Guardaba el pis de Mauro. No pensaba tirarlo. Era lo único que me mantenía unida a él y por nada del mundo iba a permitir que algo nos separara del todo. Mauro ya no estaba, pero había una parte de él que me servía para recordarlo. Una sola gota de su pis detrás de mis orejas le alcanzaban a mi desesperación y a mi profunda soledad para sentir que estaba encima mío acariciándome y besándome, como en los mejores días donde el amor me hizo creer que era eterna.
Hacía dos años que vivía en un hotelucho en San Telmo, en la esquina de México y Perú. Era una pocilga habitada por cucarachas e indocumentados. Al ritmo de la cumbia paseaba por el cosmopolita recinto latinoamericano con mis altos tacos. El edificio estaba pintado de color rosa pálido. Cuando lo vi por primera vez supe que ese color era el color ideal para sentirme como en casa. Era como la casa de barbie que había querido tener desde chica, por lo menos por el color de afuera, por dentro… bue… sin comentarios.
Era feliz, o al menos pasaba la vida cómoda prostituyéndome sin plantearme demasiado, los planteos nos hacen víctimas de una existencia infeliz y yo no quería eso para mí. Hacía el peso para los gastos diarios y bastante más. Unos tacos nuevos por acá… un papelito por allá… mucha noche… mucha joda… muchos hombres… el billete que venía a un alto costo por un lado tomaba carrera por otro a una velocidad incalculable.
No era fea. No era gorda. No era vieja. Tenía sólo 24 años. Me había puesto un buen par de tetas que me habían costado 100 polvos completos de cincuenta pesos, ustedes hagan el cálculo. Pero valían la pena. Mis queridos alfajores suchard les decía yo a mis hermosos pezones, sí… y les había puesto nombre a mis tetas, merecían una identidad por lo que me habían costado. Tetu y titi. Mis dos tetas eran mi vida. Como Tom y Jerry, como Mirtha y Susana, como Laurel y Hardy… Los tipos se colgaban fascinados de esos dos montículos de silicona coronados por dos grandes pezones hormonados. Los tipos terminaban siendo todos putos… ¿Te la puedo tocar? Es la primera vez… y cuando la tenían en la boca terminaban siendo la Cicciolina en su escena mejor lograda.
Hubo uno solo… uno solo entre tantos. Ese era Mauro. Tan macho… Ya sé… sé que desde el momento de estar con una travesti un hombre no es MACHO, pero me refiero a una actitud, no a una elección sexual. Hay muchos heterosexuales que son más maricas que un puto. Mauro era… Mauro era Mauro, único e irrepetible. Su cuerpo. Sus piernas. Su culo. Su pija. Su manera de moverse. Su voz. Sus labios.
Cuando lo vi por primera vez en esa disco yo estaba envuelta en los brazos de la madrugada y me advirtieron que era un chulo. Un taxi boy de lujo que la única profesión que tenía era la de aspirar cocaína y billeteras. Quise probar… después de todo qué es lo que no había probado… alcohol para inspirarme… merca para levantar… una noche perfecta cerraría con eso… un buen ejemplar de macho argentino. Las críticas pasaron de largo por mis oídos. Envidia. Pura envidia maricona. Me había mirado y esos ojos merecían una respuesta enseguida.
Fueron dos años después de esa primera mirada. 730 días junto a él. 17530 horas. Inigualables. Que me hicieron sentir la vida con una intensidad que antes nunca había podido disfrutar. Tan grande como la soledad y la angustia que se apoderaron de mí cuando no volvió jamas a mi lado.
Se quedaba muchos días revolcado junto a mí en el hotel. Yo salía a trabajar y me esperaba. Siempre con un regalo que por supuesto pagaba yo. Pero qué importaba, en un mundo donde todo se compra, yo no iba a ser menos. Una botella de buen vino. Un papelito de cocaína. Unos petardos de porro. Un kg. de helado… era muy vicioso… pero muy macho. Jamás me la toco y para mí eso era como un regalo sagrado. Sólo se dejaba pasar la lengua por el culo cuando estaba muy borracho y me volvía loca, se le ponía la pija tan dura que después me cabalgaba por horas.
