el interpretador narrativa
 

En las paredes de la fábrica de hombres

(extracción)

 

Diego Arbit

 

Mi perfil no daba para cuidar nenes. Cajero. Tenía que firmar un contrato. Firmé el contrato. Tenía que ir al médico de la empresa hacer el curso de cajero ningún problema no daba más quería irme el olor a desesperación amargura tragedia familiar tanta gente apilada tanta humanidad tanto nacimiento inútil condenados casi todos a una vida achatada por puras circunstancias nada del otro mundo vida de pobres, el mundo siempre trajo pobres y los mató más rápido, naturaleza de la reproducción, nacen tantos mal alimentados desde el útero mal alimentados en la infancia muertos de miedo, sin entender nada, los veía en las colas la mitad o más de la mitad de ellos, los pobres, al enfrentarse a una ventanilla con su eterna resignación de esclavo mareados sin llegar a entender “mi patroncito mi patroncita usted manda” falta de alimentación falta de cobija tirados en un pozo cualquiera una mierda de vida, vida de colas en hospitales en bancos en la obra social, y ellos sin entender nada 40 o 50 años haciendo trámites que no entienden mareados sin saber qué hacer, no hay más que pobres en las colas, al hospital público al P.A.M.I. a la guerra con los pobres mareados de acá para allá sin medios para prepararse para defenderse a tanta humillación a veces quizás mostrar los dientes y morder a otro pobre pero nada más, solamente más pobres en las calles, solamente colas más largas de pobres, solamente filas de condenados apilados apoyados en la pared esperando al pelotón que los fusile, quizás hoy quizás mañana, esperando la muerte o el perdón. Al llegar a la ventanilla les hablan de firmas y formularios y ellos sin entender solamente quieren el perdón, que no los reten tanto “está bienbuenobuenobueno” repiten sin parar, quieren irse, yo quiero irme “está bienbuenobuenobueno” digo sáquenme de aquí, el médico y me voy. Ya se termina Dieguito. Calmate.

