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Una novela no es s�lo su an�cdota,
tambi�n es su lenguaje.
Rafael Pinedo, entrevistado por Carlos Moreno en la Fundaci�n ONLINE
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0- La muerte
Tendr�a que haber empezado a escribir este texto hace tiempo. Hace d�as, quiz� meses. Justo cuando enciendo la computadora de casa, dispuesta a sentarme, por fin, a pasar las notas sueltas de un cuaderno y unirlas a las tantas otras notas todav�a mentales, me entero de que muri� Rafael Pinedo, el autor de Plop, una de las tres novelas (junto a El a�o del desierto, de Pedro Mairal y a Las viudas de los jueves, de Claudia Pi�eiro) que le� para escribir este art�culo. Supongo que no quiere decir nada, que una chica como yo no cree en ninguna cuesti�n c�smica, aunque a veces, es cierto, me deje llevar por la magia de las coincidencias.
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Triste, la de hoy. Haber le�do Plop en los �ltimos meses (le�do y rele�do) sabiendo a Pinedo vivo (como Mairal, como Pi�eiro) impregnaba la lectura de un matiz que quiz� ahora sea (o deba ser) distinto. Pero no lo s�. C�mo no caer en la idealizaci�n m�tica de la muerte. C�mo hacer una lectura respetuosa. C�mo no poder o no querer evitar rendirle un homenaje o dedicarle este mismo texto. No lo s�.
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I- Los l�mites del realismo
Cinco a�os del 19 y 20 de diciembre del 2001; cinco a�os del momento que Claudia Pi�eiro elige para terminar Las viudas de los jueves (1); y cinco a�os que necesita Mar�a, la protagonista de El a�o del desierto, para recuperar la lengua (2).
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Entre el final de Las viudas... y el momento en que Mar�a vuelve a hablar, se encuentran la novela de Mairal (narrada por Mar�a retrospectivamente) y, como un camino tangencial, Plop, de Rafael Pinedo.
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All� donde Claudia Pi�eiro elige callar en un gesto definitivo como lo es el t�rmino de una novela, Pedro Mairal comienza a escribir; cuando la familia Guevara cruza la frontera del country, cuando Mar�a se toma por �ltima vez el tren de B�ccar a Capital, es decir, justo cuando los personajes se ven forzados a abandonar su h�bitat cotidiano termina un relato y comienza el otro. Ambos bajo la amenaza de los que vienen, una tercera persona plural impersonal que en Las viudas? son ?los de la villa, supongo?, y en El a�o del desierto son los de la intemperie.
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Antes del v�rtice que es Diciembre de 2001, Claudia Pi�eiro narra lo que ya sabemos. Un relato hiperrealista para lo que podr�a ser la extensi�n de cualquiera de las noticias que le�mos en los diarios durante los �ltimos a�os. Un crimen en un country que sirve para mostrar el per�odo inmediatamente anterior a la devaluaci�n: el desempleo que alcanza hasta a los que parec�an salvados, la dificultad de quienes ten�an alto poder adquisitivo para asumir su condici�n empobrecida y el desenlace como resoluci�n de esa dificultad en lugar de tratarse de un crimen perpetrado por un tercero ajeno a la problem�tica.
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Antes de comenzar la novela leemos la siguiente aclaraci�n: ?Todos los personajes y situaciones narrados en esta novela son fruto de la imaginaci�n, y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.? La imaginaci�n de Pi�eiro, parece, entonces, bastante apegada a la versi�n medi�tica de los sucesos. La aclaraci�n juega literariamente en contra del texto, del mismo modo en que se ve perjudicado por expresiones que, por ser fieles a la realidad pero sin comprometerse con ella (3), evaden referencias concretas que de todos modos el lector completa sin ninguna dificultad. Hay much�simos (demasiados) ejemplos: la referencia a Menem como ?...nuestro presidente, el de La naci�n, que gracias a la reforma constitucional que cambiaba a cuatro a�os su mandato, pod�a ser reelecto? (p�g. 62), o� al a�o 98 como ?el a�o de los suicidios sospechosos. El del que hab�a pagado las coimas del Banco Naci�n, el del capit�n de nav�o que hab�a intermediado en las ventas de armas al Ecuador y el del empresario de correo privado que hab�a retratado al fot�grafo asesinado? (p�g 105). El texto se ve manipulado para que entren este tipo de expresiones, con aclaraciones redundantes (?...nuestro presidente, el de La Naci�n...?) que le quitan econom�a, ritmo y fuerza.
