A Fogwill y Jorge Rulli
por ser dos hombres que saben
de qué se habla cuando se habla de pan.
I
Voy a hablar de dos eventos que me involucran. De eventos no. Esa es una palabra de Alain Badiu y éste viene en mi lista de lecturas atrasadas, después, mucho después de Martín Heidegger, al que sí me interesa hincarle el diente, ahora, cuando todavía tengo toda la dentadura intacta y al que alguna vez intenté empezar a leer en el tren, entre Suárez y Carranza, y nunca pude pasar de la primer página de Ser y tiempo. Así que nada de evento, sino, momentos, de dos momentos, de mi vida, este año, en que algo de lo que soy rozó, en un caso, algo así como la dignidad de la que habla Camus en El hombre rebelde (1) y, en el otro, algo así como la felicidad fugaz de un momento único e irrepetible que reproduciré a partir de un mail que escribí para amigos.
II
Hace poco, un amigo, al que llamaré Mondonguito, en un mail me cuenta que está por salir un nuevo diario, que irá solo los domingos, y que hay 200 páginas que llenar. Y me pregunta si me interesa, que le avise, que me arma un encuentro con el coordinador, que mi perfil andaría bien y que mi estilo le encantaría a Fontebequia.
Bien. Como podrán imaginarse, al leer este mail me puse re contenta: ¡por fin iba a dejar atrás mi destino opaco y gris de chica del conurbano bonaerense y conocería las caricias y favores de las luces del centro!
Recapitulo para que tengan una idea de en qué contexto socio-económico me llega este mail.
No tengo obra social. Pagar todas las boletas como llenar la heladera corre por cuenta de mi vieja, que es maestra. Nunca fui a Europa, ni a Nueva York, ni a Río, ni a Punta. Hace once años que no me voy de vacaciones a ningún lado, ni salgo de esta ciudad –para mí esta ciudad es el Conurbano y la Capital–, salvo una vez que mi cuñado me invitó a ir a Córdoba a ver el último recital de Los Redondos. Nunca tuve mil pesos en mi poder. No tengo celular, ni auto, ni Internet, ni cable, ni tarjeta de crédito, ni cuenta en un banco, ni plata guardada debajo del colchón. Vivo, con 29 años, con mi familia y comparto el cuarto con una hermana y mi sobrinito. Si le dan un par de patadas a la puerta de madera del comedor de mi casa que da a la calle puede entrar cualquiera. Debo como 5 mil pesos a la AFIP por un monotributo que nunca llegué a usar. No tengo aportes jubilatorios –o sí, creo que tengo más de 100 pesos–. El botón del baño está roto, como la cassettera de mi grabador JVC que tiene más de 15 años y otras tantas cosas de casa que están rotas, tanto materiales como espirituales.
Ahora bien, la oferta era sólo eso por el momento y nadie me garantizaba que, si le caía bien a los que le tenía que caer bien, me pagarían más que en mi actual trabajo o que al menos trabajaría menos horas. Claro que también estaba el tema simbólico, de trabajar en un medio masivo de comunicación y tener visibilidad, es decir, para decirlo llanamente, si algún conocido del barrio, del secundario o conocido me preguntaba, en qué andas Elsita, yo le podría contestar: no te enteraste, escribo en un diario, en el diario Perfil al lado de Lanata, Magdalena Ruiz Guiñazú, ¡Florencia Abatte! y Quintín. Y en esa contestación yo, al que me preguntaba, le respondía implícitamente: hijo de puta, vos imaginabas que yo te iba a decir que estaba laburando como una negra de mucama o atendiendo un cyber para contestarme, bueno ya vas a conseguir algo mejor algún día, y no, te cagué, laburo en un diario con tirada nacional, me codeo con la crema de la crema, no como vos que no existís.
Cosas así imaginé en mi delirio continuado mientras meditaba qué le contestaba a Mondonguito. Mi odio de clase estaba cebado, exigía sangre, se sentía en las puertas del Palacio de invierno de los zares en el 17 o Evita tomando el tren que la traería a Buenos Aires.
Pero algo no me convencía de toda esta historia. También podía terminar como Nené, la pobre Nené, que ya se sabe como terminó, y si nó, lean ya Boquitas pintadas, por favor.
