el interpretador no tem�is

Parres�a
por Elsa Kalish
+
Cuesti�n de principios
por Roberto Fontanarrosa

?Hoy todos somos gente del pasado

y la alucineta es que nadie

quiere volver a ser como antes, no!

Scaracanzia, c�bala de amor virtual

Scaramanzia para un sony samurai?.

?Aunque por lo general estuvo solo, mantuvo de vez en cuando relaciones con otros hombres. Vivi� en tiempos de agitaci�n y desdicha. El pa�s que lo vio nacer se inclinaba lenta pero inexorablemente hacia la zona econ�mica de los pa�ses medio pobres; acechados a menudo por la miseria, los hombres de su generaci�n se pasaron adem�s la vida en medio de la soledad y la amargura. Los sentimientos de amor, ternura y fraternidad humana hab�an desaparecido en gran medida; en sus relaciones mutuas, sus contempor�neos casi siempre daban muestras de indiferencia e incluso de crueldad?

?Cursamos una petici�n de ayuda al FMI y al Banco Mundial -dijo Gitanas-. Ya que hab�an sido ellos quienes nos empujaron a privatizar, a lo mejor les interesaba el hecho de que nuestra privatizada naci�n se hubiera convertido en una tierra casi an�rquica, de se�ores de la guerra que son unos delincuentes, de agricultores a nivel de subsistencia. Pero se da la desgraciada circunstancia de que el FMI va atendiendo las quejas de sus clientes arruinados seg�n el tama�o de sus respectivos PBI. Lituania ocupaba el n�mero veintis�is de la lista, el lunes pasado. Ahora estamos en el veintiocho. Nos acaba de pasar Paraguay.?

?en tiempos donde nadie escucha a nadie
en tiempos donde todos contra todos
en tiempos ego�stas y mezquinos
en tiempos donde siempre estamos solos
habr� que declararse incompetente
en todas las materias de mercado
habr� que declararse un inocente
o habr� que ser abyecto y desalmado
yo ya no pertenezco a ning�n istmo
me considero vivo y enterrado
yo puse las canciones en tu walkman
el tiempo a m� me puso en otro lado
tendr� que hacer lo que es y no debido
tendr� que hacer el bien y hacer el da�o
no olvides que el perd�n es lo divino
y errar a veces suele ser humano
?.

����������� Es probable que los �90 hayan sido una d�cada infame, oscura, fr�vola, est�pida, criminal, siniestra. �Pero qu� �poca no le es?.
����������� Recuerdo haber le�do en el ensayo Mal de ojo esta l�nea que llevo grabada en el disco r�gido del barulo: ?La historia es el nombre de un crimen?. �Acaso esta d�cada que ha estrenado nuevo milenio y en la que me he hecho ?adulta? es menos cruel que la de los �90, o acaso la de los �80 en la que me cri�, fui a la escuela, tom� la leche y mir� la tele, fue m�s amable?. Y si vamos m�s atr�s en el tiempo, �los a�os �20 y �30 en que fueron escritas las Aguafuertes de Roberto Arlt y La Cabeza de Goliat de Mart�nez Estrada, o m�s atr�s a�n, los a�os del siglo XIX que van de las Ilusiones perdidas de Balzac al Facundo de Sarmiento y hasta llegar al Mart�n Fierro de Hern�ndez, son acaso momentos de una historia m�s plena y feliz, menos absurda y desoladora que los �90?. En fin, la historia, con o sin historia, con o sin progreso, con o sin dios, con o sin Menem, siempre ha sido y ser� triste, �spera, injusta, para los que no pertenecen a las minor�as que gozan de la riqueza que producen la mayor�a (�y para hacer m�s desoladora la cuesti�n habr�a que recordar las palabras de ese gingle menemista que hablaba de ?los chicos ricos que tienen tristeza?!). Ser pobre siempre es una cagada, eso quiero decir; y en todas las �pocas siempre la mayor�a es pobre, con lo cual, todas las �pocas son una cagada.
����������� Ya lo dijo el viejo Nietzsche: ?sin esclavitud no hay cultura?; un buen ejemplo de esta dial�ctica perversa que es la plataforma sobre la cual se asienta la vida cotidiana de este mundo relindo, es la muerte reciente por desnutrici�n y deshidrataci�n de un grupo de indios, originarios de la selva chaque�a de El Impenetrable, por arte y gracia del milagro de la soja que ha devastado el h�bitat del lugar y contaminado sus aguas, para producir una riqueza de millones y millones de d�lares.
����������� Lo cual no quiere decir que no haya momentos en la historia donde de forma colectiva se logre, con muchos sacrificios, conseguir repartir m�s equitativamente el peso que cargan los platillos de la balanza, o que no surjan individualidades que gusten de estar tirados en el pasto tomando sol y un d�a se les pare frente a ellos un Rey y no duden en decirle: ?corr�te, cabez�n, no ves que me estas tapando el sol?.
����������� En fin, lo que quiero decir, es que la historia no es otra cosa que la dominaci�n de unos sobre otros, y en esa lucha por el poder, lo que hace muchas veces tan triste y desoladora la contienda, es no tanto la arbitrariedad del tirano como la voluntad de alcahueter�a y traici�n del matungo para con sus compa�eros de tropilla del bajo fondo donde el barro se subleva...

����������� Los �90, por m�ltiples razones, fueron a�os m�s proclives al gesto individual de un perro solitario ladrando en el desierto que a gestas colectivas. Quiz�, si se quisiera ensayar un posible bosquejo que intentara merodear la pregunta: �c�mo fue posible que los argentinos adoctrinaron su voluntad -de forma positiva o negativa, que para el caso es indistinto- tras las banderas del ?menemato? y su l�der, Menem?; quiz� ser�a �til empezar por leer nuevamente el cuento de Jorge Luis Borges, Deutsches Requiem, para luego meditar serenamente la tragedia que plantea la alegor�a borgeana sobre la oscura voluntad de representaci�n del mundo so�ada por Hitler y la naci�n alemana en relaci�n con ?El jefe?, ?El otro? ?Hacer la corte?, la ?pizza con champagne?, la ?revoluci�n productiva?, la voladura del edificio de la AMIA y de la ciudad de R�o Tercero, el osito Teddy, el desguace del erario p�blico, el 1 a 1 (���un peso un d�lar���), la econom�a de mercado como �nica raz�n de estado y a priori ineludible que gestiona la validez de toda posible lengua pol�tica audible y pregnante, con el alma de los argentinos de los a�os �90; que como se�alara el dramaturgo Ricardo Bartis, en una entrevista hecha por Enrique Symns en Cerdos & Peces: el gran drama de los �90 (dec�a Bartis, seg�n lo recuerda mi memoria) no era que Menem fuera un l�der fr�volo y corrupto sino que era un espejo que devolv�a la fiel imagen de una sociedad profundamente fr�vola y corrupta en todos los ordenes de su vida cotidiana.

