el interpretador columnas mensuales

 

Las chicas de Letras se masturban así XV (*)

Elsa Kalish

 

 

 

 

Ce texte est pour toi –le cauchemar plus beau et plus intelligent que j’ai connu dans ces ans–; maintenant, que le plus mauvais passé, que mes ossements se sont habitués au poids de ton absence, et seulement me mord une tristesse très pareille au désarroi, quelques jours, quand la memoire impossible de ce que n’a jamais existé, m’assaille et m’enveloppe, en m’apportant des images, des scenès, des mots, des lieux, des odeurs, des silences, des cigarettes, tes yeux, t’implacable et bouleversée intelligence, et ta bouche... et tes lèvres en me disant: je te regrette, je te nécessite, ne t’en va pas.

 

“Ya no quedan nazis de corazón
ni tu mirada
ilumina
el abismo
de mi nada

llueve
llueve mucho
y las horas pasan
con una chatura e imbecilidad
que me desarticula y aplasta

ahora
aquí y ahora
este instante
es una cárcel, un laberinto
una pesadilla tenue
cualquier cosa
una pensión
llena de fantasmas
un fósforo usado
una moneda
sin relieve
fotos de la infancia
que son
como jeroglíficos
de una civilización perdida
el humo de un cigarrillo
que se desvanece en el aire
estas palabras
que por pudor
o quizás
por cansancio y aburrimiento
han olvidado
su sentido.

Ya no quedan nazis de corazón
sólo un relato mal contado
que me devuelve
a tu ausencia
a la presencia nítida y precisa de tu ausencia
que se parece
demasiado
a este domingo
a esta tarde
a esta lluvia
que insiste
sin por qué
ni futuro alguno.”

Julieta Prandi, Domingo.

 

MUERTE Y TRANSFIGURACIÓN DE UNA CHICA DE LETRAS

No es un secreto que a la profesora Silvia Saítta siempre le gustó la botella. Desde chica, desde pendejita más bien, desde que se fue a Bariloche con sus compañeros de la secundaria y en la barra de un boliche pidió su primer trago, un Séptimo Regimiento, nunca paró de beber. Lo que sí es un secreto es cómo hizo para estar siempre borracha desde entonces y a la vez poder tener un rigor académico que la transformara en una erudita de la literatura argentina y, a la vez, en una académica respetada y odiada, pero siempre tenida en cuenta hasta por aquellos que sólo se toman un vasito de cerveza el sábado por la noche para acompañar la pizza (1).

Pero un día algo pasó. Silvia se quebró. Nadie sabe bien por qué, pero se rompió. Y empezó a chapotear en el fondo de esa botella que nunca tubo gusto a nada. Y empezó a dejar de ir a fiestas, a cumplir con sus responsabilidades, a leer libros, a preparar sus clases. Y empezó a destruirse sistemáticamente, a demolerse como si fuera un edificio viejo que no sirve para nada. De la vieja profesora Saítta siempre borracha, feliz, reventada, ocurrente, siempre dispuesta para leer o dar clases o escribir reseñas o prenderse en una orgía, no quedaba ni la sombra de la sombra, nada.

Sarlo, porque la Coca Sarlo todavía era titular de la cátedra Argentina II por entonces, estaba recaliente, porque Saítta iba a las clases borrachísima, se sentaba frente a los alumnos, sacaba una petaca de whisky Criadores, prendía un Marlboro y durante dos horas se ponía a contar chistes cordobeses o de gallegos o a contar anécdotas sobre bares, personajes de la noche y puteríos de la facultad. Sarlo le llamo la atención, le pidió que se pusiera las pilas porque si no la iba a obligar a tener que tomar medidas que no quería. Y Silvia, que estaba endemoniada, redobló la apuesta, trasladó sus clases al bar de enfrente, a Platón. Ahí arregló con el dueño de Platón, ella le garantizaba una cierta cantidad de alumnos para que consumieran mientras daba sus clases y a cambio éste tenía que dejarle a ella canilla libre, que por lo general era whisky Criadores o ginebra Bols.

En la cátedra todas sus compañeras ponían cara de circunstancia y decían con vos de pena: que lástima esta piba, como se está arruinando la vida, como está tirando una carrera brillante a la basura... Pero en el fondo todas estaban felices de que Saítta se estuviera transformando en un fantasma de lo que había sido alguna vez. Es que en el fondo sabían que Sarlo no iba a durar mucho tiempo más al frente de la cátedra como titular y que la que la sucedería sería Saítta y que frente a ella no tenían oportunidad de disputarle el puesto. Pero si Saítta seguía hundiéndose en el oscuro abismo de su ser terminaría en el Moyano o pidiendo monedas en Constitución para tomarse un vaso de vino barato en los bares de borrachines de la estación, con lo cual alguna de ellas sí podría llegar a ese lugar tan deseado. Por eso todas hablaban con un dolor afectado del "tema Saítta" pero a la vez ninguna hacía nada por ayudarla. En realidad, todas no, hubo una que sí se preocupó sinceramente por su compañera y que se propuso sacarla de ese infierno de sexo, drogas y rocanrroll, – porque hay que decirlo- ya Saítta estaba en cualquiera, pero mal, mal.

A Graciela Speranza siempre le cayó bien Saítta, la admiraba con reverencia desmedida por sus libros, en especial por El escritor en el bosque de ladrillos, pero esa reverencia que tenía hacia su compañera también siempre le impidió demostrarle su afecto y respeto. Pero ahora que Saítta estaba a punto de tirar la toalla, de perder su alma, rodeada de aves de rapiña deseosas de comer su cuerpo exhausto, se propuso dejar a un lado esa estúpida reverencia que siempre había puesto distancia entre ellas y acompañarla en este momento difícil.

Graciela Speranza sabía que si quería ganarse la confianza de Silvia Saítta, al principio no le quedaba otra que seguirle el tren, acompañarla en sus noches de reviente y una vez consolidada la amistad ver la forma de sacarla de esa pesadilla. Así que una noche cayó en el bar de Caballito donde Silvia rigurosamente empezaba todas sus noches – empezaba ahí, dónde amanecía era un misterio que solo el azar conocía -. Estaba en una mesa tomándose un whisky junto a un morocho de unos treinta años. Graciela saludó a su compañera y se sentó sin pedir permiso. Con sólo ojearlo Graciela Speranza le había sacado la ficha al morocho, no era ningún novio, era el dealer del lugar. Pidió un trago, comentó nimiedades y luego encaró al morocho, sacó de la cartera 200 dólares y dijo con vos de gata: bebé, sé bueno y traénos algo rico, ¿dale?, y le pasó los billetes disimuladamente. Cuando el flaco se fue, Silvia la miró con una sonrisa tan dulce que casi la derrite a Graciela y le comentó: mira vos y yo que te hacía una careta del año cero.

Esa noche y los días que siguieron Silvia y Graciela fueron de fiesta en fiesta y terminaron la cuarta noche en el departamento de Belgrano de Graciela hechas mierda, contándose sus vidas, hablando de libros, de amores, contentas porque sin darse cuenta algo había nacido entre ellas que las unía y les devolvía algo de esa felicidad perdida de cuando con una amiga tenían que inventarse algo para pasar las tardes muertas de verano.

Los meses que siguieron no fueron nada fáciles para Graciela Speranza. Si bien se había ganado la amistad de Silvia Saítta y esto le permitía estar, ayudarla a que la caída no fuera abrupta y total, el desmoronamiento seguía su lento y perverso proceso. Graciela mantuvo en secreto una reunión con Jorge Panesi, en donde le pidió consejo y ayuda, y éste le ofreció los servicios de Charles Bronson, al que puso a sus órdenes para que la vigilara a Silvia día y noche. Charles Bronson a partir de entonces paso a ser una suerte de acompañante terapéutico, se instaló en el departamento de Silvia y un día antes de dar sus clases intentaba limitar lo más posible la cantidad de botellas y falopa que habitualmente consumía para que pudiera llegar a la cursada apenas borrachita a dar clases.

