el interpretador narrativa

 

columna mensual

Travestismo Trash -3-:

"Que tren que tren"

por Naty Menstrual

 

 

 

 

Seguía como podía. Contando los meses y viéndose al espejo día a día más vieja. Y más fea. Cruel trayecto ineludible hasta el final. No había sido infeliz del todo pero tampoco feliz. Y siendo vieja la cosa se ponía peor. Mucho más densa. Lo que uno había elegido en tiempos de juventud inconciente se daba vuelta con el tiempo de una manera asesina. El aceite industrial que le había inyectado la Zully –una trava amiga fan incondicional de la Moreno, que había muerto de H.I.V. hacía tres años, dejándola muy sola en esta vida– estaba haciendo estragos en su cuerpo. Manchas. Pozos. Rugosidades. El miedo al cáncer.

Lipoaspirar no se podía, aunque tuviera la guita era casi imposible. El cuerpo no lo reabsorbía y ese jugo demoníaco corría adentro lentamente pero sin pausa metiéndose atrevido en cada rincón inesperado. Un estudio nuevo después de esperar horas en hospitales de mierda y las malas noticias de cada día.

–No se puede hacer nada, nena…

Las tetas ya eran una masa que se confundía con una cintura –que encima nunca había existido– donde no se podía distinguir bien si lo que se veía en el espejo era un pezón o un ombligo. Las caderas… una a la altura de la pantorrilla… la otra, en un tobillo. La boca… la boca era otra cosa. Raquel Mancini, si la hubiera conocido, se habría reído de su experiencia vivida. Era como… era como si se hubiera intentado comer dos churrascos de cuadril pero no hubiera podido tragarlos, entonces descansaban colgando de los labios, esperando ser digeridos.

La Nelly. Se había puesto de todo. Lo que se podía y lo que no se podía. Lo que convenía y lo que no convenía. La Nelly se había puesto ese nombre por su madre, que murió cuando era chica.

Ya no daba más. Había roto todos los espejos de la casa, donde se había mirado con placer en sus mejores días. Ahora odiaba mirarse. Sabía que no se podía huir de uno mismo, pero la falta del reflejo de esa asquerosa imagen le dejaba alguna chance.

En el invierno mal que mal salía a la calle porque podía taparse, pero en verano, con el calor de Buenos Aires, se encerraba y ni asomaba la nariz hasta que el abrigo cómplice de la noche le evitaba ser observada como una atracción de feria.

Qué decir del amor. Si de joven se le había echo difícil, y ese sentimiento tomaba la forma de algún que otro chulo que engañándose había mantenido, ahora así, quién iba a quererla. Además de pagar, había que pagar cada año mas caro, la inflación llegaba hasta en esos casos y ella lo sufría peor que nadie.

¿Qué quedaba?... Esperar sola con esa soledad que la quemaba, a que una bomba nuclear se le cayera en la cabeza. Pero sabía que por su suerte, de caérsele la bomba arriba, quedaría pelada, pero viva. Si hubiera tenido guita, quizás podría haber estado paseando por Nueva York el día de lo de las torres aquellas.

Esa noche decidió que algo iba a cambiar. Que tomaría al toro por los huevos en vez de por las astas y saldría a la calle. Alguien iba a encontrar, como hacía en esas noches de desesperación donde iba como loca desatada en celo a algún cine porno de Constitución o de Once, a hacerse coger en la oscuridad del palco transformado en orgía improvisada al mejor estilo romano, pero rodeada de otro tipo de mugre.

Se compró una botella de whisky del más barato en un supermercado chino y subió a su casa. Puso el CD de los Puentes de Madison, su película preferida, y soñó que bailaba con Clint Eastwood y se empinó el primer trago. Del pico. La ocasión no merecía ni buscar un vaso. Se fue cambiando lentamente y maquillando de memoria, recorriendo a ciegas cada centímetro de su rostro deformado por la inconciencia y los años. En una mano el delineador de punta mocha dibujándole los labios con un pulso irregular de borracho. En la otra mano la botella que quemaba el esófago a cada nuevo trago. No importó si estaba lista, no se preguntó si estaba bien o linda, hacía tiempo que no se hacía ese tipo de preguntas estúpidas, lo tenía bien claro. Lo que hizo que se hiciera la hora de salir a la calle era la botella que descansaba vacía debajo del colgajo celulitoso de su brazo.

