el interpretador aguafuertes

 

diario

Bailando en este mundo gastado

Martín Llambi

 

 

 

 

 

I

Ayer a la noche llamó mi madre para avisar que uno de mis hermanos se casa en unos meses. ¿Va a hacer una fiesta, con iglesia y eso? Sí, tendrías que llamarlo y felicitarlo. Bueno, está bien, hablamos, chau, Chau, un beso. Cortamos, me metí en la cama y me quedé leyendo hasta tarde "París era una fiesta" de Hemingway. Capaz que hoy lo termino.

A la mañana temprano, a eso de las diez, mi hermano menor toca el timbre de casa. Tomamos un té y partimos en bicicleta hacia un club que queda cerca del río. Hace unos días reservamos una cancha de tenis. Jugamos cada dos o tres años.

Llegamos al lugar, atamos las bicis a un poste y vamos a la Cabaña de Tenis. La Cabaña de Tenis es un cuartucho. Adentro hay un viejo que nos indica que nuestra cancha es la número 4. Su acento parece de Europa del Este. Le decimos que no tenemos pelotas. Nos dice: "Esa no es problema" y saca de un cajón un tubo. Damos las gracias y salimos a sentarnos en un banco a esperar que sea nuestra hora de jugar. El día está lindo. En la cancha 3 hay una vieja tomando una clase. El profesor le hace chistes y se ríe con caras que parecen ensayadas. En la 4, un pibito juega con el padre. Juega bien. En la 5 hay una morocha con remera blanca ajustada. Dejamos de mirar al pibito.

Mi hermano hace picar las pelotas en el suelo. "Están pinchadas. Compremos unas". Vamos al bar. Un tubo cuesta $18. Mi hermano pregunta si venden pelotas sueltas y la señora aprovecha para mirarnos de arriba a abajo. Nuestra pinta es diferente al resto de las personas que hay en el lugar. Descartamos la idea de la compra y nos volvemos a sentar afuera a mirar a la morocha de remera ajustada.

A las once entramos a la cancha y en el primer peloteo confirmamos que las pelotas están pinchadas. Mi hermano me pregunta si me parece una buena idea pedir unas prestadas al profesor de la 3 (tiene un canasto lleno). Me imagino que nos va a decir algo como "Disculpá pero las uso para laburar" y por un momento me deprimo. Al final, mi hermano menor se las pide. El tipo agarra unas cinco pelotas y nos las tira. Damos las gracias y pone la cara de actor. Las pelotas pican bien.

Mi hermano menor y yo jugamos bastante mal. Cada vez que se nos va una pelota a la cancha del "profe", el tipo nos la pasa y damos las gracias. Termina el set y gano 6-4. Peloteamos durante un rato más. La vieja de al lado termina su clase y el "profe" (todo sonrisas) nos pregunta si vamos a seguir jugando. Le decimos que no, devolvemos las pelotas, damos las gracias por décima vez y nos dice: "Cuando quieran, acá me encuentran siempre. Fue un placer". Me dan ganas de abrazarlo. No lo hago y nos vamos a almorzar a una parrilla. Otra mañana de otoño.

28/04/04

 

Hoy fue el estreno de la Parte II de la película del director de moda. Como a mi mujer y a mí la Parte I nos había gustado mucho, decidimos ir a la función de las 16.10hs. Ella quedaba libre (cerca del cine) a las 15.55 hs. Nunca me acuerdo de los horarios de las cosas que hace. A veces discutimos por este tema. También discutimos por otros.

Supuse que las entradas se podían agotar. A las 15.00hs ya las había comprado, pero no tenía tiempo suficiente como para volver a casa sin andar a las corridas. Fui a una plaza cercana donde había una escuela. A través de una reja vi a unos niños jugando en unas hamacas. Una maestra los cuidaba. El día estaba nublado y empezó a lloviznar. Los chicos corrieron para adentro. Saqué un porro y lo encendí. Fumé rápido, no quería (aunque esto era casi imposible porque había árboles, arbustos y la reja) que algún chico me viese.

En frente del cine había un locutorio con computadoras. Me dieron la número tres. Quería contestarle un mail a un amigo que vive en una provincia. La máquina andaba mal. Uno tecleaba y las letras no aparecían hasta después de un rato. Tardé una media hora larga en escribir tres párrafos. Igual, a esa altura, no estaba como para ir a reclamar un cambio de PC. Mandé el mail. Cuando decidí que podría escribirle algo a mi hermano, el que se va a casar, se cortó la luz. La oscuridad era total. Se escuchó: “CLAUDIA, ¿Qué tocastes (sic), boluda? Esa es la térmica, subíla ¡TARADA!” Volvió la luz. Mi computadora no prendía. El vecino de la 2 me dijo que había que apretar un botón pero me di cuenta de que ya estaba bien de locutorio. Me paré, pagué y salí a la calle. Tarareé Girl de los Beatles.

Caminé dos cuadras hasta una disquería. Ahí tienen unos aparatos con auriculares, donde pasás por una lectora de código de barras cualquier disco y escuchás dos minutos de cada canción. Agarré Rubber Soul y puse Girl unas cuatro veces seguidas. Después escuché varios discos más. Me entusiasmé un poco con el programa y a las 16.05 hs era hora de ir al cine.

