el interpretador aguafuertes

 

Arbolitos de navidad

Sebastián Hernaiz

 

 

 

 

Los fin de año cargados siempre de felicidades, felicidades para vos también, que empieces bien el año y todo eso mientras todos siguen haciendo la suya igual que siempre pero con los mejores deseos de que ahora llueva seco o de que las cucarachas se suiciden higiénicamente, porque obvio, es mejor para todos. Todos los putos año nuevo festejando que hace un año pasó lo mismo, que la tierra está en el mismo punto que hace un año, como si no pasara todos los días, a cada momento, eso mismo. Puro cotillón de cuerpos domesticados. En cada casa, en cada almacén, en cada una de las puertas de edificios de cada cuadra, un pedazo de plástico imitación pino nórdico se decora de más plástico imitación frutas del bosque, nevisca en su forma industrializada hecha de restos de tiritas de papelucho blanco abrillantado y lamparitas imitación deseos maravillosos para el año que comienza. El famoso arbolito de navidad. Regulado en sus días de armado, su desarme, su función de núcleo de regalos de la familia que deja el televisor por un día para rodear otro pedazo de cosa y continuar unida. De la TV al arbolito y del arbolito a la TV. Para un navideño no hay nada mejor que otro navideño.

Tres de la tarde. El hall de mi edificio decorado por un arbolito. Bastante feo. Bastante arbolito. Con luces, guirnaldas, bolas de colores y una estrella en la punta para no escapar de la normativa habitual. Una bola chiquita, beige, casi dorada, mezcla de moneda esférica con cáncer cultural, cruza de testículo de toro con adorno de las ruindades cotidianas, pan dulce estrujado contra la cara de una vieja decrépita. La tomo entre mis manos y es un comienzo irresistible. La bola sale con facilidad de la rama que la alberga, preparada para durar varios años, para reponer el rito cuando corresponda, la bola entra y sale del alambre peludo sin dificultades. La guardo entre mis cosas, alegre, dudoso, y sigo mi camino. Rebeldía sutil, dorada. Apenas de las más pequeñas decoraciones doradas. Una granada tirada contra sí misma, un espejo en un cuarto oscuro. Un camino irrefrenable.

Cinco de la mañana. La gente duerme, la noche se pierde entre almohadas que albergan cansancios cotidianos, diurnos. Los horarios similares cayendo agotados sobre las almohadas. De la noche al día y del día a la noche, para un madrugador no hay nada mejor que un despertador. Una bola plateada, una roja, una fucsia. Medianas, la plateada sólo un poco más grande, tan sólo un poco. El árbol va llorando bolas a mis manos que lo acarician, apenado, pedacito de plástico olvidado en medio de una noche, solitario entre paredes hoscas, retraídas. Otros arbolitos desperdigados por la ciudad, iguales, en las noches vacíos de sentido, defendiéndose por cantidad, por plaga en la ciudad, pero inútiles ante el paralelismo de almohadas que los desamparan, que los dejan frágiles goteros de bolas de colores, purpurinas indefensas que cargan las heridas hasta el día, la pérdida de las bolas que fluyen una a una a mis manos que las ultrajan, bellotas descolgadas que se hunden en la noche desguazando el decorado.

Seis de la tarde. Contemplar los alambres raídos que duplican su fracaso en algún espejo, en cada bola restante. En la punta, la estrella, un poco inclinada, casi temerosa, diríase, pero es impresión mía eso, me parece. El día la defiende, los árboles impuestos en cada rincón la defienden. Pero está inclinada, descolorida, apenas armoniosa.

4 de la mañana. Descolorida, está un poco inclinada. Estrella apagándose en la noche. La contemplo con placer, recuerdos de normalidad navideña, de navegar dentro del pesebre. La deslizo con cuidado del fierrito erecto que la mantiene erguida. Estrella hueca, aderezo del menú del delivery navideño. Edulcorante anual brillante sobre el plastiquito. La sostengo con cuidado sobre mi palma, la estrella gastada pierde su sentido sin su tronquito, la observo inquieto. Cuesta despegarse de ella, el palito desolado denuncia el sin sentido, el sin estrella. La dejo perdida entre las otras bolas, sin su elevación, hundida en medio de la oscuridad del medio, en una ramita doblada hacia adentro, apuntándose a su propia sien. Estrella apagándose en la noche.

 

©Sebastián Hernaiz

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 

 

               

Sebastián Hernaiz

Nació en 1981, actualmente vive en Buenos Aires.

Publicaciones en el interpretador:

Número 1: abril 2004 - Nenas muertas (Poema)

Número 2: mayo 2004 - La cosa del caso (Artículo acerca de La cosa Blumberg)

Número 2: mayo 2004 - Noticias (Poema)

Número 2: mayo 2004 - T.E.G (Tácticas y Estrategias alrededor de Guantánamo (Ensayo acerca de El verdadero cuento del Tío Sam de Ezequiel Martínez Estrada y Siné)

Número 3: junio 2004 - Perros (Narrativa)

Número 4: julio 2004 - 26 de junio (Aguafuertes)

Número 5: agosto 2004 - Noche en la catedral (Aguafuertes)

Número 5: agosto 2004 - Bar (Narrativa)

Número 6: septiembre 2004 - Sobre el sinsabor de una escena del IV Congreso de teoría y crítica literaria de Rosario (Aguafuertes)

Número 6: septiembre 2004 - Diseño exclusivo (Narrativa)

Número 7: octubre 2004 - Propiamente, un crimen (Narrativa)

Número 9: diciembre 2004 - 19 de diciembre (Narrativa)

Número 10: enero 2005 - Callejeros (Artículo)

   
   
   
   
   
 
 
 
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Corrección: Sebastián Hernaiz
 

Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Joel-Peter Witkin, Un Santo Oscuro (detalle).