el interpretador

Notas sobre el r�o en la literatura argentina. 1

por In�s de Mendon�a

R�o abajo, r�o abajo, r�o abajo:
a flor de agua voy sangrando esta canci�n.
En el sue�o de la vida y el trabajo
se me vuelve camalote el coraz�n.

El jangadero, Jaime D�valos

Nos sumergimos en la lectura del r�o. En el r�o que atesta algunos escritos de la literatura nacional. Encontramos un r�o y varios r�os. Un r�o que, en este recorrido puntual, empieza de alg�n modo con Sarmiento. Se reorganiza como origen en Sarmiento. Hacia atr�s est� La cautiva y el camino por un territorio ajeno. Los personajes que rebobinan el trayecto hacia la ciudad, a la que nunca llegan. En ese poema hay un riacho, que sirve de obst�culo para la peripecia y es una de las vallas a atravesar para seguir caminando la frontera pero no hay un r�o unificador, vadeando el territorio. Leemos con anteojeras el devenir del r�o, paramos en algunas orillas. Intentamos cruzar.

Podr�amos surcar el r�o como fuente de comercio ?en Sarmiento y Alberdi? y seguirlo, por senderos que se bifurcan, hasta el agua que se pudre en los m�rgenes de la ciudad. Los charcos de El matadero y las ?venas que se hincharon como r�os que se salen de su cause? en el cuerpo-letra del unitario que err� el camino.

Hacia adelante en el tiempo, la ciudad, que hab�a sido el sue�o civilizador del romanticismo exc�ntrico argentino, fue girando de signo en la literatura ?y en la historia? como un residuo degradado que fue perdiendo su color original, su consistencia, y adquiri� olores y contornos corruptos. La ciudad envileci� al r�o, oscureci� aquel proyecto-designio que posibilitaba la navegabilidad propuesta desde el romanticismo liberal.

En la literatura argentina, en particular, la ciudad ocupa uno de los polos de la dicotom�a civilizaci�n-barbarie que, desde las propuestas de la generaci�n del ?37, configuraron una comprensi�n de la identidad nacional en consonancia con una dimensi�n simb�lica del espacio. La ciudad de Buenos Aires, como centro receptor de los valores ?civilizados y europeos?, pero tambi�n como irradiaci�n de costumbres y cultura, linda con el r�o hacia el este y con la pampa hacia el oeste. En la tensi�n producida por la escritura literaria esta imagen espacial condensa las posibilidades que Sarmiento describ�a para comprender el dilema que ?deten�a? a la naci�n. El devenir temporal se corta en un espacio entendido como dificultad. En este mapa el pasado puede estar en el presente y los r�os decorar, casi sin movimiento, el territorio est�tico de la pampa.

El R�o de la Plata es, en esa escritura, agua dulce citadina que se expande hacia el oc�ano y comunica con �l, y m�s all�, con otro mundo: el que trae en los buques los libros que se deben leer y las alianzas que deber�an pactarse. Aunque Sarmiento le aclare a Alsina, en su carta-defensa, que ?ha evocado sus recuerdos? para escribir Facundo; el r�o es, todav�a, una experiencia no realizada. Es una entelequia pol�tica, un r�o formal, todo posibilidades, sede del comercio y creador de sociabilidad. En Campa�a en el Ej�rcito Grande, cuando Sarmiento navegue hacia Montevideo, o luego se acerque a Entre R�os en busca de ?su patria definitiva? otro ser� el r�o y otra la historia. Las dos ciudades del Plata tendr�n en el agua su frontera decisiva, una cinta bifaz que permitir� escapes, intrigas y conspiraci�n, como en Amalia. Tal vez en ning�n texto como en Amalia se escenifique con tanta claridad una distancia geogr�fica como salto pol�tico. Lo que est� cerca y lejos depende, para los personajes, de la posici�n frente al rosismo. As�, el r�o es el paso de escape hacia la comunidad de pares.

En los textos posteriores, acercarse al r�o, generalmente, es contar la experiencia del narrador o de un personaje. Las representaciones del r�o se cruzan con la pr�ctica concreta de vivir en el r�o, observar el r�o, estar en el r�o: como si la fuerza natural tuviera menos que ver con las letras que con la corporalidad. Una suerte de corporalidad impl�cita en la naturaleza. El r�o escrito se espec�fica con los a�os, es detalle, orilla y encuentro. Cuando ya no se espera nada del r�o (y cuando los trenes cumplen la funci�n imaginada para el r�o) se escribe un r�o. No todos los r�os. Esta transformaci�n es tambi�n la deriva que encausa el discurso literario a un recodo de los lenguajes, que distancia, en lo espec�fico, porque se sabe ficcional.

