Introducción
Tríptico nace como una idea de Diego Arbit. Hacer un libro escrito de a tres.
Diego Arbit escribió el primer capítulo y lo mandó a las casillas de mail de los otros dos escritores, y los tres escritores mandaron en una fecha de entrega estipulada su segundo capítulo a los otros dos también vía mail. El que dirigía el libro era el encargado de decidir que capítulo iba y que capítulo no al libro. O, en el caso de que todos quedaran en que orden irían. Diego Arbit lo dirigió y no rechazó nunca ningún capítulo, porque los tres escritores siempre intentaron meterse en la historia del libro. Lo más interesante de este proyecto es que los escritores tenían prohibido charlar entre ellos sobre el capítulo que iban a escribir, de esa manera no podían influenciar a los otros escritores en el rumbo que iba a tomar la historia del libro más que con sus escritos. Los escritores no podían proyectar sobre el futuro de la historia del libro sin miedo a que otro de los escritores aplastara su idea concebida. Así cada uno debía adaptarse al trabajo del otro escritor sin chistar.
Hasta conseguir el resultado final.
Tríptico
(extracciones)
“Pero conozco esos bailes de máscaras de la imaginación de los que se vuelve con la muerte en el alma, agotado, sin haber visto más que falsedades y sin haber dicho más que tonterías”
Gustave Flaubert
Capítulo uno: Leandro
por Diego Arbit
No esperaba volver a hablar tan pronto en realidad, mi idea era llamar al silencio por un tiempo. Pero las cosas se dan de una manera y de esa manera andamos de acá para allá, empujados por algún capataz invisible por la angosta entrada del corral donde se guarda el ganado. Todos los pobres personajes los sumisos personajes que habitamos esta ciudad, porque en esta ciudad empieza esta historia, en Buenos Aires, en Argentina, todos estos transeúntes que sin sentido recorren la ciudad, enojados con su destino, con su rutina diaria que devasta todo toda esta vida sin sentido toda esta humanidad resentida violenta y triste como la ciudad, que se choca y muge adentro del corral... No quería volver a hablar tan pronto en realidad, tan pronto no, en un rato. Pero al rato ya tengo otra historia para contar y es de ésta en particular sobre esta sencilla historia quería hablar, esta historia que comienza con dos protagonistas, uno, Leandro Torbi, un vendedor ambulante que se cree escritor. Leandro anda por los bares de la ciudad vendiendo sus libros, sus palabras. Por alguna razón que desconocemos Leandro le da mucho valor a sus palabras, y por esa razón que desconocemos anda por los bares de la ciudad, casi todos los días de la semana tratando de vender y difundir sus palabras. Pero sus palabras no gustan a algunas personas, algunas personas se ofenden con lo que Leandro quiere decir en sus libros, y es que no es muy agradable la forma de escribir del muchacho. Ahora mismo una señora mayor se pone furiosa con un párrafo de Torbi, una curiosa página al final del libro consta de una larga lista de agradecimientos, al final de los agradecimientos aparece una maldición, transcribo esa maldición tal cual la escribió Torbi para que tengamos una idea de como se refiere el vendedor ambulante a las cosas y a las personas.
“Pdata: En ediciones anteriores aparecía en la lista de agradecimientos la gente de Gigir. Ojalá se les pudra el alma, que las peores pestes y el cáncer más doloroso los invada, que la peor desgracia caiga sobre sus familias. Es muy feo jugar con los sentimientos de las personas.
No tienen idea hasta donde puede llegar la maldición de un poeta.”
