama y el motor empieza a arrancar. Suena cansado. Damos media vuelta, vamos volviendo a la casita. Mara me mira:

-�Cerrás vos?

 

 

Sebastián Hernaiz

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 
             

Sebastián Hernaiz

Nació en 1981, actualmente vive en Buenos Aires.

Publicaciones en el interpretador:

Número 1: abril 2004 - Nenas muertas (poesía)

Número 2: mayo 2004 - La cosa del caso (artículo acerca de La cosa Blumberg)

Número 2: mayo 2004 - Noticias (poesía)

Número 2: mayo 2004 - T.E.G (Tácticas y Estrategias alrededor de Guantánamo (ensayo acerca de El verdadero cuento del Tío Sam de Ezequiel Martínez Estrada y Siné)

Número 3: junio 2004 - Perros (narrativa)

Número 4: julio 2004 - 26 de junio (aguafuertes)

Número 5: agosto 2004 - Noche en la catedral (aguafuertes)

Número 5: agosto 2004 - Bar (narrativa)

Número 6: septiembre 2004 - Sobre el sinsabor de una escena del IV Congreso de teoría y crítica literaria de Rosario (aguafuertes)

Número 6: septiembre 2004 - Diseño exclusivo (narrativa)

Número 7: octubre 2004 - Propiamente, un crimen (Narrativa)

Número 9: diciembre 2004 - 19 de diciembre (narrativa)

Número 10: enero 2005 - Callejeros (artículo)

Número 10: enero 2005 - Arbolitos de Navidad (aguafuertes)

Número 11: febrero 2005 - Didáctica, General (aguafuertes)

Número 11: febrero 2005 - Sexo explícito (poesía)

Número 11: febrero 2005 - Porteros anarquistas (narrativa)

Número 12: marzo - de tan Buenos Aires (poesía)

Número 13: abril 2005 - Manifiesta (poesía)

Número 13: abril 2005 - Proyect (aguafuertes)

Número 14: mayo 2005 - Ad hoc abortare (poesía)

Número 14: mayo 2005 - Lo dado (o de qué mierda se la da Vicente Muleiro) (artículo)

Número 14: mayo 2005 - Vallejo en Puán (aguafuertes)

Número 14: mayo 2005 - De Viñas a Croce (artículo)

Número 15: junio 2005 - Coger o escribir (narrativa)

Número 15: junio 2005 - A partir de la carta de del Barco -política, muerte y carencia (artículo)

Número 16: julio 2005 - Ñ me da por las pelotas (artículo)

Número 17: agosto 2005 - Carlos Battilana, El lado ciego, Editorial Siesta, 2005 (reseña)

Número 17: agosto 2005 - Más gallinas degolladas (narrativa)

Número 18: septiembre 2005 - Acerca de Rabia (Interzona, 2005) de Sergio Bizzio (reseña)

 
   
   
 
 
 
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Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Michal Macku, Foto (detalle).