1. R�os para el desierto argentino

?De eso se trata: de ser o no ser salvaje.?

D. F. Sarmiento, Facundo. Civilizaci�n y barbarie

En la compleja argumentaci�n escalonada que Sarmiento ofrece en su famoso panfleto antirosista, Facundo Quiroga es la figura m�s americana que la revoluci�n presenta, el hombre que enlaza y eslabona todos los elementos del desorden; la sombra que puede aclarar el enigma nacional y el personaje que permite describir a Rosas sin tener que dedicarle una biograf�a al tirano. Pero, adem�s, antes de ser el grande hombre que el escritor retrata ?y este ordenamiento es causal? Facundo es un producto del desierto.

Ya lo sabemos: lo le�mos muchas veces, y hasta se desprende del �ndice de la obra, Facundo es una manifestaci�n de la vida argentina, tanto como las peculiaridades del terreno. Para poder entender las caracter�sticas del caudillo hay que indagar en los antecedentes del pueblo, y, m�s a�n, antes de buscar en la historia: considerar el aspecto f�sico de la rep�blica.

El texto explica, entonces, las razones del ?desastre? trazando el v�nculo que hay entre el car�cter particular del caudillo y la geograf�a. Se propone estudiar ?en los antecedentes nacionales, en la fisonom�a del suelo, en las costumbres y tradiciones populares? un espacio en el que ?remolinean elementos tan contrarios? como para generar dos paisajes superpuestos, uno actual repudiado y uno futuro. Para comprender la compleja duplicidad simultanea ser� necesario, seg�n Sarmiento, mirar el terreno como un ?viajero cient�fico? que clarifique los polos en tensi�n. La direcci�n es hacia Buenos Aires, buscar en la tierra los motivos de la creaci�n m�s nefasta de la naci�n: Rosas y su ?originalidad salvaje?.

Mientras Sarmiento quiere revelar a sus lectores lo que acontece en su contemporaneidad inmediata ?la realidad argentina? con la imagen brumosa del desierto (la figura en la prosa sarmientina no es una l�nea perfecta en el horizonte sino una indefinida continuidad borrosa que crece); en su insistente repetici�n acerca de la navegabilidad deseada dise�a el cuadro del paisaje industrioso que espera inspirar a sus lectores. Si en el desierto est� el origen del caos, los r�os construyen en potencia un futuro a�orado. Ya no son el teatro donde va a representarse la escena sino un escenario posible para la acci�n. Un t�pico textual donde hacer expl�cito el prop�sito militante del texto.

En Facundo el r�o no es met�fora. Es imagen-potencia, utilidad. Cuando aparecen los r�os, la ambici�n literaria se opaca con la repetici�n del publicista. Cuando el narrador exhibe su fantas�a fluvial no quiere hacer literatura, quiere hacer pa�s y lo hace escribiendo literatura. Cuando Sarmiento se pone futurista, el r�o crece e inunda el desierto.

�hemos de abandonar un suelo de los m�s privilegiados de la Am�rica a las devastaciones de la barbarie, mantener cien r�os navegables, abandonados a las aves acu�ticas que est�n en quieta posesi�n de surcarlos ellas solas ab initio?

Facundo, Introducci�n(1) (p. 18)

Frente a la sequedad del desierto, la fertilidad del r�o. Como en Egipto, como Holanda, como en Estados Unidos. Pero no ser� el r�o al natural, no solo el r�o sino la mano del hombre en el r�o. La tierra est� ?como en el mapa; (...) aguardando todav�a que se la mande a producir las plantas y toda clase de simiente?. De alg�n modo el texto tambi�n escribe el drama del hombre contra la naturaleza, de los distintos� modos de apropiarse de esa naturaleza hostil.

La inmensidad es el problema de la Pampa pero es milagro natural para los r�os, los transforma en canales excavados. La respuesta, en el texto, est� en observar la distribuci�n discrecional de las influencias geogr�ficas. �Por qu� la extensi�n vac�a imprimi� cambios en ?la personalidad? del tipo argentino y no as� sus r�os que, en la necesidad program�tica del texto, cruzan el territorio con fuerza aun no descubierta? �Por qu� los r�os no construyeron costumbre nacional y s� lo hicieron las tierras alrededor?

