Primer acto
Durante algunos segundos los espectadores permanecerán con los ojos cerrados. Se prepararán para percibir luego la explosión de luz que se proyectará sobre dos asientos de tren naranja instalados en el medio del escenario, sobre el piso. Detrás de los asientos, un árbol se mece. Sus largas ramas penden sobre los respaldos y sus hojas caerán más tarde sobre las cabezas de los pasajeros.
Pasados quince segundos, Usted se aproximará a los asientos por la izquierda. Sacará un papel del bolsillo y lo observará buscando algo. Cinco segundos más tarde, se acercará Él por la derecha y se quedará parado mirando a Usted. Cuando Usted se percate de la presencia del otro, comenzará a hablar.
Usted: ¿Pasillo o ventanilla?
Él (Observa los asientos, el espacio alrededor de los asientos, el árbol. Luego de un momento, responde): ¿Cuál es la diferencia?
Usted (Mirando el árbol): Esta es una decisión política, entonces. ¿Izquierda o derecha?
Él: ¿Y si somos los dos conservadores?
Usted: Nos sentamos uno arriba del otro
Él: Entonces, ¿abajo o arriba?
Usted: Arriba siempre, obvio.
(Usted se sienta en el asiento de la izquierda. Él se resigna y se sienta en el de la derecha. Mientras saca una media azul de su bolso y se la va poniendo en la mano, habla).
Él: Un sueño es algo así como una película filmada por una paranoico, interpretada por un esquizofrénico y proyectada por un hiperquinético con mal de parkinson. Claro que esa es la descripción de mis sueños... calculo que los suyos serán algo más placenteros. Eso espero. No se da una idea de lo molesto que es acostarse sobre el pasto y despertarse en el medio del lago por andar a los saltos durante toda la noche.
(Usted lo mira. Saca apuntes de su bolso y una lapicera)
Él: La experiencia de mis sueños no es agradable en absoluto. Y disculpe si uso estas palabras, pero me gustan. Me agrada como suenan.
Usted: (Empezamos...)
(Él mete la mano en la media, la desliza hasta que le llega al codo).
Él: Vamos, no puede negar la hermosura, la gracia, la suavidad de una g y una r bien unidas, bien disueltas en el repiqueteo de una lengua contra su casita paladar. Hay algo fascinante y a la vez tan...¿cómo decirlo?, tan de todos los días, que hace que lo fascinante se diluya sin remedio y desaparezca de la vista de tantos.
Usted: (Basta de Cortázar, por Dios. ¿Ahora también en la cháchara diaria?)
(Él le guiña el ojo y terminar de meter la mano en la media).
Él: Es decir, no lo pueden apreciar, no lo ven. La sonoridad de las palabras, digo. Eso que hace que nuestro idioma sea tan bello. Yo no conozco muchos idiomas. Bueno, en realidad no conozco ninguno además del nuestro. Como verá ni siquiera lo llamo por su nombre, porque, la verdad, me molesta. Suena horrible... no sé si usted lo ha notado alguna vez. Pero yo estaba hablando de otra cosa. Ja! Una poeta amiga diría que siempre estoy hablando de otra cosa, pero qué le va a hacer...
Usted: (Ay, Dios, éste se cree Cortázar!)
Él: ...Y la verdad es que nunca la entendí mucho a esa chica. Era medio rara, ¿sabe?, pero buena persona. Cualquiera hubiera dicho que sufría mucho, pero yo sabía que era más actuación que otra cosa. En el fondo le gustaba que la consolaran, que la abrigaran con palabras dulces. Era flor de guacha, en el fondo. Pero lo digo bien, es decir, no con mala intención, porque cada uno hace lo que puede, con lo que tiene y con lo que consigue. Yo, con lo poco que tengo hago un mundo. Un mundo de sensaciones. ¿Oyó alguna vez esa canción? Es malísima, pero la frase es mágica. Porque sin querer define al mundo. Las mejores definiciones surgen sin querer, ¿vió? En realidad, las mejores cosas salen sin querer. Porque en cuanto uno la piensa un poco, ya está jodido. No hay que pensar tanto...
(Usted lo mira sorprendida, como si la hubiera desenmascarado)
Él: ...Mi amiga la poeta pensaba demasiado y eso le arruinó la vida. Pensaba, no vivía. Ese es un problema, usted me entiende. Pero usted tiene cara de pensadora, como el de Rodín, ja...
(Usted se suena la nariz. Él comienza a mover la mano y a observarla cuidadosamente, como si fuera un objeto maravilloso).
Él: ¿Se ríe? Apuesto a que no se esperaba que supiera eso, ¿no? Nosotros sabemos más cosas de lo que parece. Nosotros, digo, los hombres y mujeres invisibles, los que vemos pasar el tiempo en el banco de una plaza o apoyados en un semáforo. Porque el tiempo se ve, ¿lo sabía? Es como esas manchas sobre el asfalto que se diluyen en el calor. Así es el movimiento del tiempo. Si uno se detiene lo suficiente lo puede ver. Claro que el tiempo no existe. El tiempo es como las ideas, no tienen cuerpo pero aún así se pueden tocar.
(Usted lo mira intrigada. Se inclina un poco hacia su derecha, alejándose de Él)
Él: ¿Usted tocó alguna vez el cuerpo de la idea?
(Usted sabe exactamente de qué está hablando. Sonríe).
Él: Es maravilloso. Aún más maravilloso que una mujer, o un hombre. La idea. El cuerpo de la idea. Otro poeta. Una idea, tocar el cuerpo de la idea. ¿Alguna vez estuvo usted enamorada de una idea? ¿Nunca? Miente. Usted está siempre enamorada de ideas. No, no estoy equivocado.
(Usted sonríe, se sonroja, se avergüenza de que ese extraño la conozca tanto. No se atreve siquiera a levantar la mirada. Es el miedo. Ese hombre es peligroso).
Él: No hay nada más que ideas, sólo ideas...
(Él desaparece. Usted suspira, abre el apunte y se pone a leer).
Usted