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Yo estaba en serios problemas ese d�a de febrero del a�o pasado.
?Te lo mando? ?me dijo Julio?. Es un pibe. No puedo ir yo. Pero qued�te tranquilo, que �l sabe?
Sin estar muy convencido, acept� la propuesta y volv� a casa. Me qued� un rato fumando en silencio, de espaldas a la m�quina monstruosa. Una de mis hermanas, que limpiaba la casa, se acerc� y me pregunt� qu� me pasaba.
?Cosa de hombres ?le dije yo, serio.
Esa respuesta ?lo sab�a bien? bastaba para hacerla enojar. No volver�a a hablarme por un par de horas. Era lo m�nimo que yo necesitaba en esas circunstancias.
Como todos, alguna vez yo hab�a escuchado historias de gente que pierde un poema, un cuento, incluso una novela. Aunque suelen ser bastante tristes, esas historias no dejan de tener la perspectiva de volverse c�micas o �picas con el paso del tiempo. Mi caso, por el contrario, era muy distinto. Pero no tiene sentido entrar en detalles: suficiente decir que �sta vez no se trataba simplemente de literatura, y que los datos en cuesti�n estaban archivados bajo un nombre simb�lico, un nombre que eventualmente iba a actuar ?imaginaba yo? como un conjuro:
"Imborrable".
S�. Parec�a un chiste. �se era el nombre-conjuro que fall�. Ahora estaba a merced de una mano maestra para arreglar la situaci�n.
? Eee? me manda Julio? fue lo primero que dijo el pibe por el portero.
Ni un hola, ni un buen d�a. No. Lo primero que escuch� de �l fue esa suerte de explicaci�n, de disculpa por haberse hecho presente. Un momento despu�s, cuando abr� la puerta, entend� todo. Le pesaba ser tan chico y cobrar tanto por lo que hac�a. Y hay que decir que era chico en todo sentido del t�rmino. Deb�a tener unos diecisiete a�os, a lo sumo. Y era muy bajito y muy flaco. Eso s�, se ten�a todo la confianza del mundo en su oficio.
?Me cont� un poco Julio ?dijo, sent�ndose a la m�quina?. Todo OK. Esto es una pavada para m�.
? �Voy a recuperar todo?
?No s�. Digo, va a ser f�cil recomponer la m�quina. Lo que se perdi�, veremos?
La verdad es que yo no podr�a reponer ni siquiera m�nimamente los pasos que �l sigui�. Nunca entend� mucho de computadoras. Surgieron ventanas, aparecieron relojitos de arena, corrieron aqu� y all� n�meros y siglas. Aunque ignorante en esas cuestiones, yo no dejaba de imaginar all� cierta l�gica en curso. Si de lo que se trataba era del Orden en v�as de reestablecimiento, entonces deb�a estarse dando, de manera inversa, el proceso que hab�a instalado el Caos. �Y eso yo tambi�n lo hab�a visto! Hab�a sido incre�ble?. Tras abrir la puerta equivocada, pum, la catara fulminante? Detr�s de uno de los �conos de la impresora, se hab�a agazapado un paquete de cuatrocientos virus.
?Ac�? ?dijo �l, al rato?. "Imborrable". ��ste era el que te interesaba, no? Qued� sano.
Respir� como si hubiera llegado a otro planeta. Encend� un cigarrillo y le di una palmadita en la espalda al pibe. Llam� a mi hermana para le sirviera un vaso de Coca. Es m�s: era como si de pronto, aliviado, pudiera verlo por primera vez con la ropa del personaje que �l eleg�a llevar: la del hacker, claro. As� lo hab�a definido Julio, el t�cnico del negocio de computaci�n, antes de mandarlo para mi casa.
? �Y ten�s muchos amigos en esto? ?le pregunt� yo, ahora intrigado.
? Los suficientes ?dijo �l, sin sacar la vista del monitor. Todav�a le faltaba parte del laburo?. Al que s� conozco es al mejor de todos. Al menos ac� en Buenos Aires. Es m�s chico que yo. Pero es un Maradona. Posta. Un talento que est� m�s all�? Va a hacer mucha plata ese pibe? ?De pronto me mir�?. �Contra atacamos?
Largu� una bocanada de humo, sorprendido:
? ��A qui�n!?
? Al que te mand� los virus?
Hasta entonces, yo hab�a pensado que el Caos era efecto de un piedrazo lanzado por una mano ciega, que tiraba por tirar, sin mirar al blanco. O, incluso, que todo se trataba de una falla inherente al sistema, desencadenada y reproducida sin la mediaci�n de una voluntad individual.
?No s� qui�n pudo ser? ?dud� yo.
? �No ten�s enemigos? ?me pregunt� �l.
