Usted sabe que lo suyo no es la orientación. Una vez, a los 6 años, caminaba con su madre por el gigantesco club del Sindicato de Empleados de Comercio. Iban de la pileta al quincho, por un sendero. De repente, Usted se halló caminando sola, recorriendo el club. Pensando: tengo hambre, debe ser mediodía. Mirando a la gente desenvolver sus sandwiches. Tengo que encontrar a mamá, tengo hambre. Perderse fue simple: soltó la mano de su madre y siguió caminando derecho, en lugar de doblar a la izquierda. Usted siempre tuvo problemas de atención. Tiene un gran mundo interior, le dicen.
Ahora, que ya está grande, Usted se pierde aún con la pequeña guía T entre sus manos. Alguna vez leyó que las mujeres tienen más dificultades que los hombres para leer un mapa. En su caso, es verdad. Usted puede pararse en el medio de la Plaza de Mayo, con su queridita guía entre las manos, y no saber cómo llegar a la Av. Rivadavia.
Hace unos meses fue a sacarse sangre. Salió y caminó hasta Cabildo. Nos ubicamos: Cabildo al 1400. Usted está mareada. Hace más de 12 horas que no come. También está triste, pero esa es otra historia. Como tiene poca plata, decide desayunar en el trabajo. Ahora bien: ir al trabajo es simple, se toma el 161 y ya. Cruza, espera, y ya. Pero no. Usted decide tomar el subte, retroceder, y tomarse el tren. Así cambia plata, piensa. Subte D, entonces. Carranza, entonces. Laberinto. Para llegar a la estación hay que cruzar por pasadizos, subir escalerillas, todo muy pintoresco, con un sutil aroma a orín refrescante. El tren tarda mil horas. Hace frío. Cuando viene, se sube. En el trayecto, Usted piensa, vaticina: ¿y si me equivoqué de tren, y me tomé ese que no va a Mitre, que va a otro lado? Mira justo a tiempo por la ventanilla: Drago.
La puta madre!
Usted se tomó el tren equivocado. Se baja en Drago y no sabe para dónde caminar. El lugar es desconocido: hay una especie de escuela amarilla, llena de pibes que van y vienen. En la estación hay gente que vende unos panqueques gordos, grandotes. Usted no sabe cómo se llaman. Se siente, casi casi, en otra provincia. Cruza la vía, comienza a caminar. Usted no sabe, seamos directos, dónde carajo está. Saca la guía, la mira, la da vuelta. Intenta orientarse. Lo único que le falta es pararse encima de la hojita de 10 por 12 y caminar por las milimétricas callecitas. Recordemos: hambre, mareo, frío, día nublado, tristeza.
Usted pasa por un bar. El bar está en frente a la escuela amarilla. Piensa en entrar. Ya llego, no vale la pena, piensa.
Camina unos pasos: momento! Se da vuelta. De repente, todo empieza a mezclarse, siente un mareo fuerte, confusión, miedo. Mira el bar. Mira la escuela. Algo dentro de su cabeza comienza a acomodarse. Usted ya estuvo en ese bar. Retrocede, mira bien la escuela. No es una escuela, idiota, es la Sede de Drago de la UBA. Es el lugar en el que cursó unas cuantas materias y descubrió que la semiología era fascinante y el pensamiento científico una pesadilla.
Pero echémosle la culpa al bajón de azúcar.
Solamente digamos, para resumir, que Usted caminó hasta la estación anterior, unas 8 cuadras, enojada y confundida. Que se tomó un colectivo por 5 paradas y después otro, el que debería haber tomado al salir del laboratorio, 40 minutos antes.
Revisando el mapa, observaríamos que recorrió una especie de círculo estúpido e innecesario para avanzar solamente 20 cuadras.
Ayer ocurrió de nuevo: buscando la parada del 128 dio la vuelta completa al Botánico. La guía entre las manos. El recorrido claro. Y Usted que se sigue perdiendo.
Orientación, tiempo, dinero. Todo se pierde últimamente. El rumbo, las ganas, las horas. Todas cosas que se pueden escapar entre los dedos. ¿Pero se pueden escapar? ¿Realmente perdemos algo? ¿Tenemos algo?
La orientación es una forma de determinación, de vector que nos lleva al objetivo, de flecha amarilla en el asfalto. Las ganas, la fuerza, el amor, son formas de la orientación.
Puede, entonces, que no se perdiera por falta de azúcar.
Usted