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Fracaso, espacio y tiempo en "Y retiemble en sus centros la tierra" de Gonzalo Celorio.

 

Juan Pablo Lafosse

 

“...volvió a hablar de esa cualidad destructiva,
de esa rara lucidez que se adquiere cuando
se ha conseguido fracasar lo suficiente.”

Ricardo Piglia, Respiración artificial

“...present is nothing but disordered
rumor, a future already past."

Jean Paul Sartre


La novela de Gonzalo Celorio representa la vida de un hombre y de una ciudad como resultado de una historia, como una conflictiva yuxtaposición de momentos y experiencias vividas, como un gran palimpsesto continente del pasado. El presente, entonces, no se muestra como superficie, sino que posee un volumen en el que está inscripto cada giro, cada desvío, cada avance en el largo desplazamiento que comienza para al hombre el día de su nacimiento y para la ciudad en la fecha de su fundación. De esta manera, instala al destino en el centro de la escena, abriendo un interrogante: ¿Puede el hombre escribir libremente su propia historia, superando el peso determinante de su pasado?, ¿o es este pasado quién predetermina sus pasos? Y al mismo tiempo, el texto problematiza el rol de la escritura ante este conflicto, pensándola como una vía de reparación, de solución tranquilizadora frente a lo incontestable.

Juan Manuel Barrientos es un catedrático que está retirándose de su actividad académica y que se siente llegar al ocaso de su virilidad, y por ello se encuentra en un momento de quiebre y de reflexión. El desencuentro con sus alumnos a partir de un error lo impulsa a realizar solo un recorrido por el centro de la ciudad de México. Un “...recorrido (que) no iba a ser cantinero ni tampoco sólo arquitectónico, sino una mezcla de ambas cosas, en correspondencia con la propia personalidad de Juan Manuel Barrientos”(1). Un itinerario ligado a lo que ha buscado en el derrotero de su vida y que se anticipa en los epígrafes: a su “sed” de saber relacionado a su interés por la literatura y la arquitectura; a su “sed” de vivir, de sumar experiencias, de aprovechar cada momento como si fuera el último, de disfrutar el placer de lo efímero; a su “sed” de amar, su necesidad de vincularse sexual y sentimentalmente con las mujeres; a su “sed” por confraternizar con el prójimo, de ser aceptado, de conformar un “nosotros”.

Este desplazamiento espacial es atravesado, a su vez, por un desplazamiento temporal hacia la memoria. Durante su recorrido, el alcohol, las mujeres y los diferentes espacios disparan cuestionamientos y recuerdos. El pasado se cuela en la narración y va reconstituyendo y significando el presente de la narración: Juan Manuel no es sino un esclavo de lo ya vivido, una marioneta de una “fuerza superior” (129), y en tanto tal, sus acciones están predeterminadas. De esta manera el texto pone en duda el libre albedrío y nos muestra al hombre como una criatura privada de toda potencialidad y explicada solo a través de lo que fue.

También los intertextos pueden ser pensados como una forma de la memoria, que desplazan al lector hacia su propio capital de lecturas en busca de nuevos significados del texto y al mismo tiempo patentizan la influencia del pasado sobre el deambular de Barrientos. Es este retroceso y avance el que, por ejemplo, posibilita que Glafira sea rebautizada como Fuensanta, amor ideal de Ramón López Velarde.

Al presente y el pasado se suma una tercera dimensión temporal: la narración de lo deseado. El narrador da cuenta “por un milagro de la caligrafía” (97) de un presente posible, un presente junto a sus amigos y a sus alumnos. Un tiempo representado como un espacio reparador, como vía de escape y negación del presente y del destino. Un tiempo que busca retrasar el acercamiento del futuro inevitable.

