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Tarde o temprano iban a invitarme. En el fondo, claro, yo espera eso.
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? �Pero? lo m�o ?les pregunt�? no va a ser un impedimento?
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Lucho y Flori�n se rieron fuerte. Hab�a preguntado algo absurdo, entend�. Creo que tambi�n largu� la risa.
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-Mire, usted no es el �nico? ?me dijo por tel�fono el abogado al contactarme-. Otro cliente m�o sufri� lo mismo. Podemos hacer una demanda conjunta. Vamos contra Candela? Y vamos contra la C�mara Argentina de Fabricantes de Encendedores?
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?�No ven�an de China todos los encendedores??, me distraje pensando, antes de contestarle al hombre que s�, que estaba bien, que aceptaba, aunque en el fondo yo era indiferente al asunto. Entrar en procesos de esa clase implica mucho m�s que un mero inter�s econ�mico. Y para entonces yo no ten�a ya rencor, ni odio, ni deseos de venganza? Una situaci�n esperable: el tiro deportivo demanda mucho, pero nunca deja de retribuir: demanda paciencia y concentraci�n: retribuye calma y superioridad ?ojal� lo hubiera sabido antes en la vida.
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Tampoco se trataba de un para�so estable, digamos. Porque no dejaba de pasarme que por las noches las mujeres fueran tres, o cuatro. Muy altas. Y flaqu�simas.
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?Mmmmm?. ?susurraban entre s�?. C�mo maneja a Husserl? Nadie en Argentina maneja as� a Husserl?
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Y aun bajo el peso de las pastillas, yo igual llegaba a darme cuenta de que fantas�as as� eran nocivas. O ?en cierto punto? peligrosas. Porque pod�an hacerme retroceder hasta la nebulosa de los primeros tiempos. Los tiempos del ritual. Del accidente.
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Que me hubiera tocado a m�, por entonces sol�a hundirme en una sensaci�n extra�a. Tal vez m�s cercana a la indignaci�n que al lamento. Es que en el fondo no era justo. Cada tanto yo fumaba cigarrillo? pero bueno, era muy, muy cada tanto?
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Hab�a bastado, igual, una de esas veces para que al acercar la llama a mi cara �PUM! el estallido seco creara una nueva era en mi vida. El dolor me aturdi� por completo, pero desde un primer momento supe que hab�a perdido el ojo izquierdo.
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?Jam�s voy a hablar de lo m�o ?les dije a Lucho y Flori�n cuando se animaron a preguntarme.
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Era entendible esa curiosidad en ellos, porque ambos hab�an sido alguna vez del palo y sab�an que Borges las pelotas. Pero no ten�a ganas de hablarles del pinchazo del parad�mico, del amanecer vendado. Mucho menos a�n de los primeros tiempos. Del ritual. De las ma�anas en que abombado por las pastillas me arrastraba a la biblioteca y tomaba un libro ?siempre el mismo, claro, el gran libro de mi vida: La idea de la fenomenolog�a de Husserl?, y lo ten�a durante horas cerrado en mis manos, y algo en m� me imped�a abrirlo.
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Enorme en la tapa, incluso el t�tulo llegaba a marearme.
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?Jam�s vamos a hablar de lo nuestro ?me dijeron Lucho y Flori�n cuando les pregunt�.
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Pero era un chiste. Desde aquel primero encuentro azaroso en la barra de un Banchero hab�an corrido el tiempo y la confianza. Hablaron de lo de ellos, y mucho.
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La carrera la hab�an dejado antes de empezarla, y despu�s se fueron a Montevideo, a la casa de un amigo del PC uruguayo, y entraron al PC uruguayo y se pelearon con el PC uruguayo, y anduvieron despu�s de viaje por Latinoam�rica, y una vez regresados a Buenos Aires entraron a una agencia de log�stica que laburaba con las petroleras del sur, y despu�s militaron un tiempo en el PO argentino, y despu�s volvieron a la agencia, y despu�s m�s o menos fueron haciendo cosas, distintas cosas, lo que apareciera? Siempre aparec�a algo. Como yo.