Algo tuvo que haber pasado, algo tuve que hacer mal sin darme cuenta, o simplemente se fue porque el sabor de la aventura se había terminado, quizás para él tenía fecha de vencimiento en mis tetas y no me había percatado.
Vivir en un segundo piso con el baño compartido abajo hizo que mi tesoro quedara para toda la vida embotellado. Con tal de no bajar al baño, Mauro un día me pidió permiso para mear en las botellas de cerveza vacías. Teníamos muchas. Teníamos a veces más de las que el reducido espacio permitía. Si se le había ocurrido mear en las botellas por qué no iba a dejarlo, después de todo verlo mear me ponía loca, excitada, frenética, terminaba de mear y sacudiéndola venía hacia mí a ponérmela en la boca, y no me daba asco, era el sabor de Mauro, sino se acercaba con su mirada lasciva y me meaba para después revolcarnos como locos entre las sábanas húmedas.
Así nos enredábamos entre mi amor y el olor de su orina. Cuando juntaba varias botellas, yo las vaciaba en el baño y las volvía a subir, y él, prolijo y jugando a tener la mejor puntería, las llenaba en sólo pocos días. Lo ame como a nada en la vida. Y el también, lo sé, aunque nunca me lo dijo.
Cuando se fue, sentí que me moría. Hacía frío y entredormida busque el calor de su piel para abrigarme. Esa mañana cumplíamos dos años. El no tenía idea pero yo los contaba día a día, hora a hora, segundo a segundo. Cuando sentí que su calor no llegaba, me desperté sobresaltada. No estaba. No estaba. Quizás… quizás había ido al baño… no… nunca iba al baño. Me levanté y en la mesa de luz vi mi cartera revuelta, me faltaban quinientos pesos y la tarjeta del banco. Me desesperé. Llore como una loca. Me sentí sola en el mundo y grité aullando como una loba despojada de su cría.
Nunca volvió. Nadie sabía nada. Por eso, desde ese día guardaba el pis de Mauro como el único trofeo que me había quedado.
La vida pasó como pasa siempre hagas lo que hagas, pero siempre en un rincón esperaba que volviera a mi cuarto.
Cuando conocí a Aldo estaba desprevenida. Y me vino bien para intentar olvidarlo. Aldo era distinto. No era chulo. Era un chico bien de 19 años que se había enamorado de mí como un pobre santo. Un cliente casi adolescente que había despertado al sexo de mi mano. Al poco tiempo de conocernos se había venido a vivir conmigo ignorando la ira desenfrenada de su familia, cosa que me tenía sin cuidado. Si mi familia hacía tiempo que no existía, no entendía por qué esperaban que yo hiciera algo. Quizás me lo merecía a ese amor incondicional después de tanto dolor y lo aproveché aun sin amarlo.
Hasta que un día… un día cuando entre a la habitación después de pegarme una ducha fría lo vi con la botella en la mano. Nooo… eso no… pensé yo … eso es lo único que me queda… eso es mío y de Mauro…pero no pude hacer nada a pesar de mi sentimiento de desesperación para impedir que se tomara un trago.
Tragó como pudo e hizo cara de asco. Intentó escupir cuando sintió un sabor raro pero ya lo había tragado. Me miró de una forma extraña y se limpió los labios. Lo miré… me observo profundamente… Esos ojos…esos ojos que me miraban ahora no eran los de él… tenían un brillo extraño… me tiró en la cama con pasión y me besó en la boca y sentí el gusto de Mauro en mis labios. Me hizo el amor como nunca lo había hecho y lo sentí como antes no había podido lograrlo…y ahí entendí… lo supe en ese instante… aunque se rieran de mí, no me había equivocado… ese era el día del regreso tan deseado.
Aldo me agarró suavemente del pelo y me miró a los ojos… me dijo te amo… lo volví a besar y me di cuenta … por el sabor de sus labios me di cuenta…que Aldo se había ido… y que había vuelto Mauro.
Agosto 2005
Naty Menstrual