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A partir de este rasgo y de una escritura explicativa por dem�s, con argumentos que oscilan entre el sentido com�n y los lugares comunes (4), podemos decir que Las viudas de los jueves es una novela para lectores de diario. Sin desmerecer a aquellos que d�a a d�a siguen el curso de las noticias nacionales e internacionales, cuando digo lectores de diario intento pensar en un tipo de saber que se configura a partir de esos materiales, un saber que responde a la realidad construida por los medios, que atiende, por ejemplo, al ?riesgo pa�s? durante el gobierno de De la R�a y a los �ndices de crecimiento durante el gobierno de Kirchner. Como el cl�sico ejercicio de un idioma extranjero fill in the blanks (complete el espacio en blanco), el texto se relaciona con un lector que no s�lo puede completar esas referencias que tienen eco en las p�ginas del diario o en las im�genes de un noticiero (un lector que entiende que al mencionar ?el atentado a la mutual jud�a? se refiere al atentado a la AMIA de 1994, y uno se pregunta por qu� entonces la novela no dice AMIA, por qu� no dice Menem, Cavallo o Yabr�n); la novela supone un lector, dec�a, que adem�s se siente orgulloso de eso, que a medida que avanza en la lectura piensa frases del tipo ?esto es tal cual? y por eso se siente atra�do al texto (5). Las viudas de los jueves es un test de lectura y de seguimiento de las noticias permanente.
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Por otra parte, la novela se pretende coral pero no consigue componer distintas voces para contar el relato. Apenas nos damos cuenta porque hay cambios de primera a tercera persona, pero el registro es uniforme y la sintaxis es siempre la misma. Las viudas de los jueves, m�s all� de sus intentos de pluriling�ismo, es una novela monol�gica, presenta una sola l�nea discursiva, y m�s all� de que deja entrever cierto progresismo (el mismo progresismo, pol�ticamente correcto, que reproducen los medios de comunicaci�n) cuando leemos la condena t�mida que ejerce la voz de la narradora Mavi Guevara sobre los juicios y modos de los vecinos del country para tratar a la servidumbre, a los hijos adoptados o a los jud�os, m�s all� de todo eso, Las viudas de los jueves es un texto conservador, sin ning�n riesgo ni b�squeda original. Pero �por qu� debi�ramos pedirle ?riesgo? a una novela? �Por qu� pienso que justo cuando esta novela calla es donde la literatura debiera comenzar a escribirse?
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Ariel Schettini, en su ensayo ?Osvaldo Lamborghini, la Argentina como representaci�n? (6), plantea un trabajo pendiente sobre el modo en que la literatura se constituye como cr�tica de la representaci�n. Pensar los textos como mera representaci�n o como cr�tica de la misma puede servirnos para reflexionar sobre la potencia literaria de unos y de otros, o m�s bien, sobre el rol o la funci�n de la literatura hoy, entre tantas otras representaciones.
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La fina distinci�n que aparece esbozada en el texto de Schettini se encuentra correspondida con las dos l�neas que traza Sebasti�n Hernaiz para leer la literatura post 19 y 20 de Diciembre (7).
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Hernaiz se�ala una primera l�nea de textos (en la que se encuentra Las viudas de los jueves)que ?trabajan en una direcci�n que retorna -m�s o menos productivamente- a la narraci�n con procedimientos del realismo cl�sico, con personajes que se construyen entrecruz�ndose sobre el fondo de los hechos p�blicamente reconocibles. El 19 y 20 de diciembre es, ac�, an�cdota y claro anclaje temporal? como contrapuesta a un segundo grupo de textos que ?omiten el anclaje en las fechas exactas, o que, incluso, se muestran como acontecimientos del futuro, del pasado lejano o de un tiempo inefable, pero que se cargan de significaciones en el modo en que trabajan la escritura y por c�mo se rearticulan en el lenguaje del texto las series pol�ticas y sociales. El di�logo con el 19 y 20 opera desde el interior de estos textos y en la lectura. Dig�moslo guarangamente: los ritos asamblearios de Plop de Rafael Pinedo o la centralidad tangencial del ser motoquero en El a�o del desierto de Pedro Mairal, no son referencias directas al proceso asambleario o a los motoqueros asesinados en la represi�n de Plaza de Mayo, pero dif�cilmente puedan ser le�dos sin ser cargados de significaciones, orientaciones y redireccionamientos en un di�logo potente con el 19 y 20 de diciembre y sus im�genes.?