Qué fue lo que le pasó con la gente de Gigir quizás más tarde lo sabremos, pero esa pregunta muy natural no se la hizo la señora Zunilda Atrofocia Martín Álzaga. La señora Álzaga gozaba de un dinero importante de una comodidad que acompañó toda su larga existencia, la señora Álzaga vivió setenta y dos años en esta tierra de nadie, pero en su corazón guardaba un peso una desazón una desilusión irreparable, ciento treinta o ciento cincuenta años sin sentido sin una satisfacción sentía que vivió Zunilda Atrofocia Martín Álzaga. La señora Álzaga, que es la segunda protagonista de este primer capítulo de esta historia se denominaba señora por capricho de vieja, porque nunca visitó lecho alguno, nunca durmió de otra manera que en soledad. Compartir su olor con el de otra persona le repugnaba, su casa grande la recorrió por años en soledad. Es cierto que en su juventud se masturbaba, en el baño en el almuerzo familiar en la casa de sus tías muy cerca de sus tías incluso con sus tías mientras tejían. Es verdad todo eso, y también es verdad la culpa que Zunilda sentía, mucha era la culpa, culpa en el almuerzo familiar en el baño en la casa de sus tías. Pero la culpa no calmaba el ardor el fuego que su chucha segregaba. La señora Álzaga tras horas de frotado de clítoris luego de ejercitar sus dedos metía cuanto podía en su agujero, dados, botellas, muñecas, zapatos, pequeñas libretitas, Romeo y Julieta, La Ilíada, El Martín Fierro, agujas de tejer hasta el fondo que luego buscaban su tías, a veces con las manos a veces con los dientes. El ardor era muy grande el fuego todo lo incendiaba, y Zunilda no se podía calmar, a Zunilda nada la calmaba. Zunilda sabía que estaba pecando, sabía que era una gran pecadora, y como pecadora que era le temía a Dios, Zunilda temía a Dios, a su venganza. Esa venganza no tardó mucho en llegar, porque toda la Familia de Zunilda, madre padre y hermanas, murió en un accidente cuando ella tenía apenas diecisiete años de edad. Zunilda sabía que era la pecadora la responsable de ese desastre, y sabía que si seguía pecando la ira de Dios iba a continuar, pero Zunilda seguía cachonda. Toda la semana de Luto en la casa casi vacía de los Martín Álzaga Zunilda le dio sin asco a la chucha, por la mañana, terminando por la noche, antes de descansar, a veces incluso un poco mientras dormía. Fue por eso que Zunilda no pudo más de tanta culpa y se castigó echándose nafta en la chucha y tirándose un fósforo encendido delante de las tías, la chucha se encendió y las tías tardaron en poder apagarla. Tres meses estuvo internada en un hospital Zunilda Atrofocia, los tejidos destruidos entre sus piernas perdieron toda sensibilidad, a veces se meaba es verdad, pero ya no era una pecadora.
Zunilda dedicó el resto de su vida a la lectura de poetas puritanos y novelas rosas, muchos años después, en su ancianidad dedicó su vida a los libros de autoayuda, y ella misma se animó a escribir algunas cosas, llenaba y llenaba sus libretitas con palabras, casi siempre sentada en un bar. Y sentada en un bar fue como llegó a su mesa un libro de Torbi. El libro de Leandro en verdad la impresionó, leyó algunas páginas sueltas, pero cuando terminó de leer la maldición a Gigir fue demasiado. Zunilda habló a Torbi un rato largo, intentaba hacerle entender lo mal que hacía en escribir esas cosas, ella le deseaba lo mejor a Torbi, le deseaba que se convirtiera en un gran escritor, pero le pedía por favor que no escribiera esas cosas, es que esas cosas la asustaban. Pero Zunilda notó que no conseguía convencer al vendedor ambulante, que se creía escritor, y por eso Zunilda no le devolvió los libros a Torbi, le compró ese libro y todos los libros que Torbi tenía en su mochila. A todos esos libros Zunilda los quemó, y siguió comprándolos a todos, para quemarlos. Zunilda llamaba a Torbi varias veces por día, muchas veces en realidad, y le leía algún capítulo de un libro de autoayuda, si no atendía le dejaba su lectura en el contestador. Torbi se volvió temeroso de salir a la calle, porque cada vez que salía la señora Álzaga se le aparecía, como por arte de magia, casi todos sus ejemplares iban a parar al horno, casi todas sus palabras desaparecían. Sin embargo Torbi se dio cuenta que no estaba tan mal que pocas personas recibieran sus palabras, porque alguno que otro libro la señora Álzaga no podía rescatar, no estaba nada mal el dinero que la señora Álzaga le daba. Gracias a ese dinero Torbi escribió más libros, muchos libros en realidad. Palabras y palabras sin sentido que llenaban a la vieja de fantasías macabras, que hacían que la vieja se meara antes de quemar los libros. Casi a tres manos escribía Torbi para recibir el dinero de la señora Zunilda Atrofocia. Casi no podía escribir más, ya casi no podía escribir más, pero más libros más dinero, eso lo sabía Torbi. Por eso tuvo que revelar su pequeño secreto a un par de amigos, a su mina de oro la tuvo que compartir con un par de amigos pidiéndoles que le ayudaran a escribir un libro, lleno de injurias a Dios a esta vida espantosa a este destino irreparable de eternos corderos en el corral de los vencidos, esta vida sin sentido de acá para allá no termina nunca, porque nuestros hijos nos repiten siguen nuestra existencia prolongan nuestra podredumbre nuestra miseria nada nos va a enriquecer, quizás materialmente la señora Zunilda, y la vida acomodada que le ofrecía Zunilda convencía bastante a Leandro Torbi.
