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"Revancha". �sa fue la palabra elegida por Carlos Gamerro en la presentaci�n (Malba, por supuesto) para resumir el significado personal de una publicaci�n que arrastraba una espera de catorce a�os. Y esa palabra evidencia con cruda simpleza un estado particular del mercado editorial argentino en la actualidad. Antolog�as o consagraciones generacionales aparte, es innegable que el cuento como g�nero de autor ?principiante, y no tanto? rara vez encuentra v�as f�ciles de publicaci�n en estas latitudes. El caso habla por s� s�lo. Fue necesario que Gamerro publicara cuatro novelas notables (una de ellas, Las Islas, casi de culto) antes de poder sacar a la luz ?con gusto a revancha, c�mo no? su obra cuent�stica de los primeros a�os.
Escritos entre 1987 y 1990, los relatos de El libro de los afectos raros (Norma, 2005) confirman otra vez el amplio repertorio de recursos y registros de este (ese) joven narrador. Sobre "Marina en sol y azul cobalto", punto alto del libro, dice Gamerro en el Ep�logo tenerle "especial afecto, porque en �l escuch� por primera vez mi voz". Alumbramiento o bautismo del escritor: momento propicio, en cualquier caso, para la nostalgia de aqu�l que, ya reconocido, se sabe reconocible a ciega lectura. Y m�s all� del lugar com�n de la frase, o acaso por su desarticulaci�n, esa referencia no deja de suscitarnos una pregunta inmensa a quienes hemos seguido con voracidad sus novelas: la pregunta por una identidad est�tica, por una estabilidad acaso clave para una obra que ?ajena a las impugnaciones del experimentalismo becado? se ha constituido en el tiempo sin negarse el estatuto que brinda esa categor�a.
Sin acercarnos aqu� a una respuesta, ni nada parecido a ella, queda claro que Gamerro est� alejado ?felizmente? del mandato lamborghiniano de "publicar antes de escribir". Detalle nada desde�able, sin duda. Sobre todo cuando la perspectiva de los nuevos soportes no valida a�n la insipidez diaria escamoteada bajo el disfraz de atisbos de la literatura-performance del futuro. Para escribir bien, qu� cosa, se necesitaba tiempo y silencio. Y de ning�n modo va de suyo que algo del orden de la densidad mal entendida llegue a opacar un proyecto autoral de esa �ndole. M�s bien todo lo contrario. Porque la voz de Gamerro, reconocible y ya justamente reconocida, no deja de relevar en la contundencia de sus apariciones una forma especial de inestabilidad. No aquella que ata�e a los obvios cambios tem�ticos de su narrativa ?lo p�blico y lo privado, la pol�tica y los afectos?, sino m�s bien �sa que articula los inagotables matices que se esconden tras una sintaxis no sometida a expresionismos, saturaciones o renacidos procedimientos de ruptura. En definitiva: nada menos que una oculta y sutil vocaci�n de versatilidad que atraviesa las m�ltiples continuidades de textos que se se�alan m�s all� de los g�neros, los cr�ditos y los nombres capitales.
Curioso, en principio, el t�tulo del libro. Hay algo que no deja de llamar la atenci�n en esa condensaci�n de la esfera tem�tica que une los relatos. �Qu� afecto, despu�s de todo, no es raro? Esto lo son, al menos. Y precisamente porque lejos de caer en la l�gica narrativa de la racionalidad o del delirio, m�s bien se hallan transidos de otra l�gica particular, m�s trabajosa y menos inofensiva, que a larga no hace sino potenciarlos. He ah� lo raro de los afectos: su l�gica propia. Una l�gica extrema, de puntos de no-retorno para el protagonista de "Ella era fr�gil", desinflado campe�n fisicoculturista, demolido por el abandono de su ex novia masoquista. Una l�gica sujeta a las reformulaciones indefinidas en "Marina en sol y azul cobalto", de la mano adulta de un experto en esa materia que se enamora de su alumnita particular de matem�tica. Una l�gica de las apariencias y las refracciones en "Norma y Esther", pareja de comadres de peluquer�a en la que se mezclan r�plicas de amores y traiciones.
