el interpretador narrativa

 

Travestismo Trash -13-:

"El toallón"

por Naty Menstrual

 

 

 

 

Esa noche habíamos organizado con una amiga cada detalle, andaba con plata encima y como los billetes me quemaban en las manos el itinerario iba a ser nutrido.

 

Primero a cenar a un tenedor libre llamado QUORUM que estaba en las espaldas del congreso, un lugar donde podías hartarte de comer de todo y los cocineros y mozos se deshacían en amabilidades. El primer plato en que pensaba eran unas ricas pastas rellenas, cuando fui a buscarlas donde las cocinaban a la vista del público me atendió un morrudo macho de barrio de hermosa sonrisa.

 

-Qué pasta preferís?- me preguntó amablemente.

-Quiero raviolones de verdura- contesté haciéndome la gata.

-Bien- y empezó a zarandear la sartén, el colador y los raviolones.

 

Mi mente voladora estaba imaginando la sabrosa posibilidad de que algún día me zarandeara la cacerola a mí, cuando me miró y me dijo:

 

-Te gusta el  fideo a punto?

 

Y yo obviamente continué con el erótico ping pong.

 

-La verdad que sí… pero el plato no me lo llenes mucho a ver si cuando me voy a la mesa termino tirando el fideo.

 

Sonrió sensualmente y un hilo de baba pareció caer en el plato, pero no, fue una ilusión óptica. Me pidió el teléfono entre zarandeo y zarandeo y volví a la mesa. Cuando el chongo-chef lo decidiera me llamaría y le haría probar mi plato principal: colita jugosa... pero no de cuadril.

 

Comimos-bebimos-comimos-bebimos-comimos-bebimos y nos retiramos satisfechas a un teatro que quedaba justo a la vuelta, a ver una obra de Muscari donde vimos: mucha teta, mucha torta, mucha concha, mucha mariconada y nos divertimos bastante.

 

El final de la noche estaba lejos por lo menos para mí, ya que mi amiga se sintió a punto de vómito después de semejante comilona y decidió abandonar el barco y no ir a bailar. Yo era infinitamente más comilona que ella, así que quedé navegando solitaria en el taxi rumbo a Angels, disco que queda en Viamonte y Uriburu, palacio del mariconaje kitch de Buenos Aires.

 

Cuando llegué a la esquina del boliche,  que siempre era un escandalete, saludé a la tía (la dueña del kiosco donde nos reuníamos) y a algunas mariconas conocidas. Me quería clavar unas cervezas y después sumergirme en la discoteca a buscar quién me clavara a mí. Ése sería el postre indicado para cerrar una noche intensa.

 

En un momento sentí una mirada taladrándome la nuca… me di vuelta y vi un tipo de unos 35 años, muy prolijo él, de pantalón de vestir, camisa blanca, zapatos lustrados y cara de perverso de incógnito, que me llamó haciéndome una seña. Había gastado plata pero todavía me quedaba bastante en la cartera, para más alcohol y algunos papeles de merca, quería entrar a bailar ya, tomarme unos nariguetazos y quedar frenética, pero el destino quería otra cosa y como antes que nada yo era una trabajadora a conciencia no pude resistirme a esa treta.

 

El cara de nada me ofreció setenta pesos por irme un turno a un telo con él y encima tenía en sus bolsillos varios papeles de rica cocó, como le decían mis amigas. Canté bingo aunque algo embolada por que me cortaba la fiesta y me dije ilusionada que seguramente acababa rápido y lo liquidaba antes de que la disco muriera. Mis cálculos fueron errados.

 

Llegamos al telo que estaba a unas dos cuadras y nos metimos rapidito a la habitación que nos dieron.

 

Él era callado, casi mudo hasta ese momento, o mejor dicho pensé eso, hasta que me di cuenta de su dureza (ya había estado narigueteando sólo antes de encontrarme en la esquina aquella). Drogón perdido, sacó todos los papeles que tenía encima, que eran cerca de diez, y los puso sobre su mesa de luz. Me miró y me pidió que me desvistiera. Él empezó a sacarse la ropa y a armar unas líneas para entonarse, caballerosamente peinó dos, se tomó una y me ofreció la otra. Yo lo miré y le dije:

 

-Vamos  ver… que te gusta a vos? Porque yo, si tomo merca, no funciono, no me dejo tocar un pelo. Decíme que es lo que querés y vemos.

-Quiero que me cojas como una putita -me dijo.

 

Yo muda quedé, y volví a mirarle esa pinta de machito oficinista. Bien, las cartas estaban echadas sobre la mesa.

 

En cuanto me distraje había manoteado mis sandalias de taco y se las estaba poniendo, yo calzo 39 por suerte, pero él tenía pie de basquetbolista, mínimo un 43. De todos modos nada le venció su aguerrida mariconada y empezó a intentar caminar de un lado al otro del cuarto cojeando como si fuera un rengo pidiendo monedas en el tren. Yo lo volví a mirar y me pareció patético, pero en un segundo pensé que por qué no podía divertirme con la situación. Me saqué la tanga.

 

-No querés ponértela putito?- le dije sobradora e irónica.

