“Es frecuente que la realidad se vuelva ficción”
Héctor Schmucler en “La única verdad es el relato”
“Y...ahora es así”
Doris del Valle entrevistada en “Quién es quien”
Era de noche y viajaba sentada en uno de los asientos del fondo del 44. El colectivo venía prácticamente vacío y yo hacía que leía unos apuntes. Cuando el colectivo llegó a Chacarita subieron dos pasajeros. Uno fue directamente para el fondo a sentarse en un asiento delante del mío. El otro se quedó frente a la máquina expendedora de boletos poniendo monedas, que no bien las ponía la máquina se las devolvía y nuevamente las volvía a introducir.
Como a las 20 cuadras el colectivero le dijo que pasara sin pagar y fue a sentarse junto al otro pasajero. Fue ahí que los miré atentamente. A él lo conocía de memoria, era Brad Pitt. Y a ella también, era una chica de Letras, de las vedettes consagradas, pero por más esfuerzos que hacía por recordar su nombre, no me salía.
Durante todo el viaje, en ningún momento, se me cruzó por la cabeza cuestionarme la verosimilitud de que Brad Pitt estuviera viajando con una chica de Letras en el asiento de adelante al mío. Todo mi esfuerzo intelectual estaba puesto en descubrir quién era esa conchuda de Letras, que estaba segura de haber cursado su cátedra, y que estaba a los besos con mi bombón imposible.
Cuando el colectivo llegó a mi parada, me bajé, y ellos detrás de mí. Encendí un Gitanes. Que de los nervios y ataque de concha de los mil demonios y uno más, me lo fume de tres pitadas. Encendí otro y me puse a caminar rumbo a la facu.
Pero, cuando entré a Puán, el lugar era otro, era La Salada, el bolishopping del Conurbano Bonaerense donde te podés comprar 10 remeras a 20 pesos, zapatillas Nike de 200 pesos a 25, y donde en una suerte de aleph lumpen convergen piratas del asfalto, el aparato duhaldista, la policía bonaerense, la clase media, dealers, marcas de “primera calidad” truchas hechas en quién sabe donde; en fin, un lugar mágico, con un ambiente que oscila entre pesadito y pasadísimo, donde en cuanto te hacés el loco te cortan en cuatro, y donde con poca plata y suerte te podés llevar lo que busques.
Empecé a buscar entre los pasillos mi aula, porque si bien Puán era La Salada seguía siendo Puán, y me detuve frente a un stand donde María Teresa Gramuglio vendía remeras. Había una montaña de remeras y ella estaba a un costado, leyendo “El alma y las formas” en la edición francesa y escuchando en los walkman, a los tacos, a Cacho Castaña: explota la bailanta / ya comienza el show / a vuelto el matador / a vuelto el matador...
Cuando se percató de que la estaba observando, me dijo: yo a Cacho lo sigo desde siempre, ¿sabes? Lo que pasa que antes los maoístas con los que paraba, si les decía que me gustaba me hubieran acusado de contrarrevolucionaria. Aparte Cacho, sabés, dicen que tiene... y abriendo bien grandes los ojos, puso sus manos frente a sí, en paralelo, a unos treinta centímetros de distancia entre ambas, y concluyó: la de Cacho es una cosa de locos, que ni en una porno. ¡Qué Mao ni revolución ni ocho cuartos! ¡Cacho Castaña for ever now! Vos todavía sos pendejita y por eso tan pelotudita como era yo a tu edad, ¿sabes lo único que importa? Que te agarre un Cacho y te dé con su capital en la estructura y la superestructura hasta hacerte pelota toda la plusvalía. La única verdad de la milanesa es la milanesa.
Asentí, sin saber qué responder. Luego se me acercó y me susurró al oído, cuidado, porque en esta facultad están pasando cosas raras. Después, volvió a ponerse los walkman y abandonó su puesto canturreando, explota la bailanta / ya comienza el show/ ha vuelto el matador...
Yo empecé a revolver entre las remeras. Había de todas las marcas y de todos los talles. Cuando de repente siento que la montaña de remeras empieza a temblar. Me alejé unos pasos y del centro de la montaña emergió David Viñas. Me miró fijo a los ojos y empezó a gritar: ¡Literatura argentina y realidad política!
Como pudo salió de la montaña de remeras y se perdió, corriendo, por un pasillo, repitiendo, a los gritos, ¡Literatura argentina y realidad política!
Fue entonces, ahí, que empecé a sentir miedo, y sólo pensé en buscar mi aula, sentarme y tomar apuntes. ¿Pero dónde estaba mi aula?