Esta historia apenas empieza, sus ramas son interminables y sus protagonistas cambian en cada página quizás, porque a cada página el narrador cambia, y quién sabe qué es lo que puede pasar, allá los miedos de uno se mezclan con las fantasías ridículas de otro narrador, acá mismo las miserias de uno no se comparan con las miserias del próximo escritor, estos tres miserables que dedican sus horas miserables a respirar la mierda de la ciudad, la mentira de la ciudad, la miseria de la vida se respira en estas páginas quizás, en algunas páginas quizás, ya veremos...
Capítulo 5: Dorio
por Darío Semino
Notas para una posible novela:
La novela requerida entonces, debe empezar a escribirse. Llegó la hora, después de los lloriqueos y correspondientes ataques de pánico, de recopilar oraciones con la intención de...
Primer momento. Observación de la vida cotidiana. La dictadura de la ironía y el cinismo déspota. Básicamente, un mecanismo de defensa y en última instancia un modo de preservar el status quo.
El dilema de la viejita. Desde el comienzo del día uno se levanta a la mañana. Respira frío o calor (dependiendo de la época del año), se baña, desayuna, se cambia… Y sale. Abrimos la puerta para salir de casa y entrar al mundo exterior. Uno sube al colectivo para ir a trabajar y saca boleto con una somnolencia ritual en cada gesto. Uno, ese mismo que sacó boleto, se sienta en un asiento, el único asiento que hay vacío, en la tercera fila, no muy atrás, y se dispone a dormitar. Pero el colectivo se mueve, frena, dobla, salta al pasar por los baches de las calles (cortesía del Gobierno de la Ciudad) y uno, que intenta dormitar tranquilo, perdiéndose en reflexiones literarias, que si Onetti que si Borges, uno abre los ojos, tan sólo por una milésima de segundo. Y ahí es que la ve. Amenazante, parada sobre dos tambaleantes piernas de alambre, vigorosa en su senectud, agresiva y suplicante a la vez. La viejita.
El dilema comienza porque uno lleva acumulado en su interior bastante neurosis e incertidumbre. Ahí está, he ahí la viejita. En un intento ingenuo por negar lo evidente uno voltea hacia ambos lados. Registra frenético los demás asientos, sólo para corroborar que están todos llenos. Y no sólo eso. Porque el problema no es que todos los asientos estén ocupados sino que ninguna de esas personas estén dispuestas a darle el asiento a la viejita. Así comienza el dilema. Como un quiebre entre dos seguridades. Uno piensa, en primera instancia, que es su deber darle el asiento a la viejita. Pero por otro lado se encuentra con que nadie más parece dispuesto a hacer tal cosa. Entonces tal vez la viejita no sea en realidad tan viejita como para darle el asiento. Quien le ofreciera su lugar correría el alto riesgo de faltarle el respeto. Ya que es bien sabido que pocas cosas son tan terribles como la ira de una vieja que en realidad no es tan vieja.
Es bien sabido que el dilema no tiene resolución posible, al menos no con resultados positivos. Si cedemos el asiento tenemos que seguir el viaje de parados. Si no lo hacemos tendremos que hacernos la idea de que hasta el fin del mismo vamos a estar sintiéndonos culpables e incómodos con la viejita mirándonos.
