el interpretador aguafuertes

 

Movistar

Marcelo Svartman

 

 

 

 

No creo que se hayan cumplido todavía tres meses del ingreso en nuestro país de lo más avanzado y deslumbrante de la última revolución tecnológica. Me refiero, claro está, al desembarco en Argentina de Movistar, la compañía de telefonía móvil más grande del mundo hispano.

Como toda revolución, esta implica un profundo cambio de percepción de la realidad y una amplia reorganización de las prácticas sociales, lo que conlleva una nueva estructuración de las relaciones de los sujetos entre sí y entre ellos y su entorno. También, como toda revolución, esta se apoya en la creencia de que puede mejorar, a través de su transformación, un cierto estado de cosas. No voy a dedicarme en este texto a cuestionar las afirmaciones anteriores, ni a proponer una explicación del modo en que distintas fuerzas en pugna luchan por alcanzar la hegemonía, ni si hay fuerzas en pugna, ni si hay hegemonía, ni si hay afirmaciones, ni si hay posibilidades de explicar –o de decir– algo a través de nuestro limitado lenguaje. Mi proyecto es mucho más pretencioso: mitigar, por medio de este escrito, la pena que me genera el haberme quedado sin celular.

Había salido tarde de casa, por lo tanto tenía que recorrer media ciudad en veinte minutos, proyecto imposible de realizar si se carece de una moto, un helicóptero o una amplia preparación para participar de carreras de mediana distancia. Como imaginarán, en este momento de mi vida ya no dispongo de la fuerza espiritual necesaria para pretender iniciarme en ninguna de esas tres aventuras. Más a mi alcance se encuentra tomar un subte y luego un taxi, en ese orden: con el inverso ya aparecen algunas dificultades.

Acéptese que descendí en Congreso y me subí a un Renault 19; Acéptese que no dialogué con el conductor y que, milagrosamente, estaba llegando al trabajo en hora, dentro de los cinco minutos de tolerancia que disfrutamos seis veces por mes para no perder nuestro premio. Téngase también por aceptado que revisé en los archivos de mi celular el número de un amigo, que luego creí haber guardado el celular en el bolsillo de mi pantalón y que no perdí la conciencia, ni por un segundo, en el trayecto que va desde el cero de Callao hasta la intersección con Las Heras. Por último, que no se ponga en duda el hecho de que recién me percaté de que me faltaba el celular al retirarme de la oficina, que no se desconfíe de la infortuna de no haber tomado el recaudo de solicitar al chofer del taxi un teléfono para el caso de que necesitara localizarlo ni que se me culpe por no haber pensado una manera para facilitar el código de acceso de mi celular a aquel que, repentinamente, se encontrara con mi aparatito en sus manos y no supiera bien qué hacer con él. Acordemos en que hay algo que me sucedió que yo les quiero contar.

No es mi objetivo último aburrirlos. Por tal motivo, transcribo a continuación apenas un resumen de lo mucho que hablé con los operadores telefónicos de Movistar.

Uno:

–Mi nombre es Valeria. ¿En qué lo puedo ayudar?

–Quiero denunciar el extravío de mi teléfono.

–¿Es con tarjeta o con abono?

–Abono.

–Número.

–1556568469.

–Nombre.

–Marcelo Svartman.

–Aguarde en línea, por favor.
Aguardo.

–Gracias por aguardar en línea. Ya se cargó su pedido. Ya está dada la baja.

–Está bien, señorita, pero yo ahora me quedé sin teléfono y tengo todavía cuatro meses más de contrato, así que necesito un teléfono de reemplazo, pero manteniendo la línea.

–Aguarde un segundo que voy a consultar con los asesores si hay algún teléfono de reposición para ofrecerle.
Aguardo.

–Gracias por aguardar. No hay disponibilidad en stock, señor. Llamé nuevamente mañana. Gracias por comunicarse con Movistar.

Dos:

–Mi nombre es Valeria. ¿En qué lo puedo ayudar?

–Mire, ayer hice la denuncia por la pérdida de mi celular. Tengo el número de la denuncia, si quiere. Me dijeron que tengo que solicitar un aparato de reposición.

–Sí, señor. ¿El aparato es con chip?

–Sí.

–Aguarde que voy a averiguar qué modelos tenemos en stock.
Aguardo.

–Gracias por aguardar en línea. No contamos en este momento con aparatos de reposición. Puede llamar mañana para ver si ya ingresaron.

Tres:

–Mi nombre es Mariano. ¿En qué lo puedo ayudar?

–Estoy esperando que lleguen los aparatos de reposición. Llamé ayer y anteayer y me dijeron que no tenían nada en stock.

–¿Me podría decir cuál es su número telefónico, señor?

–1556568469.

–¿Su nombre y apellido?

–Marcelo Svartman.

–Aguárdeme un momento.

Aguardo.

–Lo siento, pero no hay stock disponible.

–Mirá, yo estoy pagando un abono y no me están brindando ningún servicio. Si Movistar no tiene stock por dos meses: ¿yo sigo pagando la línea?

–Señor, en este momento no se cuenta con aparatos de reposición.

–¿No hay otro lugar en donde puedan conseguirse los aparatos de reposición?

Me pasó las direcciones de cuatro agentes oficiales. En este punto creí que ya todo estaba solucionado.

Salí del trabajo y fui a la oficina de Flores, que es la que más cerca queda de mi casa. Pregunté si tenían teléfonos de reposición para los casos de extravío de aparato. Me dijeron que no, que eso era exclusivo de la casa central.