Pero no quería terminar. Un grandote en una nueva sala de recepción te miraba de reojo medio mal medio bien mientras te recibía. “La cosa es así, soy como tu papá, te puedo abrazar, o te puedo pegar”. A mí me tocó abrazo. Bastante largo el abrazo. “Ya está macho de tocar que te puedo denunciar”. Por una puertita veías salir a los contratados con una cara de orto terrible. Cada vez que salía uno de esa puertita Papá dejaba pasar a uno de nosotros. Después de una hora de espera me tocó cruzar a mí. Al otro lado de la puerta había otra sala de recepción. Un tipo nos registraba en su computadora. Era como la quinta vez en el día que decía mis datos. Empezaba a dudar de mi existencia. Había algo de irreal en todo esto. “Que no puede ser no paran de venir yo 7 o’clock me voy”. Decía el recepcionista la concha de tu madre minga te vas a ir bebé pensaba yo ¿Le duele algo al nene? ¿Más arriba? ¿A la izquierda o a la derecha? Cuando llegaba a casa el bebé se ponía musiquita de Miles Davis mientras miraba por la ventana. Generalmente en la calle no pasaba nada. Una vez había visto como asaltaban el kiosco de enfrente. Lo robaban unos nenes. 15, 16 años. Él a los 16 años iba a los recitales de La Máquina De Hacer Pájaros, él dos años después estaba empezando la facultad de medicina, él ahora miraba a esos chicos como los miraba todos los días, porque los chicos que robaban a mano armada el kiosco eran los mismos que paraban todos los días ahí a tomar cervezas. Eran amigos del kiosquero. Vivían en el mismo edificio. Estaban tan drogados esa noche que lo único que podían afanar era la puerta de su casa. Por suerte vino la policía y los cagó a tiros opinaba el bebé el doctor, que trabajaba de recepcionista, los mató a todos. A uno lo remataron en la vereda y nadie se quejó. Ni su amigo el kiosquero. Ni su mamá. Ni su papá. Ni nadie. Y él no se iba a quejar tampoco. Más tranquilidad al volver muerto del laburo. Mejor panorama al no ver a los pendejos por la ventana. La expectativa de quizás salir a caminar con la calle más segura. La trompeta del negro, Miles Davis, parecía más alegre incluso. Empezó a tararear una melodía de trompeta. Mejor que la canción del negro mamón era. Pero yo ya no podía más. La gente ya no podía mantener la postura. Camisas salidas del pantalón, gente ya despeinada, mareada, como borracha. Primero te preguntaban si tenías 6 horas de ayuno. Todos tenían 6 horas o más de ayuno. Todos habíamos estado esperando horas sin comer ni beber. Empezaba a entender el manejo del ganado. Era preferible que esperemos más. Lo tenían calculado. Después de tanta espera estábamos listos para la extracción el análisis de orina la revisación sumisos entregados al sistema Clo-clo. Sistema inapelable en su efectividad, aunque un tanto inhumano. Te quitaban sangre, esperabas un rato y meabas en un tarro... Después esperabas un poco más y te revisaban. Yo estaba esperando que me revisaran. El tiempo no pasaba más. No sabía ni cómo había llegado, no me acordaba del todo cuándo me habían llamado para revisación, pero estaba ahí, sentado en la camilla. Boca arriba boca abajo estetoscopio presión “mire esas letras las más grandes las más chiquititas” que qué leo acá y acá también “todo bien bájese los pantalones los calzoncillos permiso meto la mano aquí permiso aquí también, ¿duele?, pero que chiquitito que se puso no sea tímido que ya se va”. Escupido de la revisación me fui a mi casa. En el piso del baño había un murciélago muerto. Unas hormigas le comían la cara. Estaban cubriendo de a poco todo el cuerpo muerto. Mojé al murciélago. Las hormigas salieron disparadas mientras yo las pisaba. Me sentía un nene. El contestador me pedía que fuera a Omnitite para una nueva entrevista. Basta. No más por hoy. Dejé al murciélago tirado y salí a caminar. El lago del parque Centenario estaba vacío. Mucha gente con frío, acurrucada en su banco su rincón al resguardo del sol. Un viejito trataba de levantarle la pollera a su mujer. Se asomaban las piernas llenas de manchas negras y várices. La vieja coqueta se la volvía a bajar y codeaba al viejo. Que espere a llegar a casa. Pero el viejo no quería esperar. Se estaba propasando. Una violación “¡Violador!” Gritaba la vieja llorando. El viejo con la bombacha en sus dientes y una mano en la boca de su mujer trataba de acomodar el pedazo. Una erección a su edad. Hay que aprovechar. Ella lo iba entender. En cuanto consiguiera meterla. Frígida de mierda. Y es que el tema venía de antes cosas cotidianas, desgaste con los años todos los días veían a la misma persona con alguien tenían que descargar angustias culpar a alguien sueños no realizados que nunca hubieran realizado de puro vagos nada más que pachorra aburrimiento, y ella no era ninguna santita, me lo estaba explicando tesito en mano mientras el marido se daba un baño helado, no me dejaba ir, después de meterme en asuntos de pareja no me puedo ir así nomás, yo era el héroe de la tarde para la vieja, tenía que enterarme de todo, me guste o no, sí o sí viendo la dentadura floja en la boca de doña Etelvina, señora de Vergara, terrible bruto, y jugador. Hacía 37 años Etelvina se casaba con el Sr. Vergara por razones económicas que no me quiso aclarar, hace 33 años que viven en la miseria, desde entonces Etelvina intenta asesinar a Vergara, que parezca un accidente, jabón en el piso de la ducha, comida con mucha sal, cosas así. Vergara salió del baño más relajado. Ya era el segundo pajero que me encontraba en un día. Gente grande ¿Que le costaría al Sr. Vergara ir a una tanguería y levantarse a una viejita y así dejar de importunar a doña Etelvina? Porque ya me recalenté. “Deje en paz a la señora o voy a verme obligado a matarlo”.

