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Ahora conozco, al fin, los goces de la levedad. Mi pasado, por fortuna ya borrado, result� ser m�s pesado que cualquier roca del Cosmos. De los d�as en que reinaba en Corinto perduran s�lo mi nombre y unos pocos recuerdos inconexos: los guijos del jard�n, mi cetro ensangrentado, el aroma del vino en los banquetes estivales. Obvias razones me llevaron a intentar olvidar qui�n fui. �Ser�a sensato objetar por ilusoria aquella ardua empresa de desmemoria? Estoy en los Infiernos. Tuve derecho, al llegar aqu�, a intentar ser otro hombre.
Creo haberlo logrado. Ya no soy aqu�l a quien los Dioses condenaron a empujar a perpetuidad una inmensa roca hasta la cima de la m�s alta colina subterr�nea. Concluida mi tarea, la roca se despe�aba y rodaba hasta la llanura y era menester volver a subirla y volver a subirla una y otra vez? La m�s terrible condena ?podr�a pensarse? infligida desde siempre por los Dioses inclementes. As� lo pens� yo al principio, cuando las subidas eran para m� fatigantes y penosas. �Deber� hablar de mi dolor? �Deber� hablar de mis heridas? �Deber� hablar de mis gritos viscerales? Quiz�s sea mejor que hable de lo que nunca he hablado antes, de lo que nunca otros han escrito antes acerca de m�.
Lento, gradual, silencioso: as� fue el tr�nsito hacia mi venturoso presente. El r�o sin rumor estaba cerca del caminante sediento. En alg�n momento (no sabr�a decir cu�ndo) result� para m� evidente que, una vez ca�da la roca, era due�o yo de mis descensos. Mejor dicho, del descanso de mis descensos. Es �ste un breve tiempo de libertad en que puedo respirar. Puedo respirar o suspirar o resoplar. Puedo contemplar las tormentas de fuego o la calma viol�cea del horizonte. Puedo desde�ar la mesura. Puedo erigir palacios de sofismas en el aire. Puedo so�ar una venganza que ya no deseo. Puedo regocijarme de mi destino. Puedo expandir mi poder.
No debe perderme la impaciencia. Todo me fue negado. Todo ser� m�o. Incluso el destino de los hombres y de los Dioses. Yerra quien subestime la mente de un prisionero eterno. Mi tiempo y mi paciencia, que son infinitos, vuelven tambi�n infinitos los dominios de mis pensamientos. Que delirantes adeptos a mi Culto se empe�en en subir grandes rocas por los montes de Esparta es acaso el m�s irrisorio de mis prodigios.
�Dudas de m�? Escucha entonces mi voz, que atraviesa oc�anos milenarios, horas congeladas, ciudades cenicientas. Escucha mi voz, que llega a seres de un mundo y un tiempo lejanos, y los trastorna, y los fuerza a escribir fragmentos de la historia de mi vida. Escucha mi voz. Soy yo. Estoy ac�. Te estoy hablando ahora.