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?Tal como escuchaste ?dijo mi abogado?. M�s o menos eso van a darnos entre los de Candela y los de la C�mara? Te lo firmo: ganamos por goleada?
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Su optimismo era notable, y era notable tambi�n mi esfuerzo por contagiarme de �l. Desde mi mudanza tiempo atr�s a Urquiza ?a la casa de una t�a fallecida?, por suerte hab�a podido ahorrar bastante, y ahora viv�a de esa plata. Pero a la hora de los c�lculos sinceros esa situaci�n iba a terminarse en una fecha precisa.
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?Algo nuevo tengo que poder hacer?, trat� de mentirme.
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A la hora de buscar trabajo, sin embargo, me paralizaba tal vez esa iron�a singular de mi historia? Es que el accidente me hab�a pasado en una �poca muy especial. S�lo yo sab�a cu�nta hipocres�a y sumisi�n me hab�a costado conseguir mi beca. La primera de la cadena. La de Doctorado. Y en ese punto, entonces, a las puertas del sue�o de una vida de lectura financiada, esa desgracia hac�a estallar mi futuro abriendo el m�s incierto de los abismos ante m�.
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No era justo, me repet�a, tirado en la cama. No era justo. Yo no era fumador.
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Ten�an raz�n en que lo m�o no ser�a un impedimento? As� como en los ciegos se agudizan los dem�s sentidos, el ojo sano de los tuertos desarrolla un grado de visi�n antes impensado. Y no ser� necesario decir que para tirar se necesita un s�lo ojo.
La suerte, para ser francos, tambi�n me acompa�� en alg�n momento. Sobre todo al no cometer un error posible: esa agudeza s�bita de mi ojo no me llevar�a de vuelta a la lectura, decid�. Basta de leer. Nunca m�s. Ni una p�gina m�s. Si en la adolescencia yo no hab�a sabido manejar bien mis cosas, y a la larga hab�a terminado en la filosof�a, bueno, eso era cosa del pasado.
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Pero de los grandes vicios suelen perdurar resabios? Si bien jam�s volv� a leer un libro, segu� comprando blocks tama�o A4, de la misma marca que compraba para hacer apuntes de lectura, y segu� sent�ndome todas las ma�anas aplicadamente en el escritorio de casa.
No es que anotara nada serio, por supuesto. Me dedicaba simplemente a jugar, a hacer listas de nombres.
����������� Roberto Walton
Claudio Dominici
����������� Juan Leotta
����������� Diego Cousido
Pensaba en mis ex compa�eros de C�tedra, o en cualquier persona que hab�a conocido en los pasillos por ah�, y ordenaba sus nombres y apellidos de acuerdo a la sonoridad, a determinados matices variables de la sonoridad?El d�a que por casualidad Lucho y Flori�n vieron las listas, se rieron fuerte. Ellos siempre se re�an fuerte. Ya para entonces �ramos grandes amigos.�
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Una vez en la disciplina algo me hizo seguir: perseverar. Porque muy pronto fueron evidentes las implicancias de entrar en ese sistema: rutinas, series, repeticiones: un orden pautado y gradual, un resultado transparente: se cumple o no se cumple: se da en el blanco o yerro: ecuaciones y traducciones que forzaron un giro en mi destino. Porque muy pronto fueron evidentes las proyecciones del absurdo: de la fenomenolog�a al tiro deportivo: la fuerza secreta de lo inveros�mil, digamos: si cuando es ajeno no vale nada: �ntimo, genera su propia violencia: una ruptura hacia adelante: la �nica consigna posible: la primera de la �ltima cadena.
