el interpretador narrativa

Luster

Juan Marcos Leotta

/1/

Luster casi no hablaba con los muchachos. Siempre tan monotem�ticos, tan egoc�ntricos. Quiz�s por eso, por quedarse callado, por observar en silencio, hab�a sido el primero en advertir que algo le pasaba a Rody. Jefe y buen tipo: una combinaci�n inusual. �C�mo era posible que alguien como Rody manejara aquel negocio? Quiz�s pod�a parecerlo, pero no era nada f�cil estar en su lugar.

En un principio, Luster no le hizo ni una pregunta, tal vez por prudencia. Tal vez, tambi�n, por inter�s. Era esperable que Luster pensara, ante todo, en su propio futuro. Sin duda no permanecer�a mucho tiempo m�s en ese trabajo.

Bien dicho: aquello era ya para �l, irreversiblemente, un mero trabajo. La aventura hab�a terminado tiempo atr�s. La fantas�a hab�a existido tambi�n para �l, pero ahora poco y nada quedaba de ella. El sueldo no era malo, por cierto, pero ven�a a compensar un esfuerzo considerable: pasar a �ltima hora por el gimnasio, tolerar la violencia del Animal Pack, soportar el horror de la depilaci�n. Y adem�s las mujeres, de cuarenta a�os o m�s, secretarias o abogadas o empleadas de comercio, gritaban y aplaud�an como locas durante el show. Pero despu�s nada. S�lo bailaban y tomaban New Age. Tomaban mucho, pero esa noche volver�an junto a sus maridos o novios, o simplemente seguir�an solas. Las mujeres llegaban a su vida por otros lados, no por su trabajo.

Dijera lo que dijera Rody, Luster comenzaba a sentir que era hora de irse de all�.

�Otra vez?

�Esta vez hacia d�nde?

/2/

Rody pertenec�a a la clase de jefes que en �pocas de angustia econ�mica se abocan con s�bita obsesi�n a los detalles m�s irrisorios de sus negocios. Una noche entr� al vestuario a decirle a Luster que saldr�a a escena con Simply Irresistible. Luster asinti� con indiferencia. Y, como estaban solos (el resto de los muchachos a�n no hab�a llegado), aprovech� para preguntarle a su jefe, de manera ingenua y sincera, qu� le estaba pasando:

?Tengo que hacer otra movida ?le confes� Rody, y baj� la vista.

Al vestuario llegaba la m�sica del sal�n, una rara mezcla de warm up electr�nico y ritmos latinos.

?�Es eso? ?inquiri� Luster. Despu�s de meses de relaci�n hab�a entre ambos mucha confianza?. �Nada m�s?

?Nada menos ?dijo Rody.

Entonces entr� Silvito, sonriente, con un bolso Adidas a cuestas. Nadie dijo m�s nada. Esa noche, como siempre, Luster bailar�a muy bien. Simply Irresistible era, de todos modos, un tema que detestaba.

/3/

Luster hab�a nacido en el sur de Estados Unidos. Su madre, blanca, hija de diplom�ticos argentinos, huy� de Washington DC rumbo a Arkansas a los veinte a�os. Persegu�a a un profesor suyo de Historia, un hombre mujeriego y mayor, que incre�blemente la rechazaba. Una noche, ya en Arkansas, algo borracha, se acost� con el padre de Luster. Apenas hab�a cruzado algunas palabras con �l en un bar. Era negro, alto y atractivo. Al d�a siguiente, �l seguir�a su camino: ten�a mujer e hijos en Mobile. Ella, que se neg� a abortar, jam�s lo buscar�a.

Arkansas era un estado conservador. All� crecer�a Luster. Por motivos imprecisos, entre los cuales no se contaba la nostalgia, su madre le habl� en espa�ol desde sus primeros d�as. Y los relatos de ella, junto con algunos art�culos de revistas, construyeron en su mente una imagen algo quim�rica de la Argentina. El pa�s se le figuraba a Luster como un gran p�ramo repleto de chatarra, donde florec�an aqu� y all� pastizales plagados de jaur�as rabiosas, habitado por gauchos, europeos y bailarines de tango.

Al llegar a Buenos Aires se sinti� en una ciudad sucia, inmensa y nocturna. Quiz�s hubiera en ella (curiosamente) un resabio de aquella ciudad fantasmag�rica forjada en su imaginaci�n. La gente le pareci� c�lida, triste y culta. Le cost� mucho creer que su madre hubiera nacido all�. Durante los primeros d�as, establecido en un hotel del centro, le gustaba mirar el mapamundi del lobby, localizar la Argentina, y pensar bobamente en cu�n al sur se encontraba.

/4/

Rody hab�a conocido Per� a�os atr�s, siguiendo el t�pico derrotero de los j�venes porte�os: Salta y Jujuy, La Paz, Cuzco? Pero Rody no volvi� en la fecha prevista. Grandes caminatas, alguna mujer, muchas calles, largas noches. Al regresar, un a�o despu�s, tra�a consigo dos kilos de coca�na.

En Buenos Aires no le faltaron amigos y amigos de amigos que lo llamaban a cualquier hora con buena plata. Vendi� y ahorr� con una disciplina que jam�s hab�a tenido antes para otra actividad. M�s por azar que por previsi�n, cambiaba cada tanto sus ganancias recientes a d�lares. Apenas gastaba un poco en ropa. S�lo la mayor de sus hermanas, la menos ingenua, tuvo alguna sospecha cuando al cabo de dos a�os Rody puso su propio boliche.

?Rodolfo, �c�mo consegu�s que los bancos te presten tanto dinero?