����������� Pero hubo durante esos a�os, entre nosotros, un hombre, que al igual que S�crates o Di�genes, supo llevar una vida ejemplar, de la cual nada sabr�amos hoy, si un tercero no se hubiera tomado la molestia de recoger la estela que dejo tras de s� su vida filos�fica. As� como nada sabemos de S�crates sino a trav�s de Plat�n, ni de Di�genes sino a trav�s de Di�genes Laercio, tampoco nada sabemos del Viejo Castilla sino a trav�s de Roberto Fontanarrosa.
����������� Es verdad que a primera vista puede resultar para el lector distra�do un gesto delirante colocar al Viejo Castilla -personaje un tanto gris que oscila entre el boludo at�mico y el moralista ajado con una vida rutinaria de contornos un tanto pat�ticos y tristones- al lado del maraca de S�crates y del geropa de Di�genes. �Pero acaso el Viejo Castilla no fue en los �90 un parresiasta en toda la ley seg�n se desprende del texto de Fontanarrosa y siguiendo las coordenadas del Michel Foucault que abreva en la antig�edad para pensar las relaciones harto dram�ticas entre sujeto y verdad?. �Etimol�gicamente, la parrhes�a significa decir todo. El parresiasta, estoy glosando a Michel, dice lo que es verdad porque sabe que es verdad. Y sabe que es verdad porque es realmente verdad. El parresiasta no es solamente sincero y dice su opini�n, sino que su opini�n es realmente verdad. Se dice de alguien que usa la parrhes�a s�lo si hay un riesgo o peligro para �l al decir la verdad. Cuando un fil�sofo se dirige �l mismo a un soberano, a un tirano, y le dice que su tiran�a es perturbadora y desagradable porque la tiran�a es incompatible con la justicia, entonces el fil�sofo dice la verdad, cree que est� diciendo la verdad y, m�s que eso, tambi�n asume el riesgo (en tanto el tirano puede enojarse, puede castigarlo, puede exiliarlo, puede matarlo). El parresiasta es alguien que asume un riesgo. Hasta aqu� algunas l�neas glosadas de Foucault hablando de la parres�a.
����������� Pero claro que tambi�n se podr�a se�alar que el texto de Fontanarrosa acerca del Viejo Castilla, el parresiasta, recoge el guante de una vieja pregunta que Pier Paolo Pasolini se formula en los a�os �60 acerca de c�mo ser un sujeto comprometido en un tiempo en el que el compromiso carece de sentido o, lo que es lo mismo, traiciona aquello por lo que alza su voz. Y sabemos que esta pregunta que desvel� los itinerarios intelectuales de Pier Paolo Pasolini y Michel Foucault tambi�n fue una inc�gnita que atraves� de forma dram�tica a los �90, frente a un menemismo primero y una alianza despu�s -pero ya de forma degradada y grosera- que reciclaban todo gesto, todo acto refractario o disidente en su favor y que hoy, esa pregunta, sigue vigente, al menos para m�: �c�mo ser un sujeto que se compromete a poner en acto un discurso de verdad sin desdecirlo ni hacerle perder su peligroso filo al ponerlo en circulaci�n?.
����������� Y ahora agotadas ya todas las paparruchadas y balbuceos que me propuse desplegar y considerando que la pluma de Fontanarrosa es de una claridad expositiva notable, prefiero dejar al lector en la intimidad del texto original y no glosar y repetir lo que ya este artista ha expresado de forma insuperable. Pero no quisiera retirarme sin antes apuntar que el texto que van a leer a continuaci�n retoma en los noventa un viejo tema de la filosof�a y la tragedia griega, y de la obra de S�focles en particular, que no es otro que el de la �tica, para cuyo tratamiento Fontanarrosa no renuncia a pensar a este pesado blas�n de la filosof�a con la ?gracia? del humor desenfadado e ir�nico del viejo Macedonio Fern�ndez y con el tono cachador embebido de cinismo canalla de ciertos trazos de la pluma de Roberto Arlt.
����������� Y cuando ya me retiraba silbando bajito, me doy cuenta que debo dar media vuelta, volver, y garrapatear unos �ltimos apuntes. El texto de Fontanarrosa sobre el Viejo Castilla, el parresiasta, fue escrito en los �90 y publicado en 1998 por Ediciones de la Flor. Si uno presta debida atenci�n al texto y sus voces, podr� notar que hay una serie de marcas (palabras, personajes y lugares) que si bien por s� solas no explican nada, sin embargo, forman parte de cierto sentido com�n y a priori, que ser�a como el suelo com�n que define las condiciones de posibilidad en una cultura y en un momento dados, en este caso, los a�os 90 en la Argentina. As� la discusi�n por el valor de una revista (meollo del drama) entre el gerente Silva y el empleado Castilla se dirime en d�lares y no en pesos -a�os del 1 a 1, un peso un d�lar- y de ah� que cuando Silva le ofrezca 5.000 d�lares por la revista al Viejo Castilla,� �ste cometer� un equ�voco notable al rechazar la suma llam�ndola ?dinero moneda nacional?, y en ese equ�voco, que confunde d�lares por dinero moneda nacional, se puede atisbar la fisura de los desvar�os de una pol�tica econ�mica que ?gestion�? la marcha de un pa�s fam�lico del tercer mundo so��ndolo como si fuera uno del primer mundo. O cuando el Viejo Castilla acuda en procura de consejo a su viejo amigo Abodenky, ?un l�der de la zurda, un militante comunista de los m�s bravos? de los �70, con el que discut�a sobre ?el papel de las masas, sobre el riesgo de sus errores y lo discutible de su infalibilidad hist�rica? y ahora trabaja como abogado de multinacionales y le confiesa ?trato de no convertirme en un terrible hijo de puta...por los pibes, m�s que nada te digo...?; c�mo no escuchar aqu� el drama de una generaci�n que termino arribando al poder en la �poca de Menem y que hoy con el kirchnerismo sigue sumando cuadros.
����������� Y tambi�n, por qu� no se podr�a ac� escuchar en sordina el debate que se dar�a pat�ticamente a�os despu�s, en torno a la carta de Oscar del Barco y la responsabilidad de esa generaci�n de asumir la parte que le corresponde de la sangre in�tilmente derramada de entonces; y en el fracaso de ese debate c�mo no o�r en las argumentaciones con que se rebati� a la carta de del Barco estas palabras de Abodenky: ?trato de no convertirme en un terrible hijo de puta...por los pibes, m�s que nada te digo...?. O que la acci�n transcurra en una ?empresa? en la que ?por estas cosas de los nuevos mercados? y ?la globalizaci�n? desembarca en ella un ?yuppie? con todo un equipo de ?colaboradores? para hacerla m�s ?competitiva? y ?eficaz? armando una ?revoluci�n? que hecha ?gente a la mierda?; y c�mo no ver ac� la suerte que corri� la Argentina de los a�os 90. O cuando Castilla y Silva discutan acerca del valor de la revista, el primero plantear� la cuesti�n como un ?problema? y el segundo le retrucar� que no es tal, sino una ?transacci�n comercial? y esta manera de pensar todo conflicto -econ�mico, pol�tico, social y cultural- como transacci�n econ�mica fue la medida est�ndar con la que se midi� -y se mide-toda fortuna y desgracia del pa�s.
����������� Tambi�n, en estos apuntes apurados y desprolijos, se deber�a apuntar que hay un hilo invisible que enhebra toda la trama del texto, ese hilo invisible es la palabra corrupci�n; y si bien, la corrupci�n es una figura tan vieja como la prostituta o la madre, en los �90 la corrupci�n pasa a ocupar un lugar estelar, a ser el centro de la escena con sus plumas, lentejuelas, conchero, afeites, c�maras ocultas y periodismo de investigaci�n, a ser la horma que da forma a todo pensar� cotidiano de esos a�os, a ser� lo que constituye el m�ximo brillo y opacidad de un discurso que obsesivamente va a problematizarla como su objeto m�s productivo y lujoso. Pero quiz�s lo m�s significativo sea la voz del narrador del texto, una voz sin nombre, que cuenta lo que relata desde el llano de un sentido com�n que no se decide jam�s entre el inescrupuloso yuppie Silva o el parresiasta Castilla, que se mofa de la suerte del ?prepotente? ganador Silva y de la oportunidad que rechaza parresi�sticamente el moralista y ?pelotudo? Castilla; es decir, esa voz an�nima que relata lo que escuchamos en el texto es la voz del sentido com�n de una �poca y un tiempo preciso, los �90, en que la sombra terrible de Menem era, a la vez, cara y cruz, cayera del lado que cayera la moneda, de los deseos, angustias� y fantasmas de la imaginaci�n de los argentinos, que despreciaba por corrupto y hacedor de todos los males de la Naci�n a Carlos Menem y secretamente so�aba afiebrada con ser �l paseando, previo paso por los avisperos de las avispas que guardan el secreto de la juventud eterna, por una ruta a 250 km por hora al volante de una Ferrari roja mientras una rubia tetona le tira la goma.

Elsa Kalish

************************************

Roberto Fontanarrosa

Cuesti�n de principios

�Te cont� la del viejo Castilla?. La del viejo Castilla es mundial. Es la prueba de lo que se puede comprometer un tipo por hablar al pedo, �viste?. Por darse manija con las palabras y despu�s no poder volver atr�s. A m� siempre me pareci� un viejo pelotudo, eso te lo aclaro desde el vamos, aunque al final, no s�, creo que medio que se reivindica el viejo, pero de todas maneras siempre fue bastante pelotudo. Un formal, �viste?, un tipo que estaba permanentemente tratando de demostrarte que �l era un caballerito ingl�s, un tipo educado, un tipo que manten�a una diferencia muy notoria con el resto de la gente, de la gente como nosotros. Cordial, �no?. Siempre cordial. Demasiado. Meloso a veces. Muy cuidadoso en su vocabulario, casi te dir�a que a prop�sito. Mir� que en la empresa por ah� todos hablaban, cuando se reun�an los empleados, por ejemplo a tomar caf� de una manera normal, l�gica, cotidiana. Puteando, por ejemplo, cag�ndose de risa. Pero Castilla, no. Participaba, hac�a algunos silencios reprobatorios ante las malas palabras y siempre mezquinaba las opiniones. Las quer�a hacer valer. Como si no pudiese rebajarse a intervenir demasiado en las charlas sobre pavadas, o como si se reservara el derecho a la conclusi�n final, a la moraleja. Un plomo, el pelotudo.

Dec� que nosotros ya no le d�bamos pelota. Habl�bamos delante de �l como si no estuviera. �Hac�a tanto que uno lo conoc�a de la empresa!. Porque hac�a como 20, 30 a�os... �qu� s� yo los a�os que hac�a que ese hombre trabajaba en la empresa!. Era ya parte del inventario. Te estoy hablando de un hombre que ahora tendr� cerca de 65 a�os m�s o menos. Y siempre muy atildado en el vestir, de traje y chaleco impecable, bigotito fino, cabello rizado algo escaso arriba y muy plateado sobre las sienes. Creo que se daba con la tintura el viejo. Porque era, es, un viejo coqueto. Y muy baboso. Siempre andaba rondando a las minitas, las secretarias. Haci�ndose el que no les daba bola. Pero las trataba con mucha deferencia, les corr�a la silla para que se sentaran, les elogiaba el peinado, les comentaba la ropa.

