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Sobre dos ideas en "Respiración artificial"

 

Ezequiel Vinacour

 

El campo de la discusión literario política sobre la función social del escritor durante los primeros años del siglo veinte se ha visto saturado por una cantidad enorme de publicaciones, papers y libros al respecto. Fácil es comprobar esto, revisando los catálogos de los congresos contemporáneos de pensamiento argentino y de literatura nacional, pudiendo apreciar la cantidad de trabajos que se presentan a dichos congresos y que escogen sus temáticas en esta sintonía. El carácter netamente moderno de la literatura argentina, es decir, de la literatura en tanto sistema orgánico de textos que representan el cuerpo espiritual de una Nación (en palabras de R. Rojas, la “historia interior” de un pueblo), alienta a que la discusión sobre el lugar de la literatura durante los años del Centenario y posteriormente, en las décadas del denominado período de vanguardia, no se haya cerrado definitivamente.

A principio de la década del ochenta, Ricardo Piglia, Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo publicaron una serie de ideas acerca de la naturaleza de la literatura argentina en una sintonía similar. Desarrollaron una metodología de lectura cuyo primer atributo es el poder de síntesis y su capacidad para leer sucesos estéticos como acontecimientos socio políticos llevados adelante por la intelectualidad. Durante esos años, fecharon el inicio de la literatura argentina en el período del Centenario y la explicaron como producto de la búsqueda de un ideal orgánico de nacionalidad, ante el avance masivo de los inmigrantes y del consecuente “peligro” en el que había entrado la vida nacional por esos años (claro que también cualquier lector atento a la Historia de la Literatura Argentina de R. Rojas, al Lunario Sentimental y a El Payador de Lugones, puede comprobar fácilmente esto). La literatura, no los textos producidos en el país, sino el pensamiento literario independiente, según instruyen Sarlo y Altamirano, nació con la discusión sobre el carácter épico del Martín Fierro, impulsado por la revista Nosotros, alimentado por Lugones y por Rojas y rematado por Borges. Concretamente, la discusión se abrió en 1913 y se cerró hacia 1932, con Discusión, de JLB, donde el autor propone que el Martín Fierro posee, antes que procedimientos narrativos de la épica, procedimientos propios de la novela. Luego, durante la época peronista, Borges también utilizará el encuentro entre Fierro y Cruz como un símbolo de argentinidad en virtud del hombre opuesto al Estado, y del argentino como un individuo antes que como un ciudadano.

Ricardo Piglia, en Respiración Artificial, fue un poco más lejos que Altamirano y Sarlo, al articular este puñado de hipótesis con algunas ideas sobre el significado de las ficciones de Borges y de R. Arlt. Algunas de esas ideas nos resultan imposibles de aceptar, de las que mencionaremos aquí dos: por un lado la que versa que Borges es un escritor del siglo XIX; y por otro, la que dice que la literatura argentina murió con R. Arlt.

Respecto a la segunda de las opiniones de Piglia con la que no podemos estar de acuerdo, diremos simplemente que si la literatura argentina murió con R. Arlt, la literatura española debió haber muerto en el siglo XVI con los cronistas de indias; Bernal Díaz del Castillo, por nombrar un caso extremo, hubiese sido, por todas las razones que dio Piglia sobre Arlt, el asesino de la literatura española. Felizmente esto no ha ocurrido así, y felizmente, también, hoy podemos contar dentro de la literatura argentina a buenos escritores como Fogwil, Saer, Cohen, Di Benedeto, Cucurto...

Pero volviendo a lo dicho respecto de los artículos producidos y publicados por Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, como a aquellas ideas a las que no podemos dejar de reconocer su gran mérito en el libro de Piglia, nosotros en este trabajo plantearemos que decir que la literatura argentina surgió, como disciplina, a raíz de un proceso inesperado de inversión de las expectativas en relación al proceso inmigratorio, implica necesariamente un recorte de las variables que entran en juego en todo proceso intelectual y que desde su misma multiplicidad hacen visible un objeto como la literatura de un estado. Es decir, plantear el nacimiento de la literatura nacional de esa forma implica casi un “vicio profesional” de esa disciplina siempre conflictiva que es la historia de las ideas, vicio que en ocasiones hace posible la visibilidad o la emergencia de determinado concepto teórico, pero que, al mismo tiempo, corre el riesgo de querer sujetar con demasiado ahínco determinados sucesos a determinada idea de lo que esos sucesos significan.