Mi mujer esperaba sentada en el borde de una ventana. En esos cines no hay un banco o una escalera donde sentarse. Cuando nos vimos, sonreímos apenas y nos dimos un beso. La película nos gustó. En casa preparamos café y tostadas. A lo mejor, no todo está tan mal.

29/04/04

 

Este fin de semana vamos a ir con mi mujer a un pueblo, a pasar un fin de semana en un pueblo. Ella insistió para que fuéramos, como una mini luna de miel, dijo. Hoy viernes, me despierto, me afeito y salgo con la bici. El día está fresco. Por suerte, paró de llover y salió el sol. Pedaleo hasta un negocio de libros usados. Estoy un rato revolviendo best-sellers hasta que descubro el criterio con que ordenan los libros. Lo único potable es el estante de “Clásicos”. Empiezo en la A y paro en la C. El primer libro que agarro es “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad. Lo único que leí de Conrad es una novela corta que, si mal no recuerdo, se llama “Una avanzada del progreso”. Miro el precio escrito con lápiz, $7. Un libro usado, una edición no muy convincente, me parece razonable. Sigo hasta la F y agarro “Madame Bovary” de Flaubert, $9. Tengo la sensación de que va a ser un bodrio, pero muchos escritores (que admiro) recomiendan esta novela. Agarro Madame Bovary, $9. Es un libro gordo, de tapas duras, símil cuero, con letras doradas. Hace un tiempo fui a la casa (recién construida) de un compañero del trabajo. Todo era grande, la cocina, los cuartos, el baño, etc. Le pregunté porqué tenía la biblioteca del living vacía y contestó que sólo quería tener libros buenos, libros de cuero, estilo antiguos. Supongo que esta edición de “Madame Bovary” podría calificar para estar en su biblioteca. Busco “Dublineses” de Joyce. No lo encuentro. Al final agarro “Trópico de cáncer” de Henry Miller, $7, y voy a la caja a pagar. Un tipo de pelo largo le habla a una empleada del negocio. Es evidente que le está haciendo el filo. Me da un poco de vergüenza y hago como que sigo revisando. Después de un rato, me parecen horas, la chica le da su número de teléfono. No conforme, el pelilargo se pone a hablar de Borges con el flaco de la caja. El flaco de la caja está de malhumor (puede que se esté lamentando por no haberse animado a avanzar antes a la empleada). Tiene un cartel en la frente que dice: “Hijo del Dueño”. El pelilargo se va y le doy mis libros. Los abre y anota los precios en un papel. Cuando creo que va a sumar, vuelve a agarrar el de Conrad y le grita a la empleada.: ¿POR QUÉ ESTÁ TAN BARATO ESTE LIBRO? La empleada pone cara de terror. Sospecho que ella no es la encargada de la política de precios de la compañía. El flaco sigue ladrando y pienso en decirle que si quiere puede cambiarle el precio. Pero no le digo nada y se calma solo. Me dice son $23. Le doy un billete de 20, uno de 2 y cuatro monedas de 0.50. Dice: “Son $23. Me diste $24” y me devuelve dos monedas. Doy las gracias y salgo a buscar otros libros y otras librerías. Tengo que tratar de acordarme de no volver a ésta.

En casa preparo unas hamburguesas (caseras) con queso y espero a que termine el día. Tengo todo lo necesario para un fin de semana en un pueblo. El olor a hamburguesa (casera) todo lo invade.

30/04/04

 

continuará...

 

 

©Martín Llambi

 

 
 

el interpretador acerca del autor

 

 

               

Martín Llambi

"Tengo 31 años. Desde los 15 leo unos tres libros por mes. Mi madre estudió Letras. Durante 9 años trabajé en un banco. Cuando terminé de aburrirme, pedí un plan de retiro voluntario. Con esa guita pude tomar un año y medio sabático: le di duro a la guitarra, fui a ver dos mil películas y empecé a ir a un taller de escritura. Al cabo de dos meses, el taller no me resultó muy productivo y abandoné. Desde entonces escribo por mi cuenta, confiando en mi criterio. Las entrevistas a escritores y los textos donde explican sus trucos son fundamentales. Leo mucho e imito cosas de distintos autores. Hace un tiempo que escribo una especie de diario. Estuve tratando de adaptarlo para transformarlo en novela pero no hubo caso. Seguirá siendo un diario.

Desde que la plata del retiro voluntario se acabó, tengo distintos empleos. Ninguno es tan importante como para que logre angustiarme."

 

Publicaciones en el interpretador:

Número 8: noviembre 2004 - El regalo (narrativa)

Número 9: diciembre 2004 - La fiesta (narrativa)

 

   
   
   
   
   
 
 

Dirección y diseño: Juan Diego Incardona

Imágenes de ilustración:

Margen superior: Max Ernst, Chaussettes (detalle) y Max Ernst, Fatagaga-Bild (detalle).

Margen inferior: Salvador Dalí, Baby Map of the World (detalle).