�Qu� extra�a esa pregunta! Hab�a sonado absolutamente natural, como si se tratara de algo com�n y corriente para �l. No pude responder nada de entrada. La pregunta, por una extra�a reverberaci�n, me hab�a alejado de la cuesti�n de los virus y me hab�a hundido en el pasado. Fue como si recorriera varios a�os, de un simple vistazo, movido por ese particular criterio: detectar qui�n pod�a haberme odiado hasta convertirse en mi enemigo. Por alguna raz�n incierta, mis enemigos, si es que exist�an, deb�an pertenecer al �mbito del pasado.
Tres posibilidades.
Uno. Record� a Benesdri, un compa�ero m�o del secundario a quien ?sin ninguna mala intenci�n de mi parte? yo le hab�a roto una pierna jugando al f�tbol. "Ya vas a ver", me grit� desde el suelo. Tuvo en mente desde siempre la sospecha sobre mi mala intenci�n. Y jam�s sirvi� que incluso el arquero de su equipo, testigo privilegiado de la jugada, dijera que yo hab�a ido limpio a la pelota. Benesdri me mirar�a cruzado hasta el final de la secundaria.
Dos. Record� al padre de una novia m�a de la adolescencia. Cuando yo la conoc�, ella ya encarnaba el rol de la oveja negra de la buena familia. Que a m� esa situaci�n me provocara un goce particular no ten�a ninguna relevancia? asunto m�o y punto. M�s all� de ello, una cosa es la droga y otra la anorexia. Con lo de la anorexia yo no tuve nada que ver. Es m�s: me cans� de decirle ?con plena sinceridad? que ella ya era demasiado flaca.
Tres. Record� a otro escritor. Un tal J.K. que me hab�a acusado seriamente de ser fascista. La pica era en realidad mutua y espont�nea, de piel casi, pero se hab�a escamoteado tras una sutileza literaria. Aunque mis cuentos casi no ten�an circulaci�n, �l s� los hab�a le�do. Por entonces yo sol�a narrar desde una primera persona, siempre con personajes que, ligados al universo de la cultura pop, se revelaban gradualmente como fascistas. A veces funcionaba, otras no. As� son las series. Quiz�s la tesis global ?es decir: la cultura pop es fascista? fuera demasiado simplista? Pero bueno, eso no ten�a importancia ahora. Este J.K. era un tarado que no entend�a nada y que me encasillaba con su lectura primaria. Tan grueso era el error que yo ni me molestaba en aclararlo, en hacer algo al respecto.
Tres enemigos. Creo que ninguno m�s. En cierto modo, un buen balance de mi vida.
En vistas al tema de los virus, eso s�, eran tres posibilidades altamente improbables. Una m�s improbable que la otra. Cualquier hip�tesis hubiera bordeado el rid�culo, para ser francos. Ninguno de ellos iba a mandarme un paquete con cuatrocientos virus.
? �Contra atacamos? ?volvi� a preguntarme el pibe, al verme vacilante?. Si vos me dec�s directamente, la cosa es mucho m�s f�cil. Pero si no, yo puedo rastrear de donde vino todo esto. Es m�s laburo, pero te puedo hacer precio?
Peque�o detalle que yo hab�a pasado por alto: aunque para �l no dejaba de ser un juego, a m� me iba a costar otra buena cifra. Apagu� el cigarrillo. Le dije que no, que por ahora no, que llegado el caso le avisar�a. �l pareci� desilusionado. Quiz�s no tanto por la plata, sino porque acaso esperara "otra cosa" de m�.
Mientras baj�bamos en el ascensor, no mucho despu�s, casi no hablamos. Yo hab�a empezado a sentir un raro asomo de paranoia. Era como si fuera a despedir a un desconocido que se llevaba la llave de mi casa. Imagin� que en adelante �l podr�a hacerse un fest�n con mi computadora. Que tuviera diecisiete a�os s�lo empeoraba las cosas. Incluso podr�a hacer el da�o no por inter�s, sino por inconsciencia. Julio me hab�a dicho que era de confianza, pero eso no quer�a decir nada. Julio tambi�n estaba bastante loco.
Fue justo entonces cuando el pibe, tal vez inc�modo por el silencio, me hizo la pregunta perfecta.
? �Y vos? �A qu� te dedic�s?
Gracias. Ah� yo apel� a una respuesta que, dicha en broma en el pasado, hab�a desconcertado (e incomodado) a mucha gente. Incluso a J.K., el escritor.
? �A qu� me dedico? Soy instructor de tiro.
El ascensor se detuvo. Abr� la puerta con firmeza y le hice un gesto para que saliera. �l obedeci�.
? �Instructor de tiro? ?caminaba delante de m�o por el pasillo?. La verdad que no lo hubiera dicho, porque? �Cu�ntos a�os ten�s?
? Veintitr�s ?le respond�, detenidos ya frente a la puerta de calle?. Veintitr�s, s�. Pero eso no tiene nada que ver. O sea, yo a tu edad ya era Maradona en lo m�o. Crec� con las armas. A ellas les debo todo en la vida. �Entend�s de qu� te hablo?
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Juan Leotta
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