Usted sabe que hay diversas formas de fundamentar una opinión, una posición, una línea ideológica. Puede uno utilizar la lógica, basarse en antecedentes históricos o recurrir simplemente al nunca bien ponderado y siempre tan práctico anecdotismo. Este recurso, para quienes no están familiarizados con el término, es el arma certera y eficaz del sentido común. Allí donde la voluntad e ingenio de miles de personas se unen en una sola y cristalina idea, allí está el anecdotismo librando las más variadas luchas contra la historia, la ciencia, la lógica y la retórica. ¿Usted duda de mi palabra? ¿Usted osa contradecirme? ¿Tiene, acaso, otro punto de vista? Espere a que le cuente lo que me pasó el otro día y va a ver...
Como ya es habitual, Usted hecha mano de su pesado tránsito por la alta casa de estudios de Caballito, más conocida como la fábrica de cigarrillos, el humeante templo del saber puanísitico. Allí, donde uno esperaría hallar cierto nivel de inteligencia, a lo sumo una mínima argumentación fundada, allí, en el mundo del revés, el anecdotismo se encuentra en su temporada de furor. Haciendo uso del mismo, para que se luzca en su mayor esplendor, vayan aquí dos ejemplos claros de su maquiavélico modus operandi.
Caso 1
Escenario: clase de portugués elemental, especie de tribuna abierta a las más delirantes opiniones sobre todo y todos, pero en particular sobre las relaciones bilaterales Argentina-Brasil, la cultura, la educación, y las formas de putear en ambos idiomas.
Luego de leer un texto en portugués sobre una acusación de elitismo que recae sobre las universidades brasileras, se arma la disputa. Diversos bandos desenfundan sus armas y sacan a relucir sus experiencias y opiniones. En este caso, la idea en disputa es:
Medicina es una carrera larga y difícil, por lo tanto no se puede trabajar mientras se cursa. Por lo tanto, es una carrera para niños ricos. Por lo tanto, una carrera elitista.
Ya cuando se han gastado todos los lugares comunes sobre este tema, una voz un tanto cascada por tanto cigarrillo, se eleva por sobre las demás, y entona con orgullo:
Mirá, querida, mi ex (marcando la equis, claro) laburaba en una herrería todo el santo día e igual hizo medicina en cinco años, así que es mentira eso de que no se puede hacer medicina sin trabajar. En una herrería, una herrería...
Este último dato era, claro, fundamental: la construcción de esta especie de héroe mitológico que además de fundir los más pesados metales con el roce de sus dedos, se recibió de dotor en cinco años se apoya, justamente, en esto. Toda anécdota personal debe contar con algún detalle fantástico, sorprendente, lo que justifica que la anécdota sea producida y, al mismo tiempo, da por cerrada la discusión, se instala como argumento irrefutable.
Caso 2
Escenario: clase de inglés elemental, suerte de manicomio de puertas abiertas en la que todo interno tiene derecho a emitir sus juicios sobre todo tipo de tema, ya sea el estado del tiempo, la salud de los perros de la profesora o las diversas formas de practicar buceo en aguas cálidas.
Luego de leer un texto en inglés sobre vaya uno a saber qué (en realidad, todos dicen lo mismo), alguien afirma: Los piqueteros son todos vagos y malacostumbrados. Usted ya escuchó eso alguna vez, lo sabe. Es más, el mismo epíteto pero diferente héroe nacional: el gaucho. Pero la vida universitaria da sorpresas, y en este caso, el remate de la afirmación es digno de relatarse, porque el anecdotismo no tiene límites.
Y claro, o sea, se supone que son desocupados, que no tienen trabajo y quieren trabajar, pero es mentira. Mirá, mamá tiene 80 y no puede quedarse sola porque si se cae se rompe la cadera, ¿viste? Entonces le pagamos a una persona para que la cuide. Tomamos a una señora y como a nosotros nos gusta cumplir con la ley quisimos ponerla con todo en regla, pagar todo. La cosa es que cuando se enteró que la íbamos a anotar en la AFIP y todo eso, nos dijo que no, que a ella no le convenía porque perdía el Plan Jefes de Familia que tenía. Ahora, digo yo, ¿no? ¿No es mejor tener un trabajo seguro y cobrar un sueldo por mes, con todo en regla, a estar viviendo del Gobierno? ¿De nosotros, en última instancia?
Luego de estas acaloradas palabras más de la mitad del público presente aplaudía enardecida y la otra se secaba las lágrimas. Este tipo de anécdotas es implacable, no hay forma de destruir este argumento: ¿a quién se le ocurriría defender la figura de una vaga crónica y desalmada que, por vivir parasitariamente de las migajas del gobierno, deja a una viejecita octogenaria casi al borde de la fractura múltiple de cadera, coxis y demás huesillos que la sostienen?
El anecdotismo es un mal que nos aqueja a todos. No hay por qué avergonzarse. Desde niños nos enseñaron a discutir de esta forma. Nuestros padres mismos, ante preguntas un tanto incómodas o incoherentes, nos respondían con un: mi papá me dijo... o, yo me acuerdo que.... o, aún peor, en mi época...
Por esta razón, y para alcanzar algún día el dorado tiempo en que las personas debatan ideas basándose en conocimiento científico comprobado y no en la experiencia de la abuela Tita, propongo que cada vez que alguien desempolve una anécdota y la presente como argumento en una discusión, el interlocutor se pare y grite a voz en cuello: ¿a quién le importa lo que le pasa a la tía del hermano de la prima de tu novio cada vez que come lechuga si acá estamos discutiendo las ventajas y desventajas de los alimentos transgénicos?
¿Eh?
Porque no hay nada mejor que discutir, debatir y, al mismo tiempo, aprender de las ideas del otro. Porque el aporte erudito no siempre es soporífero. Y porque de esta manera, nuestro discutir diario se verá enriquecido por sendas cachetadas, chancletazos e insultos, es cierto, pero llegará el momento en que Usted comience cada enunciado con un documentado: de acuerdo con el último número de la American Journal of Argentinian Garbage Recolectors, el 47,8% de los empleados de Manliba usa guantes quirúrgicos, lo que les permite mantener sus manos suaves y agradables al tacto...
Amén.
Usted