�l sonre�a.

?Ven� cuando quieras a mi boliche ?le dec�a?. Todav�a le falta una reina.

En los comienzos, Rody manej� muy bien las cosas. Entr� en caja mucha plata. Y pudo as� abrir otro boliche m�s. Y despu�s, un bar tem�tico. Y despu�s, el show para mujeres. Rody sol�a decir que era necesario estar despierto. Sol�a decir que la noche era un negocio imprevisible, con sus vueltas inexplicables, lleno de alzas y bajas. Lo dec�a con esas mismas palabras.

/5/

?Es como una grieta.

?�Una grieta?? ?repiti� Luster.

La imagen era llamativa en boca de su jefe. Luster pudo permanecer serio s�lo un instante, luego solt� la carcajada. Tambi�n Rody termin� por re�rse.

?Una grieta, s� ?continu� diciendo. Estaba golpeado, pero a�n lograba re�rse de s� mismo. Se�al� un banquito cercano a un rosedal. Hacia all� caminaron?. Lo siento as�. Es as�. Algo pasa, se me va la plata.

Luster sab�a que Rody confiaba en su gente. No se trataba de que alguien le robara. Era otra cosa. Algo distinto. Algo impreciso, pero que ya no pod�a seguir siendo negado. No hab�a duda de que en los �ltimos meses algo fallaba en su negocio, en la organizaci�n, en alg�n lugar.

?�Cu�l es la grieta, Rody? Pens� bien?

?Estoy cansado de pensar. Lo he pensado mil veces.

Rody manten�a a algunas mujeres; ten�a salidas mesuradas; sol�a ser generoso con sus amigos: eso era todo. Nada exorbitante, al fin y al cabo. �Por d�nde se perd�a la plata? �Por qu� siempre parec�a faltar? Para peor, con cada cambio de comisario, la polic�a ped�a sumas mensuales cada vez m�s grandes. Si llegara a menguar siquiera un poco la concurrencia a los boliches, entonces el problema se volver�a ciertamente apremiante.

Se sentaron en el banquito cercano al rosedal.

?�Sab�s lo que ser�a empezar a caer y volver a cero? ?dijo Rody. Ya no hab�a rastros de risa en su voz?. Ni me animo a imaginarlo?

Luster desvi� la vista.

?Est� linda esta placita, �no? ?dijo al rato.

/6/

Desde su llegada a la Argentina, Luster hab�a pasado por muchos trabajos: profesor de ingl�s, mozo, vendedor en un shopping, instructor de nataci�n. Era norteamericano y eso parec�a bastar: cre�an en �l. Hizo tambi�n un curso de fotograf�a, estudi� Letras unos meses. Pod�a hacer cualquier cosa bien. Estaba convencido de ello. Pero todas las actividades y todas las personas terminaban por cansarlo en breve tiempo. No hab�a nada definitivo para �l, en ning�n sentido de esa palabra compleja. Y eso no era un problema. Quiz�s al contrario? De un modo u otro, poco importaba esa diferencia. No eran infrecuentes los momentos en que se consideraba una persona m�s bien feliz.

En Buenos Aires los d�as pasaban sin m�s. Nadie lo conoc�a. Ten�a ahorros y un buen sueldo. Nada (seg�n parec�a) le estaba negado. �Por qu� no ser stripper?, se dijo en un momento. Ten�a chances: era alto, la nataci�n le hab�a dado un buen f�sico, pod�a aprender a bailar. Su piel mulata resultar�a llamativa a la vista de las argentinas.

Cumplido el esfuerzo necesario, se convirti� en pocos meses en la estrella del local de Rody. Hablaba poco y nada en los vestuarios, bailaba bien en el escenario, las mujeres lo aplaud�an, sus ahorros se acrecentaban. Otra vez, pod�a decirse, las cosas le hab�an salido bien.

Lleg� entonces un tiempo de inercia y descanso. Luster lo acept� y trat� de aprovecharlo lo mejor posible. Se conoc�a bien: en breve sentir�a la tentaci�n o la obligaci�n de buscar un rumbo nuevo.

Ahora, esa sensaci�n hab�a llegado. Y no pod�a fingir deso�rla.

/7/

La idea de llevarle un book a un agente surgi� en una conversaci�n entre Luster y la Mary. Seg�n ella, que dec�a haber adquirido la intuici�n de las mujeres, alguien como �l no tardar�a en tener �xito en ese camino.

?Se te va a dar. Te lo digo yo, mi �ngel. Vas a ganar buen dinero.

Tomaban mate en el departamentito de ella. Anochec�a. �l partir�a en un rato hacia el gimnasio. Ella no empezar�a a maquillarse sino hasta despu�s de la cena.

?�Qu� puedo perder?? ?murmur� �l.

?�Perder? Nada, mi �ngel ?le contest� ella?. Pero yo te voy a perder a ti. Te conozco. Despu�s, all� arriba, no te vas a acordar de m�?

/8/

A nadie le llam� la atenci�n que Rody, al entrar al sal�n vac�o con las luces encendidas, sacara de su bolsillo un paquete de Marlboro y prendiera �vidamente un cigarrillo. Decenas de veces hab�a dejado y retomado el h�bito. �sa noche no era distinta por ello. Lo que atra�a las miradas de todos era la piel sombr�a bajo sus ojos. �Cu�ndo hab�a dormido bien por �ltima vez? Sus migra�as se hab�an vuelto demasiado intensas. Casi ni visitaba a sus mujeres. Las personas que circulaban en torno suyo le parec�an meras figuras vac�as. �Por qu� lo dominaba constantemente ese vago sentimiento de irrealidad?