La historia hace su incursi�n en el derrotero geogr�fico, tiempo y espacio enlazados, es el pasado espa�ol que impide usar al r�o. Es que, dice Sarmiento, no alcanza con ver al r�o, no alcanza con sumergirse en �l. Es necesario manejar la tecnolog�a adecuada: tener el esp�ritu de la navegaci�n que tan bien mostraron los anglosajones. Los medios de transporte eligen un paisaje por sobre otro. La tecnolog�a del caballo, el arte de montar, despliega extensi�n a su paso. Levanta polvo y escapa del agua. Para el ?hijo de los inmigrantes espa�oles? el r�o es obst�culo y el bote encierro: de isla en isla, a nado junto al caballo, completa su traves�a. La Argentina de la barbarie es un paisaje en el que se mira al r�o de frente, nunca hacia abajo ni a lo largo, nunca desde el r�o sino desde el borde del r�o. El paisaje alternativo que intenta producir el narrador de Facundo se cuenta desde arriba de la embarcaci�n. Hacia el mar y hacia fuera. El manual de geograf�a no alcanza para contar la naci�n. Se necesita una br�jula que abra paisaje donde no lo hay. La historia juega un papel preponderante sobre la geograf�a porque al espa�ol ?no le fue dado el instinto de la navegaci�n?. Para dejar de ser decorativo obst�culo, para convertirse en ?arterias? y ?fluidos vivificantes?, los r�os de la rep�blica necesitan ?otro esp�ritu que los agite?. La geograf�a, como relato, puede cambiar la geograf�a.

?Ya he dicho que la vecindad de los r�os ni imprime modificaci�n alguna, puesto que no son navegados?. Facundo, Cap�tulo I (p. 37)

Aunque la causa de la grandeza de tantas naciones sea el r�o, el tema no es el r�o. El tema en cuesti�n es la navegaci�n. El conflicto est� en el uso. Como frente al terreno extenso de la Pampa la disputa ser� el modo de explotar la naturaleza; no la ganader�a, sino la agricultura ?dice Sarmiento? que abre v�as a la instalaci�n de ciudades. La agricultura es el eslab�n que explota la extensi�n y la reduce a superficie manejable, acorta la distancia y la organiza. Del mismo modo, la navegabilidad quita el valor negativo a la inmensidad de los r�os y el terreno que recorren, vira el signo de la extensi�n en grandeza. No es en la contemplaci�n sino en el uso que el pueblo se apropiar� de la latente habilidad civilizadora de los r�os. El determinismo geogr�fico del Facundo es relativo, la argumentaci�n es poderosa y fluct�a, toma a mano la teor�a que le viene c�moda y hace de la contradicci�n un aliado. Tambi�n por eso lo leemos como texto literario.

?La geograf�a es un aspecto decisivo del desarrollo y de la invenci�n literaria: una fuerza activa, concreta, que deja sus huellas en los textos, en las tramas, en los sistemas de expectativas?, dec�a Franco Moretti en su ?Atlas de la novela europea?. Las conexiones entre espacio y escritura ficcional van hacia el interior y hacia el exterior del texto: involucran a la literatura desarroll�ndose en el espacio hist�rico real y el espacio en la literatura en tanto objeto imaginado. La escritura, entonces, reorganiza el espacio y lo vuelve inteligible, segmenta recorridos y otorga valoraciones. En Facundo, la imaginaci�n geogr�fica acompa�a la producci�n de sentidos pol�ticos.

Pudiera se�alarse, como un rasgo notable de la fisonom�a de este pa�s, la aglomeraci�n de r�os navegables que al este se dan cita de todos los rumbos del horizonte, para reunirse en el Plata y presentar, dignamente, su estupendo tributo al oc�ano (...)

Facundo, Cap�tulo I (p. 31)

En el mapa (la Argentina escrita en Facundo no incluye la Patagonia)� escrito como futuro podemos vislumbrar la fantas�a, entonces proyecto, de cruzar el territorio de Oeste a Este a trav�s de los r�os. Unos r�os m�s caudalosos que hoy, probablemente m�s caudalosos, en esa propuesta, de lo que hubieran sido nunca en realidad. Conectar los r�os, invocar la ciencia y la t�cnica a nuestro auxilio, como quer�a Sarmiento, fue una de las ideas de progreso, una de las v�as de comunicaci�n que habr�an podido regar el desierto nacional.� La distancia entre ?realidad? y representaci�n ?aunque la representaci�n es tambi�n la realidad? puede comprobarse en estudios geogr�ficos, investigaciones arquitect�nicas y documentos pero en la escritura se superponen y resignifican. En este sentido, los r�os sarmientinos no son frontera, son l�neas de salud civilizadora esperando una se�al humana para arrancar. Un cableado natural desenchufado que se injerta en el espacio del otro. No son la marca que da comienzo a la tierra ajena, como podr�a leerse en los relatos de frontera; en Ranqueles, por ejemplo; sino una puerta para la unificaci�n del territorio.