Sólo una vez Charles Bronson en su papel de acompañante terapéutico estuvo en serias dificultades. Era medianoche y a la mañana siguiente Silvia Saítta tenía que dar un teórico sobre el cruce entre literatura y periodismo en las primeras décadas del siglo XX. Hacía ya un rato que Charles Bronson se había guardado la tiza y no quedaba nada en el plato y le había dado unas pastas para que bajara y pudiera descansar. Silvia Saítta estaba sentada en un sillón frente al suyo tomando un baso de ginebra sin hielo, mientras charlaban de nada. Cuando Silvia Saítta le preguntó: ¿y vos Charl? ¿qué estás leyendo? ¿estás leyendo algo? Sí, le respondió Charles Bronson, una novela de William Faulkner, Luz de agosto. Saítta se lo quedó mirando, con una mirada estrábica y desquiciada, y dijo: junio, claro, junio, junio qué, dijiste. No Silvia, la corrigió Charles, no dije junio sino agosto, Luz de agosto. Debe ser la resaca, respondió Silvia Saítta, no me hagas caso, voy a la cocina a buscarme un guielín y vuelvo. Se levantó del sillón y fue a la cocina para volver un instante después y pararse detrás del sillón en el que Charles Bronson estaba. Che, ¿y de qué trata la novela de Faulkner? preguntó Saítta. Charles Bronson en un rapto de lucidez rescató que algo extraño estaba sucediendo y pegó un salto del sillón para quedar de frente a ella. En ese mismo instante Silvia Saítta cayó sobre el sillón de Charles Bronson acribillándolo con una enorme cuchilla. Junio y la puta que te parió, gritó descompuesta. Charles Bronson intentó calmarla pero Silvia se había brotado y tubo que encerrarse en el baño. Por suerte el baño tenía una puerta de madera sólida que soportó las embestidas de Silvia que la acuchilló durante un buen rato hasta casi destrozarla y después se hizo un silencio de tumba. Cuando al amanecer Charles Bronson cobró valor y abrió la puerta del baño la encontró a Silvia durmiendo en su cama como un angelito.

Claro que ésto generó un malestar general en Puán y todo el mundo empezó a cuchichear todo tipo de infamias en torno a Graciela y Silvia. Es que en el fondo, todas en Puán, ya se habían hecho a la idea de que Saítta era un cadáver con fecha de vencimiento y nadie quería renunciar a ese día final que cada una había construido en su mente hasta en los más mínimos detalles. Por eso Graciela Speranza se transformó en una mala palabra en los corredores de la facultad, porque era la conchuda que venía a estropear la epifanía de un deseo secreto y oscuro de la mayoría. Pero Graciela hizo caso omiso de tanta mala fe y resistió el desprecio y los comentarios venenosos con estoica determinación. Aparte, ellas, desconocían la dulce sonrisa que Silvia Saítta le regalaba a ella en los escasos momentos en que estaba bien y eso era un milagro al cual no podía renunciar.

Cuando terminaron las clases, Graciela sacó dos pasajes a Europa. Llenó cuatro valijas con ropa, para no tener que pasar por el bochorno de que alguien que la hubiera visto por las calles de Praga un lunes con una remerita verde se la pudiera volver a cruzar algunos días después con la misma remerita verde sentada en un café de Milán. Después se dirigió al departamento de Saítta, donde la esperaba Charles Bronson con Saítta empastillada hasta las tetas – ésta medida la había decidido Graciela y ejecutado Charles Bronson porque de otra forma jamás la hubieran logrado convencer de que entre pasar el verano en barsuchos de mala muerte o ir a pasear por Europa no había nada que elegir. Charles Bronson ayudó a cargar las maletas en el remís y partieron a Ezeiza.

En Europa se produjo el milagro tan esperado. Fue increíble. Saítta a medida que fueron pasando los días y que fueron viajando de ciudad en ciudad del viejo continente, empezó a recuperar la confianza en ella misma. Era inexplicable el cambio, pero era cierto. Ese viaje operó en ella como una suerte de aloe vera espiritual. Claro que seguía chupando como una condenada, pero ya no había casi rastros en su mirada de esa tristeza sin fin que la hundía en un desasosiego criminal que la obligaba a incendiarse como un bonzo. Y una noche en un pequeño bar de Budapest, a la luz de las velas, con un vino tinto en las copas y hablando de Alejandro López – Speranza sostenía que López era una mala copia de Puig y Saítta que nada que ver, que era un gran narrador y que efectivamente se podía ver en él a un continuador de Puig-, de repente, de forma natural y sin pensarlo, se encontraron sus bocas unidas en un beso desesperado y dulce.

Las chicas de letras que teníamos la imagen de la Saítta de antes de su viaje a Europa con Speranza no podíamos creer en el cambio operado en ésta y en tan poco tiempo. Qué duda cabía, era el amor, la fuerza del amor, que había hecho resurgir a Saítta de entre las cenizas de sí misma. Silvia estaba radiante, de buen humor, ocurrente, ahora se bañaba todos los días y había restringido el alcohol, las drogas y el reviente solo a los fines de semana. De lunes a viernes se dedicaba a preparar sus clases, a reseñar libros, a escribir, leer, a ocuparse de sus obligaciones cotidianas. Sencillamente era un milagro, pero este milagro generó mucha desconfianza y malestar entre el profesorado como alegría entre algunas pocas que siempre habíamos apreciado a Silvia.

 

LA GEOMETRÍA IMPOSIBLE DEL AMOR

Los meses que siguieron fueron un claro abierto otoño, o mejor, una primavera inaudita e imposible que surgía del tibio calor de un sol que hacía brotar risas de la nada.

Pero la historia no termina acá porque el corazón es un cazador solitario y el amor una geometría hecha de formas incorrectas y pasiones erróneas.

Una tarde, Silvia Saítta, estaba en el patio de la facultad fumándose unos porros con una birra, cuando vió pasar a su lado a una chica que lloraba desconsolada. Era preciosa y no pudo evitar el impulso de ir tras ella y preguntarle qué le pasaba. La alcanzó en la puerta de la facultad, la encaró y le preguntó qué le sucedía. La chica entre mocos y llantos intentó hablar pero solo le salían pucheritos. Silvia la miró con atención, la tenía vista de algún lado, ¿habría sido alumna suya?, no, no lo creía, pero tenía la sensación de no habérsela cruzado nunca y conocerla de toda la vida. La tomó de un brazo, la cruzó a Platón, y en el bar pidió un café en jarrito para la chica y una ginebra para ella. Cuando el mozo trajo el pedido y la chica se calmó, por fin pudo hablar.

Se presentó, era Julieta Prandi, la modelo que aparecía en cuanta propaganda de bombachas había en la ciudad y que hacía un sketch en el programa humorístico de Franchella – con razón, se dijo Saítta, tenía la certeza de no conocerla, y a la vez, haberla visto mil veces. Y le contó, resulta que ella escribía poesía y le interesaba mucho la literatura y había venido a averiguar para inscribirse en la carrera de letras, porque si bien su profesión de modelo le había dado fama, plata y cierto poder que surgía a partir de haberse convertido toda ella en un fetiche, lo suyo no era eso sino la literatura. Y cuando intentó informarse de qué pasos debía tomar para inscribirse en la carrera aparecieron unos Pitufos-Bolivianos que la empezaron a bardear. Le escupieron en la cara que la facultad no era una pasarela, que Roberto Giordano no cortaba el pelo en Teoría y análisis literario, que cuál era la tarifa que Pancho Doto la obligaba a cobrar para pasar una noche con ella, y cosas así.

Silvia escuchó callada, sin interrumpirla. Cuando la otra terminó, le preguntó si le podía pasar algo de su producción, que estaba interesada en leer su poesía. A Julieta Prandi se le iluminaron los ojos. Miró su reloj y le dijo, ahora me tengo que ir volando porque en dos horas tengo que tomar un vuelo a Nueva York, pero pasáme tu mail y te mando algo de lo que escribo, ¿dale? Dale, dijo Saítta, encendiendo un cigarrillo para disimular cierto arrebato que sentía crecer en sus entrañas.

Al cabo de unos días Silvia Saítta recibió en un archivo word las poesías prometidas y una invitación, cuando vuelva de Nueva York me gustaría tomar un café con vos y que me digas qué opinas de mis poemas.