Al día siguiente, bastante más enojado, volví a llamar a la compañía. Me dijeron lo de siempre. Yo les dije que había ido a uno de los agentes oficiales y que allí no estaban habilitados para vender aparatos de reposición. La operadora negó que eso fuera posible. Le dije que quería los teléfonos de los demás agentes oficiales. Me respondió que no contaban con esa información. Sentí que me estaba cargando. Me enfurecí. Dije que necesitaba el nombre del gerente de Movistar, ya que deseaba dirigirle una nota exponiendo la situación que me estaban haciendo padecer. La operadora me dijo que no disponían de esa información. Nunca insulto a un empleado ni intento hacerle pasar un mal momento cuando está desempeñándose en su puesto de trabajo. Intenté cambiar el ángulo de la conversación: “¿qué puedo hacer?”, pregunté. La chica me dijo que mi teléfono tenía un chip, entonces Movistar debía introducirlo en otro teléfono para que yo no perdiera la línea. Me ilusioné con la posibilidad de que el extravío del celular concediera al usuario la privilegiada opción de concluir el contrato antes de su finalización. Creo que no es necesario aclarar que esa ilusión duró un pocos segundos. “No me estás respondiendo lo que te pregunto”. “Señor, esto es todo lo que le podemos decir.”

Una persona que conozco, cuyo nombre voy a reservar, dedica parte de sus ratos libres a la actividad de rastrear en diarios y revistas noticias y episodios que le parezcan productivos para estructurar una ficción. Guardo secreto sobre su identidad porque no quiero seguir aumentando el número de personas que, al enterarse de la tarea que realiza, deja de brindarle su saludo. En más de una ocasión me ha tocado ver cómo le reprochaban este modo de buscar materiales para la escritura. He escuchado decirle que lo que hacía no era ético, que rebajaba el arte, que su trabajo era la expresión perfecta de la puesta en marcha del mecanismo neoliberal de producción de objetos artísticos. Fueran calumnias, exageraciones o disparates, estos ataques no impidieron que consultara a la persona en cuestión sobre la viabilidad de dar forma de aguafuerte a mi desgracia con Movistar. Para ser fiel a los hechos, debo reconocer que fui advertido sobre falta de conveniencia de que llevara a cabo dicho proyecto.

¿Qué podía hacer? Ni teléfono ni texto. Resignarme hubiera sido otorgarle demasiado valor al asunto. Decidí no interrumpir mi reclamo y desobedecer la sugerencia de no escribir el aguafuerte. Me tranquilizó pensar que, cuanto peor me fuera con una cosa, mejor me estaría yendo con la otra. En un instante todo se había transformado y cobrado un sentido: mi queja y mi pena, unidas en forma de aguafuerte, estarían expuestas a los ojos del mundo a través de la vitrina de el interpretador.

Volví a la carga al día siguiente.

–Mi nombre es Andrés. ¿En qué lo puedo ayudar?

Expliqué nuevamente todo lo sucedido, ya menos preocupado por que solucionaran mi problema que por que contribuyeran con nuevas delicias a mi narración. Esta vez tenían teléfonos en stock, aunque muy diferentes del que yo estaba buscando.

–No quiero un aparato que saque fotos, ni que tenga filmadora, ni base cargada con 120 ringstones. Tenía un modelo Motorola A56 y quiero algo similar. Pueden ser veinte pesos más o veinte menos. Me había salido $99 pesos.

–El que ahora está en stock, señor, cuesta 600 pesos. Es el único que tenemos en stock.

Hay momentos en que parece que los operadores telefónicos no te están escuchando. Pero no es así, al contrario: te escuchan bien, muy bien. Eso no quiere decir que vayan a responder lo que les preguntás Y creo que eso obedece a un hecho obvio: aquello que no puede responderse, no corresponde que sea respondido. Como es de esperar, los operadores no pueden quedarse la mitad del tiempo mudos, porque eso sería insoportable. ¿Qué les enseñan, entonces? A sortear el hecho conflictivo interponiendo cualquier frase que pueda tomar apariencia de respuesta. Esa es una de las formas que encuentra la empresa para resolver aquello que, desde la estructura de la organización, resulta imposible de solucionar. Por ejemplo: ¿qué respuesta (solución a mi problema) me aporta Andrés cuando me ofrece un teléfono de 600 pesos ante mi pedido de uno de 100?

En algún llamado posterior me dijeron que podía adquirir un teléfono sin línea y que Movistar le cargaba la información que yo tenía en mi chip. Me aclararon que esos teléfonos los podía comprar en cualquier lugar, es decir, que no era necesario que fuera una agencia oficial de la compañía. No puedo ocultar que esas palabras me causaron una gran decepción: la pequeña historia con aire kafkiano que estaba proyectando, apenas iniciada, había llegado a su fin.


 

Marcelo Svartman

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 
               

Marcelo Svartman

Argentina, 1979.

Estudiante de la Licenciatura en Letras (UBA).

Con Iván Hernández, el dúo Desfonema, dedicado a la música electrónica experimental.

Publicaciones en el interpretador:

Número 1: abril 2004 - El lugar del rey (narrativa)

Número 2: mayo 2004 - Una selva en el campo (narrativa)

Número 6: septiembre 2004 - El tercer lugar (narrativa)

Número 7: octubre 2004 - El contorno de la sal (narrativa)

Número 14: mayo 2005 - Rosas enamorado (narrativa)

Número 15: junio 2005 - Mi peluquero (aguafuertes)

 
   
   
 
 
 
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Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Rodger Roundy, Search (detalle).