Estoy solo, se dijo.

Deb�a mucha planta a gente impaciente. Odiaba a sus deudores, sobre todo por el temor que despertaban en �l. Ten�a que repetir la jugada inicial. No pod�a hacer otra cosa. No quer�a volver al llano.

Ya no se viv�a a fines de los ochenta. Ahora el verdadero negocio consist�a llevar la droga de Buenos Aires a Europa. El punto m�s complejo era encontrar la persona indicada para el transporte.

?Si eso no falla, nada falla ?le dijo Rody a Luster. Su tono era firme. Buscaba, ante todo, convencerse a s� mismo?. Eso es lo que me quita el sue�o.

?Se nota ?brome� Luster.

Esta vez Rody s�lo esboz� una esforzada sonrisa.

/9/

?La vida es muy simple ?le dec�a ella?. Tengas mucho o poco dinero, nunca eliminas la depresi�n. Pero el dinero la retarda, �ngel m�o. Y una vez que caes? lo hace todo m�s suave.

A Luster le gustaba conversar con la Mary. D�a a d�a se enteraba de nuevos hechos de su vida, pero al mismo tiempo advert�a en ella la recurrencia de evasivas sutiles, como si a fin de cuentas se rehusara, por motivos insospechables, a dejarse conocer por completo.

Hab�a llegado a Buenos Aires tres a�os antes que �l. Ven�a de Barcelona, en total huida de la hero�na. Buscaba, como mucha gente, un lugar donde el caballo fuera todav�a una palabra demasiado extra�a. Podr�a haber ganado suficiente plata s�lo con los clientes, pero adem�s repart�a coca�na entre sus amigas travestis. Todos los jueves aparec�a por los boliches de Rody a buscar una cantidad que aumentaba semana a semana.

Luster, en cada visita a la Mary, recorr�a el departamentito de la Avenida C�rdoba, en el cual aparec�an siempre objetos nuevos: cremas, maquillaje, zapatos hechos a medida, un DVD, espejos, flores, s�banas y cortinas?

?Nada mal ?dijo �l?. Really...

?Siempre pens� que t�, si quisieras, podr�as tener much�simos clientes y ganar buen dinero mientras esperas que llegue el gran contrato??le dijo ella.

Luster, sin mirarla, respondi� con espontaneidad:

?No me gustan los hombres. Es una l�stima.

/10/

La Argentina devaluada era una excelente opci�n para publicistas y productores extranjeros. La grabaci�n les costaba apenas unas monedas, y luego vend�an afuera el producto en d�lares. As� fue como lleg� a Buenos Aires un grupo de Madrid para filmar el spot de una nueva l�nea de camisas sport. El agente de Luster vio la oportunidad con claridad: un mulato pod�a dar el toque de cosmopolitismo a veces conveniente en ciertas campa�as.

A Luster le toc� vestir una camisa verde manzana.

El corto televisivo y la gr�fica correspondiente tambi�n fueron lanzados en la Argentina y el Uruguay, donde ser�an comercializadas las camisas. El d�a que apareci� la publicidad, el llamado de Rody no tard� en llegar. Luster, que andaba en la calle, esa noche oir�a varias veces el mensaje guardado en el contestador. Rody dec�a simplemente que ten�an que juntarse a hablar. Nada m�s. Pero en su voz hab�a una nota extra�a, una exaltaci�n velada, como si hubiera concebido una idea brillante que exigiese precauci�n y cuidado.

Luster decidi� no contestarle el llamado hasta despu�s de ese fin de semana. S� llam� al trabajo: dijo que faltar�a viernes y s�bado, que se hab�a doblado un tobillo jugando al b�squet, que le deseaba suerte a Silvito en su reemplazo.

/11/

En la fiesta hab�a muchas chicas. Mart�n, ex alumno de nataci�n de Luster, sol�a estar rodeado de muchas amigas. Luster charlaba sobre todo con Malena, a quien ya conoc�a de reuniones anteriores. Era flaca, casta�a, simp�tica. Estudiaba sociolog�a. El alcohol la pon�a algo locuaz. El espumante no era bueno, pero nadie, salvo el novio de Mart�n, dejaba de tomarlo. Bastante despu�s de medianoche, por las calles empezaron a circular los taxis cargados de chicos rumbo a los boliches. Un buen viernes, francamente. Todos, salvo el novio de Mart�n, estuvieron de acuerdo en ir a bailar.

En el auto se rieron mucho, sobre todo cuando pasaron frente al afiche de las camisas. Iban muy r�pido. Luster, por momentos abstra�do, contemplaba las luces de Libertador, difuminadas por la velocidad. Estaba un poco borracho. Se sent�a vagamente agradecido. Malena iba al lado suyo. Estaba con �l. Esa noche (lo sab�a bien) terminar�a para ambos en el departamento de ella. Casi no era necesario decir nada.

/12/

Los tres amigos de Luster compart�an un departamento en Palermo. Ese s�bado no hab�a mucho para hacer. Escucharon algunos discos. Tomaron coca�na. Discutieron un rato. Fueron a un bar. Pidieron unos tragos. Tomaron m�s coca�na. Volvieron al departamento. Jugaron al truco. Tomaron m�s coca�na. Charlaron much�simo. Nadie dej� de decir que era muy buena esa coca�na. Tomaron un poco m�s, hasta terminar los papeles.

Cuando se hizo de d�a, Luster y uno de los due�os de casa salieron al balc�n. Estuvieron largo rato all�, al sol, ya en silencio. Luego bajaron a una farmacia a comprar Lexotanil. Durmieron casi todo el domingo.