Entonces, ahí, justo ahí, estaba. Pensando qué le respondía a Mondonguito. A ver, una cosa es ser pobre y otra muy distinta es ser pobre y alcahuete, y el 99,9% del periodismo argentino no pasan de ser pobres alcahuetes al servicio de Kirchner, Monsanto, el Grupo Clarín, Quilmes, Nike, Telefónica, TBA, Banco Galicia o quien carajo sea que necesite cagatintas para disfrazar este mundo horrible que hace agua por todos lados.
Yo respeto a muy pocos periodistas, a dos o tres. A Oscar Raúl Cardoso y Esteban Schmidt. Y también a Chiche Gelblum y a los Marcelos –Polino y Tauro–, porque creo que ellos ponen en evidencia –consciente o inconscientemente, no importa– las condiciones de miserabilidad de la gran familia periodística. Es más, si me apuran los definiría como artistas del hambre.
Claro que si me lo propusiera podría convertirme en una Nancy Pazos, una Sandra Ruso, una Gigi Marciota, una Maria Laura Santillán. ¿Pero yo quería desfilar por esa pasarela de entelequias infames? No. Claro que no.
Y empecé a repetirme, no, no, no.
También estaba el tema de la relación de la palabra y la plata. Cobrar por escribir. No está ni bien ni mal cobrar por escribir. En Estados Unidos Faulkner, Hammett, Philip Diks, o Silvia Plath escribieron toda su obra desde que no eran nadie a tanto la palabra. Pero en Argentina esto siempre fue diferente, por un lado va la palabra y por otro la guita. Ni una cosa ni la otra, en realidad, quiero decir, formular las cosas en términos de bien y mal es un callejón sin salida, una trampa. La pregunta correcta era más o menos la siguiente: ¿qué se pone en juego de mí si cobro por escribir?, o ¿ hasta dónde sería capaz de poder mantener mi palabra autónoma de la gran maquina periodística?
No, no, no, me repetía, pero la tentación era grande.
Consulté a mis amigos. Ellos casi sin dudar me dijeron que agarrara viaje, que entre laburar todo el día en una panadería o en un diario no había nada que pensar. ¿Nada? ¿Y mi palabra, esta torpe y estúpida palabra, esta columna mensual y la ficción que algún día pienso escribir, no se corrompería? Quiero decir, cobro nada en la panadería, pero es un laburo noble –más allá de mis empleadores–, que no pone en juego mi palabra, pero entrar en el mundo obsceno del periodismo era otra cosa, algo que siempre vi con desprecio(2).
Entonces recordé a Jorge Rivera que una vez dijo que Eduardo Galeano tenía una capacidad increíble para resumir en pocas páginas informes inleíbles. No se por qué recordé ésto. Quizá porque Jorge Rivera algo sabía sobre el cruce entre periodismo y literatura, y porque Galeano es periodista. Y voy a hacer una digresión antes de citar lo que me interesa de Galeano.
Recuerdo el primer teórico de Christian Ferrer, de un cuatrimestre, del que ahora, se me borraron las fechas. Pero empezó hablando no de su materia sino de Jorge Rivera. Jorge se acababa de morir y en ese mismo momento lo estaban velando y también él tendría que haber estado iniciando la primera clase de su materia. Era un lunes. Puteé, porque siempre quise cursar con Jorge y siempre pateé su materia para otro cuatrimestre. Y Chris dijo algo muy lindo de Jorge, dijo que él siempre iba a todos lados con su mujer, que eran inseparables, eran dos y uno sólo. Y que su mujer se había muerto hacía muy poco y que ésto, imaginaba, fue lo que mató a Jorge. Y trajo a cuento que los caballitos de mar siempre andan en pareja y cuando uno de ellos se muere, el otro, al poco tiempo, también. Esa imagen me pareció preciosa. Cualquiera que retenga la imagen de Jorge Rivera sabe que no hay nada menos parecido que él a un caballito de mar y sin embargo, desde entonces, cuando tropiezo con sus libros no puedo dejar de imaginar a un imposible caballito de mar con la cara de Jorge Rivera.
En fin, vuelvo.