(La premisa que motiva lo que antecede es clara: pasar de la vida a la escritura, generando un documentalismo literario. No se trata, es importante entenderlo, de un abuso más de la cualidad mimética sino más bien de un modo de exploración. También podemos sugerir la idea, o quizás la excusa, hedonista. Si fuéramos intelectualmente correctos encontraríamos una justificación psicoanalítica, ya que el deseo de placer y sus respectivas represiones siempre corren por cuenta de los psicoanalistas. ¿Pero qué deseo, qué placer? Existe una pequeña aunque irrefutable satisfacción en el hecho de escribir, no sólo por la ilusión catárquica y la posibilidad de mandarnos la parte posteriormente, más allá de eso existe el placer del trazo, porque la escritura es, en su grado más primitivo, un trazo y nada más que un trazo. [gracias Barthes] Entonces escribiríamos esto por mero placer masturbatorio, como si usáramos nuestro semen para llenar la hoja. Y a su vez podríamos plantearnos las ventajas liberadoras que hay en ese placer. Disfrutar de la cuestión post- orgásmica para limpiar la mente y crear desde un estado de tranquilidad y pureza. Lo que muchos llaman soltar la mano.
Pero volviendo al tema del documentalismo literario habría que formular un conjunto de reglas que nos permitan desarrollar el género de forma independiente. Sin caer en la pedantería de la copia, ya no de la realidad, sino de otros géneros ya existentes, por ejemplo el periodismo. [tema aparte] Tampoco queremos hacer literatura realista ni ninguno de sus derivados, por ejemplo el costumbrismo, el naturalismo decimonónico, o la exageración cientificista del noveau roman. El documentalismo literario se encuentra más allá de esas y otras posturas, supera todos los debates posibles acerca de la labor literaria y está llamado a ser el nuevo punto de inflexión de la historia de la literatura. El futuro es nuestro, el género ya está listo, listo para cambiar todas las reglas, solamente falta definirlo.)
Historia del surgimiento, auge y caída del documentalismo literario
Los comienzos del documentalismo literario se remontan a los últimos años del siglo XX. Entre 1998 y 1999 se produjo el famoso encuentro casual, en los pasillos de la facultad de filosofía y letras de la Universidad de Buenos Aires, de los dos jóvenes que serían los responsables de llevar a cabo una de las revoluciones más particulares en las estructuras literarias modernas. Estos dos estudiantes de letras se llamaban: Antonio di Korda y Maximiliano Abrahan Enrique José Wilbur Esccelotto, argentino el primero y uruguayo el segundo. Esccelotto y di Korda se hicieron amigos inmediatamente “mientras nos comíamos un pancho”, según recordara posteriormente en su biografía el uruguayo.
Los primeros borradores del manifiesto fueron redactados en esos años aunque pasaron rápidamente al olvido junto con muchas otras teorías que formulaban los amigos como una forma de divertirse. “Nos juntábamos en la facultad, a veces íbamos al bar de enfrente, que con una hemorragia de creatividad había sido bautizado Platón, y nos pasábamos horas discutiendo, en ocasiones nos perdíamos las clases. Permanentemente escribíamos manifiestos que pretendían desarticular las nociones críticas que nos imponían nuestros profesores. El documentalismo literario fue uno de esos manifiestos, así nació, y muy pronto se traspapeló entre teorías y conversaciones manchadas de café”.
