Francisco Moreno Estanislao Zeballos Julio Argentino Roca
Indios Patagones

 

  el interpretador artículos/ensayos
 

Entre fósiles y fusiles.

Las representaciones del otro en la intelectualidad roquista

Mauro Spagnolo y Ezequiel Vinacour

 

 

Uno

La pregunta por el rostro del indio al pasado nacional tiene como primera respuesta la imagen del salvaje indómito de las Pampas, que corta el cuerpo y atormenta el espíritu de la nación. Mas allá de esta primera impresión, y de una nostalgia mal entendida, en la cual los blancos serían los demonios de la historia y los indios aquellos pobres ángeles abatidos por el Rémington, son pocos los caminos que la memoria colectiva se ha propuesto recorrer en los que se hallen rastros de una representación porosa y dialógica de la relación entre los blancos y los indios.

En este trabajo aspiramos a describir las posturas de Francisco Moreno y de Estanislao Zeballos en torno a la figura del indio nativo, e intentaremos ubicar al discursocientífico-evolucionista-estatal, contemporáneo a la conquista militar del desierto, en la red de los otros discursos que componen lo que definimos por el nombre de “archivo americano de conquista”, y que no seria otra cosa que el cuerpo de documentos que es el “imperialismo gramatical”. Este último supuso una forma inconmovible de la conquista política, ya que bajo su ala, unidos por un lazo subterráneo, coincidieron el soberano positivista del ochenta con el antiguo monarca imperial, y el viajero de la fe con el viajero de la ciencia.

De la época histórica que a nosotros nos toca, diremos que en su tenaz búsqueda por el equilibrio del cuerpo social, la mentalidad secularizada del roquismo supuso la constitución de un sujeto racional, productor de un discurso científico y redentor, que permitió el triunfo material y definitivo del campo de los blancos sobre la complejidad que detentaba la sociedad india. Se trató, específicamente, del avance militar de la civilización laica y occidental sobre los territorios dominados por la Barbarie. Esta conquista violenta del espacio interior fue viable a partir del entrelazamiento, no solo simbólico, entre el discurso de la ciencia y el de la guerra. En este clima de ideas, disciplinas como la geografía militar, tuvieron un gran auge: pues la necesidad de conocer los caminos, las aguadas, los pastizales fértiles y las guaridas en las que se escondía el enemigo, no se satisfacía con los discursos que el romanticismo poético había creado del desierto, ni con las observaciones imprecisas de las costumbres de los indios anotadas por la mayoría de los viajeros y cautivos de la época. Se trataba, en definitiva, de alcanzar la conquista a la vez física y racional del territorio. Era preciso que la naturaleza dejara de ser un paraje indómito y un recurso estratégico de un enemigo menor, para convertirse en una superficie grabada por el dominio del Estado liberal. La urgencia fundacional del momento político reclamaba entonces el pasaje del saber impreciso y secreto del baquiano, a la rejilla universalmente legible del mapa.

Pero si bien es cierto que la escritura acerca del dilema del indio promovió un tipo de descripción militar eficaz sobre las condiciones del territorio a ocupar, su núcleo de sentido, se asienta en una densa reflexión ontológica que fue tallando el perfil de un nosotros por oposición a un ellos, entendido éste último como el limite constituyente de la civilización.

El horizonte final de esta pretendida distinción radical se ubicará en la problemática definición del modo de ser de lo nacional. Puesto que, si por un lado, la guerra ofensiva contra el indio se consumó en los lejanos parajes de la pampa, por el otro, la figura del rostro liberal también se constituyó en un agrietado campo de batalla. Así, las producciones textuales de Francisco Moreno y Estanislao Zeballos, más allá de compartir la fe ilimitada en las capacidades del discurso científico y en las instituciones emancipadoras del liberalismo moderno, ocuparán posiciones diferenciadas al momento de definir el lugar que esas razas inferiores tenían en relación con la emergente estatalidad.

 

Dos

De la vasta producción intelectual de Zeballos, contemporánea a la Campana del Desierto, dejemos a un lado, por el momento, su Viaje al País de los Araucanos (1879) y concentrémonos en dos textos esenciales: La conquista de las quince mil leguas (1878) y en Calvucurá y la dinastía de los piedra (1879). Pocas plumas argentinas fueron de una dureza tan ejemplar como sistemática en torno a la figura del indio; rápidamente define bandos y posiciones de forma categórica y se presenta a sí mismo (tal como el propio Roca lo define) como un “archivista del Río Negro”. Para Zeballos, el “termómetro” de la intelectualidad oficialista, la apertura hacia el progreso indefinido de la nación solo seria posible a través de la resolución ofensiva de la frontera interior. Con miras a este objetivo político, abogó por practicar un corte radical con aquella historia que el mismo había reconocido contaminada por la presencia del Otro, hacia 1879. Su intervención será un genuino ejemplo de la política roquista, puesto que perseguirá resolver la cuestión de la frontera interior de una forma muy singlar: despolitizándola; esto es, convirtiendo la frontera política con el otro -el indio- en un acontecimiento natural (el límite con el Río Negro), para despojarla de sus asfixiantes tensiones.