Un gal�n a la antigua, digamos. Eso es lo que �l, como estrategia yo pienso, quer�a explotar: su comportamiento a la antigua. El viejo se consideraba un reservorio de las viejas costumbres, un detalle de distinci�n. Pensaba que con eso hac�a diferencia, que eso le daba un rasgo distinto y ganador.

Adem�s, usaba palabras extra�as de vez en cuando, a prop�sito, antig�edades. ?Cobijas?, dec�a, por ejemplo... ?Botines? por zapatos, ?Chansonnier? por cantor... Y no te creas que no impresionaba a algunas pibas cuando lo ve�an tan educado, tan fino... Las minas nos marcaban las diferencias con nosotros, que las trat�bamos para la mierda a veces, o como a cualquier otro compa�ero de trabajo. ?Un se�or?, sol�an decir las chicas, cuando hablaban de �l.

Aunque me parece que el viejo, muy cauto, nunca iba m�s all� de ese revoloteo.

No supe de ninguna oportunidad en que haya invitado a una de las pibas a tomar un caf� fuera de la empresa o que se haya tirado abiertamente con una. Hasta ah� nom�s llegaba el viejo. Jugueteaba, le gustaba ese asunto seductor de maripos�n veterano.

Con la �nica que mostraba la hilacha, te juro, era con la In�s, una potra liger�sima que laburaba en Administraci�n. Esa mina siempre estuvo buen�sima y adem�s se iba con unas minifaldas por ac� que te volv�an loco. Para colmo, le daba calce al viejo. En joda nom�s, de hija de puta, porque ella se lo caminaba al gerente y despu�s al hijo del gerente.

Te estoy hablando de una mina de unos 34 a�os, que sab�a lo que quer�a, muy agradable la mina. Y con ella s�, el viejo se mor�a.

Yo, que conoc�a el pa�o, lo miraba cuando �l le hablaba o lo cazaba cuando ella andaba revoloteando por la oficina y �l, desde su escritorio, la miraba.

Y se le ca�a la baba al viejo Castilla...

Y un d�a no va y por estas cosas de los nuevos mercados, la globalizaci�n, la computaci�n y todo eso, aterriza en la empresa un nuevo capo. Un nuevo capo con toda una banda de colaboradores nuevos. Como se acostumbra ahora, �viste?. Un pendejo.

Insoportable el pendejo, te estoy hablando de 30, 31 a�os, no m�s. Medio pint�n el mocoso, o parec�a pint�n porque vos sab�s que no hay nada que te arregle m�s la cara que una buena tarjeta de cr�dito. Engre�do, prepotente, arrogante, con esa cosa yanqui de ?pisa recio y escupe lejos?. De la raza de los winners, de los ganadores, de los yuppies y toda esa mierda.

Entrador, por otra parte, cuando quer�a, simp�tico, fachero, deportista. Siempre tostado el tipo, Silva se llamaba, de andar en el r�o, en el mar, de ir a esquiar, de jugar paddle y todas esas boludeces. No le faltaba nada al pendejo. Y su segundo, su mano derecha, otro como �l. Algo m�s grande tal vez, 34, 35, P�rez Centuri�n, licenciado en marketing, en merchandising y esos inventos.

Las minas, locas con los dos, pero especialmente con el Silva, el presidente. La In�s, por ejemplo, lo marc� de arranque nom�s, porque de largada ya estaba la In�s en las gateras. Sin embargo, te dir� que el pendejo no com�a vidrio -no se llega hasta esos puestos comiendo vidrio- y tampoco era un viva la pepa en su comportamiento profesional. Estos pendejos est�n adiestrados para competir y para ser eficientes.

Entonces en la empresa mucho no jod�a. Te dir�a que todo lo contrario. Apuntaba m�s� que nada a la eficiencia y al laburo. Arm� una revoluci�n en la empresa, ech� gente a la mierda, sac� tipos de aqu� y los meti� en otra parte, modific� secciones, y al viejo Castilla lo dej� donde estaba, ni lo toc�, como si fuera un mueble que no necesita modificaciones. Tampoco lo ascendi�, pero no le peg� una patada en el culo. De todas maneras te digo que el viejo era muy eficiente en lo suyo, muy cuidadoso, muy meticuloso.

-Yo duermo muy bien por las noches, Juan Alberto; le contaba uno de esos d�as a su cu�ado por tel�fono el viejo, explicando las modificaciones de la empresa. -Vos no sab�s lo bien que yo duermo a la noche. Como un beb�, como un beb�...

y Sarita, la mujer del viejo, meneaba la cabeza de un lado para otro, sin intervenir en la conversaci�n, mientras planchaba.

-Yo nunca le he pisado la cabeza a nadie para subir, �me entend�s?. Nunca. Por eso duermo tranquilo. Tengo la conciencia muy limpia.

-�Subir? �A d�nde subir?; pregunt� Sarita, amarga, apenas Castilla cort� la comunicaci�n. -Ten�s casi 40 a�os en la empresa y segu�s en un puesto de porquer�a... �Qu� ?subir??.

-No seas injusta, Sara... Vos sab�s que es un buen puesto. Gano bien, me respetan...

-�Te respetan?. �As� te respetan?. Hace como cinco a�os que no te ascienden...

-No seas injusta -Castilla exageraba su herida-. �Y d�nde pensabas que pod�a llegar en esta empresa?. �A gerente general?.

-Mir�, Miranda...

-Miranda... -Castilla mene� la cabeza, con una sonrisa triste-. Miranda...

-S�, mir� a Miranda... Entr� despu�s que vos y gana m�s que el doble de lo que vos gan�s...

-No es m�s que el doble, no es m�s que el doble...

-En menos tiempo...

-O�me, Sara... -Castilla se mordi� los labios, como dudando en revelar un secreto de Estado-, yo s� bien c�mo ascendi� Miranda...

-�Qu�?. �C�mo ascendi� Miranda?. �Qu� hizo Miranda?.

-Yo s� muy bien c�mo ascendi� Miranda... Hay muchas formas de ascender en una empresa, Sarita... Yo no s� si Miranda duerme tan tranquilo como yo...

-Ah, claro... -Sarita golpe� m�s de lo necesario con la plancha sobre la tabla-. Ya sab�a yo... Todos los que consiguen cosas, todos a los que les va bien, son unos deshonestos, son unos sinverg�enzas, son unos ladrones... El �nico honesto ac� sos vos...

Castilla gir� sobre sus talones, arregl�ndose el cuello impecable de la camisa -permanec�a con corbata hasta en la casa- volvi� a resoplar, como si estuviese recurriendo a los �ltimos vestigios de su infinita paciencia.

-Hay muchas maneras de trepar, Sarita, muchas maneras...

-Y bueno, cont�me -desafi� Sara-. A ver, cont�me, c�mo hizo para trepar Miranda...

-No te puedo contar -frunci� la cara, Castilla-. No te puedo contar, es muy complejo...

-Claro, yo soy una burra que no entiende nada. A m� no me pod�s contar� nada porque no entiendo -Sara no levantaba la vista de la tabla-. Lo �nico que s� es que Miranda est� en el puesto en el que vos deber�as estar desde hace mucho... Y que todos los que llegan a algo son delincuentes...

Para colmo, te cuento, el viejo Castilla hab�a recrudecido con ese argumento desde el momento en que lleg� el pendejo de jefe. Acostumbrado a una empresa m�s tradicionalista, eso lo puso loco. Y lo coment� en la mesa del almuerzo con su familia: Sarita, y Rolo, su pibe, porque la pendeja ya se hab�a pirado un par de a�os atr�s.

-Cualquier mocoso petulante se cree con derecho de llevarte por delante, Sarita -hab�a dicho-. Tendr�as que ver a este muchacho, su altaner�a, su soberbia, su desparpajo... Yo no me explico c�mo pueden estos muchachos acceder a puestos de tanta importancia...

-Ser� capaz, Adalberto -cortaba Sara-. Ser� capaz... Muy simple...

Castilla chasqueaba los labios, despectivo.

-Capaz de cualquier cosa. De eso es capaz... Auto importado, tel�fono celular...

-�Y eso qu� tiene de malo?; terci� Rolito, el hijo de Castilla, que no ten�a m�s de 16 a�os, tomando partido junto a su madre.

-Atropellan a todo el mundo -Castilla desestim� la pregunta de su hijo-.� Piensan que no tienen nada que aprender...

-Pero llegaron, Adalberto. Llegaron. Y el d�a de ma�ana le dar�n un buen pasar a su familia; dijo Sarita.

Castilla sonri� tristemente.