Los poemas no estaban nada mal y por una cosa u otra, por ocupaciones mutuas, el encuentro se fue posponiendo varias semanas. Semanas en las que ambas empezaron a tener un correo más o menos diario.

Por fin, una tarde se encontraron en un bar, estuvieron tomando cerveza, charlando durante horas y después cada una se perdió en la ciudad, cada una en su vida, cada una en sus problemas y obligaciones, pero el encuentro había sido perfecto, único, pensó con cierto espanto Saítta, quizá irrepetible.

Dos días después, Silvia Saítta al chequear su casilla se encontró con un mail de Julieta Prandi. En él le decía que la había pasado muy bien en el bar y que le gustaría una noche invitarla a tomar unos tragos. Silvia sopesó la situación, volvió a sentir un arrebato incontrolable y esa noche se emborrachó deliberadamente para no pensar en nada.

Pero a la mañana siguiente todas las preguntas que había suspendido estaban ahí, reclamando que ella las mirara a los ojos. En principio le contesto a Julieta Prandi que ella también la había pasado bien en ese bar, pero que por ahora no podían verse por estar tapada de trabajo y que más adelante arreglaban. En realidad, Silvia Saítta estaba en una encrucijada, hasta hacia unas semanas se creía la mujer mas afortunada del mundo, porque en Graciela Speranza había encontrado al amor de su vida y, ahora, aparecía la Prandi con su juventud, su poesía y esos pucheritos que hacía a cada rato sin darse cuenta y que la arrebataban, la hacían mearse encima, y la volvían loca, loca, loca.

Durante las siguientes semanas siguieron manteniendo un correo fluido por mail. Y a cada segundo que pasaba las dudas de Silvia Saítta con respecto a su amor por Speranza crecían. Speranza la había sacado del fondo de sus propias miserias y horrores inconfesables sin pedir nada a cambio, en un gesto de entrega absoluto, de amor inconcebible, y sabía que estaría atada a ella de por vida, porque todo lo que le quedaba por vivir sólo era posible porque Graciela Speranza había estado en el momento preciso en las puertas del infierno para robarle su destino al diablo. Por eso no podía decirle a Graciela, gracias por todo, fue hermoso mientras duró, y tampoco decirle a Prandi, vayámos a tomar algo, porque, ahora lo sabía, lo sabía sin saber, sin razón, con el corazón, era Prandi y no Speranza el amor de su vida.

Y en un cruce de mails cedió, arreglaron una cita y fueron a tomar unos tragos a Doctor Mason, un bar horrible de Palermo. Hablaron, hablaron, hablaron... y en un momento Silvia miró su reloj y dijo, ¿vamos?, yo todavía tengo que preparar una clase para mañana. Pagaron y Prandi la quiso llevar en su auto hasta su casa, pero Saítta se negó y entonces insistió en acompañarla hasta la parada del colectivo. En la parada, se produjo un silencio espeso y lleno de presagios, no hablaba ninguna de las dos. Silvia estaba en la calle mirando hacia donde debía venir el colectivo y Julieta en la vereda, apoyada en el caño de la parada, mirándola. Y cuando vio que Saítta sacaba un cigarrillo de su cartera y lo encendía con una ansiedad mal disimulada, la atrajo hacia sí y le dio un beso. Entonces, Silvia, la freno, le pidió que no lo hiciera, que tenía pareja, que lo de ellas no podía ser, que la pasaba bien con ella y que no quería que desapareciera de su vida, que ella no era histérica, pero que ahora no podía ser, y que si a ella le hacia mal la cortaban con los mails, que lo último que quería era hacerle daño a ella. Julieta la miró haciendo pucheritos – Silvia pensó que se moría – intentó decir unas palabras que nunca dijo y luego le dio un beso y la dejó en la parada y terminó esa noche en la casa de una amiga tomando whisky y llorando como una magdalena.

Y acá entra en el relato otro personaje fundamental para entender los hechos que siguen. Un personaje que estuvo siempre presente, pero que por economía del relato no aparece sino ahora. Por otra parte, siempre en toda ficción, o también en esa otra ficción que es la propia vida, hay personajes que operan y marcan el pulso de un relato, sin nunca hacerse presentes de forma explícita, pero que están siempre ahí, esperando un instante en el que irrumpen, a veces de forma velada y casual, pasan desapercibidos y con ellos desaparece la clave de toda historia.

El personaje que estuvo hasta ahora entre los bastidores de esta historia de amor es el marido de Graciela Speranza, Marcelo Cohen. Voy a dar por supuesto casi todo dato biográfico de Marcelo Cohen, y también voy a dar por supuestos otros datos que ayudarían a comprender mejor esta historia de amor. Es que esta historia de amor en lo esencial es verdadera, sólo varía en algunos datos, algunos lugares y en los nombres de algunos personajes. Y toda historia, ya sea de amor, locura o muerte, siempre se sustenta en convenciones y supuestos que los sujetos involucrados en los sucesos desconocen en forma precisa y estricta, pero que por ello no dudan un instante en el verosímil de la economía del relato que los hace. Ese es el secreto de todo relato, dar por supuestos algunos datos, dejar casilleros vacíos, personajes a medio dibujar, palabras raras que garantizan el desarrollo de una historia... en fin, todo relato, como toda vida nunca debería caer en el error de querer explicar nada ni de buscar hilvanar con palabras inútiles el tapiz de un dibujo perfecto, sino solo contar algo, dejando lo que no se entiende y su misterio en el lugar que le corresponde, en el corazón de aquello que alimenta y da vida a lo que se cuenta.

Bien, Marcelo Cohen, como todo el mundo sabe, era el marido de Graciela Speranza y, como tal, siempre estuvo al tanto de los amoríos de su mujer con su compañera de cátedra Silvia Saítta. Esto lo tenía sin cuidado, ya que él siempre estuvo a su lado por la fortuna familiar de Graciela Speranza y nunca por amor. El problema no era para Marcelo Cohen que su mujer saliera con otro sino que se enamorara de otro con lo cual él corría peligro de que ella lo dejara y tuviera que empezar a laburar. Por eso, desde un principio, desde que notó en Graciela ese brillo en los ojos que sólo otorga el amor, se preocupó y empezó a averiguar qué estaba sucediendo. Para ello contrató los servicios de la banda de Los Pibes Banana liderada por Bananon (2), que eran tan malos como los Pitufos-Bolivianos, pero un poco más, porque éstos, aparte de ser malos por naturaleza, tenían técnica y como rito de iniciación a todos sus miembros se los obligaba a inscribirse en cursos y seminarios en el Rojas. Así que Cohen visitó las oficinas de Bananon (3) y éste puso a su servicio a sus pibes banana favoritos, Bananita y Banana Flaneur (4), y le pagó para que siguieran todos los pasos de su mujer.

El problema es que Cohen no quería involucrar a su mujer de forma directa porque ello lo podía dejar afuera de la fortuna familiar de los Speranza. Así que se limitó a juntar pruebas y a esperar el momento apropiado para dar el golpe. La mañana en que los Pibes Banana le trajeron las fotos de la Prandi comiéndole la boca a Saítta supo que su momento había llegado.

No le mostró las fotos a Graciela Speranza y le recriminó su adulterio, lo cual estaba en todo su derecho, ya que ella lo había convertido en un cornudo. No. Mandó en un sobre anónimo las fotos al programa de televisión de Jorge Rial y éste hizo el resto. Tanto Rial en su programa de chismes como en su revista que dirige Luisito Ventura estuvieron dos meses ganando plata con el escándalo de "La modelo que ratonea a los argentinos y se come una almejita de Puán".

Cuando Silvia Saítta se enteró de que por la televisión Rial decía que ella era la pareja de Julieta Prandi no supo qué hacer, y como tantas otras veces que no sabía qué hacer, hizo lo único que sabía hacer, ponerse en pedo. Y ahora cómo le iba a explicar a Graciela Speranza que esas fotos no decían toda la verdad, que si bien ella se había encontrado con Julieta y se habían dado un beso, ella finalmente le había dicho que no, que lo de ellas no podía ser, que le había dicho que no por Graciela y en detrimento de sus propios sentimientos, porque ella en realidad a la que amaba era a Julieta, pero como estaba en deuda con Graciela... en fin, que más daba, era imposible explicar nada, el mal estaba hecho y ahora había que esperar a ver cómo se sucederían los hechos.

