el interpretador de �poca

Literatura y crisis

Nuevos modos de representaci�n en los a�os cero

por Juan Pablo Lafosse

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Los valores cambiaron.
Florencia Abbate

La intemperie

- No quiero que sean como nosotros, Ernesto. Educados para despreciar a los que tienen menos plata, menos apellido, o la piel m�s oscura. Para tratar a las personas como cosas y a las cosas como dioses. Para venerar lo ingl�s y lo yanqui y despreciar lo argentino y lo latinoamericano. Para mandar y para obedecer.
Carlos Gamerro, La aventura de los bustos de Eva

Hacia fines de los noventa se inici� en la sociedad argentina una profunda crisis de los paradigmas dominantes, que no fue ajena a un contexto internacional, y que se intensific� exponencialmente a partir de los hechos ocurridos el 19 y 20 de diciembre del 2001(1). La ca�da de un presidente inepto parec�a acompa�ar el fin de un modelo de pa�s. Un modelo que se inici� con el golpe de 1976, que continu� en el gobierno radical y que durante los noventa se potenci� a trav�s del proceso de ?modernizaci�n? neoliberal que integr� a la Argentina a la din�mica de una globalizaci�n ?irreversible?. Amparada por la teor�a del �fin de la historia la �ltima d�cada del siglo XX estuvo marcada por las privatizaciones, el desembarco de empresas multinacionales, el crecimiento indiscriminado de las importaciones y la consiguiente destrucci�n de la industria nacional, la masificaci�n de la TV por cable, el exitismo, el pago en cuotas y los viajes al exterior.

Enunciar que hubo un giro que permite marcar un antes y un despu�s en t�rminos ideol�gicos y del que, invariablemente, participa la literatura(2) nos obliga a preguntarnos cu�les son estos cambios, en d�nde se encuentra su origen y cu�l ser�a la novedad en los modos de representaci�n. Nuestra hip�tesis es que el rotundo fracaso del modelo (del cual los acontecimientos del 19 y 20 son a la vez consecuencia y motor que permiti� poner en evidencia lo insostenible del mismo) puso en crisis los significados, dejando un vac�o de sentidos, un desierto(3), que necesitaba ser llenado, y oblig� a los argentinos a modificar el destino de su mirada. Si durante los ochenta y los noventa la clave parec�a ser mirar hacia delante, y nuestro destino se intu�a en un afuera, constituido por el propio desarrollo y la fuerza de un proceso global liderado por el Primer Mundo, la �realidad se ocup� de desmentir la viabilidad de esta l�gica, que se hizo a�icos frente a las crudas im�genes de un estallido social sin precedentes. La necesidad de reencontrar un sentido para reconstruir un camino transitable posibilit� en los �ltimos a�os el desplazamiento de la mirada hacia determinadas zonas de nuestro pasado que fueron silenciadas y ridiculizadas por el discurso dominante de las dos �ltimas d�cadas del siglo XX. �

Si bien es inevitable poner en relaci�n este revival del pasado con los cambios pol�ticos que se han dado a partir de la crisis, ligados a lo que alguno llam� la vuelta del zurdaje, y a esos vientos nuevos que vienen soplando sobre Latinoam�rica, que remiten ideol�gicamente a los a�os sesenta y setenta,creemos que este fen�meno supera ampliamente esta dimensi�n: en nuestra perspectiva, esta focalizaci�n en el pasado, que por momentos se construye como oposici�n y contracara del discurso neoliberal de los noventa, tiene como uno de sus ejes la revalorizaci�n de lo nacional y popular, retomando cierta preocupaci�n por lo social en t�rminos ajenos al imaginario de la d�cada menemista. Esta resignificaci�n de lo nacional y popular se origina en las preguntas b�sicas de los periodos de crisis: �qui�nes somos? y �hacia d�nde vamos? Todo debate en torno a la identidad de un pueblo parte de su propia historia y se derime en funci�n de lo que se quiere ser, en un futuro ideal y posible. Como dec�amos, en ese v�rtice se configura un presente en el que puede tener un peso mayor la mirada retrospectiva, en la que se valora la propia historia, o bien la prospectiva, en la cual el pasado adquiere el valor de ?lastre? en el camino hacia el progreso. Justamente, es este tr�nsito de la dominancia del olvido a la preeminencia de la memoria es lo que creemos ver en el comienzo de este siglo.�

Que el carnaval, la murga(4) y el tango(5), vuelvan a estar vigentes parecer�a demostrar que la norma de prestigio ya no s�lo se define en lo importado, en lo nuevo o en lo moderno. Reencontrarnos, reconocernos, indagar en el ?ser argentino? y sus mitos se ha convertido en una necesidad que se percibe a diario en �mbitos muy diversos: desde La argentinidad al palo(6) que canta Gustavo Cordera de La Bersuit, pasando por el libro Argentinos de Lanata, el revisionismo de Pigna, la serie Vientos de agua de Campanella, el programa de TV Argentinos por su nombre conducido por Andy Kusnesof o el �xito de la radio Mega 98.3 de puro rock nacional, que apareci� en abril del 2000 y que en s�lo un mes se convirti� en la FM de mayor audiencia, los ejemplos se multiplican y se vuelven cotidianos.�

En la literatura encontramos una marcada presencia de obras que se suman a esta red discursiva que, enf�tica o tangencialmente, vincula nuestra realidad contempor�nea con nuestro pasado. Por un lado, y en paralelo a la publicaci�n de numerosos textos ensay�sticos entre los que cabe resaltar La Voluntad (Norma, 1997) de Caparr�s-Anguita y los trabajos de Pilar Calveiro(7), se explaya una serie narrativa que propone una memoria cr�tica de los grandes relatos de la d�cada del setenta (la militancia, el terrorismo de estado, los desaparecidos, etc.) abord�ndolos en forma directa. En esta l�nea se destacan, entre muchas otras, las novelas El secreto y sus voces (Norma, 2002) y La aventura de los bustos de Eva (Norma, 2004) de Carlos Gamerro,� Dos veces Junio (Sudamericana, 2002) y Museo de la revoluci�n (Mondadori, 2006) de Mart�n Kohan, y Ni muerto has perdido tu nombre (Sudamericana, 2002) y la recientemente reeditada Villa (Alfaguara, 1995) de Luis Gusm�n. En el terreno de la poes�a quiz�s sea el poema El ignorante (Tantalia / Crawl, 2004) de Juan Terranova, el m�s representativo y provocador, al plantear el debate ideol�gico sobre los setenta en t�rminos generacionales. �

El pr�logo de La aventura de los bustos de Eva comienza de la siguiente manera:

El d�a que Ernesto Marron� descubri�, al volver a su casa del Country Los Ceibales tras una hermosa tarde dedicada al golf, el p�ster del Che Guevara colgado en la pared del cuarto de su hijo adolescente, supo que el momento de hablar de su pasado guerrillero hab�a llegado(8).

En este p�rrafo inicial se ponen de manifiesto los tres momentos sobre los que se estructura la emergencia de lo pasado: un primer momento, constituido por el ?pasado guerrilero? de Marron�, enmarcado en los turbulentos a�os setenta; un segundo momento, ant�tesis del primero, conformado por la vida en el ?Country Los Ceibales? y la dedicaci�n al golf, que abarcar�a los ochenta y noventa; y un tercer momento, que se ve representado en ?el p�ster del Che Guevara colgado en la pared del cuarto de su hijo adolescente?, que remite a los a�os cero.�

Por otro lado, encontramos otra serie literaria que evade la descripci�n de los hechos hist�ricos concretos y trabaja sobre el universo del pasado, abord�ndolo indirectamente. En su veta m�s nost�lgica, podemos encuadrar parte de la cuent�stica de Fabi�n Casas y Ariel Bermani, los relatos de Villa Celina(9) de Juan Diego Incardona y determinadas zonas de la obra po�tica de Rodolfo Edwards, que conforman un conjunto de historias de la infancia y adolescencia que remiten a un pasado idealizado de valores y c�digos que se han perdido con el paso del tiempo y se construyen alrededor de la experiencia del barrio, como espacio de resistencia a la modernizaci�n: en el Boedo de Casas, en ?el barrio azul y oro?(10) de La Boca de Edwards, en el Adrogu�(11) de Ariel Bermani y en la Villa Celina de Incardona. El pr�logo de los cuentos nucleados alrededor de este �ltimo comienza de la siguiente manera:

?Villa Celina se encuentra en el sudoeste del Conurbano Bonaerense, en el partido de La Matanza. Aislada entre las avenidas General Paz y Richieri, tiene ritmo pueblerino y aspecto fantasmag�rico. Barrio peronista como toda La Matanza, su vida social gira en torno a los clubes, la Sociedad de Fomento, la Parroquia Sagrado Coraz�n y las escuelas del estado.?

En ese ritmo pueblerino, en la vida social del barrio y sus espacios de sociabilidad (la calle, los bares, los clubes, las Unidades B�sicas, los colegios estatales, etc.) se reconocen los lazos sociales que la posmodernidad ha resquebrajado. En la escritura se percibe la a�oranza de esos tiempos que se intuyen m�s felices: tiempos de aventuras con la barra de amigos por las calles de Boedo (Casas, El bosque pulenta(12)) o Adrogu� (Bermani, Adrogu�), de repartir juguetes a ni�os carenciados junto a los compa�eros de la Unidad B�sica (Incardona, Los reyes magos peronistas(13)), de amor�os imposibles con aquella que deber�a ?haber sido tapa / de Siete D�as / en alguna semana de mil novecientos setenta y tres? (Edwards, La novia de los Beatles(14)). La potencia de estas obras se sostiene en la contraposici�n de ese pasado con lo que vino despu�s, una Argentina transformada, ?modernizada? velozmente,� que vivi� la conversi�n de los cines de barrio en complejos multicines, de los clubes sociales en gimnasios de cadena, de los bares tradicionales en Pizza-Caf�s, de los almacenes en hipermercados, que vio desaparecer los peque�os teatros y sufri� el deterioro de la Educaci�n P�blica. All�, en el enfrentamiento entre esos dos mundos, el de los pibes de barrio que se pasean en ?siamditellas turquesas? o ?fititos tristes? y el de ?los j�venes ganadores? (que) ?se compran / BMW rojos de la propaganda / y se pasean por la Costanera Norte / con� las hijas de los industriales? (Edwards, Mi fitito triste(15)) puede leerse la distancia entre dos modelos antag�nicos.

Ahora bien, ese universo del pasado no s�lo remite a la literatura que tiene como marco un tiempo pret�rito. Tambi�n cobra cuerpo en las obras que partiendo del presente van hacia el pasado, cuyo ejemplo paradigm�tico es El a�o del desierto de Pedro Mairal; en aquellas que relatan hechos cercanos intercalados con flahbacks del pasado, entre las cuales podemos nombrar a Veneno (Emec�, 2006) de Ariel Bermani y El grito (Emec�, 2004) de Florencia Abbate y las que representan a la Argentina de los �ltimos a�os, en las que, como hemos argumentado, se percibe la revalorizaci�n de lo nacional y popular. �En este �ltimo grupo, que incluir�a a Washington Cucurto y su obra, a la poes�a de Naty Menstrual, a Juan Martini ysu novela Puerto Apache (Sudamericana, 2002), a Sergio Bizzio y su respectiva Rabia (Interzona, 2005), entre otros, podemos sumar a los ya mencionados Casas, Incardona, Bermani y Edwards. Los personajes de esta serie literaria son de clase baja y de clase media baja. Son, en muchos casos, los que se cayeron del sistema, los nuevos pobres. Son obreros de la construcci�n, mucamas, cantantes de cumbia, buscavidas, dealers, jugadores de f�tbol fracasados, travestis y repositores de supermercado. Son los verdaderos ausentes de la fiesta menemista, los dr�sticamente olvidados por las pol�ticas oficiales, los que no tuvieron voz durante d�cadas y que hoy volvemos a escuchar.�

Pensemos esta resignificaci�n de lo nacional y popular, este cambio en el modo de representaci�n de las clases relegadas a partir de la crisis y la traum�tica transformaci�n del tejido social. De golpe ser ignorante y comerse las eses, marca estigmatizada de las clases populares, parece esconder un grado de verdad y deja de ser raz�n suficiente para convertirse en objeto de risa(16) de las clases medias. T�rminos denigrantes y discriminatorios tan de moda en los 80 y en los 90, como grasa, pardo, negro, groncho, cabeza, villero, ya no se utilizan con la misma ligereza. Si nuestro destino era entrar al Primer Mundo, poco sentido ten�a prestar atenci�n a esa parte de nuestra realidad local que nos estorbaba el camino. Pens�moslo en otras esferas de la cultura. Los canguros de Jorge As�s(17), actualizaci�n ochentosa de los monstruos(18) de Cort�zar, hoy son las estrellas estelares de la prime time de la TV argentina: en un recorrido que inicia �Gasoleros (1998), contin�a El sodero de mi vida (2001) y Los Rold�n (2004)(19) y que remite a las novelas de principios de los setenta, como Rolando Rivas, taxista (1972), �que tambi�n ten�an como protagonistas a personajes de clase media baja, podemos ubicar a Sos mi vida (2006), la exitosa serie de Polka, en donde la hero�na, una Natalia Oreiro ?engrasada?, es una boxeadora que vive en un conventillo. Al mismo tiempo, otra boxeadora de origen humilde, la Tigresa Acu�a, compite en el programa de Tinelli, en el que la ganadora, gracias al voto de ?la gente?, es Iliana Calabr�, rebautizada como ?la voz del pueblo?. Hace 15 a�os se escuchaba a Ricky Maravilla en las discos m�s pitucas de la ciudad de Buenos Aires, pero no era m�s que una burla, una forma pol�ticamente correcta de marcar la distancia entre los Unos y los Otros. Hoy la cumbia, el tango y la murga se integran al rock (pensemos en los hermanos Calamaro, en Daniel Melingo y en grupos como Bersuit Bergarabat, Los Cadillacs y Los Piojos) y a la m�sica electr�nica (g�neros modernos y for�neos).�

En el imaginario colectivo (y en la contundencia de la materialidad socioecon�mica) la distancia entre la clase media y la clase baja se ha acortado. Volviendo a la literatura, el empobrecimiento de los sectores medios se problematiza en gran parte de la producci�n contempor�nea. Por momentos este descenso social se representa como un proceso tr�gico, como una amenaza a la vida acomodada de los personajes: en El a�o del desierto, la intemperie, que no puede sino leerse como met�fora de la crisis, llega para destruir todo aquello que rodea la existencia de Mar�a, heroica narradora de los hechos. En el cuento La intemperie(20), de Florencia Abbate, que como ha se�alado Elsa Drucaroff(21) puede y debe ser le�do en relaci�n con la antedicha novela de Mairal, encontramos a Flavio en un proceso de ?despojamiento?, en un ?devenir villero(22)? y de qui�n la narradora comenta:�

??en un solo instante me di cuenta que ya nunca iba a tener inspiraci�n suficiente ni energ�a para volver a empezar. Era como un �rbol sin ramas, girando sobre s� mismo sin llegar a escapar de s� mismo; como si se hubiera curado de una enfermedad y no quedara nada. Como si hubiese perdido la confianza en estar para algo. O tal vez, la fe en estar(23)?.

En los relatos articulados en forma de diario que conforman Bailando en este mundo gastado de Mart�n Llamb� se puede leer:�

?Cuando te convert�s en pobre (sepan disculpar la exageraci�n) aparecen restricciones. De todas formas, una de las cosas m�s molestas de la pobreza es que uno empieza a hablar de dinero. Les aseguro que es muy aburrido.(24)?