-Tal vez sea yo el equivocado -dijo, dram�tico-. Tal vez sea yo...

Y la cosa se arm� una tarde de una forma en que no se puede creer. No me pregunt�s c�mo conozco yo algunos detalles, pero vos sab�s que en esas empresas, a la corta o a la larga, uno se entera de todo.

Hasta ese momento, este pendejo Silva no le hab�a dado ni cinco de pelota a Castilla. Salvo saludos muy formales, casi ni le hab�a hablado. Tampoco era que lo ignoraba, sino que m�s bien estaba haciendo otros estudios de la empresa y no hab�a tocado la parte de Castilla.

Pero esa tarde lo llama a su despacho, en el �ltimo piso del edificio para que le lleve unos papeles. Y Castilla va y descubre una cosa, mir� qu� rasgo curioso en un pendejo como este Silva con su perfil de eficientista pragm�tico.

Primero Castilla comprueba que este pibe hab�a cambiado casi todo el mobiliario de su oficina. A la mierda con los viejos muebles, con las cortinas, con las bibliotecas. Todo nuevo, supermoderno, amplios ventanales, moqueta de punta a punta, sillones giratorios, computadoras. Y segundo, que en el estante de una de las nuevas bibliotecas hab�a una colecci�n de revistas muy viejas, la revista ?Tertulias?, una revista casi desconocida del a�o del pedo. Estaban ah� y no ten�an un carajo que ver con nada.

Silva, el pendejo, yo creo que a prop�sito para molestar a Castilla, para escandalizarlo, en ese momento estaba hablando con su segundo, con P�rez Centuri�n, de minas, medio en clave, como intentando ser prudentes.

-�Y c�mo terminaste anoche?; pregunt� P�rez Centuri�n, haciendo caso omiso de Castilla que acomodaba los papeles de la carpeta que deb�a presentar.

-�Anoche?

-Con la Dalmita.

-�Con la Dalmita? -Silva apret� una sonrisa-. Bien... Muy bien... Pero me acost� temprano...

-Buena piba...

-Me dijo que la amiga te iba a llamar cuando volviera de Punta del Este...

-�La amiga?.

Fue cuando Castilla carraspe� indicando que ya ten�a todo preparado. Silva tom� la carpeta, le peg� una hojeada y musit� un par de ?Muy bien, muy bien?, complacido. Entonces el viejo, alentado y agrandado por la aprobaci�n del jefe, pregunt�, muy puntilloso, muy medido, por lo de las revistas antiguas.

-Las colecciono, se�or Castilla; exclam�, ufano y casi simp�tico, Silva.

Castilla enarc� las cejas. Nunca hubiese pensado que ese muchacho al que uno pod�a relacionar m�s que nada con los estudios del mercado, el an�lisis sobre gestiones de empresa, las vinchas para playa en colores fl�o, las tablas de surf y los amaneceres en Pinamar, pod�a dedicarse a coleccionar revistas viejas.
-Por mucho tiempo coleccion� pisapapeles tambi�n -sigui� Silva-. Pero me cans� pronto. Y me entusiasm� con las revistas. Aunque no tengo mucho tiempo para dedicarles. Tampoco tuve mucha suerte con esta colecci�n...

-�Por qu�?; pregunt� Castilla, asombrado de haber detectado un rasgo noble en el muchacho.

-Me falta un n�mero, Castilla. Aunque usted no lo crea, me falta un n�mero y no lo consigo.

-�Un n�mero te falta?; se ri� P�rez Centuri�n, sentado a la mesa de directorio.

-�Pod�s creer?. �Un n�mero!.

-�Prob� en las librer�as de viejo?; pregunt� Castilla. Silva se encogi� de hombros como desestimando una pregunta de tama�a boludez.

-Entiendo que le parecer� una obviedad mi pregunta -admiti� Castilla-. Pero es que yo he visto n�meros de esa revista tiempo atr�s en librer�as... Y es m�s, yo tengo algunos ejemplares, muy pocos...

-En librer�as no hay -fue dr�stico Silva-. Pero es muy interesante lo que usted me dice de los ejemplares que tiene...

-Conservo uno -dijo Castilla- de manera muy especial, porque en uno de sus art�culos, le estoy hablando del a�o �33, �34, hay una nota donde aparece� mi padre. En la visita del pr�ncipe Humberto de Saboya a Rosario, que vino al Jockey. Y all� aparece mi padre.

-�Y es el �nico n�mero que tiene?.

-No... Debo tener tres o cuatro guardados en alg�n caj�n del ropero...

-�Por qu� no me averigua, Castilla?. El n�mero que a m� me falta es el 148. El 148, recuerde...

P�rez Centuri�n, con presteza, anot� el n�mero en un papelito autoadhesivo y se lo entreg� a Castilla. Castilla aprob� un par de veces con la cabeza y se retir�.

Y mir� c�mo son las cosas, ya te ir�s imaginando lo que ocurri�. Castilla va a su casa, esa tarde busca en los estantes altos del ropero y encuentra las revistas. Dos o tres n�meros de ?Tertulias? medio hechos mierda, amarillos ya, llenos de tierra, dentro de un sobre, a los que no miraba ni de casualidad desde hac�a m�s de treinta a�os. Y comprueba, por supuesto, que la revista en que aparec�a la foto de su padre, era la n�mero 148, cosas del destino, aunque uno no crea.

Y te digo m�s. Lo que aparec�a de su padre no era ni un art�culo, ni una foto de su padre solo, ni nada que se le pareciera. Era una foto de conjunto, con casi m�s de 35 personas, borrosa, donde su padre aparec�a entre ese mont�n de lameculos rodeando al pr�ncipe Humberto, apretuj�ndose para aparecer en la imagen.

El padre de Castilla era uno m�s entre todos esos obsecuentes de sombrero y corbatita que rodeaban al monarca. Sin duda de ah� le ven�a tambi�n al viejo Castilla esa reverencia por las monarqu�as, por los escudos de armas, por la prosapia de la familia y todas esas pelotudeces que �l sol�a contar en la empresa. ?Le�n rampante escarlata sobre campo gualda?, sol�a describir el escudo de sus abuelos, remarcando que uno de ellos hab�a sido Marqu�s de las Octavillas en el a�o del pedo.

Lo cierto es que el viejo Castilla se guard� la informaci�n de que ten�a esa revista. Ni a su mujer le dijo. Pero andaba sonri�ndose por los rincones convencido de que hab�a conseguido un arma capaz de darle un poder insospechado. Al d�a siguiente, el pendejo Silva lo llama de nuevo para pedirle otros papeles. Cuando sube, en el �ltimo piso estaba reunida toda la plana mayor de la empresa, como quince figurones de todo tipo y cala�a, discutiendo algo importante. Silva se hace un momento para estudiar los informes de Castilla y cuando Castilla ya se estaba por ir, desde la mesa de directorio lo para.

-Se�or Castilla -llam�, ante el silencio de todos los dem�s. Castilla se detuvo junto a la puerta-. �Me averigu� lo que le ped� sobre la revista?.

-Vea lo que son las casualidades -palade� Castilla, muy orondo, desde la salida-. Efectivamente, el n�mero que yo tengo, donde aparece mi padre, es el que usted est� buscando, el 148.

Silva enarbol� una sonrisa de chico bueno.
-Fant�stico lo suyo, Castilla, fant�stico -exclam�-. Despu�s hablaremos del asunto -se ri�, p�caro-. Supongo que no tendr� inconvenientes en vend�rmela en este caso... Puedo pagarla muy bien... Usted puede fotocopiarla de punta a punta en todo caso, hoy por hoy la fotocopia l�ser permite reproducir una publicaci�n como si fuera la original...

Castilla, la mano apoyada sobre la puerta abierta, comprendi� que �se era el momento que hab�a estado esperando toda la vida. mantuvo la respuesta en suspenso, dejando que la ansiedad creciera en el silencio de los presentes que segu�an la conversaci�n con una mezcla de inter�s e ignorancia.

-Se�or Silva -deletre� Castilla- usted sabr� perdonarme... Pero esa revista tiene para m� un enorme valor de tipo espiritual... Y no todo� se puede comprar con dinero... Con permiso -y cerr� la puerta lenta, dram�ticamente, sin un solo ruido-.

Al d�a siguiente el pelotudo del viejo Castilla, porque te digo que era un pelotudo, festejaba su cumplea�os en su casa, en el departamento que ten�a por Espa�a y Montevideo. Reuni� a casi toda la familia o al menos a aquellos que le ten�an una especie de admiraci�n, que consideraban que la suya era palabra santa y que lo ubicaban entre los grandes sabios contempor�neos porque el viejo hablaba bien y ten�a modales para comer. No estaba Susana, la hija, porque esa pendeja ya se hab�a roto las pelotas de un modo inconmensurable a�os atr�s con el viejo y se hab�a ido con un pendejo a vivir al Sur o por esa zona. Pero todos los dem�s estaban. Comieron, chuparon, charlaron y sobre el final de la cena el viejo pidi� atenci�n.