Graciela Speranza no tardó en llegar al departamento de Saítta. Estaba destrozada, fuera de sí, discutieron durante horas, hasta que no hubo palabras ni nada para sostener tanto dolor y desamparo y se fue. Se fue lejos, sin avisar, sin decirle a nadie, simplemente hizo sus valijas y se la comió la tierra.

Silvia en cambio se quedó. Empezó a darle de nuevo duro a la botella y, esta vez, a romperse de forma definitiva y fatal.

Y Julieta Prandi, no menos herida que las otras dos, empezó a ver a Saítta en todas partes: en las caras que la miraban a los costados de las pasarelas donde desfilaba, en la calle, en sus sueños, en todas partes. Empezó a faltar a su trabajo y al cabo de unas semanas fue presa de panic attac y la familia se vio obligada a pedir ayuda en una clínica para que trataran su angustia existencial a base de pastillas que la dejaban taraleta.

Pero Cohen, no contento por cómo le habían salido las cosas, porque en definitiva le habían salido mal, si bien su mujer no lo había dejado, a ésta se la había comido la tierra y temía en ese acto el final de su matrimonio, en un acto de ira mal calculado llamó a Bananon (5) y sus Pibes Banana y les ordenó que la secuestraran a Julieta Prandi y pidieran una suma absurda para su rescate y luego la mataran. Eso era algo que a él no lo beneficiaba en nada, pero dentro de su locura y de puro odio hacia Saítta, que era la madre de todos sus males, lo vio como un acto de justicia y reparación para con él mismo.

Los Pibes Banana secuestraron una noche a Julieta Prandi cuando salía de la Clínica donde se estaba tratando su panic attac producto del affer con Silvia Saítta y que amenazaba con dejarla sin una pasarela nunca más en su vida. La llevaron a un rancho en La Corea, cerca de mi casa, y ahí la tuvieron en cautiverio.

Cuando Silvia Saítta se enteró de la noticia enloqueció de ira. Estuvo toda una noche tomando ginebra Llave y al amanecer totalmente borracha y con el corazón destrozado en mil pedazos, de repente, cobró una lucidez inusitada. Algo le hizo clic dentro de ella, dentro de ella que era todo llagas y dolor sin consuelo. Se paró frente al espejo, se desnudó, buscó en su placard ropa negra, se vistió con ella, y se dijo, de ahora en más la vieja Saítta murió, ahora soy La Dama Negra, La Gatúbela del subdesarrollo, La Mujer Maravilla de una modernidad periférica. Se colgó a sus ropas negras un poncho negro, tiró al piso y aplastó con sus borcegos negros con punta de acero a sus anteojos con aumento y se colocó unos anteojos negros de sol. Después prendió fuego su departamento y salió rauda hacia la facultad.

En Puán fue directo a la oficina de Jorge Panesi. Jorge tardó en darse cuenta de quién era esa dama oscura que reclamaba hablar con él. Pero Jorge, que es un gran lector y un conocedor de operaciones de lectura, no tardó en reconocer en esa "extraña dama" oscura a la vieja Saítta. Ésta le contó todo y le pidió ayuda, tenía que salvar a Julieta Prandi de sus secuestradores y averiguar el paradero de Graciela Speranza antes de que cometiera alguna barbaridad. Jorge le puso a su disposición a Charles Bronson, a Daniel Link que gracias al control remoto devenidor, ya legendario -Daniel en cuestión de un abrir y cerrar de ojos podía devenir cualquier cosa-, y a nosotras, Las Chicas Súper Poderosas: Sarakey, Hellow Kety, Rulos y Fetiches, Bombón de Roquefort, El Duende Japonés y yo.

La cuestión ahora era moverse rápido y de forma coordinada. Armar grupos de tareas, esquemas, patear puertas y romper dientes, tocar contactos, encontrar una pista certera que nos llevara al corazón de una trama de la que desconocíamos todo detalle y de no llegar a buen término las órdenes de La Dama de Negro – porque Jorge Panesi nos había puesto a sus órdenes – eran claras, incendiar el mundo pero los responsables tenían que pagar por los males que habían ocasionado.

Estuvimos días dando vueltas por la ciudad, día y noche, buscando una pista que nos diera un indicio pero nunca pudimos lograr hallar un dato certero. Al sexto día vimos en los diarios la noticia, los secuestradores de Julieta Prandi le habían mandado en una caja a sus padres el dedo meñique de su mano izquierda y con él un mensaje, que si en 48 horas no le daban 2 millones de dólares y la entrega era en un lugar seguro sin policía, la próxima vez le enviarían en una caja la cabeza de Julieta.

La Dama de negro, que había instalado una suerte de central de operaciones en el aula 250 de Puán, imperturbable, tomando ginebra Llave, pensaba, rumiaba ideas, frente a nuestro desconcierto y desesperación. Algo monstruoso y abismal había en esa serenidad, pero también algo muy humano, porque esa oscuridad que irradiaba La Dama de Negro no podía provenir de otro lugar que no fuera de alguien que había renunciado al amor, a sí misma, pero por amor, un amor total y sin retorno hacia los otros.

Y de repente, Silvia Saítta dejó su estado de inmovilidad, solo interrumpido por sus constantes movimientos de empinar el codo para tomar ginebra. Ya sé, ya sé, siempre lo supe, siempre estuvo ahí la carta y no podía verla, como en el cuento de Poe, la carta siempre estuvo a la vista de todo el mundo, dijo, nos dijo, con los ojos inyectados en sangre.

Silvia Saítta reclutó a su tropa, a sus Chicas de Letras Súper Poderosas. No nos explicó nada, sólo nos recordó que cuando tuviéramos tiempo volviéramos a leer los teóricos de Panesi donde éste habla de La carta robada de "Poe" – Silvia le decía Poe y no Po, lo que pasa es que ahora era una renegada, una súper héroe oscura de una modernidad periférica. Y bajamos al estacionamiento. Silvia se subió a su auto, un Renault 12 break negro, con vidrios polarizados y una leyenda en el capó que decía en letras fosforescentes verdes: Black Lady. Bueno, dijo, en el auto puedo llevar a 5 o 6, el resto va a tener que ir en colectivo, porque tengo la suspensión hecha moco, ¿quién viene conmigo?

Bombón de Roquefort, Sarakey, Hellow Kety, Rulos y Fetiche, El Duende Japonés viajaron en el auto de Silvia Saítta. Y Charles Bronson, Daniel Link y yo nos fuimos a la parada del colectivo. El viaje en colectivo se hizo medio imposible porque Link no paraba de hablar de su novela La ansiedad y de castigo Charles Bronson lo devino con el control remoto de Panesi en Gabriela Bejerman, lo cual lejos de mejorar la situación la empeoró, al menos para mí, ya que la Bejerman no paraba de hablar, y Bronson movía la cabeza sin escucharla con los ojos fijos en sus tetas. Pero la Link-Bejerman empezó a preguntarle a todos los pasajeros de qué signo eran y a decirles que les depararía la semana según su signo astral. Sin abstenerse tampoco de consultar en qué año habían nacido para señalarles de qué signo eran en el horóscopo chino y así tener una mejor idea del rumbo que tomarían sus vidas en lo que restaba del año. El problema es que la Link-Bejerman encaró al chofer del colectivo – y se sabe que estos pintorescos personajes urbanos son extremadamente pajeros – y éste no pudo más prestar atención al volante hipnotizado por el escote pronunciado y sus dos pomelos pornográficos y un poco pasaditos que buscaban escaparse saltando al ritmo de las sacudidas del colectivo. Y justo cuando el chofer estaba llegando a una esquina en la que no tenía paso porque el semáforo estaba en rojo, pasó de largo y se lo llevó puesto a un peatón que justo cruzaba la calle. Cuando paró media cuadra más adelante y bajamos todos lo pasajeros entre contrariados porque llegaríamos tarde a nuestras obligaciones y excitados por el morbo de ver cómo había quedado el pobre diablo que el colectivero había arrastrado media cuadra, Charles Bronson y yo, gritamos al unísono: ¡Uy, mataron a Fogwill! ¡El colectivero se lo llevo puesto a Quique! Y entonces le recriminé a Bronson su ocurrencia de hacer devenir a Link en la Bejerman y le ordené que rápido lo hiciera devenir otra cosa antes de que llegara la policía y se la llevaran detenida a Link-Bejerman a la comisaría por homicidio por andar provocando al colectivero.