Después de dos patadas entendió. Me invitaron a que vaya otra vez a tomar el té cuando tuviera tiempo.
Todavía era de día cuando salí de la casa de los Vergara. Las nubes grises dejaban asomar al sol rojo del atardecer. Caminé por Marechal hasta Ferrari. Por esos días estaba leyendo Adán Buenosaires. Me daba cuenta que era imposible describir a Villa Crespo tan bien como lo había hecho Marechal. Pero no me quedaba otra. Nací en Villa Crespo. Pasé mi infancia en estas calles y no sería muy triste para mí morir acá. Donde vivo. La continuación de Ferrari es Lavalleja. Mi casa queda casi en la esquina de Camargo y Lavalleja. En este barrio pasan viejos chiflados comerciantes judíos que se fueron a la “B” linyeras de toda la vida hay gente buscando basura en las calles y tiroteos en el supermercado que queda a dos cuadras de mi casa. Quizás mataron al cajero quizás a un ladrón. Con suerte un policía fue herido. No se puede decir que la policía de este barrio moleste tanto como la de Palermo, por ejemplo, pero siempre es molesto verlos pasar, siempre tiene algo de retrasado de obsceno de brutal un policía con 15 años o más en servicio cuando está sonriendo. No hubo policía con el que halla charlado a gusto. Siempre que me tocó hablar con un cana fue en una comisaría tratando de hacerme amigo para que me suelten antes, o con un ex policía; generalmente merquero en rehabilitación. Y todas esas charlas baratas me dejaban un gusto agrio en la garganta estómago seco boca dura risa falsa hombros pesados de mierda escupida exudada por el oficial, el ex oficial que cuando entraba en confianza la charla el tema giraba alrededor de la culpa, la falta de culpa, la mierda de mundo que nos toca vivir, ellos no fabrican pobres que después se hacen chorros violadores putos, ellos no tienen la culpa de que el sistema legal sea tan lento, por eso tienen que matarlos tirarlos en una zanja nadie los va a llorar, y yo mientras escucho “sí, sí por supuesto”, yo mientras escucho miro el reloj en la pared de la comisaría, ahora estoy en la comisaría de Paso del Rey es sábado ya me perdí la mitad de la noche escuchando los consejos de los policías. Están duros y quieren hablar, también quieren coger. Van a buscar putas al puente. Van a buscar más merca a la villa. Que lo hagan rápido que me quiero ir. Insisten en llevarme con ellos, mi amigo Raúl en cana conmigo quiere ir, tengo el sí fácil la puta que lo parió a Raúl estoy sentado atrás en el patrullero. Las putas prometen cogernos a todos si vamos a lo de Julián a buscar merca. Los canas y Raúl quieren que les hagan una mamada por lo menos antes de irse. No consiguen nada. Estamos yendo a lo de Julián cuando un grupo de gente amontonada grita alrededor de una casa. Antes de poder esquivarlos ya están rodeando la patrulla. Una mujer llorando tiene sangre en la cara en la ropa en las manos. Una de las dos chicas muertas está atada a una silla. La otra repartida en pedazos por toda la casa. No es reciente. Un tufo terrible. La mujer que lloraba era la madre de una. A esa yo la conocía. Hacía un montón que no sabía nada de ella. Nunca supe si agarraron al que lo hizo. Los canas querían la merca de Julián, pero no podían ir a buscarla. Raúl quería tomar y se ofreció a ir conmigo de parte de ellos. No se perdía nada. Ahí estaba yo, repelotudo yendo con Raúl a la concha del mundo a buscar una merca que no nos iban a dar. Raúl estaba contento de que lo acompañe. Nos podían matar solamente por caminar en esas calles, decía Raúl. Me quería asustar, me hablaba de uno que se la tenía jurada por una historia con una mina. Yo me reía y Raúl se empecinaba en describirme lo grande y jodido que era el tipo en cuestión. A cagar con Raúl con las putas la cana la merca de Julián las minas muertas la noche de mierda con toda la mierda de Paso del Rey todo Gran Buenos Aires que nunca me gustó. Yo me voy. A Raúl la idea de que lo deje solo no le gustaba. Que me voy a perder en este barrio que me van a matar que uno ya me tiene visto me la tiene jurada. No le gustaba andar sin alguien con quien hablar. Un nene caprichoso. Un cagón que no puede estar solo con su cabeza. Un buen tipo también. Tierno sentimentalozo fiel a su manera talentoso para sobrevivir. Si le hubiera tocado ser un chico de la calle le hubiera ido bastante bien dentro de todo. Le gustaba la calle. Le gustaba hablar de coger más que coger. Le gustaba más hablar sobre drogas que drogarse. Se agrandaba al hablar de él y se tiraba para abajo en la vida diaria, a la hora de hacer las cosas bien. Nunca iba a salir del barrio. Yo sí. Y eso nos enemistaba por momentos. Cuando por fin lo dejé esa noche era uno de esos momentos. Casi nos agarramos a trompadas. Nada que arreglar. Cuando digo me voy me voy. Llegué a mi casa en Moreno caminando dos horas después. Hecho mierda y con el sabor agrio amargo que me deja un cana cuando está cerca. Mierda caminando con cierta autoridad. Mierda mi casa en esa época que viví en Moreno. Pero ya está Diego las primeras estrellas que aparecían sobre Villa Crespo me tranquilizaron un poco. La gente volvía de su trabajo. En unos pocos días yo iba a ser uno más amontonado en el colectivo. Tenía que empezar el curso en dos días. Tenía que volver a Clo-clo casa central otra vez. Tenía que caminar. Despejarme. Dormir en la vereda. Como el tipo que estaba acostado en el banco de la plaza Benito Nazar. 42 años. Dos carreras. Bioquímico y arquitecto. Los martes se escondía en un rincón del cementerio de Chacarita. Delante de él estaba la tumba de su mujer. La charla que tenía con ella era cortada y tonta. Había unas fórmulas que se le repetían. Pero cómo callarlas. Cómo parar. Las gritaba y se arrancaba los pelos revolcándose en las piedritas rojas de la plaza. En un rato se lo iban a llevar a la comisaría. Pobre Pedrito. El loco Pedrito de Benito Nazar con 71 años “aguanta no se muere más”. Mientras lloraba me abrazaba estiraba mi camisa. Era tarde y yo sin volver a casa. Si pirara como Pedrito. Si me animara a la total alienación. Un paso más y dejarme ir sin miedo son los golpes en la puerta son la muerta sin ojos las imágenes confusas y ya está. Igual a Pedrito él que notaba en mí el parentesco la hermandad siempre se me pegaron los locos los marginales. Siempre a un paso y caer. Siempre un paso atrás casi dejándome convencer por sus desvaríos compartiendo sus juegos suicidas de eternos adolescentes, para qué tanto dolor para qué tanto desconsuelo, quizás del otro lado, pero Pedrito no se ve muy bien pero los locos las chifladas que me sedujeron las chifladas con las que me encariñé los chiflados mis hermanos de un tiempo hasta ahora la ruta que recorrimos fue siempre recta. El camino por confuso que suene, como lo explico es como fue, terminó recto sin cambio real. El panorama siempre fue el mismo. De una pared a otra. El sistema de los hombres nos llevó siempre para acá o para allá. El corral de los marginados es muy chiquito muy pocos quieren entrar. El corral el zoológico el cerco de contención no molestar al mundo real hacé lo que quieras hasta acá hacé lo que quieras hasta allá. Un poco más el hospicio. Y si querés un poco más todavía te vamos a matar. Primero te recordamos cual es tu lugar. Después te quedás solo. Sin ningún tipo de apoyo ¿Estás llamando a tu mamá? ¿Creés que mamá te puede sacar de acá? ¿Para qué creés que mamá te trajo al mundo? ¿Para hacerte el vivo? ¿Querías hacerte el piola? ¿Sabés lo que hacemos con los nenes inteligentes? Nosotros hacemos mierda de inteligentes. Caquita de inteligentes o te gusta lo que tenés o no tenés más. No hay más allá, y si hay más allá el camino está cortado. Muerto o loco antes de más allá. Si te la das de loquito te queda el corral. Caminá para un lado caminá para el otro pero no pidas más...