En este ?devenir villero?, en este empobrecimiento en un ?mundo gastado? lo que se pone en juego es c�mo llevar adelante el descenso social. La pregunta que parece formularse es si es posible cruzar el l�mite de la propia clase en forma digna. Si este proceso implica convertirse en ?negro?, lo cual supone un cambio no s�lo material sino tambi�n simb�lico, al mismo tiempo que se cuestiona la propia esencia de la ?negritud?. Veamos algunos ejemplos: en otra obra de Mairal, el cuento La vuelta(25), las amigas de Bel�n, una de las protagonistas, que se enamora de El indio, un buscavidas que realiza pinturas corporales en la playa, le advierten que no se junte con �l y su amigo C�sar porque ?son unos negros(26)?. Aunque Bel�n elije ?ennegrecerse? al optar por proseguir su amor�o con un hippie ambulante y abandonar a sus amigas de clase media alta, el final del cuento parece negar la posibilidad de las relaciones entre personas de diferente origen social.� En el cuento La edad de la raz�n(27) de Romina Doval, que gira en torno a una ni�a que va a tener un nuevo hermano, leemos:

?Por qu� su mam� no era como las otras mam�s embarazadas que se tocan todo el d�a la panza y dejan que otros se la toquen. Me parece que �ste va a salir negro, dec�a todo el tiempo. Carolina se enojaba. C�mo negro. Si sale negro, lo tiro por la ventana. No quer�a un hermano negro. Quer�a una hermana. Rubia y de ojos azules. Para cuidarla como una mam�, jugar a las mu�ecas y tambi�n a las visitas(28).?

En este caso la ?negritud?, que insistimos en asociar al descenso social, se percibe como amenaza que debe ser eliminada, acci�n que se intuye en el �ltimo p�rrafo del cuento.

Otros dos textos que forman parte de la antolog�a de cuentos La joven guardia, de narradores nacidos despu�s de 1970, son relatos de la emigraci�n que exhiben un enfoque diferente del desclasamiento. Tanto Argentinidad de Diego Grillo Turba como El imb�cil del Foliz de Gabriel Vommaro cuentan historias de j�venes que han partido a Europa en busca de una oportunidad que no encuentran en su propio pa�s. En ambos casos su fortuna parece estar asociada a su ?argentinidad?: en el primero, Horacio, debido a su facilidad para conseguir mujeres, da clases de ?como ser argentino? a un grupo de alemanes: ?Lo que intento decirte es que tu �xito es pura y exclusivamente porque sos argentino, porque te manej�s como argentino(29)? le explican. En el segundo el narrador logra a trav�s de su sonrisa argentina atraer clientes y multiplicar las ventas del bar en el que trabaja. La escritura parece expresar, o mejor dicho, lo que creemos leer aqu�, es ?podemos ser inmigrantes ilegales y trabajar de lavacopas, podemos ser exiliados de un pa�s en crisis, podemos perderlo casi todo, pero lo que nos queda es nuestra identidad, lo que nos permite seguir sinti�ndonos dignos es nuestra argentinidad.? ?Lo importante es considerarse importante? le explica el protagonista del cuento de Grillo Turba a sus alumnos germanos, y luego agrega ?si ustedes se creen el centro del universo, comenzar�n a ser argentinos(30)?: hay algo en nuestra naturaleza que nos faculta a enfrentar las situaciones m�s adversas, incluyendo el descenso social, con decoro. A sostener en el plano simb�lico lo que muchas veces no podemos lograr en el plano material. Aunque en el ep�logo del cuento Argentinidad, el plano material se impone y la polic�a inmigratoria deporta al argentino. Lo material se impone a lo simb�lico, a�n cuando "lo material", a su vez, est� construido tambi�n de lo simb�lico