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Volviendo a la comparaci�n, Las viudas de los jueves funciona del mismo modo que la televisi�n del padre de Mar�a en El a�o del desierto (8). Ambos se apagan en el mismo momento, cuando entre lo que sucede en la calle y lo que narran los medios de comunicaci�n comienza a haber un desfazaje de versiones. ?Pap� no me quer�a creer, dec�a que si no aparec�a en la televisi�n, no era cierto? (p�g. 19). Lo que en la novela de Mairal es la relaci�n que un personaje establece con la TV, en Las viudas de los jueves parece ser el criterio que encausa el veros�mil de la novela. ?Si aparece en los medios, es real.?, parece decirnos la novela de Pi�eiro.
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II- Narraciones de una realidad desmantelada
Tanto Plop como El a�o del desierto son parte de esa segunda l�nea que se�ala Hernaiz, y que a m� m�s me interesan por ser textos que remiten a los hechos del 19 y 20 de Diciembre de 2001 desde un trabajo m�s ligado a la percepci�n de una �poca que a su recreaci�n anecdotaria. Las novelas de Pedro Mairal y de Rafael Pinedo pueden ser le�das y comprendidas por cualquiera en cualquier lugar, no porque evadan nombres propios y fechas precisas, sino porque narran una historia que se sostiene con o sin la referencia contextual, y que en todo caso, con esa referencia, desde la lectura, se ven enriquecidas.
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La percepci�n sensible de Mairal o de Pinedo sobre un momento que de seguro excede lo sucedido en esos dos d�as, se lee en novelas en las que podemos reconocer rasgos de la �poca, sin transformarse en una cr�nica posible pero ficticia. Para muchos de nosotros, el 2001 fue un a�o que desafi� lo veros�mil, que nos hizo pensar que si pasaba lo que pasaba era porque pod�a pasar cualquier cosa, y que incluso nos ve�a envueltos en an�cdotas que nunca antes podr�amos haber imaginado (basta leer las aguafuertes que se encuentran en este n�mero de el interpretador) (9). El a�o del desierto es una novela que parece basada en premisas como ?puede pasar incluso lo que cre�as que no pod�a pasar? y ?todo, siempre, puede ser peor?. El 19 y 20 de Diciembre de 2001 posibilita una novela como esta porque no basta la representaci�n realista para narrar sucesos que en lo real desmantelaron nuestros l�mites de lo veros�mil.
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Al comenzar este trabajo dije que Plop pod�a pensarse como un camino tangencial a El a�o del desierto. No es descabellado imaginar que, en su itinerancia, Mar�a podr�a haberse encontrado con un grupo como el que se narra en Plop.
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Grupo y supervivencia son dos palabras que atraviesan Plop y que de alguna manera tambi�n son fundamentales para la traves�a de Mar�a. Siempre entre otros, Mar�a se agrupa para sobrevivir. Con los nuevos habitantes del departamento de Pe�a y Ag�ero, el consorcio y los vecinos del edificio, a fuerza de demolici�n de paredes y quita de puertas, se crea una comunidad (10) y se estrenan nuevas formas de organizaci�n, algunas impuestas desde afuera, otras autogestivas. Luego el hospital, el grupo de prostitutas del Ocean Bar, �l exodo hacia el campo junto a Catalina y Gabriel, la vida en la tribu.