En su lectura, el plan propuesto por Roca es leído como un “bello sistema de operaciones”, que “despejará los verdaderos horizontes de la República Argentina”, cuyo porvenir es inmenso e indefinido. A través de sí, hablara la aristocracia prusiano-pampeana, que diseña rígidas coordenadas de sentido y reacciona frente a esos flujos comunicantes que empantanaron el terreno común de la civilización y la barbarie. Para uno de los fundadores de la Sociedad Científica Argentina y futuro presidente de la Sociedad Rural, el indio americano no podía ser otra cosa que la pura negatividad a superar, un mero obstáculo coyuntural para el despliegue efectivo del Estado laico y liberal. El salvaje, que en el simbolismo triunfante de Echeverría y Della Valle era una voluntad indómita, habitante de una región pestilente y peligrosa; en el “cientificismo estatal” de Zeballos, pasará a ser reducido a un número más o a una muda estadística, y será colocado junto con las otras piezas del botín de guerra, hecho de vacas y de tierras ganadas. La naturaleza será fatalmente vencida: al desierto brumoso, el prolijo bisturí de la ciencia lo someterá a una autopsia purificadora; y al salvaje indómito lo reducirá a una unidad previsible y clasificable. Porque en definitiva, en los ojos de Zeballos, esa es la suerte que merecieron quienes detentaron como practicas una oscura virtud: la valentía temeraria, la criminalidad y la capacidad ilimitada de ingerir alcohol.

Así, desde su obra, se disparará una batería de significantes con los que el discurso de los blancos pretenderá agotar y saturar la descripción de la otredad, imponiendo al campo del indio los rótulos invertidos de un lenguaje imperial que no le pertenece. La lucha por la definición del sentido del Otro, al hallarse los bandos ante el abismo de una distancia ontológica irreductible, derivara en la lucha por el gravamen violento de los significantes. Imposición de los significantes sobre la superficie del territorio, sobre el cuerpo de los indios y, finalmente, sobre ese rebote tardío del discurso del Otro que es la reflexión de sí mismo. De Isabel la Católica a Roca, y de Colon a Zeballos, el último discurso cientificista, positivista, estatalista y patriota de la década del setenta y del ochenta, será solo una gota espesa de ese largo y engorroso entramado del imperialismo gramatical, que ha sabido reunir, bajo su apéndice, una pluralidad de discursos flotantes y heterogéneos sobre la verdad blanca. Estos retazos de saber compartirían su lugar en aquel hipotético “archivo de conquista americano” por el hecho de detentar, a cada línea, un ademán violento de colonización.

 

Tres

En cuanto a la relación con Moreno, diremos que en el campo de fuerzas que Zeballos y el perito compartieron, se pueden rastrear determinados fragmentos donde aparecerán cristalizadas las contradicciones de cada uno de estos personajes. La ya clásica antinomia entre civilización y barbarie, ha sido uno de estos tensores fundamentales donde la ligazón entre Moreno y Zeballos tiende a diluirse. Por que si bien compartieron la misma barricada, ambos percibieron un otro diferente que terminaría por alterar el trazado regular de la mismidad roquista.

De Moreno y de Zeballos diremos que mas allá de distinguirse por su definición del bárbaro, sus diferencias resaltaran al momento de nombrar la civilización.

De ahí que la discursividad de Moreno sea sumamente singular respecto de otras posiciones en el campo de la intelectualidad roquista. Ya que por definición, lo que podríamos llamar su contragenalogia de la civilización, enloquecerá la medida oficial del termómetro intelectual del ochenta. Si habíamos señalado un acercamiento carnal entre el desarrollo de una disciplina como la geografía y una practica política concreta como la conquista del desierto, diremos ahora que en la obra de Moreno, la relación entre la ciencia y la política tendrá características diferentes a las vistas en Zeballos. Moreno va hilando en sus textos un doble juego particular, ya que si por derecha despliega mapas que descifran las tierras por donde va a pasar el ejercito civilizador; por izquierda afirma que esos antiguos huesos que ha encontrado en la Pampa son “nuestros antepasados” e insiste en la construcción de una pre-historia nacional cuya biblioteca será el territorio mismo. El punto nodal de esa nueva construcción cronológica, fundada en la virulenta oposición a la tradición bíblica, se hallara situado en un supuesto continente hoy ya sumergido, que unía la Patagonia con la Polinesia. El hombre habría aparecido así en la región limite de la Republica Argentina y el sur de Bolivia, y se habría expandido hacia el norte, conquistado las lejanas tierras de América, y hacia el este, diseminándose hacia Asia, Europa y África.