?Somos un problema del siglo XXI(31)? reza un cartel a la entrada de Puerto Apache, un emplazamiento ubicado en Costanera Sur, frase que podr�a reformularse como ?somos un problema del siglo XX que debe ser resuelto en el siglo XXI?. La novela de Martini construye un mundo imaginario producto de la desintegraci�n social que se rige por sus propias leyes. Los personajes son desclasados que toman posesi�n de tierras desocupadas y las convierten en su territorio, en su pertenencia. Sin embargo se saben ajenos a esa nueva realidad y se niegan a ser confundidos con los negros:

?Puerto Apache no es una villa, no es un mont�n de latas y de mugre. Hay cuestiones que tienen que quedar claras. Ac� no somos villeros, negros, chorros, malandras, asesinos? Puerto Apache es un emplazamiento. Y hay mucha gente de bien en Puerto Apache. Si uno est� ac� es porque est� pero no porque no merezca estar en otro lado. Los giles, los diarios, la TV, incluso la Pe Efe y los pibes de la Prefectura, todos la entienden cambiada. La realidad se presta para entenderla cambiada. Eso es verdad?(32)

Aceptar la negrura, exhibirla con orgullo, incluso festejarla, es la respuesta que adoptan ante la crisis algunos de los escritores que hemos� puesto en serie. Es este el camino que toma Washington Cucurto, qui�n se presenta desde el comienzo de varias de sus obras como gu�a tur�stico de los submundos que quiere dar a conocer a sus lectores: las primeras palabras de El hombre del casco azul son: ?Hola, chiris queriditos. Bienvenidos a una ma�ana de mi vida. Hoy viajaremos con el Hombre del Casco Azul, ese soy yo(33)?. Desde la presentaci�n a Cosa de negros(34) nos seduce:

?Se�oras y se�ores, bienvenidos al fabuloso mundo de la cumbia. Est�n por ingresar con boleto preferencial (y en una Ferrari) al magn�fico barrio de Constituci�n, cuna de la mejor cumbia del mundo, lugar donde todo es posible. Marav�llense con esta atolondrada historia de amor entre Cucurto, el sofocador de la Cumbia, y Argelina Ben�a. Presencien el despegue del yotibenco m�s grande de la ciudad. Conozcan a todos los malandras de la m�sica tropical: Frasquito, El Tipeador, Suni La Bomba Paraguaya? Controlen sus bolsillos, cuiden sus carteras. Enam�rense, rubor�cense, sorpr�ndanse con estos dominicanos del demonio, con estos paraguayos de la San Chifle. Pasen, pasen, est�n ustedes invitados? ?(35)

Lo fabuloso del universo cerrado de Cucurto es que en �l ?todo es posible.? Aquello que no es viable fuera de ese espacio, s� es posible all�: el amor, la fiesta, los excesos, el asombro, el v�rtigo, el delirio, la pasi�n, el disfrute, la entrega, el fervor, el �xtasis, el esc�ndalo, los vicios. El mundo maravilloso de la cumbia se construye en oposici�n al sistema, como superaci�n de la existencia vac�a burguesa y la l�gica productiva del trabajo. Al adentrarnos en la magia de lo popular, al conocer las cosas de negros, descubrimos que all� sobrevive algo que nos es dif�cil aprehender pero que intuimos m�s intenso y vital. Es lo mismo que nos ocurre cuando leemos a Incardona o a Naty Menstrual: nos sentimos seducidos por esos mundos de la otredad, que quisi�ramos ser capaces de comprender y de vivir.