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El recorrido de Mar�a, siempre junto a aquellos que en ese momento tambi�n viven para no morir, es a trav�s de una ciudad que cambia su paisaje hacia un pasado que no es otra cosa que el presente en v�as de degradaci�n (11).� En la caminata sin rumbo, por una ciudad que la desconcierta con sus paisajes desconocidos (?En el Shopping Abasto ahora funcionaba un mercado.? ?p. 97),� con su gente dispuesta de nuevas maneras, como por ejemplo en la reconfiguraci�n de los l�mites de la propiedad privada, o ?se hab�a juntado gente que miraba para arriba en la entrada de un supermercado Coto, abandonado. Hab�a un loco colgado del cartel, pataleando en el aire como si fuera a caerse.? (p. 97), Mairal construye el caos que est� presente a lo largo de todo el texto.
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A diferencia del caos de El a�o del desierto, Pinedo, en Plop, plantea un nuevo orden. Oraciones breves para describir el modus operandi del grupo, para formular leyes o explicitar las normas y derechos de sus habitantes (12). Algunas propuestas que aparecen en El a�o del desierto en Plop se ven llevadas al extremo: si a lo largo de toda la novela, leemos que a Mar�a le es m�s sencillo (nunca f�cil) sobrevivir en grupo, en Plop leemos que el grupo es el �nico marco posible para la supervivencia.
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Elsa Drucaroff (13) tambi�n plantea la continuidad entre ambos textos pero disiento con su planteo cuando lee que las hordas n�mades, b�rbaras, �grafas, sin memoria de Plop, bien pueden ser los descendientes de los braucos o los huelches que imagina Mairal: la resistencia sin programa, vuelta barbarie pura, que ya en su novela ha perdido su lengua madre y su memoria, y que en Plop, luego de generaciones, se ha transformado en las hordas degradadas que negocian toscamente o se comen entre ellos.
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Drucaroff lee en el final de la novela de Mairal una ?Argentina borrada del mapa?, y yo leo el final de la novela en ?Mapas?, el primer cap�tulo, cuando Mar�a, en presente, narra el reencuentro con la lengua y la memoria: ?...volver en castellano, entrar de nuevo. Eso no se deshizo, no se perdi�; el desierto no me comi� la lengua.?
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Y all� donde Drucaroff lee barbarie y canibalismo, yo leo un nuevo orden que es parte de ese ?esp�ritu asambleario? que bien detect� Sebasti�n Hernaiz (14) en su lectura de Plop. Creo que leer Plop desde nuestros juicios de valor nos lleva a un lugar equivocado. La continuidad entre ambos textos me parece que est� dada por la sensaci�n de caos que impregna todo el relato de Mar�a y luego el orden casi milim�trico del grupo de Plop. Un orden regido por reglas que desde aqu�, desde la Argentina borrada del mapa, podemos juzgar b�rbaras, pero que en el texto no llevan valoraci�n alguna, sino m�s bien y pese a la repulsi�n que por momentos nos causa, tambi�n logra momentos de emoci�n, como en la escena en que Rara y Rarita aprenden a leer. Emociona, justamente, aquello que nos devuelve nuestra propia imagen, el ideal del hombre b�rbaro educado y nos repelen momentos en los que, por ejemplo, el grupo vota qui�nes deben seguir o abandonar el camino, como si no operara all� la l�gica ya conocida e incluso venerada de los realitys shows en los que el voto de la gente elimina participantes. La barbarie de Plop es nuestra barbarie, s�lo legislada de modo diferente, con otra sintaxis y un lenguaje original.
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Ambas novelas comienzan por el final, el ?Pr�logo? en Plop y ?Mapas? en El a�o del desierto. Su continuidad es tambi�n su diferencia. Desde all�, Mar�a y Plop recordar�n su vida. Ella narrar� en primera persona desde la supervivencia y gracias a la recuperaci�n de la lengua. Plop, en cambio, recuerda desde su sentencia de muerte, con un narrador en tercera persona, ?con cada pu�ado de tierra que le cae sobre la cabeza, le va apareciendo en la mente una imagen de su vida?.
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III- Entonces, la Literatura.