Antes de volver a su casa, Luster pas� por un locutorio. Habl� varios minutos con una ex novia suya que a�n viv�a en Arkansas. Reci�n entonces lo llam� a Rody.

/13/

?�Cu�nto m�s? ?le pregunt� Luster con decisi�n.

Rody tom� una servilleta y sac� su lapicera.

A�n sonaban en la mente de Luster las palabras recientes de su jefe. Se nos dieron todas, hermano. Los diarios, la televisi�n? Est�s en todos lados. No me pod�s decir que no justo ahora. �Qui�n te va a joder en el aeropuerto? Sos una estrella, negro. Hasta esta moza te reconoci�. Se nos dieron todas? Luster hab�a dejado jugar a Rody el papel de gran seductor. Aunque �l, en realidad, ya hab�a aceptado el trabajo por su cuenta. Varios d�as atr�s, incluso. Hab�a aceptado la oferta de Rody antes aun de que �ste la formulara. S�lo buscaba, mediante ese juego, obtener un porcentaje mayor.

Recibi�, impasible, la servilleta garabateada. Ley� el n�mero con detenimiento. Luego dobl� y guard� la servilleta en su bolsillo.

?�Y? ?dijo Rody.

Luster le dio el �ltimo sorbo a su capuchino. Sonri�, finalmente, a manera de respuesta.

/14/

Dotado de una lucidez notable (a veces, tambi�n, problem�tica), Luster hab�a advertido desde un principio que su decisi�n respond�a a una l�gica particular, completamente insospechada por Rody. La repentina ubicuidad de su rostro moreno y sonriente podr�a evitarle s�lo algunos problemas. No todos, a decir verdad. All� resid�a, para �l, la clave del asunto. Aunque Rody se negara a admitirlo, el riesgo de la operaci�n no disminu�a tan sustancialmente. Eso era lo que Luster (acaso comprensiblemente) buscaba en �ltima instancia. Hacer las cosas bien hab�a terminado por hastiarlo. Necesita otra clase de actividades. Otro nivel de emociones.

Y a la luz de esa misma l�gica, no desechaba la carrera de modelo por miedo a que se tratara de un �xito de cinco minutos, sino, contrariamente, por creerse capaz de permanecer y triunfar en ella. Ya hab�a vislumbrado, por otra parte, los placeres de ese singular camino. No era una alucinaci�n de la droga, se repet�a. No. Hab�a entrevisto, vertiginosamente, en un solo fin de semana, las horas de ese futuro posible. Y lo tr�gico de esa visi�n era que (acaso por la fuerza misma de su claridad) hab�a terminado por vaciar a dicho tiempo por venir de toda su densidad. El futuro era pasado. Vivirlo hubiera sido morir.

Luster no pod�a hablar de este asunto con nadie, pero le hubiera gustado que un oyente imparcial le confirmara que estaba bien, que no era descabellado, que era inevitable buscar la alternativa que �l hab�a buscado.

/15/

?Tengo una data para ti, Fabi ?le dijo la Mary.

Fabi�n Vel�squez, sobrio desde hac�a alg�n tiempo, rechaz� la oferta.

?Va solo ?insisti� la Mary?. Es todo tuyo, mi �ngel. Le limpias enseguida.

?�Que estoy fuera, digo! �No entiendes eso? Me qued� en este lugar de mierda, pero igual estoy fuera, Mary?

Ella, de pronto m�s seria, le habl� sin vueltas:

?Es que oportunidades as� se dan una s�la vez en la vida, hombre. �No puedes ser tan imb�cil! �yeme una cosa: te volver� a llamar pronto y aceptar�s y reconocer�s que te portaste como un imb�cil? �OK, Fabi?

Se despidieron con pocas palabras. La Mary cerr� los ojos. Hablar con Fabi�n, despu�s de tanto caballo comprado y vendido, le produc�a un escalofr�o casi insoportable. Pens�, como otras veces, que deb�a permanecer en Buenos Aires si quer�a seguir conservarse cuerda.

/16/

Pocos d�as despu�s, Luster y Rody pasaron a buscar las valijas por un local de Scalabrini Ortiz. Las hab�a acondicionado un talabartero que fabricaba los zapatos n�mero cuarenta y cuatro de la Mary. Ten�a fama de ser un talento de excepci�n con los trabajos en cuero.

?Una obra de arte ?sentenci� Rody al ver las valijas.

Luster no sab�a si su jefe hab�a hecho su elogio por convencimiento sincero o por mero af�n de infundirle confianza.

?Est� bien, creo ?dijo �l a su turno?. Entonces aqu� caben quince quilos, �no?

El talabartero hizo un gesto de afirmaci�n. S�lo habl� al momento de reclamar el pago:

?Agradecer�a un extra por el apuro del trabajo ?dijo con una voz llamativamente delicada. Y, mirando a Luster, agreg� con sarcasmo?: Quiz� sea verdad eso de que la fama dura cinco minutos.

/17/

De pronto pas� a ser muy dif�cil localizar a Rody. Por boca de terceros, Luster supo que su jefe hab�a viajado al Norte. Quiz�s estuvo en La Paz, o quiz�s solamente en Jujuy. De vuelta en Buenos Aires, casi ni contestaba el celular. Estaba arreglando el contacto en Madrid, seg�n le dijo en una brev�sima charla.

Mientras tanto, la ansiedad de Luster en nada disminuir�a con las intens�simas rutinas de gimnasio a las que lleg� a entregarse. A cada rato hablaba por tel�fono con la Mary, sobre todo de noche, siempre muy tarde, cuando ambos hab�an regresado ya a sus casas.
Luster sonaba cada vez m�s como un hombre cansado.