En Parodia y noventismo(36), seguramente uno de los m�s inteligentes ensayos sobre la poes�a de los noventa, Daniel Freidemberg cre�a reconocer en esta ?un desencanto, una actitud que tiende a desacralizar todo hasta, en algunos casos, no tomar nada en serio, o ? avanzando otro paso ? una trivializaci�n de la mirada y el pensamiento, una desdramatizaci�n c�nica que suele resolverse en una est�tica de la insensibilidad y/o una �tica de la indiferencia.(37)? Si estos fueron los rasgos predominantes en la escritura de determinados escritores de los noventa, entre los que podemos nombrar, por poner s�lo algunos ejemplos, a C�sar Aira, Rodrigo Fres�n, Daniel Guebel y Gabriela Bejerman, creemos que gran parte de la literatura de los �ltimos a�os que hemos analizado se ubica en las ant�podas de estas est�ticas. Al rescatar discursos, valores e ideas del pasado y al focalizar en lo nacional y popular Rodolfo Edwards, Washington Cucurto, Juan Incardona, Fabi�n Casas, Carlos Gamerro, Pedro Mairal, Juan Martini, Naty Menstrual y Ariel Bermani logran devolver a la literatura una sensibilidad y un cariz humano que parec�a haber perdido.

Juan Pablo Lafosse

NOTAS

(1) Sin poner en duda la� significaci�n que tuvieron los hechos ocurridos a fines del 2001, creemos que estos s�lo fueron la manifestaci�n m�s visible de un prolongado proceso en el que se puso en cuesti�n el paradigma de ideas y valores que dominaron nuestro pa�s durante m�s de dos d�cadas. De esta manera, al definir el c�rpus literario para llevar a cabo este trabajo no solamente hemos tomado en cuenta a las obras producidas con posterioridad al 2001, puesto que en muchas obras anteriores ya se perfilan algunos de los rasgos distintivos que procuraremos analizar.

(2) Consideramos a todo texto literario un documento hist�rico. En este sentido, entendemos que toda obra no s�lo est� determinada por su contexto de producci�n sino que es ella misma constitutiva de la realidad de la que participa. Es un formante que interviene dial�cticamente en el magma de acontecimientos y fen�menos del devenir hist�rico.

(3) Es interesante pensar las diversas figuraciones que de la l�gica del ?desierto? aparecen en la literatura que remite a los sucesos del 19 y 20. ?El desierto? y ?la intemperie? funcionan como dos ideologemas que se repiten en novelas y cuentos como El a�o del desierto de Pedro Mairal, El grito y La intemperie, de Florencia Abbate, Hambre de piel, de Alejandro Alfie o Las viudas de los jueves de Claudia Pi�eiro. La cr�tica Elsa Drucaroff utiliz� �ste �ltimo t�rmino, de hecho, para titular un encuentro con escritores contempor�neos y ha trabajado este tema en su ensayo Narraciones de la Intemperie publicado en El Interpretador Nro. 27 elinterpretador.net/27ElsaDrucaroff-NarracionesDeLaIntemperie.html

(4) Ver texto de Gabriel Yeannoteguy: elinterpretador.net/19GabrielYeannoteguy-NacPop.htm

(5) Llama la atenci�n la cantidad de j�venes bandas que se han volcado a esta m�sica ciudadana, y la aparici�n de un gran n�mero de novelas que incorporan el tango en su tem�tica: entre otras, podemos nombrar El bailar�n de tango de Juan Terranova, Cielo de tango de Elsa Osorio, El cantor de tango de Tom�s Eloy Mart�nez y Errante en la sombra de Federico Andahazi.

(7)Calveiro Pilar: Pol�tica y / o violencia. Una aproximaci�n a la guerrilla de los a�os 70. Grupo Editorial Norma, Buenos Aires 2005 y Calveiro Pilar: Poder y Desaparici�n. Los Campos de concentraci�n en la Argentina. Colihue, Buenos Aires 1998. En relaci�n al primero de estos t�tulos recomendamos la rese�a de Mariano Andrade ?Un aporte para pensar el presente y el pasado?, publicada en el Nro. 19 de El Interpretador: elinterpretador.net/19MarianoAndrade-UnAporte.htm

(8) Gamerro, Carlos, La aventura de los bustos de Eva, Buenos Aires, Norma, 2004. P�g. 9

(11) Bermani, Ariel, Adrogu�, en El Interpretador Nro 5, Agosto del 2004.��� �� elinterpretador.net/Ariel%20Bermani%20-%20Adrogu%E9.htm

(15) �bidem.