Por primera vez los rastros de las civilizaciones extinguidas, de las cuales los Mayas y los Aztecas representan solo un momento final, tendrán estatuto científico. Su “telescopio metal” le permitirá a Moreno conocer a los Atumurrumas, los adoradores de la Luna, habitantes de la altiplanicie boliviana, a quienes les adjudica el embrión civilizatorio americano autóctono, y de quienes alecciona, fueron conquistados por el Inca, el Gran Conquistador Legislador de América. El Inca, representante de un enmarañado momento en el crecimiento de la raza, fue conquistado por los cristianos, quienes “eliminaron” naciones enteras, que en palabras de Moreno, estaban hechas de “hermanos de sangre” de los europeos. Ese “desfallecimiento moral”, dice Moreno, condenó a las sombras el pasado de América. La misión de la antropología, entonces, será desenterrar ese rico pasado, y escribir la pre historia de la nación, borrando esa “mancha” traída desde España, y reponiendo el “antiguo esplendor” de los dueños naturales del continente. Ahora bien, en cuanto el tema de la Conquista, revisemos con un poco más de cuidado el doble juego que sugiere Moreno; pues si la empresa española fue un abierto fratricidio, la conquista más reciente del roquismo estará justificada por que esas razas degradadas, inmovilizadas en la barbarie, no pueden mas que aguardar su muerte sometidas a la ley de la lucha por la vida. Entonces si Moreno reivindica al indio y lo coloca como sujeto privilegiado de la historia, a la vez, lo sitúa en ese teatro pasado y remoto que ya no existe. De manera que su discurso no persigue ni defiende el cuerpo real y actual del indio, sino que busca encontrar un hipotético espíritu nacional. Por que más allá de que en 1877 diga que se ha considerado “vulgarmente” al exterminio como la única solución al problema del indio, su discreto silencio al hecho político-militar de la conquista, es ejemplar, a lo que podríamos nombrar como un proto-romanticismo cientificista. Si se emociona al pensar en la posibilidad de ver el Nahuel Huapi cruzado por los motores de la civilización, y el fértil territorio convertido en prodigiosas estancias del futuro, prefiere taparse los ojos ante los cuerpos de los indios derribados por el Rémington. La muerte colectiva se explicará por la ley de Malthus, y el espíritu se consolara con la promesa de que en las futuras estancias el ganado no sea producto de un botín sangriento y desdichado, sino el fruto del trabajo y el esfuerzo colectivo. En esas estancias prodigiosas, los indios, anotará Moreno, “podrían hacer el mismo servicio que nuestros gauchos”.

De esa madeja de contradicciones se compone el discurso del perito, que mantiene las bases del conservadurismo señorial, y que, al mismo tiempo, reivindica a los Atumurrumas, los Quichuas, los Chimus y los Querandies, de quienes dice que fueron poseedores de civilizaciones comparables a Esparta y que contaron en sus filas con capitanes similares a Alejandro. Los restos de todas esas razas forman el tesoro de la pre historia nacional, el tiempo de “nuestros antepasados indígenas”, a los que el hombre blanco esta unido por “lazos íntimos” que se trazaron “en el ciclo sin fin en que giramos”. El corazón de este ciclo estará regulado por la lucha por la vida, y se ubicara en una “unidad genésica perdida”, “aun irreductible”, cuya “composición solo presentimos”.

Ya vimos como en Zeballos la artillería de significantes estaba dirigida hacia la demonización final y reducción especulativa de los salvajes, entendiendo a estos como un cuerpo cancerigeno que reclamaba ser eliminado o sometido por el ejercito nacional.

Ahora bien, una vez que hemos revisado como las ideas de Moreno crispaban al termómetro de la mentalidad secular más oficial del contexto, mencionaremos que la primer critica a su discurso debe pasar por el hecho de que la violencia de su propia artillería de significantes, se piensa a sí misma mas allá del acontecimiento político coyuntural. El discurso científico, en la obra de Moreno, no supone una forma mas de dominación parcial, sino una acción redentora sobre los territorios y los cuerpos, que acerca hacia ellos las bondades de la modernidad y de la civilización. Su artillería de significantes se apropiara del pasado imponiéndole el nombre de sus amigos, de sus admirados sabios y hasta de sí mismo. Holmberg, Carlos Berg, Amghenio, Ramos Mejia, Darwin, todos han sido bendecidos con un tipo fósil autóctono y todos han ligado su nombre a la pre historia de la especie argentina.

El límite de Moreno fue, precisamente, no comprender que su discurso también era político. De esta manera, diremos que si los discursos de Moreno y de Zeballos, se repelen en su construcción de la figura del Otro, y en el lugar que este ocupa en relación con la nueva estatalidad; su punto fuerte de reunión estará dado por el hecho de ser ambos, hacedores conspicuos de lo que hemos denominado como “la artillería de significantes”, en el contexto de la campaña del Desierto. Este arsenal discursivo, una vez acabada la acción militar, lejos de abandonarse, será reciclado y reutilizado para describir unos años mas tarde, un tipo de negatividad diferente que no se ubicará ya en las tolderías, sino que se hallara en el corazón mismo de la ciudad; y su objeto de repudio no será ya el indio, sino los vagabundos, los anarquistas, los huelguistas, los extranjeros y todos aquellos que volverán otra vez a atentar contra la frágil hegemonía liberal.

22-11-03
Mauro Spagnolo y Ezequiel Vinacour