Nos volvimos a reunir todas en la puerta del edificio de Speranza. La Dama de Negro le ordenó a Charles Bronson que lo hiciera devenir a Link Graciela Speranza y ésta saco de su carterita comprada en Nueva York las llaves y nos hizo pasar. Una vez en el piso de Speranza, no esperamos a que Link-Speranza nos abriera la puerta con sus llaves. Tiramos la puerta abajo y entramos. En el living estaba Cohen, sentado, traduciendo un libro para Inter-zona. Nos vio con cara de asombro y resignación.

Ah, son ustedes..., dijo Cohen, y nos miró con desprecio cansado.

La Dama de Negro le preguntó por Julieta Prandi y Graciela Speranza. Él, con sorna, respondió que Graciela estaba ahí señalando a Link-Speranza y que no entendía por qué le preguntaban a él sobre Julieta Prandi. La Dama de Negro lo agarró del cuello con una mano y con la otra empezó a sacudirle en la boca. Le hizo saltar tres dientes y lo arrojo contra una pared. Cohen desde el piso se empezó a reír y finalmente le dijo a La Dama De Negro, mi padre golpeaba mejor, y escupió sangre y astillas de dientes. Entonces se llevó una mano a la espalda, debajo de la camisa, y apareció una 38 recortada que apuntaba al pecho de La Dama de Negro.

Ésta no intento hacer nada. Sólo se limito a mirarlo y exigirle el lugar de cautiverio donde la tenían a Julieta Prandi.

Me vas a tener que matar si querés que te diga dónde esta, y así y todo, tampoco te lo voy a decir.

La Dama de Negro avanzó para patearle la cabeza y Cohen abrió fuego. La Dama de Negro cayó en un sillón y se escucharon otros tres tiros, todos dirigidos a la cara de Cohen, que habían salido de la Mágnum de Charles Bronson.

Todas corrimos a socorrer a nuestra heroína periférica pero moderna al fin. Durante un momento el lugar se llenó de un silencio devastador que lo oscurecía todo. Después, Silvia salió de su estado de inmovilidad mortecino y nos sonrió, tontas, nos dijo socarrona, me disparó en el pecho y por suerte mi poncho negro también es un chaleco anti-balas. La ayudamos a acomodarse y algunas de nosotras fuimos a la cocina a preparar una merienda para nosotras y un whiky doble para La Dama de Negro.

Ahora la única que nos quedaba era esperar a que la banda de Los Pibes Banana liderada por Bananon (6) se intentara comunicar con Cohen. Era la única, la ultima esperanza.

A eso de las 11 de la noche sonó el teléfono, era equivocado. Cinco minutos después volvió a sonar y atendió Link devenido Cohen. Hable, dijo. Era el Pibe Banana Bananita (7), para informar que los plazos se habían cumplido y que iban a ejecutar ya mismo a Julieta Prandi. Link-Cohen le ordenó que no lo hicieran, que la trajeran ya mismo para su departamento, porque él mismo quería ajusticiarla.

A eso de las dos de la mañana entraron al departamento Bananita y Banana Flaneur (8) con Julieta evidentemente drogada para que no ocasionara problemas. Link-Cohen estaba sentado en el sillón apenas iluminado por un velador.

Déjenla en mi cuarto, ordeno Link-Cohen, y sentémonos a tomar algo.

Ellos obedecieron y volvieron al living para sentarse a tomar unos whiskys que Link-Cohen les había preparado.

¿Cuánto les dedo, muchachos?

Ah, no sé, respondió Bananita (9), eso lo tenés que arreglar con el jefe, con Bananon (10), nosotros sólo recibimos órdenes.

Perfecto, suspiro Link-Cohen. Y de repente el lugar se llenó de luz y apareció La Dama de Negro como un rayo surgido de ninguna parte volando por el aire y volteó a Bananita (11) de una patada voladora que le hizo saltar la dentadura postiza. Banana Flaneur (12) intentó alcanzar la puerta para huir pero La Dama de Negro no lo dejó dar dos pasos. Le arrojó un cuchillo que se le clavó en la espalda. Éste pegó un grito y La Dama de Negro lo dio vuelta, lo miró a los ojos y le preguntó, ¿sabés quién soy, con quién se metieron?, con La Extraña Dama: La Dama de Negro, y luego lo llevó al balcón y lo arrojo al vacío.

Julieta, por su estado de endrogamiento, sólo se enteró de que estaba sana y salva de sus captores al día siguiente, ya en su casa, y con un enjambre de periodistas en la puerta de su casa.

Unas semanas después, cuando ya todo era polvo del olvido, La Dama de Negro y Julieta se encontraron en un bar de Palermo Holliwood. Julieta estaba preciosa y el dedo que le faltaba resaltaba su belleza, y La Dama de Negro volvió a sentir ese ardor que supo experimentar en otra vida al estar a su lado, pero sus anteojos negros la ayudaron a no traicionarse. Hablaron un largo rato y terminaron en un telo de la zona. Al amanecer, cuando Julieta dormía, La Dama de Negro, le escribió unas palabras en un papel, donde le decía que era lo mejor que le había pasado en la vida, pero que la vida era más complicada y rara de lo que ella podía imaginar y que en todo caso ella ya no podía amar a nadie, porque algo dentro suyo había muerto y que ahora era un fantasma, un fantasma oscuro que velaba por la seguridad de personas inocentes e indefensas como ella. Luego se cambió y fue al estacionamiento a buscar su Renault 12 breek y se perdió en la madrugada de una ciudad violenta e implacable, angelical y obscena, irreal y posible, donde a cada momento la vida y la muerte, el amor y el odio, la estupidez y la belleza, juegan sus fichas en la rueda de la Fortuna (12-bis).

 

CUANDO YA NO IMPORTE

Un año después, de todos estos hechos que cuento, La Dama de Negro estaba sentada detrás del escritorio de su oficina, en el aula 250 de Puán que Panesi finalmente le había cedido para ella y sus labores de súper héroe de una modernidad periférica. Estaba tomándose una ginebrita con un sandwich de jamón crudo y queso, cuando entró por la puerta una mujer.

Pidió hablar unas palabras con ella y le dijo que tenía para darle una carta de una amiga en común. La Dama de Negro la invitó a sentarse y estudió a esa mujer. Algo en sus rasgos le hacía pensar en alguien a quien ella conoció en otra vida muy bien. Pero era sólo una ilusión, esa mujer no era quien había conocido en el pasado y, si lo era, ya no era la misma, como ella tampoco.

Durante unos minutos se estudiaron sin decir nada y finalmente La Dama de Negro sirvió dos vasos de Ginebra Llave y bebieron.

Supongo que ya no hay nada que decir, ¿no?, dijo esa mujer. Solo vengo para entregarte en mano una carta de una amiga en común que antes de morir me encomendó que te la hiciera llegar.

Esa mujer sacó de su cartera una carta y la puso sobre el escritorio lleno de mugre. La Dama de Negro la miró detrás de sus anteojos negros. Liquidó lo que quedaba en su vaso de un trago y volvió a llenarlo.

Las cosas son así. Imagino que para ella no fue fácil. Para mí tampoco..., dijo La Dama de Negro y encendió un Marlboro.

No digas nada, ya no tiene sentido. Quizás esta carta tampoco, pero fue su ultima voluntad y quiero cumplir la...

Durante un instante La Dama de Negro tuvo el impulso de levantarse de la silla y tomar en sus brazos a esa mujer. Retenerla. Mentirle que ahora todo podía empezar de nuevo y ser felices. Pero no lo hizo. Sabía que era mentira.

Bueno, me voy, dijo esa mujer, y antes de beber levantó la copa y brindo, por lo que no pudo ser, por lo que fue, por esas dos chicas de letras sepultadas en el fondo de nuestro oscuro corazón. Luego se levantó, fue hacia la puerta y se volvió un instante para mirar por última vez a La Dama de Negro.

