La MR ED era única. Fea como ella sola. Tucumana de pura cepa morocha casi negra de antepasados aborígenes. Nada le había impedido a pesar de esa enorme fealdad hacerse primero marica y después travesti. Ella bromeaba irónicamente y decía siempre:
-Total… a los que me cojo los pongo de espaldas. Una vez que me la ven parada se olvidan de mi cara.
Era dotada. Y a decir verdad la gran mayoría de los consumidores de carne de chancho como le dicen los reaccionarios, les encantaba tener algo bien servido adentro del culo. Esos mismos fascistas que se llenaban la boca en charlas de café censurando todo, eran los que mas pedían que le llenen el culo a la hora de acostarse con una trava. Ella nunca decía que no. Había vivido en la miseria desde chica hasta principios de su adolescencia. Había caminado las calles de Tucumán con sus primeros tacos, hasta que un día se cruzó con su padre y decidió escaparse a buenos aires, en busca de unas mariconas amigas que le curaron los cientos de moretones que le dejo su básico progenitor que la única psicología que entendía era la de las patadas y los rebencazos. Seria por eso de que a golpes se hacen los machos. Pero a ella le encantaba ser marica. Por eso se rajó. Nunca mas volvió su provincia ni siquiera a ver a su amada madre.
Las maricas malas que vivían con ella en Buenos Aires la habían apodado la Mr. Ed en honor a aquel famoso caballo de la tele que hablaba. Una, por su cara. Su mentón enorme y cuadrado, su nariz exageradamente larga y aguileña que parecía un escultura tridimensional y sus ojos demasiado negros y demasiado juntos. Además de su cara de caballo hablaba hasta por los codos… por eso… Mr. Ed era el nombre elegido para la tucumana por sus nobles amigas, que la salvaban de enemigos porque alcanzaba con sólo tenerlas a ellas.
Pero eran todas divertidas. Además, ese departamento de dos ambientes parecía, más que un departamento, un nido de serpientes. El mismo espacio donde vivían las cuatro amontonadas, se transformaba en cualquier horario que sonara el portero en un improvisado privado. Las tres amigas que estaban con ella se encargaban de los que buscaban culo y tetas. Pero cuando alguno (que no eran pocos) andaba en busca de pija… aparecía la Mr. Ed que también hacía honor con su entrepierna a su hollywoodense apodo de caballo. La Mr. Ed nunca se cuidaba. No era para ella. Decía que los forros le apretaban y le molestaban y que si se ponía uno se le bajaba la pija. Intentaron convencerla más de una vez pero siempre fue imposible. Los tipos como locos y embriagados de inconsciencia la buscaban porque sabían que era una de las pocas que les daba su leche fresca.
Nunca se había cuidado porque cobraba más caro cuando cogía sin forro y más si acababa dentro del acto. Pero por acabar, sin darse cuenta, de a poco… había acabado con ella.
Un día, al terminar de ducharse estaba frente al espejo tratando de desenredar sus cabellos negros y duros como crines y observó una pequeña mancha… una mancha… parecida a aquellas otras… a aquellas que se iban con cuatro inyecciones de penicilina que te paralizaban la pierna… de las caras, más cuando hay que comprarlas sin obra social. Qué importaba, si tenía sífilis sería la tercera vez, y la tercera era la vencida. No iba a dejar de coger, porque de esa manera quién iba a comprárselas… es más, pensaría en cuántos tipos tendría que pasarse para pagarlas una por semana contante y sonante. Si le dolía la pierna le dolía, esas manchas las odiaba y pensaba luchar contra ellas a brazo partido. Y si esta vez le dolían más iba a coger aunque quede paralítica, una buena amiga marica le empujaría la silla de ruedas en caso de necesitarla, la Mr. Ed era la más dotada.
Era igual a la mancha que días anteriores se había descubierto en el tobillo muy cerca de su tatuaje tumbero que decía mamá. Ya eran dos… en pocos días iban a ser cien… ella lo sabía. Se maquilló con una tonelada de maquillaje cremoso katalia número 6 y quedó hecha una mascarita irreal mezcla entre mimo, payaso y geisha. Se tomó un colectivo y se fue al Muñiz. Esperó en los pasillos rondados por la muerte hasta que el médico la llamó, un mediquito joven y con una pátina de insensibilidad en el rostro debido al acostumbramiento. Tantas cosas vería allí. Tantas cosas. Lo de la Mr. Ed iba a ser moco de pavo sin duda alguna.
El médico preguntó.
La Mr. Ed respondió.
Mostró.
—Quiero que me recete la penicilina por que ya lo tuve dos veces a esto y con la primera que te ponen se te re va…
El médico observaba con atención las pequeñas manchas. Observaba. Agarraba el tobillo. Agarraba la cara.
La Mr. Ed se puso nerviosa.