Pero ese borrador no estaba destinado al olvido. Pocos años después fue recuperado por di Korda quien se sintió absolutamente sorprendido de haber sido el autor de un texto tan innovador. Los dos amigos volvieron a redactar el manifiesto varias veces hasta obtener la versión definitiva, la cual fue publicada en internet, en la hoy ya mítica página de di Korda: www.archideconstruidos.com.ar . Inmediatamente después de terminar con el planteo teórico di Korda y Esccelotto comenzaron a producir textos que avalaran el manifiesto. De estos primeros años son las mejores obras del escritor argentino, entre el 2002 y el 2006 escribe y publica en internet: La odisea de las puertas, El pene de Francis Scott Fitzgerald, Llamarse di Korda, Marilyn, El cementerio de las fantasías, La etiqueta de la cerveza, Borges nunca fue joven y Gutiérrez, el tigre de Balvanera. Dueño de un estilo único, que oscila entre el cinismo cotidiano y el fanatismo mediático di Korda fue un creador incansable cuya prosa es tan vertiginosa como lo fue su vida. Se casó por primera vez a los dieciocho años con Eleonora Ascasubi, su novia de la secundaria. Ese primer matrimonio, al igual que los otros cuatro, iba a durar muy poco. Di Korda era una persona apasionada y ecléctica, que poseía un talento desmedido y una capacidad de acción desbordante. Pero esas cualidades, como suele ocurrir, venían acompañadas por la sombra de los excesos y la locura. A lo largo de los cuarenta y cinco años que duró su vida di Korda no sólo se casó cinco veces, la última con un futbolista sudafricano, sino que también se dedicó al periodismo, la docencia, la militancia sindical, la actuación y el paracaidismo. Se jactaba de hablar cinco idiomas y disfrutaba de rodearse de famosos. Las crónicas de la época lo describen como un personaje imprescindible de la noche porteña, habitué de las orgías organizadas por Cacho Alvarez, quien por esos años había abandonado la política. También era conocido como di Korda el loco, por sus ataques de delirio y su perversa obsesión con Marilyn Monroe, a quien buscaba en todas las mujeres rubias que se cruzaban por su camino. Muchos sostienen que esa fue la causa del breve pero intenso romance que mantuvo con la veterana actriz Mihrta Lhegrand. Finalmente el genial escritor, el polémico personaje murió el 5 de octubre de 2020, el mismo día de su cumpleaños, atragantado con un hueso de pollo. Dejó escrita una de las obras más originales del habla castellana, compuesta, aparte de los ya mencionados, por Canibalismo, Remoto Control, Sobacos ensopados, En busca del buscón perdido, 34 rph, Joyce estaba del orto, Soliloquio/Coloquio, Santa Monroe y Solidez entre los más destacados. Todos sus textos mantienen la premisa de la experimentación permanente postulada desde sus comienzos, fue tal vez el único escritor que llevó hasta las últimas consecuencias el mecanismo transforterizo, o de desaparición de las fronteras. Por eso es imposible determinar si sus libros son novelas, ensayos, poemas o artículos periodísticos.
Muy diferente fue la vida de Esccelotto. Hijo de un panadero italiano, Esccelloto nació exactamente el mismo día que su amigo, el 5 de octubre de 1975. Pero aparte de eso y de su afinidad ideológica, Esccelloto no tuvo nada que ver con di Korda. Su obra consta de un solo libro el cual tuvo sucesivas reediciones a lo largo de los años. Octopuso, tal es el nombre de la obra, fue reeditado, siempre con agregados, unas sesenta y siete veces, y consta exactamente de tres mil doscientas cuarenta y siete páginas. Hay que tener en cuenta que Esccelotto vivió ciento catorce años y escribió hasta el último día de su vida.
Su juventud la pasó en Montevideo, de donde partió a los dieciocho años con su familia para instalarse en Buenos Aires. Diez años más tarde volvería a Montevideo y se quedaría allí para siempre. Extremadamente celoso de su privacidad, nunca fue una figura pública, daba muy pocas entrevistas y nunca permitía que lo filmaran o lo fotografiaran. Antes de morir exigió tajantemente que jamás se publicara ninguna biografía suya que no fuera la que hizo su esposa Celeste Klein. Y nunca fue a recibir ninguno de los incontables premios que se le ofrecían, rechazó el premio Cervantes, el Príncipe de Asturias y el Nobel.
Hablar de Esccelloto significa hablar de Octopuso, el descomunal libro que elude todas las definiciones. Hasta el día de hoy los críticos no logran llegar a un acuerdo acerca de su naturaleza. Mientras que algunos detractores sostienen que se trata simplemente de una novela larga otros tienden a considerarlo no sólo como la manifestación más acabada sino también como la superación misma de la transfronterización. El libro se plantea en un principio como la corroboración empírica de la teoría de la novela. “Todo lo que puede escribirse puede escribirse en la novela.” Pero a medida que el texto avanza se desprende no sólo del discurso sino también de la intención de ficcionalización, para terminar convirtiéndose en una refutación de la misma cita que pretendía corroborar. Hay especialistas que sitúan en Octopuso el final de la novela post-moderna que había comenzado con Ulises de James Joyce. Otros no están de acuerdo y consideran que Octopuso no es un solo libro, es más bien una recopilación de libros que se realizó a lo largo de los noventa años que duró su escritura. Más allá de las discusiones es indudable que Octopuso ocupa un lugar fundamental, para bien o para mal, en la historia de la literatura universal.
