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Bailando en este mundo gastado -3-

Martín Llambi

 

 

 

 

Almorcé con un amigo del que no pude seguir escapando. Su tercer llamado me agarró con la guardia baja y acepté el encuentro. Resultó como me lo había imaginado, terrible. Haber ido en bicicleta me salva de tener que caminar con él unas ocho cuadras.

En casa me baño, me visto y salgo con mi guitarra a dar unas clases. Mis alumnos de hoy son tres hermanos. Me gusta enseñar. Tomo un colectivo y el viaje es de media hora.

Termino las clases y me duele un poco la cabeza. La madre me paga. Siempre me molesta un poco la parte en la que aparece el dinero. Conversamos sobre los hijos y hago algún comentario que la hace reír. Me doy cuenta de que se ríe igual a mi tía, se lo digo, y vuelve a reír. Nos despedimos y camino hasta la avenida. Es de noche y hace un poco de frío.

El colectivo está vacío. Me siento en el último asiento de la fila de uno. En la parada siguiente sube un gordito de unos veinte años y se sienta adelante mío. No lo puedo creer, tiene el mismo olor que el viejo del otro día. ¿Qué pasa en esta ciudad? Me paro y camino hasta el segundo asiento de la fila de uno. Se respira mejor. Miro a través de la ventana. Van apareciendo carteles con publicidades muy estúpidas. Vino Syrah. Enigmático y misterioso. Como ese amigo que vive afuera. La luna está llena y grande. Me imagino que estoy volando en el espacio y esquivo asteroides y La Tierra está lejos. A veces, quisiera estar lejos.

4/05/04

 

Estoy a punto de salir de casa cuando me penetra una ola de mal olor. Lo primero que se me ocurre es que hay algo podrido en la cocina. Voy y me agacho para revisar el tacho de basura. El olor no sale de de ahí. Sale de mi remera. Es olor a humedad. En el cuarto me cambio y salgo en la bici a ver a un amigo.

Después de dar unas vueltas, entramos en un bar como los de antes. Las paredes están manchadas y vuelan algunas moscas. El mozo tiene los dedos sucios y parecen mordidos. Nos ofrece el menú que tiene los distintos platos del día. Preferimos pedir directamente un sándwich para cada uno. Es menos arriesgado. El mozo de dedos sucios y mordidos se ofende. Mi amigo pide una Coca y yo, un vaso de tinto con soda.

Mientras peleamos con el pan de nuestros sándwiches, el mozo pasa al lado nuestro llevando un plato de carne con papas. Tengo la sensación de que nos quiere decir: “Miren lo que se perdieron”. Mi amigo percibe algo por el estilo porque comenta en voz alta: “Nos equivocamos. Tendríamos que haber pedido la carne esa. Mirá que pinta que tiene”. Yo afirmo con la cabeza (en un gesto que me resulta medio patético) y el mozo, al fin, sonríe.

Después del almuerzo, vuelvo a casa, me quiero lavar las manos y descubro que no hay agua. Al rato voy con la bici a pagar unas cuentas y además alquilo una película para ver a la tarde con mi mujer. Poco después, estoy otra vez cruzando la puerta de entrada de nuestro edificio. Hay olor feo. Estoy empezando a odiar a los perros. Pongo la cadena en la rueda de la bici…El olor se hace más fuerte, y es que el olor está saliendo de la rueda. No tardo en ver unas líneas marrones en mi campera. Entro a casa de malhumor, quiero lavar las manchas y poner la campera en remojo. No hay agua. Algo está pasando con los olores de los últimos días. Pueden ser señales. Saludo a mi mujer y ponemos la película. Aparece una propaganda de la compañía de agua. La película es un bodrio. Una de las escenas es de un casamiento. Mi mujer, ¿Y si nos casamos? Hacemos una fiesta íntima, nos hacen regalos, bailoteamos, No me aburras, por favor, vivimos juntos hace seis años, hasta tenemos certificado de convivencia, Sí, pero yo nunca tuve mi vestido, Cortála que está la película.

Mi mujer es una optimista sin remedio.

5/05/04

 

 

Mi mujer necesita (para una de sus múltiples actividades) que me vaya de casa. Salgo en bicicleta. En este último tiempo mi bicicleta es importante.