Los textos que encuentro m�s interesantes dentro de la literatura argentina contempor�nea son aquellos que encierran un debate de versiones (16), la medi�tica versus la literaria, textos que cuestionan o reescriben los modos hegem�nicos de representaci�n, los que inventan una nueva zona entre aquello que vemos por la pantalla y lo que sucede en la vida, textos posibles porque hay quienes comprenden que vivimos en un inveros�mil tal (que estall� o se vio condensado en Diciembre de 2001) que le dan potencia a la literatura con escrituras que no piden ser pensadas como continuidad de su realidad referencial, sino como cuestionamiento de esa realidad que en es en s� misma otra representaci�n.
En el debate de versiones, que adem�s es una lucha de poder entre las versiones, la literatura debe ocupar el lugar de la loca, la que apela siempre al juego de los extremos, el travesti que cuenta c�mo se siente ser mujer.
Para textos que reproduzcan la pantalla, mejor la pantalla, colorida y audiovisual. La literatura se alimenta de otros recursos, los que no tienen l�mites presupuestarios ni materiales de ning�n tipo. No pienso en sue�os ut�picos, no creo que la Literatura deba ni pueda cambiar el mundo. S�lo espero de ella una revuelta en la que El a�o del desierto o Plop sean tan veros�miles (o lo contrario, en su doblez) como los d�as en que retumbaban cacerolas y los amigos llamaban desde el exterior para preguntar si est�bamos en guerra civil; que nos animemos a dudar de lo que se dice realista, a desbaratar esa categor�a que dialoga con una supuesta realidad a la que, en todo caso, deber�amos pedirle m�s explicaciones, o con la que deber�amos permitirnos la sospecha. ?Otros tambi�n dudaban de todo. Est�bamos acostumbrados a creer s�lo en los hechos que ve�amos por la pantalla.?, cuenta Mar�a.�
Si este pa�s da para cualquier cosa, la Literatura no puede andarse con chiquitas. Su desaf�o es a�n mayor: escribir ficciones tan alejadas de la realidad como la realidad misma.
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Marina Kogan
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NOTAS
(1)Cito el fragmento final de Las viudas de los jueves. El subrayado es m�o.
< hasta la misma gente de los Tigrecitos est� haciendo barricadas, tienen miedo de que vengan.? ?�Qui�nes??, le dije. ?Los de las villas supongo, dicen que est�n saqueando del otro lado de la ruta. Pero no se preocupen, ac� estamos preparados. Si vienen, los vamos a estar esperando.? Y cabece� hacia otros dos guardias parados a un costado, junto al cantero de las azaleas, armados con fusiles.
Mir� hacia delante por el camino que llevaba a la ruta, estaba desierto. Pas� la tarjeta por el lector y la barrera se levant�. En el espejo retrovisor estaban los ojos de Juani y Romina, observando los m�os. Ronie me golpe� el muslo para que lo mirara. Parec�a asustado.
����� Le pregunt�:
?�Te da miedo salir??>>
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(2)?Estuve cinco a�os en silencio, hasta que las palabras volvieron, primero en ingl�s, de a poco, despu�s en castellano, de golpe, en frases y tonos que me traen de vuelta caras y di�logos?. El a�o del desierto, p�g. 7.
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(3)�O para que la novela no quede tan anclada en la Argentina, volvi�ndose incomprensible para lectores internacionales?, como sea, razones que son extraliterarias.