Aparte el lugar era un mundo de gente que iba y venía, compraba cosas, se chocaban unos con otros. Entre el tumulto lo vi a Jorge Panesi. Estaba con un control remoto de televisor y lo apuntaba contra Daniel Link. Cada vez que Panesi presionaba un botón del control remoto Link devenía algo: Mirta Legrand, Jaques Derrida, Juan Forn, Pampita, Silvio Soldán, Vivi Tellas, y finalmente lo hizo devenir Alf y lo dejo ahí.
Estaba anonadada viendo la escena, cuando a mi lado me di cuenta que había alguien que me atravesaba con la mirada.
¡Era Fogwill!
—Elsita, ¡qué buena que estás! —me dijo, penetrándome con la mirada—, si no hubiera tomado tanta merca en mi vida, y todavía se me parara, no sabes la cogida que te pegaría.
Estaba a punto de decirle que aunque no se le parara igual podíamos, quizás, hacer algo. Pero apareció el gran falso torton patrio, Charles Bronson, El vengador anónimo, que le metió dos tiros en la nuca y Fogwill se desplomó ante la indiferencia de la gente excitada con sus compras.
Más allá, volvió a pasar corriendo David Viñas, gritando, ¡Literatura argentina y realidad política!
Charles Bronson se me arrimó, guardándose la Magnun en el pantalón —que lo lleva a la altura de las tetas— y me confesó:
—Hoy va a correr sangre, vos seguime y no te va a pasar nada, Elsa.
¿Qué podía hacer? Lo seguí.
Me llevó hasta un aula donde estaba reunida toda la farándula de Letras. Y por supuesto estaba Brad Pitt con su chica de letras que no podía identificar. ¿Quién es?, me preguntaba obsesivamente.
La que tomó la palabra fue Cristina Iglesias y planteó que no podía ser que “ese” Zizek se pusiera a hablar impunemente en la Argentina del Matadero y el rosismo. Entonces, Silvita Delfino dijo: lo que pasa es que como nunca entendió, este buen hombre, de dónde sacó Ernesto Laclau su teoría del populismo, entonces vino acá y se cree que leyendo algunos libros nos va a poder contar a nosotros qué es. Y ahí saltó la Cerrato: aparte, estoy harta, que vengan los extranjeros y se lleven a nuestras nenas, ¿qué es la Argentina, una suerte de Yo me quiero casar y usted... para pelandrunes que vienen con euros o dólares?; repito, tenemos que impedir que este yugoeslavo se lleve de Puán a Analía Hounie, que, por otra parte, es la única modelo que produjo Letras, ¿o acaso no recuerdan cuando salió en Caras, mostrando su humanidad, diciendo: Kafka a mí me cambió la vida?
Aparentemente había en el aula un consenso general. Había que darle un escarmiento a Zizek, pero cuál.
En ese momento la puerta fue violentamente abierta de una patada. Era Viñas. Se paró frente a todas las chicas reunidas en el aula, luego nos dio la espalda, agarró una tiza, escribió en el pizarrón ¡Literatura argentina y realidad política!, y se fue.
—Bueno —dijo la Coca Sarli—, si bien el campo intelectual está fracturado hoy, yo creo...
—Callate, vos, callate, peeeerra —la cortó Charles Bronson. Yo sé lo que hay que hacer, si quiere conocer de qué va el populismo y su violencia, hagámoselo conocer.
—No hay problema —dijo Alf-Link.
—Votemos —propuso el fantasma de Enrique Pezzoni. Levanten la mano los que están de acuerdo con lo que propuso la compañera —la totalidad del aula levantó la mano, excepto Brad Pitt que no entendía de lo que hablábamos, porque se ve que no manejaba el español.
En eso llegó Menéndez excitado:
—Chicas, chicas, lo vi, lo vi. En el baño del segundo piso está Zizek.
—Vamos por él —ordenó Charles Bronson en tono marcial. Y salimos a buscarlo todas las chicas de letras.
Cuando llegamos al baño ya no estaba. Nos dividimos en grupos de tareas. El mío estaba compuesto por Delfino, Bronson, Hellow Kitty, la china Ludmer, la coca Sarli, Brad Pitt y Nicolás Rosa.
Lo encontramos en un stand comprando un jeans Ángelo Paolo.
Entre todas lo rodeamos y redujimos. Lo llevamos al departamento de Letras del tercer piso, que estaba lleno de lencería femenina Caro Cuore, y esperamos que volviera el resto de las chicas. Cuando llegaron las últimas, que eran Panesi y Link, éste había devenido, por arte del control remoto de Panesi, el cantante de Babasónicos.
Primero empezamos a sacudirle sopapos y al rato como estábamos todas sobre él, la cosa era un despelote y nos terminamos cagando a palos entre nosotras.
