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Bailando en este mundo gastado -4-

Martín Llambí

 

 

 

 


II

Mi mujer me sacude y me dice, Levantate, ya sonó el despertador. Miro la hora. Son las 8.30 AM. Hace tiempo que no me levanto a las 8.30 AM. Me pongo un poco nervioso porque quedarme dormido el primer día de mi nuevo trabajo no es lo que se dice empezar con el pie derecho. Me ducho (no me lavo la cabeza), me visto y salgo. Hace un frío polar. Pedaleo a buen ritmo unas veinte cuadras. Llego puntual y también un poco agitado al galpón, la Fundación Cultural donde empiezo a trabajar. Toco el timbre. Nadie aparece. Pienso en ir a un café pero me parece más sensato seguir esperando en la puerta. La vereda está cubierta de hojas secas. El viento alcanza a moverlas. También hay un cartón violeta de los que se usan para envolver manzanas y algunos soretes (espero que de perro) aplastados. Tengo frío y los labios resecos. Al final, llega la chica, mi compañera, y entramos.

Descubro que mi trabajo no va a ser complicado. Durante la mañana hago unas planillas en una computadora, leo unos contratos y tomo 1.5 termos de mate. Voy al baño unas cuantas veces. A las trece horas mi primer día laboral termina.

Vuelvo a casa y almuerzo fideos con brócoli y oliva. Para no quedarme dormido, escucho algo de música.

Salgo a dar una clase. Ahora, voy en bicicleta por una avenida a la altura del hipódromo. Veo a unos aspirantes de policía trotando. Todos usan pantalones grises y buzos azules. Hay un par de aspirantes gordos. Los aspirantes gordos tienen las caras coloradas y van rezagados. Parecen preocupados. De todas formas, después de unos años en la fuerza y miles de grandes de muzzarela, todos los aspirantes van a estar gordos como ellos. Me doy cuenta de que no estoy llevando mi guitarra a la clase de guitarra que voy a dar. Volver a buscarla sería llegar tarde y soy medio fanático con el tema de la puntualidad. Llego al edificio de mi alumno y ato la bici a un poste verde. El barrio no me gusta, me da sensación de encierro.

Termina la clase y voy al poste verde. Mi bicicleta no está. Hago un poco de memoria y no dudo que la había dejado ahí. Es un barrio de torres altas, con porteros las 24 hs. Le pregunto al más cercano si vio algo y me contesta que no. Vuelvo a mirar el poste pero la bicicleta no aparece. Cuando empiezo a caminar, el portero de enfrente me hace señas. Cruzo la calle y me dice, ¿Vos sos el muchacho de la bici? Hace una hora un flaquito morocho se paró al lado y se hacía el disimulado….De una mochila sacó una pinza, cortó la cadena y salió cagando. La próxima….PONELE UNA CADENA MAS GOOOOORDA JAJAJÁ. No le digo nada y me voy caminando al subte. Nunca quise a los porteros.

A la noche me siento a escribir estas líneas. Hacía tiempo que no escribía. No hubiese sido bueno encontrar al chorro forcejeando la cadena.

15/06/04

 

 

Mi segundo día laboral fue parecido al anterior. La diferencia más importante es que fui caminando y tardé media hora en llegar. Ningún colectivo me deja cerca. Tendría que tomar dos y no me resulta cómodo. Lo ideal, dejando de lado la bicicleta, sería ir en taxi. Pero no es el momento de tomar taxis. Cuando te convertís en pobre (sepan disculpar la exageración) aparecen restricciones. De todas formas, una de las cosas más molestas de la pobreza es que uno empieza a hablar de dinero. Les aseguro que es muy aburrido.

Volví a casa caminando. Mi hermana llegó unos veinte minutos más tarde. Preparé unos sorrentinos de muzzarela y jamón con salsa de tomate y ajo. La señora de la casa de pastas me había preguntado si éramos de buen comer. Almorzamos y mi hermana elogió la comida. Ella acaba de volver de México donde estuvo unos cinco meses probando suerte. Quedamos bastante inflados. Tomamos café y conversamos sobre nuestros planes, nuestras dudas y nuestros miedos. Nos despedimos en la calle, y me tomé un colectivo para ir a dar unas clases.

A la noche llamé a un amigo para pedirle prestada una bicicleta que no usaba. Por suerte, me dijo que me la regalaba. La pasé a buscar (vive cerca) y le di las gracias.