2. El problema de la unidad

?De todos estos r�os que debieron llevar la civilizaci�n, el poder y la riqueza hasta las profundidades m�s rec�nditas del continente y hacer de Santa F�, Entre R�os, Corrientes, C�rdoba, Salta, Tucum�n y Jujuy otros tantos pueblos nadando en riquezas y rebosando poblaci�n y cultura, s�lo uno hay que es fecundo en beneficio para los que moran en sus riberas: el Plata, que los resume a todos juntos.?

Facundo, Cap�tulo I (p. 32)

Hay, adem�s del uso, un problema en la distribuci�n de los r�os. Todos se vuelven uno. Un ?r�o sin orilla al otro lado?, que conecta con el mar. Un embudo que recibe mercader�as y materias primas para, a trav�s de su puerto, enviarlas al mundo. Todo llega, todo sale y todo entrar� por la conexi�n del Plata. Buenos Aires: ?se�ora de la navegaci�n?, ?Babilonia americana?, es el puerto-puerta que abre Am�rica a Europa. Por eso, ?en 1806 el ojo especulador de Inglaterra recorre el mapa americano y s�lo ve a Buenos Aires, su r�o, su porvenir? (Cap�tulo VII, p.121). El R�o de la Plata, que hab�a sido despreciado por el espa�ol, que ?mir� una playa y un r�o con desd�n? fue identificado por los ingleses ?comerciantes, navegantes? como un objetivo militar a conquistar.

Junto con la configuraci�n territorial, las invasiones inglesas funcionan, en este caso, como argumento de constataci�n. Es la prueba hist�rica que muestra que Buenos Aires est� fatalmente destinada a centralizar el poder. Sarmiento utiliza la geograf�a como designio hacia el �xito, como condici�n de inevitable crecimiento europeizado y como explicaci�n pol�tica. Argentina es unitaria por su conformaci�n fluvial.

?Rosas y Rivadavia son los dos extremos de la Rep�blica Argentina, que se liga a los salvajes, por la Pampa, y a la Europa, por el Plata? Facundo, Cap�tulo VII (p. 126)

As� todo, Buenos Aires ha generado al m�s acabado de los representantes del desierto: el ?m�s de a caballo?, que detesta al agua y ?conoce, por el gusto, el pasto de cada estancia del sur de Buenos Aires?. �C�mo es esto posible? �C�mo puede haber surgido, al borde del r�o de la riqueza, un tirano semejante? En este punto el texto extrema las oposiciones pol�ticas y las superpone a los elementos naturales. El hombre de tierra es pesado y lento; el hombre de mar, din�mico, nuevo, y europeo. Rosas es la venganza que las provincias le han enviado a la ciudad favorecida. El desierto ha rodeado la ciudad y ?reclamado el puerto no con las armas, sino con la barbarie que le mandaron en Facundo y Rosas? (p. 129). Las formas sociales pod�an cambiar el territorio.� Las ropas y la organizaci�n del ej�rcito, el modo de hacer la guerra y la disciplina europea podr�an haber cambiado el terreno que ba�a el r�o. Sarmiento hace una propuesta de geograf�a cultural. ?Si Lavalle hubiera hecho la campa�a de 1840 en silla inglesa y con el palet� franc�s, hoy estar�amos a orillas del Plata, arreglando la navegaci�n por vapor de los r�os y distribuyendo terrenos a la inmigraci�n europea?. �

Otra vez, la escritura pierde arte po�tica y gana en program�tica pero, a�n as�, la insistencia va adquiriendo dimensiones fant�sticas. En el cap�tulo XV, ?Presente y Porvenir?, que Sarmiento sacar� o incluir� del libro seg�n la coyuntura, la tendencia se hace aun m�s intensa: ?La cuesti�n de la libre navegaci�n de los r�os que desembocan en el Plata es hoy una cuesti�n europea, americana y argentina a la vez, y Rosas tiene, en ella, guerra interior y exterior, hasta que caiga y los r�os sean navegados libremente. As�, lo que no se consigui� por la importancia que los unitarios daban a la navegaci�n de los r�os, se consigue hoy por la torpeza del gaucho de la pampa.? �

El programa vaticina espacios fertilizados por el comercio que traer� el r�o, multiplic�ndose, como en una oraci�n religiosa: ?y en veinte a�os suceder� lo que en Norteam�rica ha sucedido en igual tiempo: que se han levantado, como por encanto, ciudades, provincias y Estados en los desiertos, en que poco antes pac�an manadas de bisontes salvajes (...)?. La traves�a hacia el r�o, propone entonces, rebatir las tesis principales del Facundo. O tal vez no. No rebatirlas sino reconducir la dicotom�a. El narrador del texto se cuenta a s� mismo como un pragm�tico con f�. La providencia, la historia, el futuro y el territorio corregir�n la realidad. S�lo falta derrocar al tirano para aprovechar la unidad que, bajo el terror, ha generado.�

Unos a�os despu�s, ya como gacetero del ej�rcito de Urquiza y navegando el r�o, la emoci�n de la literatura se rescribe:�

?He vivido en estos �ltimos tiempos entregado a una monoman�a de que resienten todos mis escritos de cinco a�os a esta parte. �Los r�os argentinos! Ellos han sido mi sue�o dorado, la alucinaci�n de mis cavilaciones, la utop�a de mis sistemas pol�ticos, la panacea de nuestros males, el tema de mis lucubraciones, y si hubiera sabido medir versos, el asunto de un poema eterno. En el Rin, en el Mississipi, en el Sena o en el San Lorenzo, yo no vi, yo no buscaba sino la imagen, los rivales del Uruguay y del Paran�. Tres veces he descrito en mis diversas publicaciones el Entre R�os que ba�an, y una de ellas en Alemania sin est�mulo ni previsi�n pol�tica. El Entre R�os era la isla de Calipso, adonde mi esp�ritu volaba de todas partes en busca de una patria definitiva para acabar mis oscuros d�as. Y bien, ni los r�os ni el pa�s que casi circundaban me eran conocidos. Nacido a la falda de los Andes, todos los acontecimientos notables de mi vida han principiado por pasarlos y repasarlos de uno a otro lado.

Imag�nense el que viera las emociones extra�as y punzantes que deb� experimentar al verme en el R�o de la Plata, remont�ndolo en busca del R�o Uruguay, en el primer vapor ribere�o que se hab�a establecido en sus aguas, rodeado de aquellas terribles legiones rojas de Rosas, sin ser prisionero, alargando a cada instante el anteojo en busca de Mart�n Garc�a, mi Utop�a, y yendo a ofrecer mis servicios a aquel general Urquiza, a quien enderezaba desde Chile en 1850 mi plegaria de Argir�polis.?(2)

3. Y triunf� la pampa

La pasi�n con que el hombre de monta�a, lector de Fenimore Cooper, describe la potencia comercial de los r�os nacionales excede el inter�s. O m�s bien, recubre el inter�s con f�: la que afirma sentenciosa desde lo desconocido imaginado. El ge�grafo de la teor�a ha medido el territorio en cartograf�as de viajeros y en teor�as sociales.� Dispuso su propio mapa, otorg� valor y espacialidad a ciertas im�genes, a ciertos paisajes. Supo que ?lo verdaderamente original? era la guerra de la pampa, el gaucho, el cuchillo y el caballo. Propuso ?ahogar? a Rosas y ?anegar el desierto? pero los mantuvo en el recuerdo presente de su escritura. Declam� la causa fluvial pero narr� el drama de la llanura.

In�s de Mendon�a

NOTAS

(1) Estoy usando la siguiente edici�n: Sarmiento, Domingo Faustino, Facundo, Buenos Aires, Edici�n Colihue, 2000.

(2) Sarmiento, Domingo Faustino, Campa�a en el Ej�rcito Grande, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997. (p. 139)

el interpretador acerca del autor

In�s de Mendon�a

Naci� en Mayo de 1978, un d�a antes de comenzar el mundial en Argentina. Trabaja leyendo y escribiendo hace un tiempo. Ha logrado terminar finalmente la carrera de Letras en la UBA y da clases en la misma facultad. Es miembro del consejo editorial de esta revista donde publica frecuentemente textos de diversos g�neros, como puede verse a continuaci�n...

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