(16)Se pueden trazar l�neas de contacto entre este proceso y el que, como se�ala David Vi�as, en Literatura argentina y realidad pol�tica. De Sarmiento a Cort�zar, convierte en la d�cada del 20 a los risibles inmigrantes en amenaza.

(17) Ver la trilog�a de Jorge As�s: Flores robadas en los jardines de Quilmes, Carne picada y Canguros.

(18) Ver ?Las puertas del cielo? de Julio Cort�zar.

(19) La serie que ten�a como personaje principal a Tito Rold�n, un ?t�pico hombre de barrio que se gana la vida transportando fruta y verdura del Mercado Central?, es promocionada de la siguiente manera: ?La esencia del programa pasa por elegir entre la libertad o el dinero, entre el mantener los valores cotidianos y de familia o cambiarlos por el poder y la ambici�n? (El argentino, 18/02/2004). En esta dicotom�a se pone de manifiesto la opci�n entre los valores tradicionales de la Argentina y los predominantes durante los ochenta y noventa.

(20) Abbate, Florencia, La intemperie, en La joven guardia, Norma, Buenos Aires, 2005.

(21) Drucaroff, Elsa, Narraciones de la intemperie, en El interpretador Nro 27. ��� elinterpretador.net/27ElsaDrucaroff-NarracionesDeLaIntemperie.html

(22) Op. Cit. P�g. 202

(23) Op. Cit. P�g. 208

(25) Mairal, Pedro, La vuelta, en Hoy temprano, Clar�n Aguilar, Buenos Aires, 2001.

(26) Op. Cit. P�g. 163

(27) Duval, Romina, La edad de la raz�n, en La joven guardia, Norma, Buenos Aires, 2005.

(28) Op. Cit. P�g. 69

(29) Grillo Turba, Diego, Argentinidad, en La joven guardia, Norma, Buenos Aires, 2005. P�g. 36

(30) Op. Cit. P�g. 38

(31) Martini, Juan, Op. Cit. P�g. 18

(32) Martini, Juan, Op. Cit. P�g. 16

(33) Cucurto, Washington, El hombre del casco azul, en El interpretador Nro. 17. elinterpretador.net/17WashingtonCucurto-ElHombreDelCascoAzul.htmTambi�n publicado en La joven guardia con el t�tulo Una ma�ana con el hombre del casco azul.

(34) Cucurto, Washington, Cosa de negros, en Cosa de negros, Interzona, Buenos Aires, 2003.

(35) Op. Cit. P�g. 64

(36) Freidemberg, Daniel, Poes�a y noventismo, en Plebella, Agosto del 2005

(37) Op. Cit. P�g. 6

el interpretador acerca del autor

Juan Pablo Lafosse

Publicaciones en el interpretador:

N�mero 2: mayo 2004 - Sobre los medios, la clase media porte�a y los cabecitas negras (Art�culo en colaboraci�n con Marcela L�pez acerca de La cosa Blumberg)

N�mero 3: junio 2004 - Fracaso, espacio y tiempo en "Y retiemble en sus centros la tierra" de Gonzalo Celorio (ensayo)

N�mero 4: julio 2004 - "Loco af�n" de Pedro Lemebel: un grotesco desplazamiento del centro a la periferia (ensayo)

N�mero 6: septiembre 2004 - M�sica electr�nica (aguafuertes)

N�mero 15: junio 2005 - Pensar las muertes de los tiempos del fusil en tiempos de piquetes y cacerolas (art�culos)

N�mero 19: octubre 2005 - Alteraciones formales y tem�ticas en la poes�a de Nicol�s Olivari (ensayos/art�culos)

N�mero 28: septiembre 2006 - Evita sobrevive - Representaciones de Eva Per�n en la Literatura Argentina (ensayo en colaboraci�n con In�s de Mendonca)

Direcci�n y dise�o: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: In�s de Mendon�a, Camila Flynn, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse, Juan Marcos Leotta, Juan Pablo Liefeld
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