 

No necesité decir nada más, me la arrancó de la mano y se la clavó lo más profundo que pudo. Entre la tanga, los tacos y los huevos que se le escapaban para afuera era una mezcla de Beatriz Salomón con  Karadagián. Le dije que caminaba muy mal y que así nunca iba a poder ser una putita. Y el emocionado me dijo:

 

-Enseñáme…

 

Y ahí empezaron las clases de modelaje como si yo fuera Fernanda Cartier en su mejor época: Uno dos… uno dos… uno dos... Movimiento de cadera… uno dos… uno dos… uno dos…

 

A todo esto, entre giro y giro nos tomábamos sendos pases de merca. Desfilábamos como locas por la habitación ida y vuelta, ida y vuelta, ida y vuelta. Me tiré a la cama para tomarme otro nariguetazo tranquila y la nueva top model se me escurrió en el baño. Esos baños horribles que odio, que el lavatorio no tiene puerta y la bañadera es de vidrio semitransparente. Vi que agarraba una toalla y abría la canilla del lavatorio. Me llamó y me pidió que agarrara el toallón y lo sumergiera en agua y, una vez empapado, que lo retorciera. Yo, sin entender, le hice caso no sé por qué, y él se tiró en la cama a tomar más merca. Me llamó desde el revoltijo de sábanas cual maja desnuda.

 

-Traélo.

 

Yo hice lo que me decía imaginándome que quería ser flagelado a los toallazos. Pero no. Era más excéntrico todavía… mucho más excéntrico.

 

-Tenés algo en la cartera largo… un desodorante… algo?

 

Yo en la cartera tenía de todo a veces. Maquillajes, tangas de repuesto, forros, champú, crema enjuague etc., etc., pero nada largo. Me manoteó la cartera, agarró el rimmel de pestañas y puso cara de contento.

 

-Esto!

 

Yo menos entendía. Agarró el toallón, lo desplegó sobre la cama, empezó a enrollarlo todo a lo largo, y cuando se formó un largo chorizo agarró el delineador y lo puso en el medio para usarlo de guía, plegó una punta hacia el medio y después la otra, me pidió dos forros, armó el chorizo firmemente, le puso un forro de un lado y otro del otro, y después un forro más de cada lado. Cuando vi su obra terminada me di cuenta, era un consolador casero que seguramente quería que se lo metiera en el culo. Agarró un papel nuevo, armó dos líneas más sobre la mesa de luz y me invitó primero. Yo vi el consolador de toalla sobre la cama, lo miré, y me tomé las dos líneas de golpe, una por cada agujero. Tenía que hacer algo para soportar eso.

 

-Sos viciosita ¿eh? morocha- me dijo sonriendo y se puso en cuatro con el culo abierto.

-Metémelo todo!- dijo como si fuera la Coca Sarli en su mejor película.  

 

Tuve que hacerle caso y hacer esa performance para dejarlo contento. Se lo comió todo loco de contento. Gozaba, gemía y se retorcía de placer. Le pegué unas nalgadas y acabó como una perra en celo.  Se sacó el chorizo de toalla del culo, se armó una línea, me dio un papel que le quedaba, cien pesos, y se empezó a vestir en silencio.

 

-Vamos?- me dijo mirándose la nariz empolvada en el  espejo.

 

Asentí con la cabeza, me vestí, me pinté rápidamente y agarré mis cosas. Salimos sin decir una palabra, en esos momentos los machos en general eran presas del silencio del remordimiento, pasan de hacerle caso a la voz del culo a escuchar la de la conciencia.

 

El aire fresquito hizo que se me fuera un poco el endurecimiento. La gente salía de la disco que ya estaba cerrando sus puertas. Me había perdido la noche y antes de que los rayos de luz me empezaran a quemar la cabeza, al primer taxi le hice señas, subí y por el espejo me miró un morocho pendejo con una hermosa cara de macho:

 

-A dónde vamos morocha?

Vamos? Pensé yo… y sí… vamos… pero antes por si las moscas aclaré algo rápido que no sé si comprendió.

-Mmm … a casa… a san Telmo… pero… mirá que si te tenés que duchar yo toallones no tengo…

-Todo bien nena… estoy limpito… listo para cogerte como nunca te cogieron.

 

Respiré hondo, estiré la mano para adelante, le acaricié su hermoso bulto que ya se estaba endureciendo y me desparramé ilusionada en el asiento.

 

Dios aprieta pero no ahorca, me dije en silencio… y esa noche era tan cierto.

     

    Naty Menstrual

    Junio 2006

     

     
     
    el interpretador acerca del autor
     

     

                   

    Naty Menstrual

    Es locutora y actriz. Condujo numerosos programas de radio. La encontrás en

     

    Publicaciones en el interpretador:

    Travestismo Trash

    Número 18: septiembre 2005 - Mauro

    Número 19: octubre 2005 - Mamá era mala

    Número 20: noviembre 2005 - Que tren que tren

    Número 21: diciembre 2005 - 26 y 1/2

    Número 22: enero 2006 - Negro Beso Negro

    Número 23: febrero 2006 - La Mr. Ed

    Número 24: marzo 2006 - Pobre infeliz

    Número 25: abril 2006 - Huesitos de pollo

    Número 26: mayo 2006 - Culpable

    Número 27: junio 2006 - La empastillada

    Número 28: septiembre 2006 - Loca madre mata al puto

    Número 29: diciembre 2007 - Una rata muerta

       
       
       
       
       
     
     
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    Imágenes de ilustración:

    Margen inferior: Fernand Khnopff, I Lock my Door Upon Myself (detalle).