La Dama de Negro se sacó los anteojos negros, había una tristeza infinita en sus ojos.

No te digo adiós, Gra, solo te digo hasta siempre, porque ya te dije adiós cuando era triste, solitaria y final.

Esa mujer abrió la puerta y se perdió en el bullicio del Boli-Shoping de Puan.

Y La Dama de Negro agarró la carta (14), se la guardó debajo de su poncho negro anti-balas, ordenó unos papeles y después se acercó a la ventana. Mientras miraba la tarde a través del vidrio sucio de la ventana de su oficina, pensó, somos un pozo, un pozo que mira un cielo limpio y ajeno. Intento burlarse de sus palabras, pero no pudo, esta vez no pudo. Entonces se sirvió otro trago y buscó uno en un cajón lleno de compacts truchos comprados en parque Rivadavia, lo puso en su equipo y mientras la música empezó a sonar, se quedo sentada en su oficina, sin hacer nada, mientras el día declinaba y las sombras lo cubrían gradualmente todo:

Desde que me dejaste
la ventanita del amor se me cerró
desde que me dejaste
las azucenas han cambiado su color

desde que me dejaste
la ventanita del amor se me cerró
desde que me dejaste
no hago mas que extrañarte corazón

tengo el alma en pedazos
ya no aguanto esta pena
tanto tiempo sin verte
es como una condena

tengo el alma en pedazos
ya no aguanto esta pena
tanto tiempo sin verte
es como una condena

es tan bonito tener tu cariño
ya no soy nada si no estoy contigo
y tenerte siempre conmigo
soy tu abrigo en las noches de frío

es tan bonito tener tu cariño
ya no soy nada si no estoy contigo
y tenerte siempre conmigo
soy tu abrigo en las noches de frío

Elsa Kalish

 

 

NOTAS

(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.

(1)

Antes de esta versión "definitiva" de la cual apenas han leído un párrafo – ésto, claro, siempre y cuando sean correctos y obedientes lectores que cuando tropiezan con una nota al pie van al pie – este texto conoció múltiples intentos de lograr desplegarse para tejer los hilos de la trama de la historia que finalmente se cuenta. Lo que sigue son solo tres de tantos intentos frustrados, borradores, sendas perdidas, palabras desechadas, restos, otros textos, que me guiaron hasta las palabras que finalmente por cansancio lograron imponerse como texto "concluido".

(NO CORREGIR UNA SOLA PALABRA DE TODA ESTA NOTA AL PIE YA QUE SON BORRADORES, Y COMO TALES, TIENEN QUE PERMANECER TAL CUAL LOS ABANDONE. Y CLARO, ESTA ACLARACIÓN BORRARLA AL CORREGIR LA COLUMNA, O NO, QUE LA GENTE SEPA QUE DETRÁS DE ELSA KALISH HAY UNA BESTIA QUE NO SABE PONER UN SOLO HACENTO NI COLOCAR UNA COMA DONDE CORRESPONDE, LO DEJO AL LIBRE ALBEDRÍO DEL CORRECTOR QUE TENGA LA INGRATA TAREA DE CORREGIR LA COLUMNA DE ESTE MES SI DESEA BORRAR O DEJAR ESTAS PALABRAS.)

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Nadie ignora que a Saítta siempre le gusto el chupi. Desde pendejita, desde que salio por primera ves con sus compañeras del secundaria a bailar y pidio en la barra de New York City un Séptimo Regimiento, nunca dejo de darle duro a la botella. Esto no le impidio terminar sus estudios y transformarse en una academica respetada y erudita en literatura argentina. ¡Quién no la ha visto en Platón antes de dar una clase sobre Arlt o Borges clavándose un par de whiscachos para aseitar el motor de su aparato critico!

Pero un día desbarranco y empezo a chapotear en el fondo de esa botella que no tiene gusto a nada. En la catedra de Argentina II todas ponian cara de compungidas y comentaban: pobre Silvia, me rompe el corazón verla asi. Y por lo bajo festejaban el proceso de demolición que dibujaba las dos lineas de la grieta que se extendían tanto en superficie como al interior del cuerpo atormentado de su compañera. Es que sus compañeras no ignoraban que una chica de letras con problemas de alcohol es una chica menos para disputar el casicaje de una cátedra. En realidad, todas no, Graciela Speranza estaba realmente procupada por su compañera. La apreciaba y nunca imagino hasta que punto la queria hasta que se hacerco a ella para ayudarla.

La Gra al principio para entrar en confianza y que no sospechara que su propósito era que Silvia dejara la botella o al menos pudiera mantenerla a raya – porque seamos sinceras quién puede imaginar a Saítta sin una bebida espirituosa en una mano –, se juntaba con ella a menudo a tomar unos birrines que daban paso a unas ginebras sin hielo que solo podian remontarse con un papel bien servido que les vendia un dealer que paraba en el barde caballito donde se encontraban todas las tardes.

Cuando llegaron las vacaciones la Gra saco dos pasajes para Europa, en su departamento de Belgrano armo 8 balijas para no tener que pasar por el papelon de que alguien la viera en Italia con la misma remerita con la que habia caminado la semana anterior por las calles de Praga, paso por lo de Silvia, la obligo a armar una maleta y se la llevo al viejo continente para ver si allí lograba rescatar a su amiga.

Ese viaje fue mágico. Silvia recupero los comandos de su alma etílica descarreada y en un bar de Leverpool hablando de pabadas de repente se encontraron arrebatadas por un beso apasionado. Era increíble, hacia un mes Silvia era un cementerio de botellas, un desierto donde la barbarie era amo y señor, y ahora había renacido como el Ave Fénix de las cenizas. Es que el amor es mas fuerte.

Cuando volvieron de Europa, Silvia volvio a ser la que era. Volvio a preparar sus clases con dedicación y esmero, a reseñar libros, a poder leer mas de dos párrafos seguidos sin sentir la necesidad imperiosa de rajarse al bar, y limito el alcohol y la noche solo a los viernes y sabados.

Pero este amor que había nacido entre Saítta y Speranza estaba condenado desde un principio.

En la catedra Literatura Argentina II todos

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Este texto es para vos. Ahora que mis huesos aprendieron a cargar con el peso de tu ausencia, tu recuerdo, solo me angustia, en algunas ocasiones, cuando la memoria imposible de lo que nunca fue, me asalta y envuelve, trayéndome imágenes, escenas, olores, palabras, lugares, y tu boca, la puta que te parió, tu boca.

 

Nadie ignora que Silvia Saítta es tanto una erudita en literatura argentina como una borracha perdida. Desde pendejita, desde la primera ves que con sus compañeros del secundario se juntaron en la casa de uno de estos a festejar un cumpleaños y compraron cerveza, vodka, Legui, Gancia, licor de chocolate, y Silvia tomo cerveza, vodka, legui, Gancia, licor de chocolate, y termino a la madrugada arriba del techo de la casa de su compañero, arrancando las tejas para arrojárselas por la cabeza tanto a sus compañeros que le pedian por favor que se bajara de ahí que se hiva a matar como al perro del vecino, nunca, jamas, dejo de beber. No obstante lo cual, su amor por la botella, no le impidió ser un raton de bibliotecas y consolidar una solida carrera academica.

Pero un día desbarranco y quedo chapoteando en el fondo de esa botella que nunca tubo sabor a nada. Todo empezo imperceptiblemente una tarde que tenía que dar una clase y cuando llamo al mozo de Platón para pagar, no pudo decirle ¿me trae la cuenta, por favor?, sino que solo pudo pedir, otro whisky, por favor. Así empezo, llegando media hora mas tarde a sus clases, porque cada ves que tenia que pedir la cuenta al mozo lo unico que le salia decir cuando lo tenia frente a ella era, tráigame una medida más, levantando apenas el baso vacio todavía traspirado por el hielo. Su imposibilidad de pedir la cuenta y su necesidad pedir un trago mas, siempre uno mas, para lebantarse de la mesa de Platon y cruzar la calle para ir a dar clases en frente, la llevo a tomar una decisión que durante un tiempo resolvió el problema. Traslado la clase al bar. Arreglo con el dueño que ella todos los miércoles a la tarde le garantizaba no menos de 50 alumnos en el bar y que a cambio le tenia que dejar los tragos gratis a ella. Ese cuatrimestre en el bar y con canilla libre, fue uno de los momentos mas altos de su carrera como profesora de literatura argentina.

