El regalo

Martín Llambi

 

 

 

 

Mi padre murió anoche. Ayer a la tarde cuando llegué a casa, tenía un mensaje suyo en el contestador automático diciendo que pasase a buscar unas camisas que ya no usaba. Era el tipo de regalo que solía hacerme cada tanto. Nunca uso camisas. Caminé las cinco cuadras hasta su departamento y, a pesar de tener un juego de llaves, toqué el portero eléctrico. Nadie contestó. Entré y me crucé con una señora que al verme apretó su cartera contra el pecho. No la saludé y tomé el ascensor. Me volví a anunciar con el timbre. Al final abrí. Siempre me sorprendía esa casa. La biblioteca repleta de libros acomodados por orden alfabético, la cocina reluciente, los adornos de la mesa ratona en simetría y la alfombra sin arrugas.

Oí el sonido de la televisión. Las camisas no estaban a la vista. Estarían dobladas y planchadas en un paquete. Lo llamé, pero no respondió.

Entré al cuarto. Estaba boca arriba en la cama, tapado. Lo sacudí un poco y no reaccionó. Ahí lo supe. Apagué la televisión. Me acerqué de nuevo y apoyé mi oreja contra su pecho. Le pegué unas cachetadas suaves sólo por si me había equivocado. En una silla vi el paquete con las camisas. Apagué la luz del cuarto y cerré la puerta.

Fui al living. De la biblioteca separé cuatro libros. A todos los que quedaban los bajé y apilé en el suelo. Los volví a poner en los estantes sin respetar ningún criterio. Luego desacomodé los adornos de la mesa ratona. En la cocina abrí todos los cajones. Elegí un cuchillo alemán y un abrelatas. Mezclé las cucharas con los cuchillos y los tenedores, y dejé los cajones entreabiertos. De la alacena agarré dos botellas de vino de las que mi padre reservaba para comidas importantes.

Volví al cuarto y encendí la luz. Lo destapé. Le saqué el pijama, lo doblé y lo guardé en el cajón de la cómoda correspondiente a las medias. Abrí los demás cajones. En uno encontré las camisas blancas y en otro las celestes. Todas planchadas y dobladas. Las arrugué y mezclé. Al paquete con las camisas viejas lo dejé donde estaba. Agarré un bolso de mano y descolgué un cuadro con un paisaje de un desierto. En el bolso metí las botellas, los libros y el abrelatas. Al cuadro lo llevé en la mano. Antes de salir contemplé unos segundos su cuerpo desnudo, lo tapé y prendí la televisión.

En casa abrí una de las botellas, prendí un cigarrillo y mientras hojeaba uno de los libros, llamé a mi hermano por teléfono. Le dije que nuestro padre me había dejado un mensaje en el contestador automático diciendo que podíamos pasar a buscar unas camisas. Contestó que era justo lo que estaba necesitando.

 

 

©Martín Llambi

 

 
el interpretador acerca del autor
 
                 

Martín Llambi

"Tengo 31 años. Desde los 15 leo unos tres libros por mes. Mi madre estudió Letras. Durante 9 años trabajé en un banco. Cuando terminé de aburrirme, pedí un plan de retiro voluntario. Con esa guita pude tomar un año y medio sabático: le di duro a la guitarra, fui a ver dos mil películas y empecé a ir a un taller de escritura. Al cabo de dos meses, el taller no me resultó muy productivo y abandoné. Desde entonces escribo por mi cuenta, confiando en mi criterio. Las entrevistas a escritores y los textos donde explican sus trucos son fundamentales. Leo mucho e imito cosas de distintos autores. Hace un tiempo que escribo una especie de diario. Estuve tratando de adaptarlo para transformarlo en novela pero no hubo caso. Seguirá siendo un diario.

Desde que la plata del retiro voluntario se acabó, tengo distintos empleos. Ninguno es tan importante como para que logre angustiarme."

 
Dirección y diseño: Juan Diego Incardona