-Silencio, silencio que va a hablar Adalberto; exigi�, pegando con la palma de su mano la t�a Magda, que siempre hab�a sido una chupamedias� del viejo.

-Callados, che -acord� Sarita-. Un poquito de silencio...

-Ayer me llama nuestro nuevo gerente general...; empez� a decir el viejo, solemne, con una sonrisa p�cara, para detenerse de inmediato al escuchar cuchicheos. T�a Magda se inclin� sobre Cachito que insist�a en seguir conversando con su primo y, en�rgica, le orden� algo en voz baja, zamarre�ndolo por un brazo. Cachito se call�.

-Escuch�, Ernesto -requiri� Adalberto, creando m�s expectativa-. Escuch�, Tolo, que esto es bueno...
Tolo, cu�ado de Castilla, acepto el pedido con una sonrisa ancha y burlona. Era al �nico que siempre le romp�a las bolas el constante se�or�o de Castilla, y el �nico que luego, en su casa, despotricaba contra el viejo con frases tales como: ?Pero por qu� no se va a hacer lavar un poco el culo?. Aceptaba no obstante las invitaciones al departamento de Espa�a y Montevideo, porque de tanto en tanto deb�a recurrir a la ayuda de su hermana Sara ya que �l no llevaba una vida ?ordenada? como postulaba el viejo.

-Escuch�, Tolo... -insisti� el viejo-.Ayer me llama este muchachito Silva, el nuevo jefe...

-No me hab�as contado nada...; frunci� el ce�o Sarita, simulando una sonrisa. Y a medida que el viejo contaba el episodio en el directorio de la empresa su rostro comenzaba a tomar un tinte ceniza.

-Y ah� yo le dije... ah� yo le dije... -lentific� el relato, deleitado, Castilla- desde la puerta nom�s y frente al silencio de todos los que estaban en la sala... le dije: ?Perdonem�, se�or Silva, pero esa revista tiene un gran valor espiritual par m�... Y hay cosas que no se compran con dinero?... Y me fui...

Se hizo un silencio. Sarita estaba violeta. T�a Magda, la chupamedias, enseguida dijo, pegando con el pu�o sobre la mesa, ?�Tom�!?.

-Se lo dije... repiti� Castilla, altivo.

-�Qu� lecci�n de vida!; grazn� t�a Isabel.

-?Esa revista tiene un gran valor espiritual para m�... -casi deletre�, de nuevo, el viejo-. Y hay cosas que no se compran con dinero?.

-�Pero por supuesto! -chill� Magda-. �Estos jovencitos se piensan que se pueden llevar todo por delante, es incre�ble la prepotencia que tienen!.

-Creen que todo se puede comprar con dinero, Isabel, �se es el problema; acot� Laura. Tolo no dijo nada. S�lo miraba a Sarita quien, una mano sobre la boca, estaba verde.

Esa noche por supuesto, cuando se fueron los invitados, se arm� el quilombo. Sarita le reproch� airadamente lo que hab�a hecho, lo calific� de irresponsable, le pregunt� qui�n se cre�a que era, le consult� d�nde iba a ir �l a buscar trabajo cuando su patr�n le pegara una buena patada en el culo y de d�nde iba a sacar la plata para pagar el viaje que Rolito iba a hacer con el equipo de rugby a Nueva Zelandia.

-No hablamos de dinero, Sarita -contest� Castilla ya desde la cama, molesto-. Estamos hablando de principios, que son cosas muy diferentes... �De principios!.

Pero Sarita ya no le contest�. Lloraba sofocadamente en el ba�o.

A otro al que no le hab�a ca�do para nada bien la cosa fue l�gicamente a Silva. Para colmo, P�rez Centuri�n, medio en joda medio en serio, lo empuaba en los descansos de sus partidas de paddle.

-�Qu� m�s quer�s, boludo? -le dijo, tomando un Gatorade y sec�ndose la frente con su mu�equera de toalla-. Arriba de que ten�s un tipo insobornable, justo en un puesto donde tiene que defender el dinero de la empresa... te quej�s...

-�Insobornable? -oscil� la cabeza Silva-. Lo que quiere ese hijo de puta es sacarme guita... Eso es lo que quiere...

-Por ah� no, por ah� no... Por ah� es un tipo de principios muy fuertes... No le importa la guita...

-Es un hijo de puta, Manuel... Yo los conozco a estos tipos, yo los conozco...

-�Y qu� vas a hacer?.

Silva se puso de pie y se peg� dos o tres veces con la paletita sobre el muslo transpirado.

-Ya vas a ver lo que voy a hacer... Todo hombre tiene su precio, acord�te...

-�Lo vas a echar?.

Silva mir� a su amigo con conmiseraci�n.

-Ser�a muy f�cil; dijo. Y siguieron jugando.

Al d�a siguiente, Silva le pidi� de nuevo a Castilla que subiera al directorio. Y ah�, sin dilaciones pero siempre dentro de un marco muy cordial, le ofreci� 5.000 d�lares por la revista. Castilla, sentado frente a �l, se qued� mir�ndolo. Disfrutaba el momento. Esa cifra era bastante m�s de lo que ganaba en todo un mes.

-Se�or Silva -comenz� a hablar, convencido de que estaba iniciando una cruzada de moralizaci�n- creo que provenimos de culturas diferentes, de educaciones diferentes. Yo no digo que la m�a sea mejor que la suya o viceversa. Pero son n�tidamente diferentes. Y en la cultura de la cual yo provengo se privilegiaban otros valores: la lealtad, la honestidad, el esfuerzo, la amistad, el sentido solidario. Habr� advertido usted, se�or Silva, que en ning�n momento he hablado de dinero. El recuerdo de mi padre no se mide en dinero moneda nacional, se�or Silva. Es todo lo que puedo decirle.

Silva, echado poco elegantemente sobre su sill�n, sigui� jugueteando con su rompecabezas pl�stico de intrincado dise�o, la vista perdida en un punto abstracto. Aprob� luego con la cabeza. Se puso de pie y extendi� la mano de Castilla.

-Le agradezco, se�or Castilla -dijo, ya animado-. Sinceramente le juro que admiro a personas como usted, que pueden estar apartados del tema econ�mico...

-No crea que yo no tengo mis problemas, se�or Silva; se puso de pie, radiante, Castilla.

-Me imagino, me imagino. Lo que hace m�s encomiable su actitud.

Castilla se march�, erguido como De Gaulle. Silva se volvi� a sentar, rumi� una puteada y le dijo a P�rez Centuri�n.

-Dame el n�mero de tel�fono de la casa de este tipo.

Para colmo -ya te he dicho que todas las cosas se saben en la empresa- la noticia de este asunto, al d�a siguiente, ya la conoc�a todo el mundo. Hab�a trascendido lo de la primera reuni�n, lo de la revista, la negativa de Castilla, la actitud firme de Castilla, la insistencia de Silva, el rebote repetido de Silva. Hubo empleados, yo entre otros, que nos acercamos a Castilla para felicitarlo, discretamente, sin levantar tampoco demasiado la perdiz. Y las minas se le fueron encima. Hasta In�s, que se sab�a positivamente que se encamaba con el Silva, se acerc� para felicitarlo. Castilla estaba radiante, pese a que manten�a un entripado con ella desde que se hab�a enterado de su fato con el gerente. Celos, m�s que nada, seguramente. De todos modos, Castilla adopt� un perfil bajo. ?Hice simplemente lo que mi �tica y mi moral me dictaban?, dec�a, bajando la vista, no s�lo para fingir humildad sino tambi�n porque no quer�a seguramente� montar tal circo que hiciera que el patr�n lo echara a la mierda por boc�n y farolero. De cualquier forma, se encarg� muy bien de decir en las ruedas de caf� y descanso que alg�n freno hab�a que poner a todos aquellos que pensaban que cualquier cosa, hasta lo m�s sagrado, se pod�a comprar.

Al d�a siguiente� llega a la casa y la Sarita lo estaba esperando.

-Llam� tu jefe; lo abaraj�. Castilla se qued� tieso, afloj�ndose un poco la corbata. Se hab�a cuidado muy bien de contar los �ltimos episodios a su esposa, especialmente el del ofrecimiento de 5.000 d�lares por la revista.

-Me cont� todo; sigui� Sarita. Rolito, el rugbier, estaba sentado a la mesa escuchando.

-Te dijo lo del dinero -dijo Castilla-. Te habr�s dado cuenta el tipo de tipo que es... Un inescrupuloso que...

-Me pareci� muy bien el muchacho -cort� Sarita-. Muy bien. Muy educado. Dijo que se dirig�a a m� porque tal vez yo fuese m�s razonable...

-Esto ya supera los l�mites -se sulfur� Castilla-. Ese tipo se est� extralimitando... es un imprudente y voy a tener que hablar con �l nuevamente... no tiene por qu� hablar a esta casa y...