?Con la plata que gane ?dijo una vez? puedo irme al sur.

Ella lo escuchaba mientras se sacaba el maquillaje. Hab�a terminado por pensar que Luster, a fin de cuentas, era un depresivo. �sa era su conclusi�n. Que rara vez se deprimiera era otra historia. No importaba. Era un depresivo.

?This is it ?sigui� diciendo �l?. Me voy a ir al sur.

?�A Miami? Inv�tame, desgraciado.

�l, sin llegar a re�rse, pas� a hablar en un tono m�s liviano:

?San Mart�n debe ser un buen lugar. O? no s�? tal vez El Bols�n.

?Tienes raz? co�o?

? �Qu� pasa?
?
?Se me est� terminando el demaquillador. Y con lo caro que est�.

/18/

?Hola Luster. Soy yo, Rody. Supongo que andar�s por el gimnasio. Bueno, te voy a ver esta noche en el show, supongo. As� que mejor charlamos ah�. Esteee, igual quer�a decirte ahora que? que me disculpes. Estuve un toque ausente, man, pero era necesario. Ya est� todo. Ya est� todo arreglado. Hasta lo del hotel. Me vas a esperar en un hotel de La Castellana �sab�s? Bueno, despu�s te cuento bien. No s�. No te olvides lo de tus pilchas. Es clave, man, como te dije. Si eso est� bien, est� todo bien. Seguro. Bueno, un abrazo. Chauuu.

/19/

La noche anterior al viaje Luster estuvo a punto de caer en un ataque de nervios. Le resultaba abrumador considerar la tarea que le esperaba. Decidi� tomarse dos Alplax. Era imprescindible calmarse, pensar en trivialidades, alejarse un poco de s� mismo.

Las valijas estaban en un rinc�n del cuarto. Ya cargadas. Ya cerradas. Luster, inexplicablemente, no pod�a dejar de mirarlas. Era como si ejercieran sobre �l una atracci�n misteriosa y torturadora. Al final decidi� cubrirlas con una s�bana.

En un video viejo ten�a grabado un cap�tulo de Los Simpsons. Lo mir� hasta la mitad: odiaba los cap�tulos en que Lisa era protagonista. Sali� al balc�n, a respirar un poco. Se le ocurri� llamar a Malena, al celular, pero nadie contest�. Luego volvi� a encender el televisor. En ESPN transmit�an el campeonato mundial de aerobics; en Cr�nica pasaron media hora de im�genes de un accidente en la Autopista Lugones; termin� mirando un thriller clase b por ISAT. En cierto momento sinti� que tal vez podr�a dormir un poco.

As� pas� la noche.

El d�a amaneci� nublado.

/20/

Lo atender�a una mujer vieja.

?Pasajes, por favor? le dijo el hombre tras el mostrador.

Tomar�a un caf� luego de despachar las valijas.

Su est�mago temblaba. Ni siquiera pod�a tomar agua.

Habr�a perros polic�as por todos lados.

No hab�a, hasta el momento, ninguno a la vista.

Se ver�a elegante y sobrio con su traje Mancini de setecientos pesos.

�Por qu� esa tela lo hac�a transpirar tanto?

No pensar�a en la c�rcel.

La c�rcel, pens�, devastar�a por completo a alguien como �l.

No mirar�a a ning�n polic�a.

�Por qu� se demoraba su vista en toda persona que llevara alg�n tipo de uniforme?

No pensar�a en la c�rcel.

La c�rcel, pens�, sin duda lo har�a psicotizar.

No pensar�a?

La c�rcel?

/21/

No era la primera vez que el tel�fono la despertaba a las nueve y media de la ma�ana. Quiz�s fuera un neura que buscaba coca�na. Quiz�s, alg�n cliente de gira.

?Diga ?gru�� la Mary.

?Soy yo.

?Ay, qu� sorpresa, chaval.

Era Fabi�n.

?Estoy dentro ?dijo �l?. Quiero el dato, Mary.

Ella le pidi� que esperara un minuto. Se fue a servir un caf� y volvi� al tel�fono:

?OK, aqu� estoy. Esc�chame, �ngel: ya est� en camino, as� que tienes que moverte r�pido. Lo conoces, tienes que haberlo visto en los afiches de la calle...

/22/

?Gracias ?murmur� Rody.

Daiana, una de sus mujeres, acababa de llevarle un t� con miel al sof� donde estaba recostado. A �l le dol�a mucho la garganta: hab�a fumado casi dos paquetes s�lo hacia media tarde.

?�Y cu�ndo es que pens�s volver? ?pregunt� ella, acurrucada de nuevo a su lado.

Se mostraba cari�osa y ofendida al mismo tiempo: Rody no la hab�a llamado por varios d�as.

?No s� ?contest� �l?. Todav�a no s� muy bien.

?Seguro te vas a enamorar de una madrile�a?

?Nunca ?dijo �l roncamente. Ella ri�?. �Qu�? Tengo la voz muy partida, �no?

?Para ma�ana vas a estar bien. Ahora tom� el t�. Vamos ?dijo ella, y le dio un beso en la frente. Luego, tras una pausa, agreg�?: �Y qu� me vas a traer de all�?

