Noche del 24. Cena y brindis. Faltó el salmón pero la pavita suplió esa inexcusable afrenta. Comensales pocos. Comida mucha. Risas y selección musical con adivine quién canta incluido. Poco después de las doce, lavar unos cuantos platos para aplacar la furia maternal y huir desbocada hacia la parada del colectivo. El transporte en las fiestas es una complicación: si uno no tiene auto, tiene que tener mucha suerte.Espera diez minutos y el 106 llega, como siempre, como si nada. Durante el viaje avisa, o intenta avisar, que está en viaje. Las comunicaciones en las fiestas son una complicación: si uno no tiene poderes telepáticos, tiene que tener mucha suerte.Llega a la fiesta temprano. El salón es inmenso y habrá unas veinte personas charlando. El DJ está sobre un escenario seleccionando temas. Sube por una escalerita desvencijada y saluda: es un amigo. Durante la siguiente hora y media, Usted tendrá una vista privilegiada de la fiesta, de cómo se va llenando el lugar, de cómo las escaleras que llevan al sótano donde todos bailan todos cantan vomita personas constantemente, de cómo se armarán grupos de baile, de cómo jóvenes solos con bebidas en la mano se pasean buscando algo, buscando alguien.Mientras espera a sus amigos, conversa con el DJ. Usted intenta averiguar un poco sobre esa interesante profesión. Ese arte, casi. Esa mezcla de percepción psicológica, análisis sociológico y oído musical. Entonces el DJ le comenta que, a pesar de tener ciertos parámetros, es la fiesta misma, el movimiento de la gente, el humor palpable en el aire, lo que lo lleva a poner tal o cual tema.Primero, se realiza un relevamiento social: se observan las vestimentas, las edades, las actitudes. La forma de agarrar un vaso o una botella dice mucho de las personas. Las forma de menearse también. Si hay mucha ropa plateada, mucha musculosa blanca y anteojos negros, ahí va la música electrónica. Si en cambio se observa un largo pulular de morrales, pantalones verdes, amarillos y rojos y remeras de batik, Los Piojos se imponen.
Luego, se observan los agrupamientos, o tribus bailanteras: cada grupo tiene su forma de bailar, de organizarse espacialmente, de conectarse con los demás. Están los que forman un ronda y cierran filas al exterior: nadie puede pasar, ni aunque estén parados en la puerta del baño. Su círculo es una zona impenetrable en la que sus integrantes demuestran sus habilidades danzarinas. Pero todo es endogámico, no hay forma de copiarles un pasito o cruzar una mirada. Están los que bailan ocupando todo el espacio posible, estirando sus miembros más allá de sus posibilidades corporales, lanzando brazos y piernas al exterior como si fueran ballestas. Estos especimenes son peligrosos, porque no son concientes del daño que causan a su alrededor. Bailar cerca de alguien así es como tener una mezcla de la Bomba Tucumana y el demonio de Tasmania al lado.Luego, están los amistosos, que atraen gente hacia su sector, generalmente mediante el muy conocido truco del trencito, y bailan con todos y todas, sin distinción de raza, género, generación o tamaño. Estos personajes son agradables y divertidos, pero uno debe desconfiar de su extremada amabilidad, porque puede esconder intenciones oscuras, como lograr que uno les sostenga la cabeza mientras vomitan en el baño, o que consiga un encendedor cada dos minutos.Finalmente, está el bailarín solitario, especie de superhéroe de la posmodernidad para quien la vergüenza y el ridículo son males del siglo pasado. Nada le importa, nada lo detiene, él tiene una misión y la cumplirá: otorgarle a cada canción, a cada ritmo, a cada letra el movimiento que le corresponde, materializar en su cuerpo aquello que el compositor organizó en sonidos. Él conoce todos los pasos, él sabe cada movimiento, el hace que Michael, Madonna y Prince se sientan orgullosos desde su lugar en el Olimpo de la música Pop.Una vez hecho el reconocimiento de la zona, es hora de lograr que la gente baile. Para esto, el recurso de este simpático DJ es, como él lo denomina, la engañapichanga. Consiste en poner temas latinos (pero no Chayanne, no ¡por Dios!) y lograr que las mujeres comiencen a menear las caderas. Las chicas son las primeras en salir, afirma este especialista de la pista y la bola de espejitos. Detrás del meneo vienen los hombres, como imantados. La fórmula no falla, y entonces la fiesta se arma.
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Ya pasó una hora y Usted apenas se menea sobre el escenario porque es una zona inestable. Y maldice su suerte porque está pasando temas buenísimos, y caramba, caramba, por qué carajo no vienen.Allá pasa uno, despistado, buscándola. Más tarde llegarán otros, y entonces, sí, a bajar del escenario, a ponerse delante del parlante y sentir cómo la fuerza del sonido la empuja hacia adelante. Y la deja sorda, claro.Durante más de dos horas, la Navidad se volverá un motivo de celebración más que pagana, será una bacanal alocada en la que los cuerpos se quiebran, se vuelven maleables, plásticos, pierden su rigidez de oficina semanal. Afuera los dolores, se acaban los calambres, el ritmo arrastra todo a su paso y nadie se queda quieto.De esto se trata la fiesta, la noche, la lujuria del movimiento.No lo parece, pero hay mil personas que bailan al mismo tiempo que Usted. Más que el volumen de gente, se percibe el calor corporal. Apenas se rozan los dedos y las gotas de sudor se deslizan por el antebrazo. Tocarse es una especie de resbalamiento pegajoso, pero la gente se une igual, porque algo del rito de apareamiento resuena en esas gotas que caen. Más que calor, hace gente.A las 6 se prenden las luces. La gente se queja, sigue bailando. La vida poscromañón tiene sus complicaciones. El DJ no para, pero amenazan con cortarle la electricidad.Resignados, los festejantes comienzan a abandonar el salón. Las escaleras regurgitan jóvenes cansados, con ojeras, temerosos del sol que los espera a la salida.Afuera, un viento fresco los recibe y reconforta.
Próxima parada: desayuno. Y a repasar la noche. A descansar el cuerpo. A relajar los sentidos y percibir todo a través del velo de la algarabía, del ritmo retumbando todavía en el cuerpo, de la Navidad en la que la comunión de la carne fue más que una metáfora y un pedacito de papel comestible.
Usted