-Pap�... -fue a los bifes Rolito-. Por una revistita de mierda que ni siquiera sab�as que la ten�as...

-�C�mo revistita de...? -aull� Castilla, perdiendo su compostura-. �C�mo dijiste?.

-�Estuve mil veces a punto de tirarlas, Adalberto! -grit� Sarita-. Mil veces estuve a punto de tirar todas esas porquer�as del ropero. No las tir� porque estaban junto a unas recetas de cocina... �no me vengas a decir ahora que esa revista es muy importante para vos!.
-�Fundamental! -rugi� Castilla, el dedo �ndice al aire-. Fun-da-men-tal... est� mi padre all�... y aunque as� no lo fuera, aunque para m� no tuviese ya demasiada importancia esa revista, Sarita, ahora la cosa pasa por otro lado...

-�Por qu� lado?.

-Por el hecho en s�, por mis principios, por no permitir que un mocoso insolente e irresponsable se crea que me puede comprar con un pu�ado de d�lares miserables...

-No tan miserables -se enoj� Rolito-. Es la plata que estamos buscando para mi viaje.

-Y para la ropa que se tiene que comprar Rolito para viajar -secund� Sarita-. No va a viajar hecho un pordiosero ese chico...

Castilla gir� un tanto la cara, se qued� mirando hacia un punto indeterminado y abati� sus hombros de la forma en que una vez viera hacerlo a Vittorio De Sica en ?Pan, amor y fantas�a?.

-Parece mentira... -musit�, como para s�-. Parece mentira... un chico de 17 a�os, al que uno supondr�a en la exacta edad de la pureza y la espiritualidad...� est� dispuesto a venderse por 5.000 d�lares miserables, como un sirviente, como un fenicio, como un galeote...

-�C�mo 5.000 d�lares, Adalberto? -frunci� el ce�o, Sarita-. 10.000 d�lares me dijo ese muchacho, 10.000.

-Diez mil d�lares le dijo el tipo, pap�; repiti� Rolito. Y Castilla sinti� que la tierra se abr�a bajo sus pies.

Al d�a siguiente, fue Castilla el que llam� a Silva pidiendo visitarlo en su despacho. Castilla entr� con paso vacilante. Hab�a perdido su antigua arrogancia, pero la reemplazaba por una militante resignaci�n. La misma, imaginaba, que hab�a lucido Juana de Arco frente a la pila de le�os.

El viejo sab�a que Silva inteligentemente hab�a abierto otro frente atacando en la cabecera de playa familiar. Sab�a, adem�s, que Silva pod�a multiplicar la apuesta hasta l�mites dif�ciles de soportar. Y que su frente interno no resistir�a tanto.
Pero el viejo, que te adelant� que era un pelotudo, hab�a llevado las cosas demasiado lejos. Ya todo el mundo sab�a de su postura desafiante frente a los jefes, se hab�a convertido en una suerte de Che Guevara frente al poder de la empresa y ahora, si hocicaba, si se rend�a, su derrumbe ser�a vertical y definitivo.

-Me ha parecido realmente imprudente de su parte, se�or Silva -dijo el viejo- que metiera a mi esposa en este problema...

-No es un problema, Castilla, es una transacci�n comercial.

-Para m� ya es un problema, se�or Silva. Usted me ha enfrentado con mi mujer y mi hijo, en algo que no deber�a haber salido de este despacho...

-Hagamos una cosa, se�or Castilla... vamos a ver... -lo cort� Silva, pr�ctico-.� Yo s� que todo esto ha trascendido en la empresa, todo este asunto con usted, su revista, mi colecci�n y esas cosas... muy bien... usted, entonces, se ha convertido en una especie de palad�n de las causas nobles, en alguien que puede, dentro de este mundo tan comercializado, marginarse de esas presiones y sostener sus principios a rajatabla. Y se ha convertido en eso con justicia, Castilla, cr�ame...

Castilla lo miraba, tratando de adivinar a d�nde quer�a ir.

-Pero usted es un principista, Castilla -sigui� Silva- y yo soy un comerciante.� Entonces, hagamos una cosa... hagamos una cosa... dejemos las cosas as�.� Esperemos que todo esto se apacig�e, que sus compa�eros de trabajo se olviden del asunto, que dejen de hablar de estas pavadas... y dentro de un mes, dentro de dos meses, usted me vende la revista, en la m�s total de las privacidades. Nadie se entera. Usted mantiene el prestigio adquirido, yo me quedo con la revista y completo la colecci�n. Y usted y su familia se hacen del dinero. Y todos contentos.

Castilla sent�a un profundo dolor en la garganta. Pero empez� a negar lentamente con la cabeza. Recuper� su �nimo insuflado de un esp�ritu �pico que lo enardec�a.

-Hablamos idiomas diferentes, se�or Silva. Y en la familia de los Castilla hemos sido siempre hombres de una sola palabra; se puso de pie. Seguramente Castilla pensaba que en ese momento, su cuerpo �ntegro resplandec�a, como los de los antiguos m�rtires religiosos.

Silva comprimi� las mand�bulas.

-Un momento, Castilla, un momento... tal vez a usted no le importe el dinero. Pero pueden importarle otras cosas...

Silva mir� a P�rez Centuri�n, testigo privilegiado como siempre de los acontecimientos. Castilla miraba a Silva.

-�Hace mucho que usted no viaja a Buenos Aires, Castilla?; pregunt� Silva.

Castilla se desinfl� en una sonrisa ir�nica, no pod�a creer que Silva lo corriera con eso.

-Bastante; admiti�.

-�Qu� le parecer�a si la empresa lo manda una semanita a Buenos Aires, Castilla, todo pago por supuesto, a un hotel cinco estrellas...

Castilla sac� hacia delante su ment�n, cada vez m�s sarc�stico, abismado, tal vez, por la ramploner�a de su adversario.

-...acompa�ado por la se�orita In�s, Castilla?. �Qu� le parecer�a eso?.

El viejo sinti� como un mazazo en la cabeza. Mil im�genes se le cruzaron inmediatamente frente a los ojos, de camas de agua, recepciones de hoteles lujos�simos, cenas con champ�n, alcobas con aire acondicionado y las piernas largu�simas de In�s.

-Me parece... -trat� de sobreponerse- me parece una falta de respeto hacia la se�orita In�s, se�or Silva.

-De eso no se preocupe -dijo Silva-. Usted pi�nselo, �me entiende?. Pi�nselo.� Imag�nese c�mo podr�a ser. Si le gusta. Si le parece bien...

-Me parece... me parece una bajeza, se�or Silva -se atrevi� a acusar, Castilla-.� Lo mismo que el hecho de hablarle a mi se�ora a mi casa...

-Qu�dese tranquilo, Castilla -Silva se adelant� casi como para ponerle el brazo sobre el hombro, c�nico-. Si hablo con su mujer no le comentar� lo del viaje a Buenos Aires...

Al viejo no le pasaba ni el aire por la garganta.

-Le pido -articul�, con dificultad- que no llame nunca m�s a mi mujer a mi casa.

-Por supuesto que no lo voy a hacer -prometi� Silva-. �Pero qu� hago si ella me llama?. Es su esposa la que qued� en llamarme...

El viejo no dijo m�s nada y se retir� del despacho. Para colmo, cuando sal�a, escuch� sonar el tel�fono.

De ah� en m�s pienso que la cosa fue un calvario para ese pobre viejo pelotudo. Yo supongo que lo del viaje a Buenos Aires con esta mina, la In�s, lo debe haber tenido despierto m�s de una noche pero que lo descart� casi desde el arranque. No dejaba de ser un viejo pusil�nime, hasta moralista te dir�a, con ese verso pomposo de la fidelidad matrimonial. Y, m�s que nada, con un cagazo cerval a que lo pescaran en una trampa y que todos dijeran: ?Pero mir� en el renuncio que lo cazaron al se�or Castilla?. Pero lo que le enquilomb� definitivamente la cosa fue la siguiente ofensiva de Silva, decidido firmemente a demostrar al mundo y en especial a P�rez Centuri�n y sus esbirros del directorio, que todo tiene su precio, que todo se puede comprar y que un buen empresario no debe detenerse ante nada ni ante nadie. Cuando la Sarita lo llam� de nuevo -porque fue ella la que hab�a quedado en llamarlo- Silva le ofert�, derecho viejo, 30.000 d�lares. Creo que ya lo hac�a no s�lo por el desaf�o personal de confrontar su filosof�a de vida con la de este viejo carcam�n y rid�culo, sino que lo tomaba como una inversi�n educativa para sus pares, que deb�an tomar en cuenta ese ?caso testigo? como una ense�anza para ejecutivos. Sarita lo encar� a Castilla y lo hizo de goma.

-Es el futuro de tu hijo, -le puntualiz�, tratando de mantener la calma- el viaje de tu hijo, los arreglos que le tenemos que hacer al departamento y hasta la posibilidad del auto...