/23/

Fabi�n Vel�squez viv�a a poca distancia de la residencia de jugadores juveniles del Barcelona. Para viajar a Madrid utiliz� la misma camioneta que manejaba todos los d�as, perteneciente a la peque�a empresa de encomiendas de su suegro. Parti� a mitad de la noche, aprovisionado de un termo con caf� para combatir el sue�o. La ruta no estaba muy cargada. Desde bien temprano sintoniz� una emisora deportiva, en la cual los conductores analizaban minuciosamente los resultados de la �ltima fecha de la liga y debat�an sobre el esc�ndalo judicial por la nacionalizaci�n de jugadores sudamericanos. Fabi�n no ten�a una opini�n formada sobre ese tema, pero escuch� el debate con una curiosidad at�pica en �l. Nunca sol�a prestarle mucha atenci�n a nada.

S�lo al llegar a las inmediaciones del aeropuerto vio las banderas de la gran movilizaci�n. Apag� la radio, tante� su arma, tom� su celular. Marc� un n�mero recientemente programado. Julio, uno de sus amigos madrile�os elegidos para la operaci�n, contest� al instante.

/24/

El ruido de los cinturones de seguridad al desabrocharse surgi� unos segundos antes de que el avi�n se detuviera por completo. Una de las azafatas dio por los altoparlantes, en castellano y en ingl�s, las instrucciones y las formalidades usuales.
?�Viene alguien a buscarlo? ?susurr� la vieja.

Hab�a estado sentado junto a �l. Era amable, pero demasiado conversadora. Le hab�a llegado a pedir un aut�grafo para su nieta.

?No, no ?dijo Luster. Y se puso los anteojos oscuros.

El avi�n finalmente se detuvo. Los pasajeros se pusieron de pie. Incluso en el pasillo, ocupado por la lenta fila, la vieja sigui� hablando. Se hab�a hecho varios amigos en el avi�n: las azafatas, sus vecinos de asiento, los pasajeros sentados delante del toilette. Era como si renaciera y se revitalizara con todo contacto humano, por trivial y fugaz que �ste fuera. Luster ya casi no le prestaba atenci�n. Estaba extra�amente obsesionado por la idea de transpirar demasiado. No pod�a dejar de pensar que as� terminar�a delat�ndose. En un momento la vieja volvi� a dirigirse a �l.

?Parece que hay una manifestaci�n en el aeropuerto ?le dijo alarmada. Alguien de la tripulaci�n le hab�a pasado la informaci�n?. Son unos revoltosos, me dijeron?

/25/

Eran muchos. Hab�an llegado desde muy temprano. Se desplazaban en buses, trenes, motos. Ven�an de todos lados. Flotaban y se mezclaban en el aire lenguas variadas. Sobraban por doquier las palabras: en las bocas humeantes, los gorros, las pancartas, las banderas: c�nticos, consignas, chistes, lemas. La mayor�a de ellos marchaba pac�ficamente por las v�as aleda�as al aeropuerto. Y algunos cientos hab�an logrado ingresar al edificio central, en donde recorr�an una y otra vez los pasillos, ignorando las miradas curiosas de los pasajeros que acarreaban bolsos y valijas. Los polic�as aeron�uticos se sent�an desbordados. El nerviosismo era creciente. Ya ven�an en camino m�s refuerzos.

Invisibles un d�a antes, los globalif�bicos europeos se hab�an congregado esa ma�ana en el aeropuerto de Barajas para repudiar al primero de los presidentes de la OTAN que pisar�a suelo espa�ol ese mediod�a. Seg�n especulaban, el repudio al primero de los visitantes demorar�a y complicar�a el arribo del resto. Tal vez alguno de ellos incluso cancelara su asistencia a la Cumbre.

De pie frente a la cinta mec�nica que distribu�a las valijas, Luster intentaba convencerse de que esa situaci�n inesperada lo favorec�a. Hab�a imaginado cientos de escenarios posibles, pero no ciertamente �se. Era verdad que habr�a m�s polic�as de lo acostumbrado, pero sin duda estar�an m�s abocados al control de los manifestantes que de los pasajeros.

?Adi�s, joven. Que Dios lo bendiga ?le dijo la vieja al pasar, cargando sola una peque�a Samsonite roja.

Los sucesos inesperados jugaban a su favor, se repet�a Luster, mientras circulaban por la cinta m�s bolsos y valijas, y poco a poco se iban yendo quienes hab�an volado con �l.

/26/

S�, los a�os eran lo que m�s le pesaba. Cargar tantas maletas terminar�a por romperle la espalda. La misma espalda maltratada durante su juventud en los campos de mango del Orinoco. Ya estaba viejo. Ya estaba cansado. Qu� vaina. Esas dos maletas de cuero le resultaban pesadas como los mil diablos. Poco entend�a ya del mundo loco. Pero de una cosa estaba seguro: esa condenada tierra que pisaba no era Madrid, como dec�an las etiquetas. Pesaban mucho esas maletas. Pesaban much�simo. �Qu� tendr�an adentro? Qu� vaina. �En qu� se parecer�an �l y el pobre gringo que seguro cacareaba en la otra punta del globo reclamando por sus maletas? Era grande el mundo. Era grande el mundo loco. Pero vida se ten�a una sola. Y verdad que era harto injusta. �Cinco hijas! Sobraban en su casa mujeres para cocinar y barrer y casarse con muertos de hambre de los morros. Y en cambio ning�n var�n para ayudarlo jam�s, en la finca primero, o luego en el taller, o luego en la alba�iler�a. Siempre s�lo para juntar bol�vares. Y s�lo tambi�n en ese momento para cargar maletas. No hab�a ning�n otro cargador a la vista. Y justo en ese momento, reci�n aparecidas esas hermos�simas maletas repletas?