Ya estaba convencida de que meterme en el mundo del periodismo no era lo mío. Pero necesitaba argumentar, necesita que mi biblioteca me diera letra. Y busqué en ella. Entonces encontré un texto de Galeano en El libro de los abrazos, que desde que lo leí nunca lo olvidé. Lo cito:
"Hacía pocos años que había terminado la guerra de España y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros o le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo. Mucho tiempo después, Joseph Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó. Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegué del exilio. Me lo contó: él era un niño desesperado que quería salvar a su padre de la condenación eterna y el muy ateo, el muy tozudo, no entendía razones.
-Pero papá– le dijo Joseph, llorando. -Si Dios no existe, ¿quién hizo al mundo?-
-Tonto– dijo el obrero, cabizbajo, casi en secreto. -Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.-"
Ya sé, citar a Galeano, para una chica de letras, es, cuanto menos, grasa. ¿Y qué? Pero ese texto siempre me quedó. Al mundo lo "hicimos nosotros, los albañiles", tonta, me dije, ni se sostiene hoy, gracias a otra cosa, el súper hábit fiscal del que nunca veremos una moneda, nosotros, la resaca, los cabecitas negra, los desquiciados de El club de la pelea de Chuck Palahniuk, y nunca jamás, ni los periodistas, ni los editores, ni los empresarios, ni los degenerados de los creativos publicitarios –que son mucho mas despreciables que Goebels, con el que al menos una seguro podría tomar el té y charlar de libros y música y mantener una conversación agradable, cosa inimaginable con estos energúmenos de cuarta que hoy siguen sus pasos éticos y morales– ni los políticos, ni nadie más que nosotros, somos los que hacemos el mundo del que las alimañas se obstinan sistemáticamente en destruir y desquiciar.
No, no, no.
Y recordé a ese tozudo que siempre me conmovió. El de Dashiell Hammett frente al comité McCarthysta, cuando éste lo interrogaba en 1951 para que buchoneara la identidad de quienes aportaban dinero al Congreso por los Derechos Civiles, que era la que pagaba la fianza de los acusados de agitación comunista en plena caza de brujas. Hammett por esa época hacía 20 años que no podía escribir una línea, estaba tuberculoso, tenía problemas con la botella, estaba viejo y sin embargo dijo "no" y marchó a la cárcel, a un pabellón de negros.
Copio parte de ese interrogatorio:
"-Antes de comenzar, señor Hammett, y para que comprenda bien su situación, le informo que ha sido llamado como testigo por esta Comisión. Si durante su declaración estima necesario consultar a sus abogados antes de responder a cualquier pregunta no tiene más que pedirlo y se le concederá el permiso. ¿Ha comprendido?
-Sí.
-Señor Hammett, ¿es usted uno de los cinco administradores de fondos para fianzas del Congreso para los Derechos Civiles?
Hammett:
-Me niego a contestarle la pregunta porque la respuesta podría inducir a probar mi culpabilidad. Ejerzo este derecho amparándome en la quinta enmienda de la Constitución.
(Juez):-Señor Saypol, me parece que el nombre de los fondos no a sido bien enunciado. Sugiero que lo repita.
(Irving Saypol):- Muy bien. Señor Hammett, le muestro el...
(Juez):-No. Repita la pregunta para que pueda darnos respuesta.
(Saypol):-¿Es usted uno de los cinco administradores...?
(Juez):-No. Uno de los administradores del ...
(Saypol):-...fondo para fianzas del Civil Rights Congress?
-Me niego a responder. ¿Tengo que repetir las razones por la que me niego a responder?
(Juez):- Sí.
-Me niego a contestar dado que la respuesta puede ser usada como prueba de mi culpabilidad y me amparo en los derechos que me otorga la quinta enmienda de la Constitución de los Estados Unidos.
(Juez):- Le ordeno que responda a la pregunta.
-Me niego a contestar, Su Señoría, por las mismas razones.
(Juez):- ¿Por las mismas razones que usted ha dado?
Entonces los abogados mostraron las actas y los libros contables del Congreso por los Derechos Civiles e indicaron a Hammett que los mirara detenidamente y le pidieron que se fijara específicamente en unas iniciales escritas en el margen izquierdo.
-¿Las vio Hammett?
-Las veo.
-¿Reconoce esas iniciales?
