el interpretador narrativa

 

Porteros anarquistas

Sebastián Hernaiz

 

 

 

 

Pensar que lo habíamos casi logrado, la puta que a esto estuvimos de lograrlo. No había portero en la ciudad que no fuera anarquista revolucionario. Toda una ciudad con sus ascensores, sus portones y sus desinfecciones de alacenas bajo el poder de la Federación. La puta, a esto, a esto, el plan era perfecto. La idea fue de Tito, un portero del barrio de Almagro que hacía un tiempo que atendía algunas horas nuestra biblioteca. Tenía varios colegas, dijo, que aunque no venían nunca a las reuniones, se los podría charlar. Y así empezó todo. Los planes, las charlas, el mapa ampliado de cada barrio llenándose de más chinches cada día. Cada chinche era, según los planes, un edificio nuestro en que manejábamos la repartija de diarios, los deliverys, las baldeadas de veredas. Era inédito, el gremio de porteros cada vez más fuerte, las reuniones masivas, había comisiones por tareas que no paraban de idear planes y todo sin recurrir a mucho más que a las herramientas habituales de un día de un encargado de edificio. Almagro era un bullicio invisible de porteros acodados en sus puertas disparando miradas cómplices que pronto se expandieron por Boedo, Balvanera, Caballito, Villa Crespo, Flores, Mataderos, Palermo, Barracas, Belgrano, Floresta y fueron dejando toda Buenos Aires cubierta de chinches, sin un portero ajeno al plan.

Las tiradas de diarios iban a ser cambiadas por las falseadas en la famosa imprenta de la Federación. Nota de tapa falseadas, inestables, variadas al día siguiente, invertidas, tergiversadas. Algunas dosis extras de lavandina en la baldeada matutina continuarían desestabilizando a quien se acabara de enfrentar ?sutil trabajo de óptica mediante- a su rostro mínimamente deformado en el espejo del ascensor. Todas las veredas con etéreos narcóticos, noticias estrambóticas en la primera plana de los diarios leídos en el subte camino a la oficina donde sí señor, desde temprano que no hay agua, pero estamos trabajando para solucionarlo pronto, señor, o ascensores que se paran o van y vienen o no vienen nunca.

Ah, en fin, cada comisión elaboraba planes y hacía pequeñas intervenciones de práctica esperando el día; perfeccionaban ideas, sumaban otras. Calefacciones, sacado de la basura, distribución de cartas, falsos anónimos. Tito no cabía en sí de la alegría. Trabajaba todo el tiempo con mapas, planos de edificios importantes, planillas con datos, con cálculos, con números, con los nombres de porteros y ubicación cuando el grupo ya empezó a crecer más. Se sumaban porteros del Gran Buenos Aires, del interior, uruguayos, chilenos, bolivianos, una delegación de anarquistas de Noruega y varios grupos de españoles, franceses, ingleses, alemanes e italianos. Después empezaron a llegar de otros rubros y se hizo inmanejable. Llegaban, primero, mucamas, hoteleros, cocineros, portamaletas; luego, barrenderos y el gremio entero de panaderos y libreros libertarios. Tito manejaba como podía las listas que crecían y crecían. Los planes se difundían cada vez más y se sumaban habilidades, puntos a conflictuar, tácticas inauditas, el pan de la mañana, los libros de los nenes, el orden de los taxis, el sistema de inmigraciones, el alto de la almohada, el cajón de las medias, cada uno aportando sus ejercicios rutinarios. Los porteros día a día se sonreían unos a otros al baldear las veredas y limpiar el ascensor era una aventura. Surgían saludos cómplices con el panadero, el canillita, el verdulero, los libreros. Repartir los diarios, destapar un baño eran nomás ensayos expectantes. Cada uno practicando los ritos cotidianos a la espera de el día. Cada vez más gente, cada vez más listas, cada vez más en la espera. Cada vez tuvieron que ir surgiendo más centros donde se hicieran las reuniones, más ideas, más comisiones, más y más, más y más territorios, más y más distancias: los mapas se deshacían perforados por las chinches que lo iban llenando todo. Los planes se mandaban por escrito describiendo las actividades ideadas, se hacían reuniones de delegados, los proyectos circulaban de reunión en reunión, las comisiones enviaban pilas y pilas de proyectos, se pasaban los datos de cada uno de los nuevos miembros de la Federación y se archivaban las listas por nombre, orden y habilidades. Se empezaron a votar proyectos, a elegir directores de reuniones, asesores, técnicos, coordinadores. Quedaban tan sólo algunos pueblos sin todos los oficios y ocupaciones incluidos dentro del plan, pueblos remotos, menores. Cada uno ensayaba, repetía impostadamente sus actividades, a la espera. Subirse a un colectivo era enseguida falsear la voz al pedir el boleto y que todo el pasaje alzara sus cabezas cómplices. Un kilo de pan, un libro de cuentos, comprar el diario no eran más que un preparativo, una falsa cotidianeidad simulada en pos de su ruptura. Pasaba el tiempo y cada día parecía que cada uno era el mejor en su oficio. Simulando cada detalle, fingiendo cada minuto, repitiendo actividades día a día en una perfección imitada por cada colega. Cada uno iniciando a su sucesor en sus actividades, eternizando las habilidades necesarias para el día. Cada padre brindando su vida y la de su progenie a los preparativos. El hijo del panadero aprendiendo a amasar a la perfección, niños baldeando veredas cual sus padres, verduleros saludando con sus hijos en complicidad a sus clientes. El día, el día, cada movimiento, cada gesto a la espera de el día, cada uno con sus parlamentos ejercitados, aplicado en su lugar, indiscutibles conocedores de sus ceremonias cotidianas.