—¿Qué hace? ¿Me da la receta o me tengo que ir a otro hospital?...
Este lugar es una mierda, quiero irme ya…
El médico la miró y le habló inexpresivo pero suavemente.
—Necesitaría que se haga una biopsia para ver realmente de qué se trata. No creo que esta vez sea sífilis…
Que no era sífilis?... Qué era entonces?... Quién era el?... Una eminencia?... Un genio?... Favaloro?... ¿Quién era ese pendejo atrevido que osaba discutir su diagnóstico sabido de memoria?
Se calmó y escuchó. Esperó. Podía ser más grave de lo que pensaba. Un nombre raro le retumbó en la cabeza. Le partió el corazón.
¡¡¡Kaposi-kaposi-kaposi-kaposi-kaposi-kaposi-kaposi-kaposi-kapoooooooooooooooo!!!
Se hizo los análisis.
Esperó ansiosa.
Cogiendo con más bronca.
Buscó los resultados y vio al médico otra vez con su cara de nada, como si fuera sólo un detalle manejar los destinos y los sentimientos de la gente. Cuando confirmó lo que temía confirmar agarró los estudios, se despidió, dejó hablando solo al médico y salió corriendo. El aire de Buenos Aires estaba fresco. Decían que no era normal en primavera. Que era influencia del tsunami… del katrina… del kaposi… de la CONCHA DE SU MADRE. Qué importaba.
Fueron semanas duras de llanto a solas y silencio. No pensaba decirle a nadie nadie. Las maricas son amigas pero si se enteran agarran el primer megáfono que encuentran para salir a la avenida nueve de julio a vociferarlo como regodeándose:
—Esta está embichada y yo noooooooo…
Ella no iba a darle de comer a nadie. Si las manchas seguían usaría más maquillaje todavía, más y más… si usara Revlon sería distinto, sería otro presupuesto. Se compraría la fábrica de Katalia o de Angel Face si fuera necesario.
Una tarde estaba sola en el privado cuando llegó la Shirley, otra tucumana que andaba de visita por Buenos Aires y no quería saber nada con quedarse en la gran capital, estaba casada con un tucumano que tenía la pija como un machete y le abría su salvaje erotismo cada vez que ella quería. Eso era amor. Lo demás pavada. Decía siempre la Shirley:
—Vistes cómo somos los putos… culo lleno… corazón contento…
Esa tarde entre mate y mate la Shirley le contó la historia de la Angie, otra tucumana que se había contagiado el bicho y estaba curada.
—¿Curada?...
Preguntó la Mr. Ed
—Si nena te juro … una china la curó.
—¿Una china?…
—Si nena denserio… como cura el gauchito gil…
—Ah si…
—Si te lo juro por dio… y por el gauchito…
—¿Cómo fué?
Preguntaba la Mr. Ed disimulada para que la otra no adivinara su ansiedad.
Y la Shirley sin escatimar detalles le contó con pelos y señales:
—Mirá… la china te pone unas semillas energéticas en las oreja y te curas… en las do… te curas… vo sola… bah ella dice… la energía viste… de uno mismo…
—Y … ¿dónde está?
—Está en Belgrano… en el barrio chino… es así como la de QUIL VIL…
—JIJIJIJ… que fasion…
—La china QUIL VIL…
—JIJIJI
—Que cura como el gauchito gil…
—Como el gauchito GIL VIL…
Rieron las dos y siguieron tomando mate amargo.
La Mr. Ed preguntó:
—Y… vos tenés… ¿dónde está?... mismamente digo…
La Shirley la miró extrañada
-Nena…no me asustes vos… no me digas que…
La Mr. Ed se hizo la re boluda.
—Pero no cheee!!… es por el hígado viste con lo que chupo no da más quien te dice que si cura semejante cosa esto…
—Y si… que sé yo… probá…
Y sacó un papel de la cartera con toda la explicación.
La Mr. Ed se sintió salvada por la campana y leyó atentamente.
-MAESTRA LUNG YANG-
-AROMATERAPIA
ESENCIAS MILENARIAS RELAJANTES
-AURICULOTERAPIA
SEMILLAS MILENARIAS
SIN AGUJAS-SIN DOLOR
-MASAJE DESCONTRACTURANTE
ESPALDA-RIÑONES-COLUGNA
-MAQUILLAJE DEFINITIVO
PESTAÑAS-CEJAS-LABIO
-DEMAS:
DIABETES-VARICES-DEPENDENCIAS-OBESIDAD
DEJE DE FUMAR
Era realmente mágica esa maestra. La Mr. Ed se despidió de la Shirley y no veía la hora de salir corriendo para Belgrano. Llegó al barrio chino y sólo con preguntarle a un chino viejo parado en la primera esquina que vió obtuvo la dirección exacta sin palabras, era el viejo que volanteaba para la maestra Lung Yang.