Quedé en encontrarme con un amigo a eso de las siete. Faltan tres horas y media y no sé qué hacer. Doy unas vueltas hasta que aterrizo en el cine de nuestro barrio. En la caja pregunto por la de un director italiano (aunque creo que no debe ser gran cosa). El tipo me dice que no está más en cartel. Miro rápido otras opciones y pregunto por una argentina en la que tampoco confío. Una por favor, Son diez con veinticinco, ¿Cuánto?, Diez con veinticinco, ¿Cómo? ¿Qué hora es?, Son las cuatro menos veinte…Las entradas baratas son hasta las quince, Está bien, gracias, vuelvo otro día. Diez con veinticinco es una cifra ridícula. ¿Por qué diez con veinticinco y no diez redondo?

Pedaleo hasta otro cine que está a unas treinta cuadras. Dan la del italiano. Saco la entrada ($7,50) y me apuro a entrar. El cine es de los viejos, el cajero no me ofrece ninguna promoción. Una acomodadora me acompaña iluminando con una linterna que tiene pocas pilas. Me da un programa y le doy unas monedas. La película está empezando. Me gusta sentarme al lado del pasillo. Por suerte estos cines no tienen pochoclo y esas cosas. Tampoco tienen sistema Dolby (o como se llame). Esto es una desventaja. La sala es enorme y se oye mal. Los parlantes están explotados. Camino hasta la puerta y encuentro a la acomodadora. Se escucha mal, Lo están solucionando, contesta. Vuelvo a mi asiento, o a otro, porque esta vez no me acompaña con la linterna de pocas pilas. Al rato no hay mejoras en el sonido y voy hasta la caja. Con la entrada en la mano le explico la situación al cajero. El tipo pone cara de no puedo hacer nada. Quiero que me devuelvan la plata, Eso no se puede, ¿Cómo qué no se puede? Se escucha mal. Poco después, aparece la acomodadora y le dice al tipo que me devuelva la plata. Doy las gracias y me voy. Hay un shopping cerca que tiene dos cines, pero no dan nada pasable y, además odio los shoppings. Camino por una peatonal donde hay un tipo sin piernas que toca la guitarra, vendedores ambulantes, un gitano que insulta a la gente que pasa, náufragos que revuelven los tachos de basura, turistas haciendo compras y promotoras con pantalones ajustados repartiendo volantes. Me meto en trescientas librerías donde pregunto precios de libros que no voy a comprar. Las horas pasan.

Me encuentro con mi amigo y me pide que lo acompañe (justo) a una librería a comprarle un regalo al hijo. Compra unos comics. Después vamos a un café y tomamos unas cervezas. Conversamos durante una hora. Nos despedimos.

Estoy cansado y todavía tengo que ir a comer con un grupo de amigos. Pedaleo hasta el bodegón. Mi plan del momento es, mientras como un bife de chorizo jugoso con tortilla de papas, lo que les intento explicar. No tengo éxito. Vuelvo a casa agotado. Me meto en la cama y mi mujer me abraza. Te quiero mucho, me dice, Gracias, gracias, contesto después de un rato, aunque estoy seguro de que duerme.

6/05/04

 

 

©Martín Llambi

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 

 

               

Martín Llambi

"Tengo 31 años. Desde los 15 leo unos tres libros por mes. Mi madre estudió Letras. Durante 9 años trabajé en un banco. Cuando terminé de aburrirme, pedí un plan de retiro voluntario. Con esa guita pude tomar un año y medio sabático: le di duro a la guitarra, fui a ver dos mil películas y empecé a ir a un taller de escritura. Al cabo de dos meses, el taller no me resultó muy productivo y abandoné. Desde entonces escribo por mi cuenta, confiando en mi criterio. Las entrevistas a escritores y los textos donde explican sus trucos son fundamentales. Leo mucho e imito cosas de distintos autores. Hace un tiempo que escribo una especie de diario. Estuve tratando de adaptarlo para transformarlo en novela pero no hubo caso. Seguirá siendo un diario.

Desde que la plata del retiro voluntario se acabó, tengo distintos empleos. Ninguno es tan importante como para que logre angustiarme."

 

Publicaciones en el interpretador:

Número 8: noviembre 2004 - El regalo (narrativa)

Número 9: diciembre 2004 - La fiesta (narrativa)

Número 9: diciembre 2004 - Bailando en este mundo gastado -1- (aguafuertes)

Número 10: enero 2005 - Bailando en este mundo gastado -2- (aguafuertes)

   
   
   
   
   
 
 
 
Dirección y diseño: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: Inés de Mendonça, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse
Corrección: Sebastián Hernaiz
 

Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Max Ernst, Chaussettes (detalle) y Max Ernst, Fatagaga-Bild (detalle).