-Me niego a contestar la pregunta. Ahora, antes de negar, quisiera preguntar...¿si reconozco que son iniciales? Entonces...sí, lo son.
-¿Reconoce la letra?
-Me niego a contestar.
"Ya sé que el contexto en que Hammett dice "no, preferiría no hacerlo", es diferente al mío, pero el mundo sigue tan puto como entonces y frente a los dueños de la tierra que te quieren "cooptar" la palabra, ese "no", ese "preferiría no hacerlo" Bartlebiliano sigue siendo todavía la última y única digna palabra que se puede sostener. Y si no se puede ni siquiera éso, entonces hay que recurrir a los estoicos, a Séneca, que si no leí mal el libro de Paul Veyne, todavía queda pegarse un tiro.
Sé que estoy llevando las cosas demasiado lejos, y que las estoy forzando un poco, pero también sé que por una vez en la vida dije "no", y que me sentí re bien, espléndida. No se si cuando dije "no" me cavé mi propia tumba o cerré la puerta que me conducía a los subsuelos del infierno. No lo sé. O si mañana voy a tener que pedirles por favor el laburo a los que desprecié. Lo que sí sé es que no soy una alcahueta al servicio de ningún mercachifle que contrata a miserables publicistas que hacen una propaganda para radio que dice algo así como: "Diario Perfil, puro periodismo". "Puro" quiere decir: que no está mezclado con otra cosa. ¡Qué pedazos de hijos de puta que son los creativos publicitarios!
Y esto es lo que le respondí a mi amigo, a mi querido amigo Mondonguito:
(NO CORREGIR UNA SOLA LÍNEA NI ERROR ORTOGRÁFICO DE LOS MAILS QUE REPRODUSCO) (3)
xxxxxxxxxx
> hace dias que estoy pensando tu propuesta
> de ir a ver a la gente de perfil
> y por un lado me interesa
> no esta mal vivir de escribir
> pero por el otro se que el periodismo es una maquina obsena y
perversa
> una maquina de picar carne
> hace tiempo me aprendi de memoria el aforismo de karl kraus
> "si bien todo hombre puede hacerse periodista, no toda mujer puede
hacerse
> puta"
> gracias xxxxxxxxxxx
> sos un amor
> pero prefiero dejar a mi escritura lejos del mercado de valores
> del mundo massmediatico
> tengo miedo que ese mundo arruine mis palabras
> por otra parte vos mas de una ves de forma directa o indirecta me
> dijiste que hiciste notar que con laburo puedo llegar a escribir algo
que
> valga la pena ser leido por los otros
> eso para mi es mas importante
> -tu reconocimiento-
> que laburar en un diario de cagatintas
> alguno podria decir
> pero arlt se ganaba la vida asi
> si
> es verdad
> pero si bien yo escribo cuanto menos con tantas faltas de ortografia
como
> arlt
> no soy arlt
> y si podria transformarme en la sarlo
> que escribe estupideces en viva
> frente a estas cordenadas
> creo que lo mas sano
> para la supervivencia de lo poco o mucho que pueda hacer con las
palabras
> lo mejor va a ser decir
> gracias xxxxxxxxx por pensar en mi
> pero como bartebil
> digo
> "preferiria no hacerlo"
III
El otro momento que quería contar en esta columna, es sólo eso, un momento en que fui feliz por un instante y que lo intenté poner en palabras a la salida de mi laburo en un cyber y se lo mandé a Mondonguito, a mi querida amiga el Duende Japonés y algunos pocos amigos más.