Hoy ya no queda nadie, casi nadie por fuera de la Federación. Casi todos ocupan sus lugares, pocos hay que no. Mi padre, Tito, murió el año pasado seguro de que pronto podría llegar el día y que yo lo podría ver. Pero surgen imprevistos, siempre los hay en planes como éste.

Algunos, suponemos, ya no saben del plan original, el de los porteros anarquistas de Almagro. Las reuniones, luego de masivas, fueron perdiendo gente, el tiempo corría pronto y había que prepararse, trabajar el oficio, representar el papel en espera del día, amasar panes, baldear veredas. Sólo quedamos en las reuniones, planeando, mientras los otros ensayaban sus funciones, los directores, los electos, uno por barrio, un director general cada 10 barrios, un coordinador cada diez directores generales, dos diputados por ciudad, dos senadores por provincia y un presidente de la Federación.

Antes mi padre, y ahora yo, ocupamos este cargo. Siete mandatos él, hasta que enfermó, y tres yo. Y seguimos trabajando en espera del ansiado día, claro que sí, pero es tan difícil? Tanta gente desconocida, tantos directores, diputados, coordinadores, senadores en el medio, es tan difícil... Aparte de los tantos que lo habrán olvidado y de los jóvenes, que no saben el plan y habría que enseñarles, empezar de nuevo, todo otra vez. La verdad es que quedamos pocos realmente con la causa. Y claro, aunque aprendimos bastante bien a estar así, también hay que poder mantener la práctica, los porteros baldeando calles, los panaderos con su pan, los maestros enseñando.

Todavía quedan algunos, en lugares remotos, menores, a los que nunca les llegó el plan, pero los estamos buscando para ayudarlos, para que no queden afuera. Hay que seguir practicando, el día, el día, hay que estar listos.

 


©Sebastián Hernaiz

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 

 

               

Sebastián Hernaiz

Nació en 1981, actualmente vive en Buenos Aires.

Publicaciones en el interpretador:

Número 1: abril 2004 - Nenas muertas (poesía)

Número 2: mayo 2004 - La cosa del caso (artículo acerca de La cosa Blumberg)

Número 2: mayo 2004 - Noticias (poesía)

Número 2: mayo 2004 - T.E.G (Tácticas y Estrategias alrededor de Guantánamo (ensayo acerca de El verdadero cuento del Tío Sam de Ezequiel Martínez Estrada y Siné)

Número 3: junio 2004 - Perros (narrativa)

Número 4: julio 2004 - 26 de junio (aguafuertes)

Número 5: agosto 2004 - Noche en la catedral (aguafuertes)

Número 5: agosto 2004 - Bar (narrativa)

Número 6: septiembre 2004 - Sobre el sinsabor de una escena del IV Congreso de teoría y crítica literaria de Rosario (aguafuertes)

Número 6: septiembre 2004 - Diseño exclusivo (narrativa)

Número 7: octubre 2004 - Propiamente, un crimen (Narrativa)

Número 9: diciembre 2004 - 19 de diciembre (narrativa)

Número 10: enero 2005 - Callejeros (artículo)

Número 10: enero 2005 - Arbolitos de Navidad (aguafuertes)

Número 11: febrero 2005 - Didáctica, General (aguafuertes)

Número 11: febrero 2005 - Sexo explícito (poesía)

   
   
   
   
   
 
 
 
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Corrección: Sebastián Hernaiz
 

Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Martin Lewis, The orator (detalle).