¿Qué hacemos acá, leyendo esto?

Usted va a la facultad y se pregunta cosas

Usted

 

 

 

Usted ha comenzado un nuevo cuatrimestre. Uno más en su ya dilatada carrera académica. El décimo, le han dicho, pero usted ya perdió la cuenta. La facultad ostenta alumnos por todos los pasillos, como si brotaran de los zócalos.

Usted ha comenzado, nuevamente, un cuatrimestre más, la medida de tiempo de su vida desde hace ¿cinco años ya? Y mientras navega por aulas erróneas y llega tarde a todas partes no puede evitar notar que forma parte de una extraña tribu del siglo XXI argentino. Inefable, por supuesto, porque el lenguaje sirve para otra cosa, no para eso (porque siempre es otra cosa la que se quiere decir), un mutante sin nombre, en constante movimiento, parloteo y piernas ágiles, el cigarrillo entre los dedos, el apunte calentito saliendo de la máquina y largas colas (colas, no cuculios) cuya finalidad es desconocida, pero que se deben hacer, como si fuera un instinto.

Hace unos días usted veía pasar el tiempo en un práctico de una materia más, cuando ciertas palabritas se hundieron colectivamente en los adormecidos cerebritos (por la hora, digo, no se me ofenda) de los presentes. Hacía rato que se discutía vanamente sobre la muy masticada teoría evolucionista y una compañera, más que compañera una amiga, quebró la discusión con una pregunta conmovedora. Transcribo:

Estamos manejando tal nivel de abstracción, con pocas certezas y tantos supuestos teóricos, que me pregunto, ¿qué hacemos acá, leyendo esto?.

Claro que su amiga no dijo esto, dijo algo mucho más claro, inteligente y elocuente, pero sabrán disculpar, usted tiene mala memoria y poca imaginación.

En fin, hubo, luego de un microsegundo de silencio, una ola abrupta de sonrisas tímidas, primero, y risas autocomplacientes, luego. Pero el daño ya estaba hecho. Usted rió, por no llorar, porque entendió que esa pregunta pende sobre su cabeza constantemente. Pregunta que ahora le picotea la nuca, le moscardonea la nariz, le silba la Marcha de San Lorenzo en el oído.

¿Para qué todo esto? ¿Para qué los libros? ¿Para qué el estudio, el lenguaje, las palabras, la búsqueda, las ideas, la discusión, la reflexión, la escritura?

¿Eh?

¿Qué? ¿No sabe no contesta, usted?

Ahora que preguntó, responda.

Y la única respuesta que se le ocurre, con la debilidad y la fuerza de una certeza, tautológicamente absurda es: porque sí. Porque si no, no.

Esto también es un instinto. Puede que no nos dé ventajas reproductivas (pero los poetas dirían otra cosa) pero es lo único que sí, que usted puede y debe.

¿Cómo explicar, si no, que usted se aboque año tras año al estudio, al parafraseo cada vez más elaborado, a la síntesis que alcanza, a veces, tenor de calumnia? ¿Cómo justificar todo esto con un futuro por delante tan incierto y mezquino que dan ganas de romperle la cara?

Miércoles. Paro. Usted asiste a clase sólo para descubrir que su profesora ha decidido conversar acerca de la situación actual de los docentes universitarios. Ella habla, comenta, se queja, explica. Los invita a participar. Silencio. Luego de varias exhortaciones, finalmente, hablan: la situación es intolerable, vergonzosa, terrible. Lo de siempre. Usted habla, dice pavadas. Lo de siempre. Pero tiene la sensación incómoda de que está atrapada en una maquinaria macabra (pero perversa es mejor), en donde no sólo carga con dudas existenciales, sino que también escucha día tras día a profesores mal pagos o no pagos en lo absoluto, que la mayoría de las veces valen la pena ser escuchados, todo esto envuelto en un halo de prestigio internacional y enmoñado con un alto nivel educativo. Y usted siente que le dieron un peludo de regalo.

Entonces, de nuevo, ¿por qué hacer esto? ¿Por qué mantener el ritual de leer, escribir, hablar, escuchar? ¿Y por qué la manía de intentar entender ese leer, ese escribir, ese hablar, ese escuchar?

¿Será que usted tiene la inocente esperanza de que algún día tendrá respuestas?

Demasiadas preguntas. Mucha gente que las hizo, las hace y las seguirá haciendo. Haciendo y preguntando. Y preguntando por el hacer y preguntando por el preguntar. Este es su instinto, codificado genéticamente. Esta es su herencia y su variación. Este es su error. Es lo que hace y no puede dejar de hacer.

¿Ventajas reproductivas? Pregúntele a los poetas.

 

©Usted

 
el interpretador acerca del autor
 
                           

Usted

Nació en Buenos Aires, en el año 1980. Estudia letras en la Universidad de Buenos Aires. En otra vida quisiera ser un libro. En esta también.

Publicaciones en el interpretador:

Número 4: julio 2004 - Usted decide ir al teatro y preguntarse cosas (Didascalia, o la aventura de ser algo más que un espectador) (Aguafuertes)

   
   
   
   
 
 
 
 
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