Mañana tengo que inflarla y llevarla a una bicicletería para hacerle algunos arreglos. Conseguir una nueva, tan rápido, es algo bueno. Igual quedan muchos otros temas por resolver. Puede que esto sea un principio.

16/06/04

 

 

Camino hasta una estación de servicio arrastrando la bicicleta nueva. Hay sol pero hace frío. Me gustan las hojas de otoño que pintan las calles. Inflo las gomas y, cuando voy a salir, veo que la cadena está salida. Ponerla es fácil. Arranco y, en la primera pedaleada, la cadena se sale. Repito toda la operación varias veces y obtengo los mismos resultados. Camino (con las manos negras) hasta una bicicletería que queda a media cuadra del trabajo. La puerta está cerrada. Tiene una ventanita con rejas y está semi-tapada con un pedazo de cartón. Miro hacia adentro. La bicicletería es el patio de una casa. Hay un perro, algunas plantas, herramientas, un yunque, y en un rincón, bastante chatarra. En las paredes hay varios pósters con publicidades de marcas de bicicletas. En uno, se ve una carrera en unas montañas con nieve. Golpeo la puerta, espero un rato y aparece un tipo.

Sus ojos son color mar turquesa. No puedo dejar de mirarlos. Su mirada es firme. Nos decimos buenos días y sin perder tiempo empieza a examinar la bicicleta. Le digo, Se le sale la cadena, está medio oxidada, habría que engrasarla, me la regaló un amigo ayer porque me afanaron la mía. Sus movimientos son precisos, hace girar los pedales, mira las ruedas, toca la cadena, etc. Me muestra que el eje de los pedales está sobresalido. Lo voy a dar vuelta, si no descubro nada roto adentro, con eso va a ser suficiente, ¿A qué hora paso?, Yo estoy hasta la una, pero veníte un rato antes.

Llego al trabajo, en el baño me lavo las manos, es difícil sacar la grasa, y empiezo a tomar mate. A la una y cinco pregunto la hora y salgo corriendo.

La puerta está cerrada y la golpeo. Miro por la ventanita y veo al tipo vestido de ciclista, calzas, casco y una remera ajustada color amarillo. Abre y me hace pasar. Me agarraste justo, ya me estaba yendo, Disculpá pero no me di cuenta de la hora que era, Ya está arreglada, le di vuelta el eje y quedó bien, Qué suerte, ¿a dónde vas?, Voy a la ruta, para el Norte, ¿Por la Panamericana?, Sí. El tipo me pasa la bicicleta con cara de satisfecho. Cuando le estoy por pagar, se abre la puerta de la casa y sale una mujer. Esperá, me dice. El tipo se le acerca y se besan en los labios. Ella le dice en voz baja, Cuidado en la ruta, se miran a los ojos y sonríen. Le pago diez pesos y salgo. La bici anda bien. La escena que acabo de ver me conmueve. Por un momento, envidio al tipo de los ojos color mar turquesa.

En casa encuentro a mi mujer y nos damos un abrazo. Almorzamos. Después dormimos una siesta.

17/06/04

 

 

Anoche fui a un cumpleaños y cometí algunos excesos. Hoy me levanto para ir a trabajar a la hora de siempre, y me duele todo. El dolor se concentra en la zona de la cabeza. Voy a la cocina en busca de un Alikal. La misión fracasa, no hay más. Me ducho. Mis movimientos son lentos. El ruido del agua me aturde. De todas formas, la situación no es tan grave, no es una resaca de campeonato. ¿Por qué a veces uno no para cuando sabe que hay que parar? Es un misterio.

Está terminando mi primera semana laboral. No voy a hacer un balance o algo por el estilo, pero no puedo evitar tener una sensación extraña. Trabajar, después de un año y medio sabático, es extraño.

A la tarde voy a enseñar guitarra a mis alumnos-hermanos. Hay una escultura hecha en quebracho que no había visto antes. Termina la clase y viene el padre de los chicos a pagar, ¿Es nueva?, Sí…las hace un amigo, ¿Las vende?, Sí, también pinta, le está yendo muy bien, estuvo en un montón de exposiciones, viajó a Europa, y está vendiendo mucho…Bancá que también tengo unos cuadros. Volvió con un par. Los miré un rato. Me encantan, digo, La semana que viene hace una muestra por acá cerca….