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Adem�s de los nombres, otra opci�n era hacer listas m�s gen�ricas. Por ejemplo, las categor�as eran as�:
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����������� Los soberbios
����������� Los subsidiados
����������� Los mantenidos
����������� Los empleados del Estado
����������� Las reprimidas
����������� Los sionistas
����������� Los provincianos
����������� Los bondadosos
�����������
A veces un�a con flechas las listas personales y las listas gen�ricas. Pero �sas veces eran las menos. Casi siempre hac�a ambas cosas por separado. Lo que s� ya no hac�a m�s era escribir en casa; ahora me sentaba en uno de los caf�s cercanos a la Facultad. Desde las mesas de la ventana, ten�a una vista panor�mica de la cuadra: andaban, entraban y sal�an, con sus fotocopias y anteojos, como hormiguitas, esas m�nadas con sue�os de nomadismo, esas m�nadas enfermas de nomadismo.
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?Tanto tiempo? ?me dijo �l.
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Eso en mi hombro era su mano, el suave roce de la mano de quien reconoce en un caf�, de espaldas, a un viejo conocido.
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Creo que lo mir� un instante con mi �nico ojo, y luego segu� escribiendo la lista.
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�En el fuero civil, las sentencias no tienen fecha fija. Un d�a, como si nada, salen. Un d�a, como si nada, sali� la nuestra. Es decir, la m�a.
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?Podemos apelar? ?intent� explicarme mi abogado?. Tenemos chances?
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Pero yo sab�a muy bien que estaba todo terminado.
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Cort� casi sin decir palabras.
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La indiferencia de un primer tiempo, curiosamente, no me proteg�a ahora de la decepci�n.
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?Necesito tranquilizarme ?les avis� a los muchachos.
Y cuando llegu� al pol�gono, ellos ya estaban ah�. Cosa de grandes amigos.
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?Por lo de la plata no te preocupes ?me dijeron en un descanso?. En serio. Ya va a aparecer algo?
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Y la verdad es que ten�an raz�n. Porque d�as despu�s nos dimos cuenta que ten�amos a nuestros pies una oportunidad que nos har�a felices. Fue, aunque cueste creerlo, en la presentaci�n de un libro: una traducci�n de la correspondencia entre Feuerbach y Millroy. A ninguno de los tres nos interesaba ir, pero justo and�bamos por la calle, a pie, cerca, y llov�a cada vez m�s fuerte, y Flori�n ?por una de esas casualidades? ten�a el dato en mente.
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Entramos al bar donde pasaba la cosa, y no s� bien qu� hicieron Lucho y Flori�n, porque yo me ubiqu� en la barra, ajeno a todo, incluso a muchas caras conocidas, a ojos que me tocaban y me evitaban... Pero al rato nom�s volvieron conmigo, y fue para pedir un trago. Casi para brindar. Entre ese humo de cigarrillo, estaba el negocio.
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�Cu�ndo se hab�a puesto en marcha esa maquinaria? No lo s�. Tal vez haya influido mi costumbre de dejar abandonados los blocks A4, una vez llenos, en las mesas de los caf�s. Tal vez los muchachos tambi�n hayan hablado a mis espaldas. Lo cierto es que en alg�n momento pas�... Me pas� lo que cualquiera en el ambiente debe haber deseado si quiera una vez. Lo que nadie, quiz�s, deja nunca de desear?
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Me convert� en un mito.
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?Est� armado, y est� loco?, debe haber sido la sospecha general.
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Pero como pasa siempre con las sospechas sobre uno, imposible tener certezas.
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Como sea, no perdimos m�s tiempo. Presentaciones de libros, clases, mesas redondas, congresos? Ah�, siempre, nosotros. Firmes junto a la Filosof�a. Secundado por los muchachos, empec� pidiendo que nos invitaran el trago. Despu�s, los tragos. Y al final, digamos, que nos prestaran plata? As� nom�s. Porque de los mitos hay-que-hacerse-cargo.