El documentalismo literario no acabó en las obras de di Korda y Esccelotto. Después de que el manifiesto fuera publicado en internet muchos jóvenes escritores que no encontraban un modo de expresión adecuado se sintieron identificados con la propuesta. Es importante tener en cuenta que el documentalismo literario fue uno de los primeros movimientos en desarrollarse paralelamente en varios países del mundo. Durante la primer década del milenio existió una escuela de escritores documentalistas en los cinco continentes, escribiendo en diferentes idiomas y sin conocerse entre ellos. La lista de nombres es larga y heterogénea, se destacan en ella el español Albertino Sanchez, el colombiano Fernando Nágera, los estadounidenses John Somerset y Melanie Rodriguez, el nicaragüense Ricardo Félix de la Haya, el alemán Werner Kretksz, la inglesa Eva Johnson Mills, el japonés Ryunosuke Nishi, el ruso Alexander Gorlof y la escritora india conocida como Avalokitesvara que también fue la tercer esposa de di Korda.
A principios de la década del 10´ el documentalismo literario se había ramificado subterráneamente por todo el globo. El reconocimiento para sus dos creadores se plasmó en cierto rédito económico de las ventas de sus libros a pesar de que nunca fueron tan masivos como prestigiosos. En 2012, con el dinero obtenido por sus múltiples trabajos, di Korda fundó la Editorial Sandokán como un espacio desde el cual combatir el monopolio de las grandes editoriales manejadas por empresas multinacionales. La elección del nombre es una manera de honrar a quien representaba el primer acercamiento a la literatura para el niño di Korda.
A medida que fue avanzando la segunda década del siglo se generó en la literatura a nivel mundial una situación particular debido a la aparición del documentalismo literario. Se produjo una división del terreno entre quienes postulaban al nuevo género como la única forma posible de hacer literatura y quienes se negaban a aceptar las innovaciones propuestas por el manifiesto. El segundo grupo de escritores continuó desarrollando una noción de la literatura que no tenía en cuenta siquiera la existencia del manifiesto y sus seguidores. Podría decirse que el documentalismo literario casi nunca fue atacado sino simplemente despreciado, negado con indiferencia. La figura polémica y mediática de di Korda produjo que muchos literatos consideraran que el movimiento carecía de contenido y solidez.
Todavía hoy existen muchas interrogantes acerca del documentalismo literario. Una vez pasado su momento de mayor efervescencia fue lentamente quedando de lado. A pesar de esto su influencia se plasmó en la mayoría de los escritores de las generaciones siguientes de forma tal vez inconsciente. Muchos de los nombres que le dieron brillo al movimiento están actualmente olvidados o se destacan como individuos independientes pero no como parte de un grupo.
Bueno, bueno, acabo de inventar la historia de un movimiento. La incapacidad de redactar un manifiesto engendra la capacidad para inventar sus consecuencias. Es una de las posibilidades de la escritura. Si no tengo nada que escribir, me invento un linaje, una corriente en la cual situarme. Me hago el borgeano y listo.
Capítulo 13: Waldo
La receta del abuelo
por Fabio Daniel Guerrero Arévalo
En una plaza conocí al Néstor, tomaba cerveza en un oscuro círculo de caras graves y ojitos entrecerrados. Apuró de un beso media botella y tendió su brazo apuntándome con el pico. Acepté el convite de buena gana y pareció complacido.
Eructó.
Luego se dispuso a contarme el por qué de su congoja, tal como lo había hecho con todos y cada uno de los condolientes seducidos y atrapados en el anzuelo de la rubia bebida.
-En casa somos ocho, todas piernas menos yo y el menor, que es un pajero. Sin contar a mi vieja y la más grande que vive con nosotros sólo cuando el macho está en cana, son cuatro pendejas que comen como lima nueva... haber bó, andá a comprá un par de birras -el flaco se paró y esperó unos segundos "la vaquita", como nadie hizo ademán de pelar billete, encaró para el quiosco, en veinte metros había luqueado a dos personas.