hoy en la panaderia concine pan despues de meses de no cocinar
y senti una emocion y exitacion imposible de explicar
te cuento como lo cocino
el carro tiene 13 bandejas
cada bandeja tiene 6 filas en las que van 5 panes
el horno tiene que estar a 240 grados
cuando llega a esta temperatura
y el pan esta a punto
es decir hinchado pero cuando lo tocas la masa esta elastica
vos lo precionas y el pan esta elastico
bien
ahi
sacas una a una la bandeja
esto lo tenes que hacer muy rapido
porque una ves que cortas el pan se cae muy rapido
bien
sacas las bandejas
una por una
y con una yile le haces un corte al pan
que segun como biene le tenes que hacer un corte superficial o profundo
una ves que cortaste todo el carro
apagas el horno
y mandas el carro
serras la puerta
y le hechas vapor
despues prendes el horno
que por el vapor baja a 200 grados
lo dejas 10 minutos
- siepre es promedio lo que cuento, porque el pan nunca biene igual-
ahi abris el tiraje
y bajas la temperatura a 180 grados
durante otros 10 minutos
entonces ahi
proque el horno no anda del todo bien
un horno rotativo marca pastor
las dos bandejas de arriba que estan mas blancas
las pones abajo y subis las de abajo que estan mas doradas
ahi
dejamos 5 minutos
y entonces
bajo la temperatura a 150 grados
con la puerta del horno abierta
y ya esta
tenes un carro de pan
listo para comer
eso hice hoy despues de meses y me gusto
Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)“¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice “no”. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes durante toda su vida, juzga de pronto inaceptable una nueva orden. ¿Cuál es el contenido de ese “no”?
Significa, por ejemplo, “las cosas han durado demasiado” “hasta ahora, sí; en adelante, no”, “vais demasiado lejos”, y también “hay un límite que no pasaréis”. En suma, este “no” afirma la existencia de una frontera. Vuelve a encontrarse la misma idea de límite en ese sentimiento del rebelde de que el otro “exagera”, de que no extiende su derecho mas allá de una frontera a partir de la cual otro derecho le hace frente y lo limita. Así, el movimiento de rebelión se apoya, al mismo tiempo, en el rechazo categórico de una intrusión juzgada intolerable y en la certidumbre confusa de un buen derecho; más exactamente, en la impresión del rebelde de que “tiene derecho a...” . La rebelión va acompañada de la sensación de tener uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón. En esto es en lo que el esclavo rebelado dice al mismo tiempo sí y no. Afirma, al mismo tiempo que la frontera, todo lo que sospecha y quiere conservar más acá de la frontera. Demuestra, con obstinación, que hay en él algo que “vale la pena de...” , que exige vigilancia. De cierta manera opone al orden que le oprime una especie de derecho a no ser oprimido más allá de lo que puede admitir.”
El hombre rebelde, Albert Camus.
(2)Tampoco quiero hacer un elogio del trabajo “noble”, “digno”. No trabajo porque me gusta sino porque soy pobre. En todo caso soy “el trabajador” jüngeriano o el “gil trabajador” de Hermética. Y no es la primera vez que rechazo un “buen laburo”. Durante esos años terribles que fueron los del gobierno de De la Rúa, el país indefectiblemente iba en caída libre y yo con él. Y un amigo, al que llamaré Mandarina –Mandarina lo llamaré, porque es peronista y se me ocurre que la mandarina es una fruta grasa–, rosqueó hasta conseguirme laburo dentro de uno de los tantos aparatos peronachos. El laburo estaba piola, ganaba bien y tenía perspectivas de ganar más, mucho más. Pero a los dos meses de trabajar ahí, no le hacía caso en nada a mi amigo Mandarina, me daba vergüenza decir donde trabajaba y me sentía básicamente para el orto. Así que un día del verano del 2002 le escribí una carta a mi amigo Mandarina, explicándole que yo no podía laburar ahí, que le agradecía su gesto, que estaría siempre en deuda con él, que lo quería, que era una decisión personal y que no lo estaba juzgando por laburar él ahí, y me fui a mi casa, sin perspectivas de conseguir laburo y con un país incendiado, sin futuro, pero después de renunciar volví a poder mirarme en el espejo sin sentir vergüenza de mí misma.
(3)Los mails que reproduzco acá aparecen tal cual los escribí –con la salvedad de que quité algunos nombres propios-, llenos de faltas de ortografía. Para mí la ortografía, la sintaxis y la gramática son algo tan misterioso e insondable como el nombre de Dios, que los cabalistas buscaron infructuosamente. Si mis columnas aparecen sin faltas de ortografía ni errores gramaticales ni sintácticos es gracias a los sufridos correctores de la revista. Alguna vez propuse que mi columna apareciera bilingüe, es decir, publicar mi columna tal cual la mando a la revista –sin siquiera el corrector de Word- y la corregida, pero me sacaron corriendo.