Al cuatrimestre siguiente, en una reunión de catedra, ahora sin Sarlo y con Romano como nuevo titular, este la encaro delante de todos y le dijo:

- Mira silvia, todo bien con vos, pero yo no voy a tolerar como Beatriz que vos des clases en el bar... las clases las vas a tener que dar en el aula y si no te gusta, bueno, tendre que tomar medidas.

Silvia no dijo nada, se lebanto de la mesa, saludo a todo el mundo y se fue antes de largarse a llorar a otro bar a tomarse unas copas.

En secreto la mayoria de sus compañeras festejaron la medida del titular. Sabian que a Romano le quedaban un par de cuatrimestres para jubilarse y que la que lo sucederia en el cargo seria Silvia, con lo cual ellas quizas estarian toda la vida esperando un cargo que nunca llegaria o llegaria demasiado tarde. Por eso todas festejaron en secreto la medida de Romano. Porque sabian que a ella por esos días le seria imposible dar una clase fresca, careta y que exigirle eso equivalía a pedirle que deje la docencia.

En realidad no todas se pusieron contentas. Graciela Speranza que siempre le tuvo un gran cariño fue presa una gran pena. Y esa misma noche, después de la reunion de catedra le mando un mail, recordándole que siempre habían mantenido una linda amistad y que contara con ella para lo que nesecitara.

Silvia nunca le contesto el mail. Así que Graciela Speranza dejo pasar una semana y una noche cayo en el bar de Caballito en el que Saítta solia parar. Estaba en una mesa, con una ginebra sin hielo, haciendo una tranza con el dealer del lugar.

Graciela Speranza para entrar en confianza, para hacerle un guiño a su compañera, saco de la cartera 150 dólares y le pidio al dealer:

- Se bueno, bebe, anda y servinos algo rico – y le paso los billetes disimuladamente.

Esa noche duro tres días. Y Graciela Speranza logro su objetivo, que Silvia Saítta confiara en ella.

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Era habitual, juntarnos a tomar un café o una cerveza, varias chicas de letras, para charlar de nada y el tema salia solo, sin darnos cuenta, como un chiste mas, como un comentario ocasional y nuevo, pero que ya habiamos repetido mil veces y que marcaba el espacio de un entre "nos" que nos recortaba y reconocia como lo que éramos sin necesidad de explicar nada: Chicas de Letras.

Pero una tarde que estabamos boludeando en Platon con Bombon de Roquefort y el Duende Japones, llego Sarakey trayendo la buena nueva.

- Vieron que la Sarlo le puso los puntos a Saítta? Le pidio que se pusiera las pilas o que pensara en buscarse otra catedra donde dar clases.

Nooooo, dijimos todas. Conta, conta, pedimos ansiosas. Pero Sarakey solo sabia eso. Y ahí el chiste que tantas veces habiamos repetido se nos represento como una profesia oscura que nosotras habiamos alimentado sin querer y nos quedamos por un momnento mudas.

El chiste era una tontería. Todas sabiamos que a Silvia saítta le gusta la botella, que era una borracha vieja. Desde pendejita, cuando fue a Bariloche y probo por primera ves un trago, un séptimo regimiento, no paro nunca. Claro que eso nunca le impidió a ella ser una erudita en literatura argentina y una de las mejores profesoras de la facu. Y el chiste era un lugar comun, algo que salia facil, que ayudaba a decir algo cuando no se nos ocurria nada:

"¿Viste como chupa Silvia? ¡Que hija de puta! El otro día pase por el bar Magno a las tres de la mañana y tenia un pedo de novela. Si sigue asi va a terminar como Telma Viral en ."

eso. Nada. Era solo un chiste. Pero ahora parecia que el chiste se había cruzado el orden de las palabras de conversaciones tontas para irrumpir en el orden de lo posible.

Silvia Saítta, nadie sabia a ciencia cierta por qué, pero un día habia empezado a desbarrancar. Había pasado de ser una borracha feliz, una rebentada de mil fiestas sin por eso descuidar el rigor academico, a una borracha oscura y triste que quedo chapoteando en el fondo de esa botella que nunca tuvo gusto a nada.

A medida que Saítta empezo a mostrar involuntariamente las marcas de su deterioro tambien empezaron a tejerse mil teorias de los motivos que la habían llevado a esa situación. Desentrañar los motivos de su derrumbe se había transformado en una especie de requerimiento o examen final sin el cual no podias obtener tu titulo en licenciada en letras. Las hipótesis que se barajaban abarcaban un perímetro de posibilidades infinita

(2)

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(5)

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(7)

¡Llamá ya y participá de importantes premios! ¡Solo tenés que marcar el número de mi celular 15-6-518-7111 y dejar un mensaje diciendo quién es para vos Bananita y si acertás entrás en un concurso en el que te podés hacer acreedor de una clase exclusiva para vos y tres amigos de Cristina Iglesias hablándote del Martín Fierro en forma de payada acompañada por la guitarra de su prima Teresa Parodi! ¡Llamá ya, tu tiempo es hoy!

(8)

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(9)

¡Llamá ya y participá de importantes premios! ¡Sólo tenés que marcar el número de mi celular 15-6-518-7111 y dejar un mensaje diciendo quién es para vos Bananita y si acertás entrás en un concurso en el que te podés hacer acreedor de ir a tomar un café con Maria Teresa Gramuglio dónde te iniciará en los misterios de la doctrina de la Milanesa, cuya máxima es: La verdad de la Milanesa es la Milanesa! ¡Llamá ya, si se te cae el pelo, si tu marido ya no te toca, si no podes dejar de fumar, si te gritan gorda en la calle, si ya no te da la cabeza ni para hacerte la planchita, llamá ya y Maria Teresa que cuenta el secreto de la Milanesa y después contáme!

(10)

¡Llamá ya y participá de importantes premios! ¡Sólo tenés que marcar el número de mi celular 15-6-518-7111 y dejar un mensaje diciendo quién es para vos Bananon y si acertás entrás en un concurso en el que te podés hacer acreedor de endrogarte en los patios de Puán y serás filmado por una cámara oculta del inefable y genial Chiche Gelblum para su programa de Canal 9 donde luego te llevará para debatir sobre el uso de las drogas en la historia de la civilización humana! ¡Y se te dará importante bibliografía al respecto para no aparecer como la bestia analfabeta que sos aunque ésta no te servirá de nada porque cuando vos vas Chiche ya fue y vino 80 veces! ¡Pero qué importa, si vas a aparecer en la tele, si vas a tener tus 5 minutos de fama! ¡Llamá ya, no te colgués!

(11)

¡Llamá ya y participá de importantes premios! ¡Sólo tenés que marcar el número de mi celular 15-6-518-7111 y dejar un mensaje diciendo quién es para vos Bananon y si acertás entrás en un concurso en el que te podés hacer acreedor de ir al próximo corte del puente Pueyrredón con Silvita Delfino! ¿Te podés perder una oportunidad como ésta? ¡No! ¡Llamá ya!

(12)

¡Llamá ya y participá de importantes premios! ¡Solo tenés que marcar el número de mi celular 15-6-518-7111 y dejar un mensaje diciendo quién es para vos Banana Flaneur y si acertás entrás en un concurso en el que te podés hacer acreedor de un back stage de una asamblea del Centro de Estudiantes de Letras donde se discutirá si la crisis del petróleo de los 70 fue determinante o no para entender el arribo de los pingüinos a la Rosada! ¡Llamá ya, si no querés seguir creyendo las mentiras de la prensa cipaya financiada por un gobierno vende patria y todavía te duele lo de Malvinas como a Víctor Heredia, llamá ya!