-Hace varia semana que no engancho un laburito y con lo que la vieja trae no alcanza. Encima los putos de los patrones la bibicletean, podridos en guita están, ella le cuida la madre a la patrona, la baña, le da de comé, hasta le limpia el culo a la vieja. Sabé la fuerza que hace, toda la espalda le duele, y estos putos le pagan a los premios, doblada queda, muerta... hijo´e puta...
El provinciano rostro hincado de rabia - Hoy una doña me dio una bolsita de harina con gorgojo y a la Silvia se le ocurrió hacer un biscochuelo para esperar a la viejita con mate y biscochuelo. Nos pusimo a rejuntar las cosas que hacían falta, la Silvia dijo que en el ropero había encontrado una latita de Royal que tenía poco, pero que alcanzaba.
¿En el ropero? -Le dije ¡Que vieja marroquera! Teníamos un huevo y el azúcar. Mientra yo pasaba la harina por el colador para sacarle lo bicho, mi hermana le fue a pedir leche a la vecina.
Cuando lo sacó del horno era un mazacote grí.
El Jonatan rompía las pelotas. -Quiero torta, quiero torta-. Así que la cortamo y la comimo antes de que viniera la vieja, pero le dejamos dos porciones tapaditas con un repasador. Era como comer una hojota. Por suerte nos habíamo zarpado con el azúcar, y se podía tragar. Llegó el chabón con las cervezas.
Cuando hay hambre no hay pan duro, dicen. Cuando vino la vieja la estábamos esperando con mate y... eso. Miró la porción con desconfianza y le pegó el bocado pa´ no despreciar. Fue ahí que vio la lata sobre la mesada. Quiso decir algo, abrió grande los ojos, boqueó dos o tres veces y cayó redondita. Nadie entendía un carajo. La llevamos a la cama, le sacamos los zapatos, la abanicamos... alguien trajo un trapo húmedo y se lo puso en la cabeza. Cuando volvió en sí se puso a llorar a mare. No había forma de hacerla callar. Era un quilombo el que no gritaba, lloraba como desesperado. Al rato más calmada, mirando la pared con los ojos hinchados y chorreante de moco y lágrimas nos dijo lo que le pasaba.
Su padre había muerto hacía tiempo y los parientes decidieron quemarlo. Pusieron los restos en una urna y eligieron la persona que cuidaría de su descanso. Con los años la urna barata se apolilló y mi vieja llevó la urna a lo de un vecino carpintero para repararla.
Seguíamos sin entender.
-Mientras arreglaban la caja puse las cenizas... en... la... laataaaaaaaaaaa!!!!!!! Buuuuuuuuu!!!!!-
-Vuelta al moco y vuelta a las lágrimas. Las pelotudas de mis hermanas gritaban y saltaban, rezaban y se abrazaban. La Silvia se quería cortar las venas y la paré a los cintazos.-
La botella hizo la vertical en su boca y vació gran parte de su contenido. Se limpió la boca con la manga y esperó con angustia desafiante mi reacción, que fue una de principio a fin y me subió de las pantorrillas al pecho para desembocar en la estrepitosa y obscena carcajada. Me revolcaba de la risa, aún a costa de mi propia vida. -¡¡Se comieron al Nono!!- Risa incontenible. Cuando podía abrir los ojos miraba la expresión fiera del rostro anguloso. Nueva risa. El Néstor, (al momento yo creía que se llamaba Ernesto), incorporándose. Mi inútil pantomima del mismo gesto pero con estertores involuntarios. ¡¡¡Ja jajajaja ja!!! La masa corpórea impresionante parada frente a mí, resultó la de una persona con una capacidad inusual para captar la sinceridad de las personas, y no había dudas de que mi reacción lo fuera. Él apreciaba eso por sobre todas las cosas, así que reprimió su impulso de descuartizarme y me llevó con sus secuaces a un sótano en el cual tocaba una banda malísima de Heavy Barrial. Bajo los acordes saturados de su versión de "el ojo blindado" se las arregló para quebrarle el brazo a uno en el pogo. Ese brazo tendría que haber sido el mío, pero el chivo expiatorio había pagado el tributo a través del cual, el Néstor me regalaba algo más destructivo que una paliza e infinitamente más problemático... su amistad.