Noche de sábado y usted sí que sabe cómo divertirse. Ha decidido asistir a un concierto de música coral al que la invitó un amigo. Él canta y la encanta. Poemas, invocación de nombres. Palabras antiguas, francés del siglo XIX y la comunión de las voces que envuelven a una cincuentena de personas. Usted disfruta, porque sabe que está lejos, pero adentro. La paradoja de la piel.
Pero antes de todo eso, antes de las voces y las invocaciones, usted penetró un recinto sacro y no hizo la señal de la cruz. Usted es una hereje. Usted lo único que percibió como llamativo fue la madera que todo lo recubría y el canto lejano, pero nítido, de un grillo. Un gran eco. La voz de la naturaleza. Hay un grillo en la iglesia que atenta contra el éxito del concierto. Hay un grillo en la iglesia que no se sabe tan insultante como una pestaña en una ostia. Y usted no piensa en un bello púbico porque, aunque hereje, guarda en el fondo, muy al fondo, un dejo de recato y de dudoso respeto.
Y después de eso, de entrar y ver la gente y los bancos en forma de abanico y el altar y el piano de cola, usted oyó al grillo. Y comenzó a caminar siguiendo la onda sonora intermitente que éste emitía. Y, milagrosamente, lo encontró. Milagrosamente no porque estuviera en una iglesia, sino porque usted, además de ser medio sorda, es medio ciega. Y allí estaba, arrinconado, agazapado, pegado a la pared. Cantando.
Su amiga, inesperada defensora de la música coral y toda expresión libre de cultura, propuso un plan radical: ¡Matémoslo! ¡Pero no! Matar grillos trae mala suerte y peor reputación. Imagínese: joven argentina matagrillos arruina concierto coral con siete años de mala suerte y provoca olvido masivo de las notas musicales. De ninguna manera. Una mujer mayor, fanática de los coros (pero esto usted lo sabría después), presenta una moción más sensata, aunque, hay que admitirlo, audaz: hay que sacarlo, porque si no, va a molestar a los coreutas. Y fue aquí, justo aquí, donde usted supo que esa mujer era capaz de hacer cualquier cosa por el inminente concierto, al referirse a los cantantes como coreutas, el término adecuado, correcto, preciso, evitando el dudosamente reputado coristas. A no ser que aparezcan todos con faldas coloridas y muestren sus cuartos traseros con un giro alocado (lo que, por otro lado, usted hubiera agradecido con chiflidos desaforados), María Moliner indica, propone, impone, legisla: coreutas.
Y entonces, sí, la mujer se levantó de su lugar, caminó hacia usted y le preguntó, desorientada, con la mirada, ¿dónde está? ¿cómo lo viste? Usted señaló la manchita amarronada que latía en el piso y la mujer tomó su campera y se dispuso a apresar al grillo entre sus manos, envolverlo y sacarlo a la calle. Usted intentó disuadirla: espere, que le doy una carilina, no ensucie la campera. Fue en vano, esa mujer representaba la salvadora anónima de los coros en peligro. Coralwoman al rescate, dispuesta a arruinar su abrigo con los restos apretujados del grillo, ante un error de cálculo en la presión ejercida por sus manos sobre el frágil cuerpecito del grillo, si fuera necesario.
Pero al acercarse al bicho, dudó, vaciló, la miró y le preguntó: ¿y si es una cucaracha? Y fue ese momento exacto, ese momento glorioso, el elegido por el grillo para dar cuenta de su irrefutable identidad: un salto, un criiii, y no quedaron dudas. Si usted fuera entomóloga lingüísta, podría haber comprobado fácilmente que lo que el grillo dijo en ese criiiiii fue: ¡no, yo soy un grillo!, no soy un bicho asqueroso e infame que, además de atormentar a mujeres y niños, comer basura y copular como desaforado, no sabe cantar.
Y entonces ya no hubo dudas: Coralwoman tomó al grillo entre sus manos envueltas en la campera y lo sacó afuera. El grillo había apelado al instinto musical de la mujer. Una especie cantarina, se dijo y lo salvó de la muerte segura en pies de mi amiga. Volvió unos minutos después, evocando su acto heroico con un simple: listo, ahora está a salvo y no va a molestar más.
Y usted se preguntará a qué viene todo esto. Simple: hasta un grillo es capaz de decirse grillo, de saberse grillo, de afirmarse grillo. ¿Y usted? ¿De qué es capaz? Usted, que se esconde detrás de usted, de nosotros, de todos. ¿Usted se sabe, se afirma, se dice?
Sí. Usted se dice a cada palabra. Cada una de estas y las otras también, las que calla. No son criiis. No son tan claras (o tan opacas, lo mismo da). Pero son. Y al final, eso es lo que vale.
©Usted