Cuando entró al sucucho todo pintado de rojo lleno de farolas doradas y flecos se asustó, sintió que en cualquier momento le salían por los cuatro costados la familia entera de Kung Fú, hasta los primos lejanos, y ya se veía cortada en fetas. Con lo flaca que estaba no llegaba ni a 200 grs. Pero no. Ante su sorpresa, apareció la maestra vestida con un kimono color turquesa de seda y le hizo una reverencia amable la que la Mr. Ed devolvió imitando el movimiento. Charlaron, nunca supo cómo, la llevó a un pequeño cuarto y todo fue rápido y expeditivo, le puso quince pequeñas semillas de no sé qué carajo en cada oreja se las tapó con un papel casi invisible, pagó $30 y salió con una sonrisa de oreja a oreja. Se había curado de alma por lo menos para empezar. Recorrió las barrancas de Belgrano antes de volver a su casa y volvió a respirar el aire a todo pulmón como si fuera Alejandro Lerner, uno de sus ídolos musicales.
El tiempo pasó como pasa siempre. La Mr. Ed se sentía cada vez peor, había ido a ver a la maestra varias veces a renovarse las semillas. Ella prometía mejorías sin ni siquiera saber para qué había ido a verla. Nadie sabía nada todavía, y al médico no había vuelto a ir. Esas semillas iban a salvarla. Era cuestión de tiempo. Si a la Angie la habían salvado por qué a ella no. La Mr. Ed siempre había tenido una salud de caballo.
Sus amigas la veían rara y un poco ida pero nunca dijo nada, seguía trabajando como si nada y a las preguntas sobre las semillas en las orejas aludió a su problema en el hígado por el exceso de alcohol. Nadie preguntó nada más.
Llegó semana santa y todas planeaban el fin de semana largo en Tucumán menos ella, no tenía a nadie que quisiera volver a ver, se quedaría en Buenos Aires sola y tranquila con todo el departamento para ella para reflexionar.
Cuando se fueron cerró la puerta y respiró profundo. Estaba deprimida. A pesar de las esperanzas que había puesto en esas semillas de mierda nada estaba pasando pero no quería aceptar esa terrible derrota. Era su última ficha y no pensaba dejar el juego sin ganar, o al menos haberlo intentado. Se iba a hacer un baño de inmersión. Iba a salir a algún lado para despejarse. Se desnudó, se miró el cuerpo en el espejo de la habitación y las manchas que habían empezado a hacerse costumbre la deprimieron más. Prendió la canilla y esperó que se llenara la bañadera, cuando estuvo llena se metió. Se acordó de la única advertencia que le había echo la maestra china
—Nunca mojes las semillas… en vuélvete las orejas con una toalla o algo así… pero nunca… nunca… haber que mojar…
Le dio igual. En ese momento se dio cuenta de su enorme estupidez. De su cinismo. De su negación. De su conducta suicida. A partir de mañana todo iba a cambiar. Todo. Forro siempre. Médico. Remedios. Algo tenía que hacer por dios antes que fuera demasiado tarde.
Hundió la cabeza en el agua e hizo burbujas como cuando en el río en Tucumán se divertía con sus hermanos y primos, en épocas donde todo parece felicidad.
Sintió algo raro en la oreja. Se tocó. Un pequeño brotecito salía de de bajo de ese papel casi invisible que tapaba la semilla. Se rió. Se acordó de esos estúpidos germinadores que le hacían hacer en el colegio. Le daba igual como si le naciera un ombú en la oreja. Se volvió a sumergir contenta.
El lunes a la mañana llegaron las demás habitantes del departamento y se encontraron al portero del edificio indignado y con cara de descompuesto esperándolas en la puerta de entrada, que arremetió sobre ellas vociferando y demasiado violento.
—Ustedes van a pagar todo… van a pagar putos de mierda… a quién se le ocurre dejar la bañadera llenándose sin cerrar la puta canilla para que no se les seque esa planta de mierda no entiendo… el departamento solo sin nadie… llenándose de agua adentro… agua saliendo para afuera, para abajo, por la escalera.. no entiendo…
Los putos se miraron y entendieron menos. Subieron corriendo. La puerta había sido forzada, en las paredes y en el suelo una enredadera poblaba casi todo cm cuadrado del departamento. Las cosas de la Mr. Ed estaban en su lugar… sus llaves dentro… toda su ropa… su plata… su documento… las ventanas cerradas… todo en silencio… la Mr. Ed no estaba, no había salido en ningún momento. Nadie supo nunca nada, la familia reclamó menos.
Los putos resolvieron los problemas con el consorcio y se mudaron a otro lugar. Al departamento se mudó una pareja recién casada, formal y bien establecida y en el edificio todos más que contentos.
En la bañera…una gota de la ducha que perdía… regaba sin querer… un pequeño brotecito que estaba naciendo.