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(4)?El v�rtigo de la d�cada que terminaba me ten�a impresionada. Cuando yo era chica la plata tardaba m�s tiempo en pasar de mano en mano. Hab�a familias, conocidas nuestras, de mucho dinero, apellidos repetidos en distintas combinaciones dobles, generalmente gente con campos. Esos campos pasaban a sus hijos, que ya no los trabajaban sino que pon�an peones, pero que todav�a pod�an sacar una buena renta aunque la suma se repartiera entre varios hermanos. (...) Pero as� y todo, aunque nadie tenga asegurado nunca nada, ten�an que pasar dos o tres generaciones para que la plata que se cre�a segura resultara no serlo. En cambio, en los �ltimos a�os, la plata cambiaba de due�o dos o tres veces dentro de una misma generaci�n, que no terminaba de entender qu� estaba pasando.? (p�g. 270)
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(5)?Menos de un a�o despu�s del atentado a la mutual jud�a, se mataba el hijo del presidente al caer su helic�ptero, explotaba Fabricaciones Militares en R�o Tercero matando a siete personas, y se iban �dolos como el boxeador que hab�a tirado a su mujer por la ventana, o el primer campe�n argentino de f�rmula uno, que todo Balcarce despidi� encendiendo el motor de su autom�vil en el momento del entierro.? (p�g. 62, el subrayado es m�o)
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(6)Schettini, Ariel, ?Osvaldo Lamborghini, la Argentina como representaci�n?, le�do en el marco de las Jornadas de Discusi�n "Realismos", llevadas a cabo en Rosario el 9 y 10 de diciembre de 2005, organizadas por las C�tedras de Literatura Argentina I y Literatura Argentina II en el marco del PID (Proyecto de Investigaci�n y Desarrollo). "Problemas del realismo en la narrativa argentina contempor�nea", Facultad de Humanidades y Artes Universidad Nacional de Rosario. Publicado en el n� 22 de el interpretador, https://elinterpretador.net/22-ArielSchettini-OsvaldoLamborghini-ArgentinaComoRepresentacion.html.
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(7)Hernaiz, Sebasti�n; ?Sobre lo nuevo: a cinco a�os del 19 y 20 de Diciembre?, publicado en el interpretador n� 29.
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(8)?Pap� no se volvi� a levantar de la cama. Cuando anularon la �nica hora de televisi�n diaria, empez� a dormir literalmente todo el d�a.? (p�g. 40)
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(9)Coincido con Elsa Drucaroff en su art�culo ?Narraciones sobre la intemperie?, publicado en el interpretador n� 27, sobre la descripci�n de los efectos que el 19 y 20 de diciembre tuvieron para los j�venes de mi generaci�n: ?Es que el 19 y el 20 de diciembre se�alan la primera vez que los j�venes vieron pasar un tren en marcha, la locomotora de la historia pitando con urgencia, invitando a sumarse, movi�ndose con esa velocidad que anuncia simult�neamente que en cualquier momento acelera, prometiendo, insinuando que no importa c�mo termine la pel�cula, hay que ser demasiado cobarde o marciano o indiferente para quedarse en el and�n, darle la espalda.
En el pa�s la fecha produjo resultados contradictorios y desiguales, de evaluaci�n todav�a confusa; sin embargo, por primera vez en mucho tiempo ninguno de ellos es una evidente y catapultadora derrota, una nueva l�pida que pese sobre la Argentina. Tal vez por eso los j�venes puedan sentir el 19 y 20 como el final de algo y el comienzo de otra cosa que, por m�s contradictoria que sea, no es exactamente m�s de lo mismo.?
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(10)?Tiraron abajo las tapias del pulm�n de manzana para hacer un espacio en com�n. Nuestra manzana qued� como un fuerte con murallas de cuarenta metros de alto, porque en ninguna de las cuatro cuadras que formaban los costados hab�a casas bajas.? (p�g. 47)
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(11) ?Camin� hasta la parada del 92, pero no estaba ah� ni estaba la verduler�a de la esquina de Medrano ni el Blockbuster donde alquil�bamos pel�culas algunos s�bados a la noche; ahora, en su lugar, hab�a una casa de muebles de madera. Vi algunos colectivos destartalados que avanzaban con chispazos sobre el techo. Mir� bien y not� que andaban sin neum�ticos, con ruedas de hierro sobre los rieles del tranv�a, como me hab�a contado Alejandro.? (p�g. 96)
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(12)?Estaba prohibido pelear o discutir?, (p�g. 27) o ?Cuando llega el solsticio de invierno se hace la Asamblea de los Nombres. A todos los que tienen m�s o menos diez solsticios, cinco de verano y cinco de invierno, se les pone nombre y se los destina definitivamente a una Brigada, en la que permanecen para siempre. Alguno, caso raro, consigue cambiar.? (p�g. 24)
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(13)Drucaroff, Elsa. Op. Cit.
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(14)Hernaiz, Sebasti�n. Op. Cit.
(15)Schettini, Ariel, ?La clase obrera va al purgatorio. Nuevas im�genes de la pobreza en Argentina?, ensayo in�dito.
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