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?A la filosof�a peronista?, lo cruzamos una tarde a Horacio Gonz�lez, ?le faltaban estos muchachos?. Y el pobre no sab�a qu� cara poner. Se port� con veinte pesos.
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Re�rse fuete, dar en el blanco, ganar plata? Momentos en que volv� a sentir, naturalmente, algo parecido a la fe, algo parecido a un sentimiento de religi�n. �Fe en qu�? �Religi�n con qu�? El paso siguiente es obvio.
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S�lo en el amor pod�a perdurar lo sagrado.
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En ese sentido ?aunque no lo he dicho hasta ahora? el accidente hab�a sido doblemente problem�tico para m�... Pensar en mi vida de fil�sofo implicaba pensar, de alguna manera, en mi vida de amante, y las proyecciones de mi reciente condici�n francamente no resultaban demasiado alentadoras.
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La historia de mi vida sentimental ten�a, hasta entonces, la presencia casi constante de mujeres del ambiente. O sea: m�s atractivas, menos atractivas, siempre del ambiente de la filosof�a. Y si hab�a alguna excepci�n no iba m�s all� de las letras. En todo caso, mi capacidad para los juegos arriesgados con abstracciones, digamos as�, era clave en la auto valoraci�n de mi virilidad.
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Cegado para la lectura, forzado a borrar mi pasado, �c�mo me iba a hacer querer por una mujer sin saberme ella capaz de replantear con dosis altas de iron�a y no menores de coraje las apor�as institucionales de esa nueva inscripci�n de la fenomenolog�a en los programas de?
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?Hermano ?me hab�a encontrado diciendo m�s de una vez?, la de pastillas que me voy a tener que mandar??
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Pero me equivocaba. Porque hay que cosas que no se pueden predecir. Cuando menos lo esperaba, la conoc� a Juliana. Entre el humo, me acerqu� a lo de siempre, pero por algo no pude dejar de sonre�rle, y de pronto est�bamos en conversaci�n, en hermosa conversaci�n. Result� ser antrop�loga.
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No m�s f�cil que darse cuenta de que se trataba de una mujer muy sensible, o sensibilizada, quiz�s, despu�s de su accidente. ?Jam�s voy a hablar de lo m�o?, me dijo, conciente de que collares �tnicos no alcanzaban a tapar en su cuello la marca de la traqueotom�a. �
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Juliana es una excelente profesional, dedicada con pasi�n a lo suyo. Si es o no brillante, est� fuera de duda: no lo es. Pero qu� me importa? �C�mo explicarlo? Yo quiero y soy querido por igual. M�s de una vez me encontr� cantando con ganas esa letra tan famosa:
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����������� Puedes ser un gran campe�n,
����������� jugar en la selecci�n,
����������� y no tienes un poquito de amor para dar?
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�Qu� m�s decir? Me sent� bien. Porque me di cuenta, de alguna manera, que
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�Nada. Eso. Me sent� bien.
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Estar junto a Juliana me ha hecho cambiar algunas costumbres?
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Lo del tiro pas� a ser m�s que un hobby, y los campeonatos nacionales se han revelado para m� como un terreno sobre el cual avanzo casi paseando. Lucho y Flori�n, incluso, se muestran ansiosos en relaci�n a mi futuro en el exterior. Curioso, �no? Justo ellos, que me ense�aron a m� que la ansiedad es siempre el enemigo a derrotar. Tambi�n hay que aprender de las fallas de los maestros.
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Escribir, por lo dem�s, sigo escribiendo. Pero ya no hago tantas listas, sino m�s bien algunos fragmentos breves, como estos mismos. Si cuentan algo de m�, de mi historia, mejor ?aunque no siempre soy tan coherente. A veces me resulta muy placentero escribir; otras, muy agotador. Un par de l�neas seguidas y ya se me ha cansado el ojo. Pero as� es la cosa?. Aceptar lo dado: he ah� el secreto. Ahora mejor descansar, y retomar m�s tarde.