Castilla se qued� en silencio, sentado frente a ella, mordisque�ndose la piel interna de los labios

-�Cu�nto hace que no tenemos auto, Adalberto? -pregunt� Sarita-. Desde que est�bamos de novios, que vos ten�as 23 a�os, yo creo. Desde esa �poca. Gladys y Ernesto tienen. Magda tiene. Y hasta el Tolo est� por comprar uno.

Se hizo un silencio.

-�Por qu� no le dec�s que no... -pregunt� Rolito, de pronto- y esper�s hasta que te haga una oferta de 50.000?.

Castilla lo mir� sin verlo, pregunt�ndose a s� mismo c�mo pod�a haber engendrado semejante monstruo.

-Si vos le dec�s que no a tu jefe... -continu� Sarita- porque acordate que es tu jefe, yo te juro que, primero... voy y quemo esa revista de mierda ahora mismo. Ahora mismo la quemo. Y despu�s... -se apoy� el pu�o sobre los labios que le temblaban, al borde del llanto- te juro que agarro mis cosas y las cosas de Rolo y los dos nos vamos de esta casa... a cualquier lado nos vamos, a cualquier lado...

Castilla mir� a su hijo. Rolito le mantuvo la mirada, decidido. El viejo se puso de pie.

-Es reconfortante saber -musit�- que siempre han querido tener un padre que fuera un ejemplo de integridad, de solvencia moral, de �tica... es reconfortante...

-�Qu� tiene que ver esto con la �tica, Adalberto? -salt� Sarita-. �No hagas una pantomima de una revistita de mierda!. �De qu� �tica me est�s hablando?.

Fue Castilla entonces el que se sent� vencido.

-�Qu� va a decir tu hermana? -pregunt�-. �Magda, Ernesto... tu madre?.

-�Nada tienen que decir, nada!. �No tienen por qu� enterarse de nada!. �O te cre�s que todo el mundo est� preocupado por esa revista de porquer�a, Adalberto?. �Qu� van a decir, eh, qu� van a decir?. ?Adalberto le regal� esa revista a su jefe?, van a decir, eso van a decir, ?Cambi� de opini�n y le regal� esa revista a su jefe?...

-Es que no se la regalo... No es un regalo...
-Se van a alegrar, despu�s de todo, cuando vean que tenemos auto, que Rolo se va de viaje, que por fin nos va bien...

Castilla miraba hacia el infinito.

-Tambi�n se la podr�a regalar... reflexion�, mustio.

-Te mato; dijo Sarita.

-Ni en pedo; salt� su hijo.

-Me voy de casa, Adalberto, sab�lo -le record� Sarita-. Nos vamos con tu hijo... y Castilla se qued� callado.

Yo pienso que ah� el viejo decidi� entregar el rosquete. Se dio cuenta de que sus desplantes, sus bravatas, sus compadradas, ya no daban para m�s. Hab�a ido demasiado lejos. Fue al ropero, sac� la revista y la puso sobre la mesa. La hoje�, repas� la foto donde aparec�a -uno en la multitud- su padre y suspir� hondo. Y fue en ese momento cuando llam� la hija. Despu�s de no haberle hablado durante m�s de tres a�os, Susana, la hija que se le hab�a pirado al sur con un artesano, apareci� de vuelta. Le dijo por tel�fono que estaba de paso por Rosario y que quer�a verlo un momento. Averiado, fr�gil, tremulento, el viejo acept� la propuesta. �l mismo la hab�a echado pr�cticamente a la piba, cuando ella se neg� a estudiar medicina insistiendo en aprender teatro; all�, para colmo, hab�a conocido a un flaco con apariencia de miserable que hac�a figuritas con alambre y tocaba la viola.

El viejo se encontr� esa misma tarde con Susana en un caf� del centro y estuvieron hablando largo rato. Y Susana lo emocion�. Le dijo que se hab�a enterado de todo el quilombo por la revista. Que estaba orgullosa de tener un viejo como �l, que �l era un basti�n de la moralidad y el espiritualismo contra toda la mierda comercial y materialista del sistema que hab�a convertido a Am�rica Latina en una sociedad careta. El viejo casi se larga a llorar. Y cuando la Susanita le dijo adi�s, porque iba a encontrarse con el flaco melenudo para volverse a San Mart�n de los Andes, lo dej� al pobre viejo con tal quilombo en la sabiola que �l decidi� consultar con su amigo Abodenky.

�Qui�n es Abobenky, dir�s vos?. Bueno, Pedro Abodenky es un viejo pelado, de barba, abogado, que hab�a hecho toda la secundaria con Castilla.

Y por aquel entonces, Abodenky era un l�der de la zurda, un militante comunista de los m�s bravos, un agitador. El viejo siempre lo admir� en silencio al Abodenky. Sin admitirlo, porque el viejo andaba en otra cosa, en el individualismo, en el surrealismo, hablando de Breton, Apollinaire, Braque y esas pelotudeces. Pero lo admiraba al Abodenky por su pasi�n, por los huevos que este tipo ten�a, por la pureza de sus ideas y por la bola que le daban las pendejas a este referente de la zurda.

El viejo no militaba, pero de tanto en tanto charlaba largamente con Abodenky, discutiendo a veces sobre el papel de las masas, sobre el riesgo de sus errores y lo discutible de su infalibilidad hist�rica.

Durante a�os no supo m�s nada de �l. Es m�s, pens� que hab�a sido boleta, que lo hab�an hecho cagar los milicos porque nadie sab�a acercarle noticias de su amigo. Pero al fin reapareci�. El viejo lo encontr� un d�a caminando por la calle C�rdoba. Hab�a vivido una punta de a�os refugiado en Holanda. Y con la democracia se hab�a vuelto. Le dej� un tel�fono a Castilla, casi como una formalidad tonta, por si acaso, por si necesitaba algo. Y Castilla, en medio del quilombo que le hab�a armado la hija en el balero, lo llam�. Quer�a pedirle una opini�n, un consejo, en ese momento en el que su estructura moral y su �tica vacilaban.

-�Pero dale esa revista, Adalberto! -se ech� hacia atr�s, como escandalizado, Abodenky-. Dale esa revista y que se deje de hinchar las pelotas.

-Es que... no s�... yo supon�a que vos...

-O�me, Adalberto, o�me... no te pong�s en una posici�n principista pelotuda -baj� la voz, comprensivo-. Este tipo te est� presionando, est� tocando lo que para vos es lo m�s sagrado, tu familia. Te est� originando un conflicto con tu mujer y tu hijo. Te est� cagando la vida. Puede multiplicar la apuesta tres o cuatro veces m�s hasta quebrarte... y estamos hablando de una revista chota, Adalberto...

-No se trata de una revista, Pedro. Yo pens� que vos entender�as la lucha de principios y de filosof�as de vida que se est�n planteando en este asunto...

-Adalberto... Adalberto... esto no es como las pel�culas de James Bond, donde se juega el destino de la humanidad. Yo comprendo perfectamente lo que me quer�s decir... han muerto y mueren miles y miles de personas por cosas m�s importantes en el mundo... vos est�s haciendo una cosa supuestamente �pica de un enfrentamiento, hasta te dir�a, generacional... dale la revista, cobr� la guita, comprate el auto, llevala de vacaciones a tu mujer, que tu pibe pueda viajar a Nueva Zelandia y que ese muchacho Silvo, Silva o como se llame se meta la revistita hecha un cilindro en el medio del orto...

-�Te parece, Pedro?. Vos eras duro...

Abodenky estir� una sonrisa triste.

-Estoy laburando en una multinacional, Adalberto -le dijo-. Como abogado. Yo, estoy laburando para una multinacional. Ya me cas� y me separ� tres veces... tengo hijos en Holanda e hijos ac�... encontr� a un ex compa�ero m�o laburando como informante de la Armada... escribo de vez en cuando y trato de no convertirme en un terrible hijo de puta... por los pibes, m�s que nada te digo...

Castilla lo mir� en silencio.

-Y vos me ven�s con este conflicto de la revista... -se ri� Abodenky-.

-Bueno... perdon�... cre� que era importante...

-�No hombre, por favor!. Me encanta verte, me encanta verte... pero vendele esa revista... �o acaso alguien te va a reconocer algo si no lo hac�s?. �No nos dec�an a nosotros que nadie nos hab�a pedido que combati�ramos por ellos?. �No nos dec�an eso?. �No nos dicen eso?.

-Y es la verdad -pinch� Castilla-.

Abodenky se ri�, amargo. Se despidieron.

Dos d�as despu�s, Castilla arregl� las condiciones de su entrega, de su rendici�n.� Absoluto secreto, exigi�. Discreci�n completa. Incluso lo habl� por tel�fono con Silva desde su casa, porque cada vez que sub�a al directorio todo el mundo se enteraba, y no s�lo eso, todo el mundo se enteraba de lo que hablaban.