/27/

Las valijas habr�an sido demoradas, pensaba Luster, pero nada parec�a impedirle abandonar sin m�s aquel lugar. Continu� avanzando despacio entre la muchedumbre. Nadie reparaba en �l. Ni los polic�as, ni los pasajeros, ni los manifestantes. Por primera vez en su vida consider� a Rody un tipo verdaderamente ingenuo: �c�mo creer que su fama, casi inexistente, hubiera podido evitarle alg�n problema en circunstancias normales?

Lentamente, pero sin esfuerzo, Luster sigui� abri�ndose paso rumbo a la salida. �Qu� ser�a de Rody en adelante? Dif�cil saberlo. No le correspond�a a �l, de todos modos, intentar adivinarlo. Su parte del trato estaba cumplida. Mal o bien, as� era. Ahora se encontraba en Madrid. Y era preciso comenzar tal vez otro cap�tulo en su vida.

This is it, se dijo en silencio.

Y dos pasos despu�s sinti� la punta del ca�o contra su espalda.

/28/

El bus trepaba por los morros caraque�os como una hormiga solitaria. Durante ese regreso a casa, cavil� hasta el hartazgo acerca del suceso principal del d�a. No hab�a concretado su impulso. Jam�s habr�a podido hacerlo, se dijo. Era honrado.

�O cobarde? S�, cobarde. Cobarde siempre. Siempre el buen camino: por miedo.

?Lucita, estas maletas se extraviaron? le hab�a dicho finalmente a su supervisora?. Hay que reenviarlas a Barajas, Madrid.

El bus lo dejaba cerca de casa. S�lo deb�a subir una loma corta; una vez arriba, la suya era la pen�ltima de las casas aleda�as al despoblado. All� sol�an jugar al baseball los ni�os del lugar.

Esa tarde no hab�a nadie.

Cobarde.

/29/

El Hotel Bern�, acaso el m�s discreto de La Castellana, atra�a con sus bajas tarifas de habitaciones y cafeter�a a muchos estudiantes en traves�a urbana por Europa. Esa ma�ana, tres j�venes rubios charlaban sentados en los sillones del lobby cuando Rody entr� y se acerc� a hablar con la recepcionista.

?La reserva estaba hecha, s�, pero nadie se registr� con ese nombre.

?Tiene que haber un error ?dijo Rody?. �l ten�a que estar ac�.

La recepcionista hizo un gesto de desconcierto. Volvi� a consultar el registro.

?Pues yo s�lo puedo informarle que nadie se registr� con ese nombre.

Rody sinti� una puntada en la cabeza. La recepcionista, bastante joven, conservaba su sonrisa profesional. Se oyeron de pronto unas risas cercanas: los chicos rubios miraban y comentaban juntos un �lbum de fotos.

?Tiene que haber un error ?repiti� Rody, con los ojos entornados. Ignoraba ya a la recepcionista y hablaba para s�?. Estoy seguro ?dec�a?. Tiene que haber un error. Estoy seguro.

/30/

?Oye, Fabi, mejor le cubrimos la cara, �no?

Fabi�n, atareado, no contest�. Desde su silla, Julio insisti�:

?Ya nos vio, vale, pero mejor le cubrimos la cara, �no?

En silencio, Fabi�n sigui� limpiando la rec�mara de su Nertak 22 mm.

?Oye, Fabi? Fabi? ��Fabi!!

?�Cu�l es tu puto problema? ?grit� Fabi�n?. Dime de una vez �cu�l es tu puto problema?

?No me grites, mierda. Que no se tiene a un secuestrado as� nom�s, con la cara descubierta, pues?como un amigo al que invitas a cenar?

Fabi�n no dijo nada. Volvi� a su arma.

?Puedes estar limpio ?sigui� Juli�n?, pero eso no te habilita a comportarte como un gilipollas.

Atado a una silla, Luster manten�a los ojos cerrados. Le hab�an permitido tomar un tranquilizante. Ya hab�a hablado, hasta entonces sin amenazas ni apremios. Ya hab�a dicho lo suyo. El problema era que ellos no le cre�an.

Al rato se oyeron pasos en la escalera. Se abri� la puerta. Dar�o, el tercer hombre de la operaci�n, apareci� cargando unas bolsas de supermercado. Era la cena. Hab�a varias botellas.

?Tal vez esto vaya para largo, �no? ?dijo como justificaci�n.


Fabi�n hizo una mueca que se acercaba a la negaci�n, o acaso a un deseo de negaci�n. Ninguno de los tres era s�dico. Ninguno disfrutar�a la tarea. De todos modos, no pod�an posponer el interrogatorio final, es decir el verdadero interrogatorio, por mucho m�s tiempo.

/31/

Con s�lo verlo entrar, el mozo supo que algo terrible le hab�a ocurrido a ese hombre. Hubiera sido casi un abuso pedirle que apagara el cigarrillo, aun cuando se encontrara en el sector no fumadores.

�Qui�n era, se pregunt� Rody, aqu�l que actuaba por �l, que entraba a ese bar, que ped�a un caf� doble y un cenicero? �Por qu� experimentaba ser, en esos momentos, un simple espectador de sus propias acciones? Quiz�s todo se deb�a a una certeza: efectuados los llamados telef�nicos, ya no le quedaba nada m�s por hacer. La operadora de la Aerol�neas Argentinas le hab�a informado que el vuelo en cuesti�n hab�a arribado a Madrid el d�a anterior, seg�n lo estipulado; en casa de Luster estaba encendido el contestador autom�tico; el Registro Central de Hospitales no ten�a ninguna informaci�n que pudiera interesarle.

Eso era todo. Nada m�s por hacer.

La taza, sin az�car, permaneci� casi llena. El cigarrillo se consumi� apoyado en el cenicero. Rody sali� del bar. Se larg� a caminar sin rumbo por Madrid.

