Axel Blumberg era un muchacho de tez blanca, miembro de una familia acaudalada de la Zona Norte que fue asesinado salvajemente por una mafia avalada por quienes hoy representan el orden y el poder en la Argentina: la corrupta policía, los corruptos gobernantes y el corrupto sistema judicial.
Su padre, el Sr. Blumberg, es un hombre tenaz que salió a pedir explicaciones y a exigir medidas para que no se repita lo que le ocurrió a su hijo. Lo que hizo es lógico y revela la determinación de un padre dolorido y enojado, que desde su visión de clase (ingenua y limitada, por cierto) se ha propuesto llevar adelante su “Cruzada por Áxel” hasta sus ultimas consecuencias. Y está logrando que pasen cosas. El problema es que las cosas que están pasando no apuntan a los verdaderos responsables, sino a las principales víctimas de este sistema. Las razones son válidas, los medios son válidos, pero las acciones propuestas por el Sr.Blumberg no son una solución ni efectiva ni justa para acabar con la inseguridad en la Argentina.
La muerte de Axel no ha sido una muerte más, en cuanto a repercusiones mediáticas y políticas se refiere. Es una muerte trágica y absurda (como todas las muertes), pero también es una muerte “mostrable”, porque Áxel estudiaba (en una universidad privada), pensaba formar una familia... era un chico “modelo”, un pibe decente (y por ende, inocente). “Mostrable” porque su padre sabe hablar un idioma que los porteños entienden y aceptan (no se come las eses, por ejemplo), tiene el tiempo (y el dinero) para hacerlo, y lo hace. “Mostrable” en comparación a los miles de muertes tapadas, escondidas, “inexistentes” (lo que no se ve, no existe o mejor dicho, lo que no nos muestran porque preferimos no verlo, no existe); la de decenas de pibes que revienta la “maldita policía” en el GBA, la de miles de niños que mueren a causa de enfermedades curables en todo el país. Ha sido una muerte de la cual se han apropiado los medios de comunicación, los políticos y la clase media para convertirla en herramienta para golpear, como siempre, a quienes menos tienen: Neustadt interroga al telespectador: “¿Hasta cuando vamos a dejar que esto siga pasando?”; Doña Rosa lo escucha y dice “¡que barbaridad!”, agarra una vela y se va en taxi al Congreso creyendo que le está haciendo un bien al país, sintiéndose parte de la cosa pública, y el gobierno aprovecha la oportunidad para sacar rédito político y anuncia un plan de seguridad que va a permitir encarcelar a chicos de catorce años: Prefieren tener al “otro”, al distinto, al villero, bien lejos, y si esta preso mejor. Poner barrotes entre la Buenos Aires pituca y los márgenes degradados del conurbano y las provincias pobres, levantar una muralla que les impida mirar más allá de la General Paz (bueno, la Zona Norte queda también adentro). Y así repetir la lógica del barrio privado, del modelo clasista y maniqueo tercermundista. Los buenos, lindos y adinerados de un lado, los desocupados, los piqueteros, los que laburan como negros (claro, si son negros) por salarios de hambre del otro.
La clase media porteña hoy está siendo llevada de la nariz hacia un callejón sin salida, la están empujando a sacar conclusiones dogmáticas y apresuradas. Le están haciendo creer que la solución es aumentar las penas y bajar la edad de imputabilidad, cuando no sólo está probado que estas medidas no dan resultado, sino que de esa manera se evita atacar el problema de raíz: mejorar la equidad del ingreso y sacar de la pobreza y de la indigencia a más de la mitad de los argentinos. Es lo mismo que pasó en la Alemania nazi y, sin ir tan lejos, en la Argentina durante el Proceso: depositar las culpas y los males de una sociedad en el “otro”, el judío, el comunista, el piquetero.
Si seguimos por este camino veremos entre rejas a pibes, aún adolescentes, (que nacieron predestinados al hambre, y casi inevitablemente al delito) convirtiéndose en criminales en las mejores escuelas del delito. Por ellos y por nosotros, recapacitemos. Hay que luchar, hay que movilizarse, pero anteponiendo la justicia y la solidaridad a nuestra necesidad de venganza. No seamos instrumento para castigar a los inocentes. Ataquemos a lo verdaderos responsables del asesinato de Axel y de tantos miles de asesinatos y muertes, a los que nos quieren hacer creer que la culpa de todo la tienen los cabecitas negras (o piqueteros, o villeros, o pobres, o como los queramos llamar...)