El lugar es chico. Hay unos quince cuadros y unas cuantas esculturas. Observo todo y a todos. Me acerco al artista, el tipo es un genio, y conversamos durante unos diez minutos. A pesar de que él sabe que yo no soy un potencial comprador, me muestra obras que hay en la trastienda. Cuando nos despedimos nos damos un abrazo.

Una vez leí, creo que era una frase de Salinger, que a veces uno termina un libro y tiene ganas de llamar al autor, de ser su amigo, y que eso significa que ese libro es bueno. Fue exactamente lo que me pasó con la escultura y los dos cuadros que había en lo de mis alumnos-hermanos, y eso que de pintura no entiendo un pomo.

Si por X motivo, algún día un lector de mis escritos tiene intenciones de conocerme, le advierto que tengo mal carácter. A potenciales mecenas y/o editores: prometo hacer un esfuerzo.

Hasta mañana, amigos.

18/06/04

 

 

A las seis de la mañana mi mujer y yo nos levantamos. Es sábado y estamos por ir a lo de mi suegra. A las seis y media, mi suegro nos levanta con su auto por una avenida que queda a cinco cuadras de casa. Mis suegros están separados pero este status no impide que almuercen juntos todos los fines de semana. Llevo una mochila. El viaje es siempre igual, los tres callados, la radio prendida en AM (detesto la AM) y a mitad de camino nos desviamos de la autopista para que mi suegro compre el diario. Cuando llegamos, me voy a dormir hasta la hora del almuerzo. Las actividades del fin de semana son: comer las delicias que prepara mi suegra, ver televisión (mucha), leer (poco) y dormir la siesta.

Ahora es domingo y estamos por volver. Mi suegra nos dice que preparemos unas bandejitas con las sobritas para llevar a casa. Nos parece bien y le damos las gracias. Es la primera vez, que además de las sobras, nos ofrece un pedazo de carne sin cocinar, para hacer milanesitas, me dice. Le digo que no es necesario, que se lo quede, pero insiste y al final acepto. Para mi suegra el tema culinario es importante.

Llegamos a casa. ¿De qué estuviste charlando con tu vieja?, ¿Por qué me preguntás eso?, Porque me parece raro que tu vieja nos de un pedazo de carne cruda, siempre nos da sobritas, ¿no le habrás dicho que estamos pobres o algo así? Mi mujer niega moviendo la cabeza y desvía la conversación.

A la noche comemos sobritas y nos metemos en la cama. Mañana empieza mi segunda semana laboral. Leo Cruzando el Paraíso de Sam Shepard. Es uno de mis libros de cabecera.

 

Nota: Corrección a las anotaciones del día 18/06/04, párrafo segundo. En vez de: “Trabajar, después de un año y medio sabático, es extraño” debió decir: “Trabajar es extraño”.

20/06/04

 

 

©Martín Llambí

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 

 

               

Martín Llambí

"Tengo 31 años. Desde los 15 leo unos tres libros por mes. Mi madre estudió Letras. Durante 9 años trabajé en un banco. Cuando terminé de aburrirme, pedí un plan de retiro voluntario. Con esa guita pude tomar un año y medio sabático: le di duro a la guitarra, fui a ver dos mil películas y empecé a ir a un taller de escritura. Al cabo de dos meses, el taller no me resultó muy productivo y abandoné. Desde entonces escribo por mi cuenta, confiando en mi criterio. Las entrevistas a escritores y los textos donde explican sus trucos son fundamentales. Leo mucho e imito cosas de distintos autores. Hace un tiempo que escribo una especie de diario. Estuve tratando de adaptarlo para transformarlo en novela pero no hubo caso. Seguirá siendo un diario.

Desde que la plata del retiro voluntario se acabó, tengo distintos empleos. Ninguno es tan importante como para que logre angustiarme."

 

Publicaciones en el interpretador:

Número 8: noviembre 2004 - El regalo (narrativa)

Número 9: diciembre 2004 - La fiesta (narrativa)

Número 9: diciembre 2004 - Bailando en este mundo gastado -1- (aguafuertes)

Número 10: enero 2005 - Bailando en este mundo gastado -2- (aguafuertes)

Número 11: febrero 2005 - Bailando en este mundo gastado -3- (aguafuertes)

Número 12: marzo 2005 - Aeroclub (narrativa)

   
   
   
   
   
 
 
 
Dirección y diseño: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: Inés de Mendonça, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse
Corrección: Sebastián Hernaiz
 

Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Max Ernst, Chaussettes (detalle) y Max Ernst, Fatagaga-Bild (detalle).