(12-bis)

Tiempo después de los hechos que se cuentan aquí, Julieta Prandi reconstituiría los tejidos muertos de su alma destrozada por esta historia de amor desafortunado gracias a su relación con Gastón Portal y sería tapa de revista Caras: "Julieta Prandi, la conductora de ‘Ojo con el ojo’, confiesa cómo el amor logró rescatarla de una profunda depresión." "En el peor momento de mi vida solo una persona confió en mí." (Para mas información entrar en www.caras.uol.com.ar)

(14)

Silvia:

Mi Silvita, mi Sil, mi Sí elemental que es un no frente a los fantasmas de la noche y en las horas en que el hórrido vivir de la existencia me aplasta contra el piso como si fuera una cucaracha con el peso despiadado de una ojota metafísica. Mi Si, mi Sissi Emperatriz, mi Barby trucha hecha en Paraguay, mi grasita de Caballito, mi película kitch, bizarra, más lograda, mi teoría literaria etílica y mambeada, mi prisión de alta seguridad donde aprendí a ser una reclusa modelo. Mi Si, mi corazón, ahora y siempre, te pertenece.

Sil estoy al tanto de todo lo que sucedió en Baires. Ahora lo sé todo. Sé que nunca me traicionaste. Y que el mal entendido que se produjo entre nosotras y me obligó a huir del país y esconderme en esta región remota del mundo, es un hecho que no tiene retorno. Ni para vos ni para mí. De hecho vos ya no sos mi Sil sino La Dama de Negro, una heroína del subdesarrollo, una súper héroe de una modernidad periférica, donde renunciaste a todo para salvar tu corazón y así poder hacer operaciones de lectura y dar pelea a la banalidad del mal que habita en el corazón de esa ciudad en la que alguna vez fuimos felices.

Sil, ahora que ya no importa, que estoy borracha, que en unos días dejaré de ser lo que era, que como vos me metamorfosearé en otra, te puedo escribir contándote que te extraño, te necesito, me muero por verte, que sos lo mejor que me pasó en la vida. Pero todo eso sé que hoy es imposible y que curar las heridas que están abiertas y supuran su inmundicia me llevará años y dejarán cicatrices que no hay maquillaje ni cirugía estética que logren ocultar.

Sil, siempre supe que Marcelo era un vago que estaba a mi lado solo por mi dinero. ¿Pero sabés una cosa? Creía que la literatura argentina era más importante que mi propia vida y por eso toleré su desamor y acepté su desprecio, porque él era el gran escritor y yo desde mi humilde lugar de teórica y chica de Belgrano con plata podía contribuir a lo mejor de las letras nacionales. Es que Sil, la historia de las chicas de letras con la literatura es la historia de un desencuentro. Es la historia de un amor no correspondido. Nuestro objeto de deseo es la literatura y la literatura es refractaria a nuestra lectura. Pero hay aún algo mas grave, la literatura puede existir fuera de nuestras lecturas y no así nosotras sin ella. Ella es todo para nosotras y por eso a veces caemos en la tentación, ya no de leerla, sino de hacerla, y, es ahí, justo ahí, donde cometemos el pecado mas grave que se puede infligir por amor a la literatura, escribirla, como si bastara haber leído a Williams, Benjamin, Adorno, Bajtin, los formalistas rusos, Pezzoni, Barrenechea, La Coca, el Viejo Viñas, Barthes, Auerbach, Molloy, a la China, y a quien se te ocurra, como si alcanzara con manejar de memoria las obras de Borges, Arlt, Cortázar, Puig, Ocampo, Saer, Fogwill, Piglia, Laiseca, Juanele, Pizarnik o Perlongher para escribir literatura. No Sil, no alcanza y yo cometí ese pecado cuando escribí mi novelucha.

En realidad esta carta Sil es solo para decirte que no te guardo rencor, que sería incapaz de semejante sentimiento para con vos, que lo que sucedió nos superó a las dos y que quizá no podía ser de otra forma, que te sigo queriendo tanto como siempre y que ahora sé que para que ese amor que lo pide todo sin reclamar nada permanezca ajeno a las miserias de mi destino -- ¡¡¡disculpa lo cursi que estoy!!! – debo desaparecer, no esperar nada, renunciar a todo, porque como decía Sting: si amas a alguien déjalo libre, si no vuelve es que nunca fue tuyo. Aunque acá yo le haría una observación a Sting, si bien lo que dice es cierto, hay casos en que la persona amada fue y será siempre tuya y sin embargo nunca vuelve, ¿no?

Elegí esconderme y morir y renacer acá, en las tierras donde al Cónsul Geoffrey Firmin y Manuel Puig los sorprendió la muerte. En unos días seré otra y también tendré que inventarme una vida, un pasado, un futuro que quizá no logre construir y entonces deba aceptar mi derrota y buscar la forma más digna que encuentre de retirarme del juego.

Sil, desde que huí a ciegas y desesperada de Argentina, no hice otra cosa que esperar un gesto tuyo, algo, un gesto mínimo que me indicara que yo era algo para vos y nunca llegó. O llegó pero no supe interpretarlo. Durante meses esperé que me escribieras un mail a mi casilla, iba a chequear mails entre 10 y quince veces por día para buscar leer unas palabras que nunca me escribiste. Y en esa espera inútil, enferma, patética se me fueron meses en los que me preguntaba obsesivamente para lastimarme hasta quedar en carne viva: ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué? Y no pude entender que si no me escribías no era porque no me quisieras sino porque haberlo hecho hubiera alimentado unas expectativas que hubieran terminado por aniquilarnos a las dos. Pero eso no lo supe entender en su momento y tampoco ahora, quiero decir, lo entiendo, pero con entender ciertas cosas qué hacemos. Porque nunca estuvo en juego entre nosotras la razón ni entender nada sino una verdad que nos excede, que es un más que una misma, que es la propia vida mas allá de toda razón, claro estoy hablando de amor Sil, de un amor que no pudo ser y de ahí se desprende este peregrinaje por el desierto buscando la Palabra que me salve de la desnudez y orfandad a la que llegué a la intemperie sin fin, al abismo que me reclama algo de mí que no logro saber qué es.

¿Estoy desvariando, no? Puede ser, igual nunca me sentí tan lúcida como esta noche de mezcal. Como esta noche en la que todo puede ser porque ya no espero nada. Porque algo en mi murió para siempre y es el vacío que ha dejado la muerte lo que me condena y me permite volver a tirar los dados y recomenzar todo de nuevo.

Sil, no quiero despedirme sin antes contarte algo que nunca te dije, algo que te puedo decir ahora que ya no importa. ¿Sabés qué es lo que me terminó de enamorar de vos? Tu costado plebeyo, tu desfachatez para hablar de Arlt frente a una clase con media botella de wisky Criadores encima, que fueras tan grasa, tan grasita, que chorrearas grasa como una milanesa comprada en un barsucho de Chacarita, que compraras las bombachas en el Once, de esas bombachas baratas de tres por 10 pesos. Cuando era adolescente iba a la fabrica de Pa y me quedaba horas mirando a sus obreros y me decía: pobre gente, cómo hacen para vivir, y después volvía a casa y me sentaba en el videt y me masturbaba furiosamente imaginando que alguno de esos pobres obreros me violaba en el escritorio de la oficina de Pa y que yo gracias a eso los rescataba de la horrible existencia sin sentido a la que estarían siempre sometidos. Ja ja ja, que linda nena que era.

Sil espero que ahora mientras leas mi carta te sirvas una vaso de ese vodka barato que tanto te gusta y brindes por nosotras, por eso que la muerte no pudo clausurar y que sigue vivo en la lejanía de esta cercanía que es un abismo donde las palabras sobran y nuestra existencia es un misterio que reclama de nosotras una torsión del alma que deberemos buscar en la soledad y silencio mas absoluto para llegar a recuperar eso que a falta de una palabra precisa lo llamaré alma, nave, caja, corazón, o quizá, en mi caso, vos, mi Si elemental, mi mentira más lograda, mi verdad última, la palabra, mi balbuceo, mi grito, mi silencio, lo dado, mi parte maldita, mi forma imprecisa, mi soberanía, mi exceso, mi azar, mi gracia, mi risa, mi corazón de la tinieblas, mi vida.

Besos

cuidate

te quiero

Gra.

 

 

 
 
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Elsa Kalish

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Margen inferior: Caricaturas y Ruslan Vashkevich, obra.