el interpretador narrativa
 

484 cm3

 

Yamila Bêgné

 

 

La escalera había sido siempre dura, desde la primera vez que dio con su cabeza sobre el tercer escalón, una tarde de ángulos filosos que le hizo perder el exacto monto de sangre que luego iba a buscar, que tres años después iba a buscar y no iba a tener.

En el momento en que su frente se encontró con el borde acerado de mármol, la búsqueda infructuosa de tres años más adelante se definió por completo. Los sucesivos tres veces trescientos sesenta y cinco días se aceleraron y ocurrieron todos juntos justo en el instante justo del choque frontal, como si algo los hubiera convocado a acontecer en la tarde del 4 de febrero de 1998.

Algo, quizá una especie de alucinación ensangrentada de aquel que, en ese momento, se encontraba dejando su marca sobre una superficie llana e imperturbable de mármol. Alucinación que no pudo ser controlada; control que no pudo ser ejercido por unas pestañas que no podían defender a las pupilas del alto contenido de sal que la sangre tenía; pupilas que, entonces, ardían.

La alucinación teatralizada en el cerebro que se estaba cortando consistía en la leve sospecha de que no habría nada luego de ese choque. Más que de una alucinación o de una fantasía, tal vez se tratara de un miedo con imágenes adosadas, imágenes que lo hacían más vívido, más aún que el dolor del troquelado diagonal que, desde esa tarde, pasaba a definir la frente.

Un miedo con luces de neón, un miedo con ganas de hacerse público a través de colores y formas y dibujos oscuros. Un miedo a toda la cantidad de minutos y de días y de horas que el golpe estaba acarreando; un miedo consciente con ganas de no haber existido nunca o, por lo menos, de dejarse para más adelante, de retrasarse, de posponerse, pero no de estar siendo en ese momento, no de estar existiendo como la fuerza más fuerte que detonaba sobre la frente que se abría.

Cuando un monto de sangre perdida es exacto, no se recupera nunca; las transfusiones no llenan; no se puede llenar el vacío de esa cápsula de aire que recorrerá, por siempre, las venas, como una burbuja en un vaso dado vuelta, como una exhalación de aire en una pileta tapiada.

La cantidad de la tarde del 4 de febrero de 1998 había sido demasiado exacta como para intentar reponerla. En el hospital se limitaron a sanar la herida; procedimiento que no consistía en otra cosa que en agua oxigenada, aguja e hilo quirúrgico. No se ocuparon de sonrosar la tez pálida, ni de devolver aunque más no fuera una gota de color carne a esa cara y a ese pecho. Dijeron que eso sería imposible; que el monto perdido había sido exacto; que no podrían calcularlo nunca para reponerlo. La precisión de los rasgos cuantitativos de esta sangre perdida era lo que la definía; y lo que definía el tratamiento médico; y lo que iba a definir al paciente tres años más tarde cuando, intentando rastrear la causa de una angustia, se encontrara con un vacío existencial que parecía eterno, aunque había sido adquirido en el tercer escalón de una escalera de mármol.


 

 

Yamila Bêgné

Nació el 21 de febrero de 1983 en Buenos Aires. Es estudiante de la carrera de Letras en la UBA. Ha publicado, además de 484 cm3, un cuento titulado La ocho con cuchillo en la revista La máquina excavadora:

http://www.lamaquinaexcavadora.com/la%20ocho%20con%20cuchillo.htm