Y en ese universo donde la l�gica convencional pierde su poder hay lugar para las perspectivas marcadas por la dislocaci�n. Tanto en "Tarde perfecta con una loca" como en "Fulgores nocturnos", esa misma dislocaci�n opera como fuente del relato. En el primer caso, la distancia del exilio resulta ser la estrategia del narrador para reducir el encuentro con su ex mujer, ya psic�tica, a una pintoresca an�cdota del Buenos Aires dejado atr�s. "Serios problemas mentales: all� todav�a sucede", dice el narrador acerca del asunto. Pero las palabras traicionan en todo lugar y el relato se vuelve, en definitiva, una conjura relativa a su propia cordura, claro que en ese punto ya poco �til. En "Fulgores nocturnos", por otro lado, las cosas se hallan planteadas de manera inversa. La b�squeda de esa sana normalidad no est� dada por la apelaci�n a una distancia, sino m�s bien por un destello que tiene como condici�n de viabilidad en la realidad una dudosa supresi�n del tiempo y del espacio. El narrador, duro hasta los huesos, se empe�a en creer que ha sido posible salir de un boliche porte�o, manejar hasta Gessell, conocer al amor de su vida ?tal vez, los amores de su vida?, y volver hasta Buenos Aires en una misma noche. En esos malabarismos, para su desgracia, se cifra por momentos toda su esperanza de convaleciente.
Al anclarse todos los cuentos en la interioridad de los afectos, la Historia y la Pol�tica, antes n�cleos generadores de ambientes y tramas en las novelas de Gamerro, apenas tienen un lugar marginal en esta ocasi�n. Sin embargo, los fantasmas del afuera ?en gesto previsible? demuestran al filtrarse todo su potencial, e inevitablemente se adue�an con violencia del espacio privado. La pareja joven de "El cuarto levantamiento" dirime su v�nculo afectivo en torno a qu� nuevo colectivo tomar dadas las complicaciones ocasionadas por los carapintadas en la zona de Campo de Mayo. Nada m�s que un dilema conyugal hasta que en la cena el estallido de c�lera se ti�e de una nota extra�a, propia del aire exterior: "los Canberra se lanzaron luego en picada ciega sobre la mesa de la cocina, ametrallando platos y cubiertos, haciendo volar la ensalada de at�n y papas y aceitunas por los aires, convirtiendo la manzanita en pur�, barriendo la habitaci�n una metralleta de sacarina, azuqu�tar y rodajas de salame". En la inercia del cauce verbal, la secuencia adquiere, curiosamente, el mayor valor estil�stico del relato.
Una particularidad llamativa, sin duda. Sobre todo si se atiende, entre otros ejemplos, a la mostraci�n de la faz trasnochada de Mc Donald�s en ese relato de soledad que es "Las hamburguesas del mal". �Cu�ndo no la consideraci�n de que las bolsas revueltas por familias enteras a las puertas del local apagado constituyen la contra cara exacta del meticuloso orden diurno mantenido en base al incentivo del Empleado del Mes? No obstante, all� donde las cosas resultan conceptualmente previsibles, a fuerza de amplitud sint�ctica las frases adquieren una mayor fuerza, una expresividad justa. Baste atender las citas aqu� no consignadas para darse cuenta que s�lo un ejercicio de la cr�tica apegada a los moldes primarios podr�a leer all� una apuesta a la desautomatizaci�n en vez de un bacheo a puro oficio de narrador. En riesgosa analog�a, all� donde la cr�tica literaria se volver�a oscura, por fortuna Gamerro se vuelve virtuoso en el sentido m�s gratificante del t�rmino.
Por lo dem�s, as� como en sus novelas tienen una importancia decisiva los puntos de giro y las curvas dram�ticas de los personajes, ahora en sus cuentos los usos de la visibilidad y del detalle sobresalen al nivel de consolidarse en cierto axioma de la cr�tica de su obra: no puede pensarse su narrativa sin una pertinente vinculaci�n con el cine. Mejor dicho, con el gui�n cinematogr�fico, g�nero en el cual Gamerro ?con estudios de la materia en la UCLA a cuestas? tambi�n se inscribe como autor. Se trata por cierto de una proximidad tan evidente como compleja, justificativo posible para que siga siendo apenas aludida en los abordajes de sus libros. Y en ese sentido, m�s all� de celebrarla en sus aciertos, esta oportunidad no ser� en modo alguno una digna excepci�n.
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