La noche, poco estrellada, limpia, me distrajo un poco más antes de decidirme a ir a mi casa. De la esquina de mi casa a la plaza Benito Nazar hay un trecho. Por qué me decidí a no entrar por qué terminé en la plaza por qué Pedrito don Vergara por qué Paso del Rey por qué tanto para todos lados si siempre la misma cosa nada del otro mundo muchas mentiras me aprovecho de vos un poco menos un poco más “la verdad que se ha portado muy bien conmigo un auténtico caballero” quién me dijo eso, quién opinó eso de mí, el mismo que me trató de borracho de cagón de mierda. De un señor a un mierda, esto... nada... uno o dos o tres pasos para que diga la misma persona lo mejor o lo peor de vos. Todo según la conveniencia el poder nada más que la pirámide humana el de más abajo huele el culo al de más arriba pero cómo me dejó Clo-clo del orto tanta humillación se empezaba a sentir recién empezaba y empezaba mal, no fui a casa porque en casa estaba mi mujer, no fui a mi casa porque nada como mi vida con mi mujer nada más hermoso que su sonrisa nada más hermoso que las charlas que hacer el amor con mi mujer, nada en mi vida estaba tan mal desde que apareció mi mujer, solamente la mierda que había tragado, los años que había pasado no se iban así no más y Clo-clo apareció ese día para recordarlo. La mugre es tanta. Y me sentía tan solo al recordarla que no pude entrar a mi casa así nomás. Necesité rodearla. Echarle una miradita superficial aunque sea a mi pasado. Nací en estas calles y pasé muchos años por muchos lados antes de volver. Es justo querer entender algo de lo que pasó. “¿Fue un sacudón? ¿Fue un viento y qué viento él de acá para allá y para qué y por qué? Dieguito ya está pasando cuando ella te abrace apoye su cuerpo nada más que un cuerpo el que vos conocés el que vas conociendo cuando estés con ella baño de inmersión y ya está. No hay por qué ser tan melodramático”.

 

 
el interpretador acerca del autor
 
         

 

Diego Arbit

Nació el 16 de abril de 1975. Hizo radio en una FM en Paso del Rey durante tres años a mediados de los años 90, y estudió cine en Lomas de Zamora hasta principios del 2000. Editó hasta ahora tres libros. Muchos nenes muertos, año 2000; En las paredes de la fábrica de hombres, año 2001; Empiezo a caminar en círculos, año 2002.

Vende sus libros en bares de la ciudad de Buenos Aires, y de esa manera consiguió, aunque en escasa cantidad, lectores fieles en Argentina, algunos países de Latinoamérica y Europa.

Publicaciones en el interpretador:

Número 1: abril 2004 - Extracción de Muchos nenes muertos (narrativa)

           
 
 
 
 
     
   

 

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