Bajó. No miró a nadie, escondida detrás de sus anteojos pseudo Channel comprados en el Once el último sábado. Empezó a caminar y se dio cuenta que estar en pedo la liberaba. No era que no se sintiera fea, ya no le importaba, quería otro trago. Se dirigió a la estación de trenes y se fue a una barra donde algunos tipos tomaban cerveza riendo y charlando. Pidió un litro. Un litro que se fue volando. Tomo más. Dos, tres, cuatro. Quería esconderse en el líquido y nadar hasta ahogarse encerrada en esa botella marrón y transformarse en alcohol aunque sea para convertirse en el deseo de alguno de esos borrachos que estaban su lado. Pero siguió tomando sola. Los muchachos mirándola extrañados, y haciendo muecas, le decían algo. Quizás entre ellos, estaba su nuevo macho.

No había mucha gente en los andenes, se estaba por ir el último tren y todos lo sabían, sólo llegaban los rezagados, las aves nocturnas o los borrachos. Salía a la 1:45. No le preocupaba, ella no iba a tomarlo. Los tipos miraron la hora, y se empezaron a reír, señalándola. Estaban esperando que se hiciera la hora para salir corriendo después de destruirla. Y empezaron.

– ¡Qué feo que sos, puto de mierda! Menos mal que te cogen de espaldas a vos hijo de puta…

Ella en silencio escuchaba. Tragaba saliva amarga. No decía nada. Debajo de los anteojos una primera lágrima se asomó y le corrió hasta el corazón, despacio. No estaba viva, de eso estaba segura ese día más que ninguno en todos estos años. Los tipos ensañados caminando hacia el andén gritaban y cantaban en rima como si estuvieran rodeados por el fervor de una cancha. Ella con su dolor nadando en el aceite industrial por el borde de sus venas tuvo que hacer algo.

– ¡Corran …! El puto viejo se volvio loco…–gritaron los muchachos.

Nelly se sacó los anteojos, se enjugó las lágrimas y los mocos, rompió la botella en la barra y se sacó los tacos. Los machos, menos valientes que ella, corrieron riendo y puteando.

– ¡Cuidado con el puto feo que nos mata…!

Entre las risas de todos, una voz en el parlante del andén resonó fuerte.

–Anden número uno despachado.

Nelly corrió y corrió, desesperada, tambaleándose. Los tipos entraron al tren, ayudados por otros cómplices igual o más cobardes.

Puso un pie en el borde del vagón e hizo equilibro, intentó agarrarse del borde de una puerta y metió medio cuerpo adentro, revoleando la botella. Las risas se acentuaron y el tren empezó a moverse. Las puertas se cerraron de golpe y apretaron la sien de Nelly fuertemente. Cayó sobre el andén. Los trenes no estaban privatizados. No quedaba nadie. Un croto se acercó, le saco la cartera, la agarró de los hombros y la arrastró hasta una columna cercana, dejándola apoyada y quieta.

En menos de dos horas el tren que venía de Moreno cargado de gente abrió sus puertas como si fuera un camión de ganado y salieron todos disparados. En la columna Nelly descansaba en paz con los ojos cerrados para siempre. Algunos la miraban como un bicho raro; otros, le dejaron monedas por si acaso.

Monedas… monedas… para qué… si los muertos ya no tienen qué comprarse… ni hacen regalos.

 

Naty Menstrual
Septiembre 2005

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 
               

Naty Menstrual

Es locutora y actriz. Condujo numerosos programas de radio. La encontrás en

 

Publicaciones en el interpretador:

Travestismo Trash

Número 18: septiembre 2005 - Mauro

Número 19: octubre 2005 - Mamá era mala

 
   
   
 
 
 
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Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Fernand Khnopff, I Lock my Door Upon Myself (detalle).