-Por favor, Castilla, ni qu� decirlo -aprob� Silva, medido pero exultante, mientras le hac�a un gesto con el pulgar elevado a su amigo P�rez Centuri�n-. Ni qu� decirlo. Le digo m�s. Le propongo que no me traiga la revista ac�, a la empresa. Y que nos veamos fuera del horario de trabajo. Incluso, estrictamente, esto no es una cuesti�n de trabajo. �Qu� le parece mi departamento el domingo a la tarde?.

Castilla vacil�.

-�Su departamento?; med�a los riesgos.

-Mi departamento. Yo vivo solo, en Barrio Mart�n. Si usted me dice que se viene a la tardecita, yo lo espero a eso de las siete, siete y media, como le resulte m�s c�modo. Usted me entrega la revista y yo le doy ah� mismo el cheque. El lunes lo cobra.

Castilla mir� a su mujer y �sta, adivinando el �xito, enarc� las cejas.

-Ocho y media del domingo -contrapuso Castilla-. Tengo algo que hacer antes.

Era mentira. Pero pensaba que a esa hora, las ocho y media, ya estar�a oscuro y menos gente podr�a verlo entrando al departamento de Silva. ?Como si fuera un ladr�n?, se flagel� antes de seguir hablando.

-Ocho y media, Castilla. Perfecto. Ah� lo espero. �Vendr� usted solo por supuesto?.

-Por supuesto, se�or Silva. Ir� solo.

Para el domingo el viejo estaba como si se hubiese sacado un peso de encima. El hecho de tomar una decisi�n, bien o mal, yo pienso que te tranquiliza considerablemente. Lo jodido, lo que te mata, es la incertidumbre. Por otra parte, hab�a recuperado el respaldo de Sarita y hasta el respeto del adolescente Rolo, el promisorio rugbier.

La dem�s gente le importaba menos. Ya nadie le comentaba nada sobre el asunto de la revista. Y su hija, la recuperada Susana, estaba de nuevo en la remota San Mart�n de los Andes con el artesano cantor.

Lleg� a la puerta del lujoso edificio del barrio Mart�n y toc� el portero el�ctrico. Hac�a fr�o. No se ve�a pr�cticamente a nadie por la calle, ni tampoco en la puerta de los departamentos. Ni siquiera un portero detr�s de la mesa de recepci�n.� ?Mejor?, pens� Castilla, sosteniendo debajo del brazo el sobre de papel manila donde llevaba la revista. El ascensor lo fue elevando, lenta y silenciosamente, hasta el piso catorce. Abri� y frente a la puerta del ascensor se abri� tambi�n la del departamento. Silva lo esperaba en mangas de camisa pero con corbata, con un vaso de whisky en la mano, sonriendo. Atr�s se ve�a una sala amplia y un ampl�simo ventanal que daba al r�o.

-�Qu� tal?; dijo Castilla.

-�C�mo le va, Castilla?. Pase, pase.

Castilla entr� al departamento y refren� un impulso de quitarse el sobretodo. Quer�a que la cosa fuese r�pida. El lugar estaba silencioso y poco iluminado, como si Silva tambi�n estuviera apurado por terminar aquello, como si estuviera a punto de salir.

-Pase, pase por ac�, Castilla; Silva lo invit� a una habitaci�n contigua que se ve�a m�s luminosa.

-Le traje tambi�n... -acept� la indicaci�n Castilla- las otras revistas, los otros n�meros que yo guardaba de ?Tertulias?. Total, para m�...

Y se qued� en silencio, at�nito. Ah�, en el otro sal�n, frente a una mesa ratona bastante amplia donde hab�a botellas, bocaditos y vasos de distintos tipos, estaban todos, todos sus compa�eros de oficina. Estaban tambi�n P�rez Centuri�n, In�s, y los dem�s secuaces de Silva en el directorio general.

-Miren qui�n vino; anunci� el hijo de puta de Silva. Y ah� fue como si recuperaran el habla todos, que saludaron con gritos de j�bilo a Castilla. El viejo se qued� helado, plantado en el medio de la pieza. Sent�a, present�a, asum�a, que se lo hab�an cogido.

-A ver... a ver esa revista que usted no quer�a venderme, Castilla... -palmote� alegre Silva, manoteando un s�ndwich triple y zamp�ndoselo en la boca, ante la algarab�a general-. Perm�tamela verla...

Castilla hab�a quedado con el sobre extendido hacia adelante. Silva lo tom� sin esfuerzo y luego se dej� caer en un hueco que le dejaban en el medio del sill�n principal la rubia de computaci�n e In�s, que se ri� a los gritos. Todos -eran como veinte- se inclinaron sobre la revista para mirarla, con fingidos chillidos de inter�s.

-Lo prometido es deuda, Castilla -Silva se puso de pie de nuevo, como un resorte-. Ahora le traigo su cheque... -y se march� casi a los saltos hacia otra habitaci�n-. Castilla permanec�a clavado donde estaba, respirando con dificultad. In�s le ofreci� un trago, P�rez Centuri�n, bocaditos, pero el viejo no acept� ni contest� nada.

-Ac� tiene -anunci� Silva, volviendo-. Ac� tiene lo suyo... -enarbol� el cheque a la vista de todos-. �30.000 d�lares!.

-�30.000 d�lares!... �Qu� maravilla!; gritaron muchos, en especial, las mujeres.

-Lo que cuesta, vale; sentenci� Silva, extendiendo el cheque hacia Castilla, pero sin acercarse. Castilla, tras un momento de vacilaci�n, camin� hasta donde estaba Silva, estirando el brazo, arrastrando los pies.

-Ac� lo tiene -explic� Silva, repasando lo escrito en el cheque con el dedo �ndice-. Ma�ana mismo puede cobrarlo... ma�ana a la tarde ya se puede comprar un auto cero kil�metro, si le interesa...

Castilla tom� el cheque como en c�mara lenta. Cuando lo apres� entre sus dedos, un suspiro de admiraci�n creci� entre los presentes. Castilla vio que In�s lo miraba, ahora, muy seria. Entonces el viejo Castilla, siempre con movimientos lentos, como did�cticos, como explicativos, agarr� el cheque y lo rompi� en mil pedazos. Lo hizo mierda, loco, ah� mismo, frente a los ojos de todos aquellos chupaculos del pendejo Silva, que lo miraba con una mirada de incomprensi�n.

Despu�s, el viejo Castilla peg� media vuelta y se fue del departamento. Vaya a saber qu� carajo habr� pensado cuando sali� al fr�o de la noche. Tal vez en el quilombo que le iban a hacer su mujer y su hijo. Tal vez en lo que le iba a decir a la Susana si lo llamaba de nuevo desde San Mart�n de los Andes. Tal vez en la cagada que significa comprometerse por hablar tanto al pedo. O tal vez en que esa noche iba a dormir muy, pero muy tranquilo.

Roberto Fontanarrosa

el interpretador acerca del autor

Elsa Kalish

Publicaciones en el interpretador:

N�mero 9: diciembre 2004 - Las chicas de Letras se masturban as�

N�mero 10: enero 2005 - Las chicas de Letras se masturban as� II

N�mero 11: febrero 2005 - Las chicas de Letras se masturban as� III

N�mero 12: marzo 2005 - Las chicas de Letras se masturban as� IV

N�mero 13: abril 2005 - Tensiones y contenciones: Nielsen, Piglia, Fogwill y dem�s

N�mero 13: abril 2005 - Las chicas de Letras se masturban as� V

N�mero 14: mayo 2005 - Las chicas de Letras se masturban as� VI

N�mero 15: junio 2005 - �Puta! Hay cad�veres

N�mero 15: junio 2005 - Las chicas de Letras se masturban as� VII

N�mero 16: julio 2005 - Las chicas de Letras se masturban as� VIII

N�mero 17: agosto 2005 - Las chicas de Letras se masturban as� IX

N�mero 18: septiembre 2005 - Las chicas de Letras se masturban as� X

N�mero 19: octubre 2005 - Las chicas de Letras se masturban as� XI

N�mero 20: noviembre 2005 - Las chicas de Letras se masturban as� XII

N�mero 22: enero 2006 - Las chicas de Letras se masturban as� XII Bis

N�mero 24: marzo 2006 - Las chicas de Letras se masturban as� XIV

N�mero 25: abril 2006 - Las chicas de Letras se masturban as� XV

N�mero 25: abril 2006 - La celebraci�n (aguafuertes)

N�mero 26: mayo 2006 - Las chicas de Letras se masturban as� XVI

N�mero 27: junio 2006 - Las chicas de Letras se masturban as� XVII

N�mero 28: septiembre 2006 - Las chicas de Letras se masturban as� XVIII

N�mero 28: septiembre 2006 - Ilusiones perdidas

N�mero 28: septiembre 2006 - �Qui�n es esa chica? (dossier "Evita")

Direcci�n y dise�o: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: In�s de Mendon�a, Camila Flynn, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse, Juan Leotta, Juan Pablo Liefeld
Control de calidad: Sebasti�n Hernaiz

Im�genes de ilustraci�n:

Margen inferior: Antonio Berni, Chacareros (detalle).