El juego de las diferentes voces narrativas, pensado como desdoblamiento del personaje, funciona como dispositivo que permite el distanciamiento que aclara la mirada: el diálogo interior a partir de una segunda persona, centrada en un yo, pero distante y que (se) dice aquello que no quiere aceptar, pone de manifiesto el desplazamiento entre lo real y lo aparente. Juan Manuel abandona la máscara, el disfraz que se ha construido a lo largo de su vida, para descubrir la cruda realidad, el fracaso de su existencia: se encuentra solo, ha perdido todo aquello que ama y es conciente de su propia incapacidad de recobrarlo. Este proceso se ve representando metafóricamente en la pérdida de los elementos que lo constituyen y legitiman: su pluma, su reloj, sus anteojos, su dinero y sus vestimentas.

El recorrido que elige Celorio para su personaje inscribe a la novela dentro de una larga tradición escrituraria que tiene a las crónicas de Cortés y Bernal Díaz de Castillo como textos fundantes. Juan Manuel Barrientos deambula por un espacio en el que conviven el pasado precolombino, el pasado colonial y el México moderno. Él mismo afirma: “Esta ciudad es una cebolla...” (103). Metáfora que ilustra cabalmente a una metrópoli que se ha ido construyendo y reconstruyendo (escribiendo y reescribiendo) sobre las ruinas de la antigua Tenochtitlan. La Catedral Metropolitana es, en sí, un ejemplo vivo de esta superposición, “cimentada en las ruinas del templo del sol ..., sobre los escombros de la iglesia mayor” (103), engloba todos los estilos que caracterizaron a a los trescientos años que duró su construcción, uniendo en un mismo edificio el estilo renacentista hasta el neoclásico, pasando por el barroco y el churrigueresco. Así, la ciudad se muestra como un texto a ser descifrado: a través de sus calles, de sus edificios, de sus monumentos, se puede reconstruir la historia y entender el presente y la identidad de un pueblo.

Al mismo tiempo, la errancia revela a la ciudad como un espacio en el que conviven diferentes mundos, por un lado el mundo del Orden, de la tradición y de las instituciones: la Iglesia presente a través de la Catedral y el Estado presente en el Palacio Nacional y el Ayuntamiento. Por el otro, el mundo del Caos, de lo periférico, de lo no-oficial, lo subterráneo, conformado por los antros: las cantinas, los table dance, los lugares a los que es arrastrado por su sed. Entre ambos mundos se mueve Juan Manuel, entre el centro y la periferia, entre el orden y el placer del desorden. Y entre ellos muere: con su ánfora, al pie del mástil de la bandera mexicana.

El final de la novela registra un desvío genérico hacia el fantástico que desestabiliza al lector, contradiciendo todo lo afirmado y anticipado hasta ese momento: a lo largo del texto se ha insistido en la predestinación, en el carácter inamovible del destino: “...ya todo está escrito, tu vida misma y tu inminente muerte, de la que tu pinche escritura no te va a salvar." (183) Y es, sin embargo, el milagro de la escritura el que permite la reconstrucción de la catedral y la resurrección de Barrientos. Desvío en el que es posible leer una reflexión metatextual que supone una profunda fe en la escritura y que se constituye como un guiño al lector en el que el texto parecería decirnos que la escritura todo lo puede, incluso subsanar aquellos conflictos que en la vida misma no pueden ser resueltos, conflictos que constituyen para Celorio el origen de la escritura, puesto que “Si hay conflicto, hay novela”(2).

Otra posible lectura del final de la novela permitiría pensar en una vuelta al principio del recorrido de Barrientos, en el que el tiempo se constituiría circularmente, concepción propia de la cultura mexica. Un infinito eterno retorno.

 

Notas

(1)Celorio, Gonzalo, Y retiemble en sus centros la tierra, Barcelona, Tusquets, 1999, Pág. 32.

(2)Charla con Gonzalo Celorio en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.


 

© Juan Pablo Lafosse

 
 

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Juan Pablo Lafosse

Publicaciones en el interpretador:

Número 2: mayo 2004 - Sobre los medios, la clase media porteña y los cabecitas negras (Artículo en colaboración con Marcela López acerca de La cosa Blumberg)

   
   
   
   
   
 
 
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