�Qu� ser�a?, se pregunt� el mozo desde la barra.

/32/

?�Lo hicieron?

?No. No lo hicimos? �Te refieres a eso, digo? ?el tono de Fabi�n era neutro?. �Para qu�? Est� vivo. Los pulsos vuelan, no te imaginas. Andar� por la calle en estos momentos?

La Mary iba a comenzar a hablar, pero tuvo un ataque de tos. Hab�a, adem�s, mucho ruido en la comunicaci�n. Fabi�n hablaba desde una central de tel�fonos.

?�Y qu� har�s ahora? ?dijo la Mary, y volvi� a toser.

?Regreso a Barcelona, qu� otra cosa. Oye, �est�s enferma?

?Cosas de estaci�n. El cambio de temperatura, supongo. No te preocupes, Fabi M�ndales saludos a la Lili y a la Agrado si las ves por all�. Diles que las quiero mucho.

?OK. Pero t�, Mary, tienes que estar atenta de ahora en adelante. Incre�ble la bajada de los pulsos?Tienes que estar atenta. Estos t�os van a sospechar que t� los entregaste.

?No hay historia. No son criminales. Cu�date t�, Fabi. Y diles a las chicas que las quiero mucho.

/33/

Ni Luster ni Rody habr�an dicho que el reencuentro entre ambos fue absolutamente casual. �En qu� otro lugar que la Plaza Mayor se podr�an haber cruzado dos sujetos despojados y perdidos en Madrid? Hab�a un magnetismo insoslayable en ese espacio de canteros secos y adoquines manchados, ocupado en su apertura por malabaristas, dealers, linyeras, turistas, bobos, tunecinos y gitanos.

Luster y Rody hab�an llegado a destiempo, pero ambos se vieron en el mismo instante. Y a cada uno le pareci� ver un fantasma. Arriba de ellos, el cielo gris de la madrugada o del atardecer.

?El payaso es el personaje m�s interesante ?dijo Luster.

Y la frase les vali� la entrada en uno de los c�rculos de gente.

Les convidaron marihuana. Tambi�n empez� a circular una botella por la ronda. A cambio, ellos ofrecieron las historias que cada uno tra�a. Entre los dos construyeron un relato en la cual hab�a coincidencias, hilos perdidos, discrepancias, misterios. La botella, mientras tanto, segu�a pasando de mano en mano. El l�quido (denso, viscoso, �spero) logr� arrancarles a Luster y Rody algunas sonrisas. A partir de entonces el elenco de amigos espont�neos se permiti� bromear sobre lo escuchado. Uno de ellos, alguna vez estudiante de antropolog�a, lanz� la idea inesperada:

?�Y no reclamaron en la oficina de equipaje extraviado?

Rody festej� la broma, pero no volvi� a hablar en adelante. Permaneci� casi ausente el resto del encuentro. Luster, como en un comienzo, intuy� que algo en �l hab�a cambiado.

/34/

El departamento donde recibieron a la Mary estaba casi vac�o. El tipo ten�a puesta una camisa oscura. Su rostro brillaba, como reci�n afeitado. La mujer, sentada a su lado, madura, robusta, pelirroja, no dir�a nunca una palabra.

?No suelo tratar cosas a esta hora ?murmur� �l?. S�lo por vos hago una excepci�n.
La Mary no supo si deb�a agradecer esa deferencia. �A qu� otra hora pod�a andar una travesti como ella por la calle?

?�Sab�s algo nuevo de Rody? ?pregunt� �l.

?M�s bien que no, hombre ?dijo ella, sorprendida.

?Qu� incre�ble lo de ese muchacho? Tiene suerte, parece. �Encontrar las valijas en el lugar de equipaje perdido! Eso es ser un tipo con suerte �no?

La Mary se encogi� de hombros. La mujer pelirroja encendi� un cigarrillo. Se lo pas� al tipo. Luego encendi� otro para ella. Todos sus movimientos eran lentos, parsimoniosos.

?Conmigo no vas a tener problemas? sigui� diciendo �l?. Es simple, Mary. S�lo pido que trabajes prolijamente. El resto? No me importa lo que se diga, lo que hiciste con Rody: yo soy yo y apenas me conozcas ni se te va a cruzar por la cabeza hacer algo as� conmigo, �me entend�s?

?Ya te conozco ?dijo la Mary, amistosamente.

El tipo y la mujer se rieron.

?Mejor as� ?concedi� �l. Y lanz� una bocanada de humo?. S�lo quiero laburos prolijos, �me entend�s?

La Mary dijo que s�, que hab�a entendido. Y pens� en ese momento que no ser�a dif�cil llevarse bien con su nuevo patr�n.

�Juan Marcos Leotta

el interpretador acerca del autor

Juan Marcos Leotta

Publicaciones en el interpretador:

N�mero 1: abril 2004 - Lo propio y lo impropio: recorrido de inversiones en La virgen de los Sicarios Acerca de La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo (ensayo)

N�mero 1: abril 2004 - Las voces de Elhoim (narrativa)

N�mero 2: mayo 2004 - Los descensos de S�sifo (narrativa)

N�mero 4: junio 2004 - Manifiesto desde las alcantarillas (narrativa)

N�mero 5: julio 2004 - La conjura de la letra: "Amuleto" de Roberto Bola�o (ensayo)

Direcci�n y dise�o: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: In�s de Mendon�a, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse
Control de calidad: Sebasti�n Hernaiz

Im�genes de ilustraci�n:

Margen inferior: Josh Agle, Years Later, We Turn to Baal.