Entonces, la China Ludmer nos recordó aquel viejo chiste del provinciano que viene a la Capital y se va a una orgía y como es tal el despelote enciende la luz y pide: organicémonos.
El chiste fue festejado por todas, excepto por el bombonazo de Pitt que no cazaba una, y por la coca Sarli, que sentía que la sombra de la china le impedía a su potus producir clorofila.
Como nadie se ponía de acuerdo, Charles Bronson sacó su Mágnum y tomó el mando. Dijo que no había por qué respetar a rajatabla la tradición y que por qué en vez de un choclo no le mandaban su Mágnum y le hacíamos sentir el rigor de su máquina.
Ahora el problema era quién lo hacía. Para que la cosa fuera justa y equitativa, empezaron a jugar a piedra, papel o tijera, hasta que se fueron eliminando participantes y quedó una sola: Silvita Saítta.
Zizek ya estaba sobre una mesa con los pantalones bajos y con su horrible culo al aire, inmovilizado de pies y manos. La cosa era hacerlo sufrir un rato y que entendiera bien de qué iba ese objeto de estudio que había abordado con tanta soltura e irresponsabilidad, eso era todo. Pero Silvita parece que nunca había usado un arma y en el forcejeo por hacerla entrar en el esfínter de Zizek —que dicho sea de paso, una chica de letras, que voy a mantener en el anonimato, aportó un gel íntimo con aloe vera y caléndula para una mejor lubricación— se entusiasmó tanto que apretó el gatillo. Zizek se sacudió epilépticamente, empezó a escupir sangre por la boca, y quedó chocolate, chocolate.
—Bueno, no te hagas drama Silvita —la alentó Panesi— el siglo XIX nunca fue tu fuerte.
—Vos sabes, querida —quiso también Nicolás Rosa levantarle el ánimo—, lo que decía Shopenhauer de la vida: que era dolor, voluntad de vivir a pesar de todo dolor. Así que si querés llorar, llorá.
—Aparte —agregó el fantasma de Enrique Pezzoni—, como decía el General Juan Perón: la única verdad es la realidad. Y si a esto le agregamos que para Lacan la realidad tiene estructura de ficción, se podría pensar que estamos en el terreno de la irrealidad contaminada de un verosímil de verdad que extrae su realidad de la ficción. Por eso, no te calentés Silvia. Si querés llorar, llorá, como dice Nicolás, pero tené en cuenta que esto, como en un cuento borgeano, no tiene más consistencia que la materialidad que puede tener un sueño.
—Estoy totalmente de acuerdo con lo que decís, Enrique —dijo Hellow Kitty. Pero lo que agregaría es que esta realidad, y todas nosotras dentro de ella, no es un sueño como el de cualquier hijo de vecino, sino el sueño masturbatorio de una chica de Letras, cuya lógica se basa en la inversión sistemática de “lo serio” y en una estética cuyo rasgo sobresaliente es la degradación, lo cual nos lleva al realismo grotesco de Bajtín, ¿no?
En ese preciso instante, David Viñas volvió a aparecer, esta vez de entre las bombachitas y corpiños Caro Cuore, como Dios lo trajo al mundo y en portaligas, y empezó a gritar ¡Literatura argentina y realidad política!, y a los saltos, se fue por el pasillo.
Después no se cómo ni quién hizo aparecer una guitarra y ofreció su casa para hacer una fiesta. Ahora Puán se había convertido en una gran disco y todas nosotras estábamos haciendo un trencito que lo encabezaba el motorman Enrique Pezzoni. La música sonaba a los tacos, fiesta / fiesta / fiesta pluma gay / fiesta pluma gay. Entonces ahí el discjokey bajó el sonido y todas nosotras a coro cantamos: ¡fiesta / fiesta / fiesta pluma gay / fiesta pluma gaaaaaaaayy¡
Y Silvita Saítta conmovida y repuesta del trance de matar al yugoeslavo, gritó:
—¡Puta que vale la pena estar vivo!
Y Daniel Link, ahora devenido Marcelo Bonelli por arte del control remoto de Panesi, gritó:
—¡Zzííí, que lindo que ez eztar vivo, zzzííí¡
Y Charles Bronson propuso:
—¡Cantemos una que sepamos todas!
—¡Una de Sandro! —gritó Zubieta.
Y todas nos pusimos a cantar, mientras el trencito se alejaba de Puán:
Una guitarra / y una muchacha / para poder cantar /
¡eeyyy¡
esas son cosas / que en esta vida / nunca me han de faltar/
¡eeyyy¡
©Elsa Kalish
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(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.