Es decir, pensar que la literatura argentina, como disciplina, no como existencia material de textos producidos en un ámbito geográfico determinado, comenzó con Ricardo Rojas y el grupo de los nacionalistas del Centenario nos resulta aceptable; pero pensar que la literatura nacional como proyecto se suscriba a los límites de las ambiciones de quienes lo crearon, nos resulta imposible. Si fuera así, los libros, los frutos de ese árbol que es una literatura nacional, debieran agotarse en las expectativas de sus creadores, noción sobre la que Sklovski, Rojas Paz y Borges nos han instruido. Encarando el problema de esta manera, la literatura nacional pareciera acercarse demasiado a una pesadilla de servicios secretos, sostenida sobre la necesidad de articular un discurso orgánico que ofreciera a las clases dominantes una simbología propicia que dotase de legitimidad su lugar social y político. El lugar de la literatura, o el de la reflexión literaria, quedaría de esta forma absolutamente desnaturalizado.

Mejor nos parece pensar la literatura nacional como una red de discursos lo suficientemente elástica como para amortiguar el peso del golpe de la obra de Arlt y no perder por ello su capacidad de ser, ni su vitalidad. Algo que, tal como los libros, fue creado con un objetivo concreto, pero que el tiempo y las distintas generaciones fueron reformulando y resignificando como una torta Rogel, a la que se le agregan capas de masa y de dulce, y cuya unidad (porción) existe en tanto comunión de las sucesivas capas. Rota la primera capa por acción del peso de la segunda o de la tercera; las capas seguirán agregándose y el objeto tendrá otras significaciones y otros destinos.

El primer escritor que ha cultivado línea por línea el estilo, en esta literatura nacional, fue Leopoldo Lugones, afirmación sostenida por Borges y repetida por Piglia. Su escritor más brillante, o mejor dicho, su escritor más visible, desde el estricto presente, es Jorge Luis Borges. Roberto Arlt, su presunto verdugo, no lo entendemos como tal. Nos negamos a pensar que la literatura haya muerto. Pero tampoco desviamos nuestra atención hacia hipótesis que se esfuercen por justificar lo contrario, pretendiendo alegar que la literatura es un discurso radiante, capaz de decirlo todo, tal como sostiene, por otro lado, Jorge Panesi en su libro Prismas.

Nuestra posición final al respecto podrá parecer ingenua, pero cuando menos la entendemos como sincera; la literatura y el hombre están ligados por un vínculo natural; la generación de textos que refieren experiencias y la articulación de esos textos en una estructura narrativa de introducción, nudo, desenlace, así como la utilización de metáforas y de imágenes para expresar aquellas metáforas, se confunden con el origen de la cultura y son también parte del hombre. De alguna manera podríamos extender la afirmación de Chomsky de que el hombre habla, tal como el pájaro vuela; pues bien, el hombre produce textos, tal como habla (aún así cuando no todos los hombres los produzcan). Lo otro, el ámbito de la discusión sobre el origen y la significación de esos textos, es la puja por la respuesta siempre indefinida de la relación específica entre un pueblo y las historias que ese pueblo entiende como propias, es decir, aquellas historias que se narran en el ámbito físico, geográfico o moral de una Nación. Por lo tanto, en nuestra opinión, lo que Rojas, Lugones, Borges, Bunge y todos los que opinaron activamente de la encuesta propuesta por la revista Nosotros sobre el carácter épico del Martín Fierro, debe leerse como apuntes para la reflexión de esa relación particular y no como actos discursivos que contuviesen el espesor suficiente como para finalmente nombrar lo que una literatura “es”. Queremos decir con esto, que, en nuestra opinión, hay una sobrevaloración por parte de Piglia respecto a las ideas expuestas por Rojas, Lugones, etc, sobre la literatura nacional y el proceso inmigratorio, sobrevaloración que lo confunde al momento de querer definir la naturaleza de las literaturas producidas tanto por Borges como por Arlt. En el primero de los casos lo lleva a una conclusión que nos parece francamente ridícula; queremos decir, a la ubicación anacrónica de un escritor; mientras que en el segundo de los casos, lo lleva a lo que nos parece una conclusión no menos absurda, la confusión del impacto de la literatura producida por Arlt sobre el cuerpo de la literatura nacional y sobre las expectativas que en ella depositaron los nacionalistas del centenario.

 

Ezequiel Vinacour
2004

 
 

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Ezequiel Vinacour

Publicaciones en el interpretador:

Número 1: abril 2004 - Entre fósiles y fusiles Las representaciones del otro en la intelectualidad roquista (ensayo en colaboración con Mauro Spagnuolo)

Número 1: abril 2004 - La noche de Foyel (narrativa)

Número 2: mayo 2004 - Una historia (narrativa)

Número 3: junio 2004 - Rosismo y discurso religioso (ensayo)

Número 3: junio 2004 - El Ilusionista (narrativa)

Número 4: julio 2004 - El hambre (narrativa)

Número 5: agosto 2004 - Cangapol y el General (narrativa)

   
   
   
   
   
 
 
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