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Acerca de "Plop" de Rafael Pinedo

Juan Marcos Leotta

En la novela Plop (Interzona, 2004), el argentino Rafael Pinedo nos vuelve exploradores de una verdadera ecolog�a de la indigencia. Aunque las taxonom�as humanas proliferen �sobre todo� en el despojo, los personajes de la obra tienden a igualarse a partir de una acci�n absoluta, uni�n de medios y fines, en torno a la cual se prodiga el enga�o de una existencia desnuda. "Ac� se sobrevive", repiten por costumbre dos desconocidos, aventurados en forzosas migraciones, al saludarse en la entrada de un remoto puesto de trueque. Y la f�rmula en cuesti�n condensa el �nico destino all� posible.

�D�nde?

Le dicen, simplemente, la "llanura". Algunos viajeros han asegurado que contiene elevaciones rocosas, pero ya nadie est� dispuesto a creerlo. En todo caso, la lluvia perpetua impide divisarlas. Y si alguna vez fuera posible hacerlo, y llegar hasta ellas, nada cambiar�a. �Qu� raz�n hay para pensar lo contrario? Desde la primera memoria, los grupos se han desplazado por ese territorio con invariable suerte. Siempre bajo la urgencia absoluta del hambre. Barro. Escombros. Hierros. Un �rbol que crece como un mito. Ara�as venenosas. Cucarachas venenosas. Y siempre, el hambre.

Ah�, claro, s�lo se sobrevive.

Merecedora del Premio de Novela Casa de las Am�ricas 2002, Plop constituye una fascinante reelaboraci�n del universo de las f�bulas dist�picas y post-apocal�pticas. Dado ese proyecto, uno de los logros mayores de Pinedo es acaso la sutil desvinculaci�n entre las acciones y los sujetos. Ni reflexi�n ni lamento: los protagonistas acatan las pr�cticas de supervivencia �el reciclado humano, entre otras� bajo la impasibilidad que otorga una urgencia constante. Una urgencia que, desdibujando voluntades, nunca cesa. Y es precisamente a partir de esa prolongaci�n que las acciones terminan por no ser protagonizadas. Simplemente, acontecen. O al menos eso se�ala la ilusi�n. Porque parad�jicamente, al tiempo que el ambiente pareciera subsumir las voluntades en la nada, quedan tambi�n en exhibici�n �ya en grado de visibilidad extrema� las determinaciones inexorables del poder. De ese modo se vuelve esperable, entonces, toda una parafernalia de legitimaci�n y afianzamiento sustentada en tab�es �por dem�s, siempre inveros�miles desde una �ptica de exterioridad.

Con simplismo s�lo aparente, focalizada en torno al personaje que brinda el t�tulo, Plop se articula como un relato de iniciaci�n. Como Bildungroman en un basural at�mico. En una resaca c�smica. Salvo que esta vez �curiosamente� hay una recuperaci�n del sentido originariamente antropol�gico de la categor�a: cumplido un tiempo medido en solisticios, Plop atraviesa efectivamente los ritos inici�ticos del grupo. Sobrevive. Ingresa a la sociedad de la supervivencia.

Ahora bien, all� donde no hay m�s que ganarle tiempo a la existencia, se torna inviable para �l cualquier forma de estabilidad. Con su ingreso a la madurez se agiganta una marca �tan nimia como inobjetable� que lo mueve hacia una magnanimidad erigida sobre el barro. "Vos quer�s otra cosa. Vos quer�s m�s que nosotros", le advierte Tini, amiga de su infancia, cuando es evidente que Plop no siente el impulso de agenciarse una cr�a, siquiera una opa peque�a, y entregarse as� a pasar sin m�s los d�as lluviosos. Plop, s�, quiere m�s. Quiz�s desde un principio. Quiz�s desde el instante en que, al ser parido sobre el barro, su cuerpo en ca�da hizo "plop": marca m�nima de la diferencia, irrisoria y tr�gica como el destino de dominaci�n al cual lo impulsa.

La estructura de flashback global, que une primer y �ltimo cap�tulo, hace que la novela se consuma en el transcurso de ese avance. Y esa consunci�n se da sin desperdicios. Aprovechando, cabr�a decir, el recuerdo de los desperdicios. Ya que en la letra, al igual que en la llanura, nada puede expandirse. Nada prospera. La narraci�n se corta, siempre. En todos los niveles de un lenguaje singular. Sobre todo en aquellos pasajes �los usos del sexo, por ejemplo� donde hab�a principiado un esbozo de proyecci�n. Y es ese juego de expectativas y defraudaciones lo que justamente salva al texto de una identificaci�n �de otro modo demasiado previsible� entre los rasgos de estilo y el universo-objeto de representaci�n.

Dentro del panorama de la ciencia ficci�n argentina, la novela de Pinedo resulta, por fortuna para el lector, dif�cilmente reductible a cualquier intento de comparaci�n o puesta en serie. En ese sentido, Plop pareciera m�s bien remitir �estridencias aparte� a ciertos exponentes de la vers�til ciencia ficci�n norteamericana: Terry Mc Shire y Carol Waiss, principalmente. Autores dis�miles, sin duda, pero emparentables bajo un hallazgo com�n: entender a tiempo que la empresa de neutralizaci�n de la asfixiante sombra de William Gibson s�lo se volv�a asequible bajo una est�tica de la carencia y no bajo una saturaci�n por hip�rbole, acaso como si el barroquismo �in crescendo, claro� fuera necesariamente un elemento constitutivo e intangible del mandato cyberpunk.

Juan Marcos Leotta

el interpretador acerca del autor

Juan Marcos Leotta

Publicaciones en el interpretador:

N�mero 1: abril 2004 - Lo propio y lo impropio: recorrido de inversiones en La virgen de los Sicarios Acerca de La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo (ensayo)

N�mero 1: abril 2004 - Las voces de Elhoim (narrativa)

N�mero 2: mayo 2004 - Los descensos de S�sifo (narrativa)

N�mero 4: junio 2004 - Manifiesto desde las alcantarillas (narrativa)

N�mero 5: julio 2004 - La conjura de la letra: "Amuleto" de Roberto Bola�o (ensayo)

N�mero 12: marzo 2005 - Luster (narrativa)

Direcci�n y dise�o: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: In�s de Mendon�a, Camila Flynn, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse, Juan Marcos Leotta, Juan Pablo Liefeld
secci�n artes visuales: Juliana Fraile, Mariana Rodr�guez
Control de calidad: Sebasti�n Hernaiz

Im�genes de ilustraci�n:

Margen inferior: Benito Quinquela Mart�n, Fogata de San Juan (detalle).