El 24 me levanté temprano. Desayuné mate con cereales y luego me puse a hacer gimnasia. Después me bañé, almorcé y me fumé el primer cigarrillo del día. Y durante todo este tiempo hasta las tres de la tarde, que me fui a la casa de un amigo, estuve saltando de dial en dial, tanto de AM como de FM, escuchando ruido. Un ruido que secuestraba mi estado de ánimo. Un ruido que en lo central sólo podía articular un bla bla bla que me ponía histérica. Un ruido que hace semanas se viene desplegando, o que en realidad, hace años viene imponiendo sus estrategias de poder, hasta llegar a este día en que la verdad nos hermana a todos bajo esta sentencia irónica y cruel: hoy somos todos desaparecidos.
En el camino a la casa de mi amigo fui leyendo El baile de las locas de Copi y chequeé mis cinco casillas de correo electrónico sin encontrar el mail que hace días espero recibir. En la casa de mi amigo hablamos de un laburo que estamos haciendo y luego seguimos por la tele, en un zapping entre divertido e irónico, las instancias de la marcha en Plaza de Mayo. Quizás lo más interesante de la tele fue algo que vimos en Crónica TV. Se mostraba una foto en blanco y negro. Empezaba por los testículos e iba subiendo hasta mostrar la cara sonriente de Videla. Entonces aparecían unas palabras: hace 30 años reía. Después llegaron otros amigos. Pedimos pizzas y cervezas. Hicimos chistes. Hablamos de ya no se qué y luego algunos se fueron a dormir y otros a una fiesta.
Hasta acá el aguafuerte que me pidió Juan Diego Incardona sobre mi 24 de marzo.
Pero no quiero clausurar mi aguafuerte acá, así que intentaré decir algo más.
Primero, la procesología y todos los kiosquitos que el saber procesológico han logrado establecer me dan asco.
Segundo, la generación que la procesología insiste en afirmar que perdió, es una verdad a medias. Por qué si es una generación que insiste en que perdió de forma fatal y definitiva su sueño de llegar a los lugares de poder donde se toman decisiones sobre la vida del conjunto de la población, una puede verificar que de Menem a Kirchner esta generación a tenido un papel cada vez más protagónico.
Tercero, cada vez que me escucho hablar a mí misma, como a amigos, periodistas, intelectuales, y quién sea sobre el proceso y surgen palabras como memoria, terror de estado, complicidad civil, desaparecidos, intereses económicos, genocidio, lo único que se puede escuchar ahí es una fatal resignación a no decir nada, a un bla bla bla que nos exime de todo pensamiento.
Cuarto, probablemente lo único verdadero que se haya podido decir en torno a este tema desde hace muchos años lo haya escrito Oscar del Barco en una carta (ver el interpretador N° 15 o 22). Pero creo que esa carta es ilegible e imposible de poder ser leída hoy.
Quinto, tengo la sensación de que esta fecha muy bien se puede ilustrar con una película: “La celebración”. La celebración trata, justamente, de una celebración. Un padre, dueño de un hotel, invita a toda la parentela para festejar su cumpleaños. En medio de la celebración, Cristian, su hijo, pide la palabra y acusa a su padre de ser el culpable del suicidio de su hermana y de la violación de su propia persona durante años. Toda la familia hace como que nunca escuchó las palabras de Cristian o que son las palabras del loquito de la familia y siguen con la comilona. Cristian insiste hasta que se les hace insoportable su relato y lo llevan afuera del hotel y lo dejan maniatado en el bosque. Cristian logra desprenderse de sus ataduras y vuelve a pedir la palabra y logra imponer su relato. Entonces todos deciden que el padre es un monstruo y que de ahora en más éste no podrá vivir en el hotel, que de ahora en más vivirá en el fondo, en una cuartito a distancia de toda la familia. La película termina con Cristian sentado a la mesa, a la mañana, con una cara tatuada de tristeza mientras el resto de la familia desayuna feliz.
Sexto, creo que hoy nada se puede decir acerca de este tema, que el tema gira en el vacío. Que todo lo que se diga es paja mental o mentira, palabras que pecan de patética inocencia o de pícara viveza sólo redituable económicamente.
Séptimo, creo que todo lo que escribo aquí no escapa al bla bla bla de los sesudos intelectuales pertrechados de sofisticadas lecturas y teorías, ni a la canalla periodística, ni al discurso de los organismos de derechos humanos. ¿Pero cómo sustraerme a la tentación de participar de esta celebración? ¿Cómo negarme a no decir nada, a no salir en la foto, a tener la honestidad y el valor de poder sostener que yo, de ésto, no puedo decir nada más que bla bla bla?
Elsa Kalish