¿Qué es lo que detenía mis pasos? ¿De dónde salía esa pared de viento que no me dejaba avanzar? Algunas noches mis manos casi no se atrevían a dejar mis libros en las mesas, como si estuviera haciendo algo prohibido, no algo malo, algo prohibido. Esas noches la gente casi no me compraba, el aura de vendedor se retiraba y ocupaba el cuerpo de otro vendedor. Esas noches la gente me maltrataba más que otras. Las preguntas las pelotudeces de esa sarta de pelotudos hablaban se repetían chorreaban materia gris podrida que de tanto pensar o intentar pensar porque no les daba salía brotaba la podredumbre la estupidez de sus cabezas mierdosas “¿Pero qué quisiste decir con esto?” “¡Hay Dios mío mirá lo que escribió este pibe! ¡¿Pibe qué quisiste decir al escribir esto?!” ¿Sabrán lo que me cuesta animarme a salir a vender mi obra? Creo que sí, y eso es lo que me da fuerza para seguir vendiendo, creo que me atacan deliberadamente para hacerme sentir mal, para que pierda ese respeto que me tengo, esa dignidad que me gané gracias a ellos, cada maltrato gratuito que soporto de todos esos pelotudos me enseña a vivir, me enseña a soportar y a valorar mi trabajo, mi sustento mi trabajo literario no me lo van a denigrar tan así nomás. Yo no tengo la culpa que sus vidas sean injustas, yo no soy el garca que los explota que los hace laburar doce horas diarias por un sueldo miserable o por lo menos mucho menor al que se merecen. Yo no tengo la culpa que sus viejos y sus maestros de primaria y secundaria los hayan hundido en una vida intelectual menor a la de un púber normal, si sus cabezas adultas no maduraron se detuvieron y retrocedieron a la era neandertal no es mi responsabilidad, y deberían saberlo. Cada una de sus palabras injustas cada una de sus complicidades con el sistema impuesto, ese sistema creado para pisar a los demás para denigrarnos para escupirnos y licuarnos para cagarnos y mearnos con saña, entre nosotros, ¿no se parecen ustedes a mí? ¿Si sus cerebros funcionaran un poco más decentemente no se me parecerían un poco? Toda la gente que conocía con la que charlé amigablemente toda la gente que trata a sus semejantes que trata de pensar y por pensar ayuda o es mínimamente solidaria con los demás toda esa gente es la que me enseña a caminar, toda esa gente es la que me ayuda a seguir siendo la persona que soy, la que me enseña a mantener mis pasos, a mantener mi ritmo diario, y así, gracias a su ejemplo desinteresado de buena gente actuando como buena gente que es, conseguía hacer mi trabajo. Pelotudo más pelotudo menos mantenía mis pasos casi sin flaquear, es verdad que a veces había que lagrimear un poco, casi todo lo contenía, una lágrima o dos, no hay que exagerar, pero a veces me sentía desbastado y apaleado gratuitamente, y eso me ponía mal. Las dos, o tres lágrimas se dormían, como tantas otras, en las veredas de Palermo, y yo a las mías junto a las otras las solía escuchar, y al ritmo del canto de mi llanto y el de los demás caminaba de bar en bar, ofrecía mis libros, que traducían en palabras nuestro llanto, que se referían a nuestro llanto, pero había mucha gente que no lo sabía escuchar, pero había cada vez más gente que no sabía escuchar...
Pero ahí estaba Selaya en la placita para calmarme los ánimos, toda la gente la pendejada alrededor de Selaya cantaba se emborrachaba y vomitaba en un rincón de la plaza con alegría. Selaya me recibía a los gritos como toda la gente a su espalda, los coros las voces de la gente que ocupaba la placita con sus voces, en distintos tonos se saludaban entre todos, uno que saludaba a otro otra que saludaba a otro y así, a los gritos, muy pocos de todos los que estaban en ese rincón de la ciudad parecía charlar conversar sobre algo, saludo a éste saludo a aquel, y si me cae mal el saludo de éste el saludo de aquel lo recago a trompadas por ortiba botón puto de mierda. Pero Selaya a diferencia de la mayoría de los que ocupaban la placita después de recibirme estaba con ánimo de charla.
Selaya:-Estuve con Bonifacio pensando...
Yo:-Ajá.
Selaya:-Los días que nos tocaron y las noches que nos acompañaron serenatas interminables en diálogos metafísicos con los dioses y la eternidad me llevaron a pensar que ya era hora de formalizar, y se lo propuse no sin temor, creo que lo está pensando.
Yo:-¿Vas a casarte con tu perro?
Selaya:-Soy de esa intención.
Yo:-¿Estás borracho Selaya?
Selaya:-No más que otras veces.
Los gemelos Magallanes se habían propuesto a ser testigos y apadrinar el casamiento, y las chicas que esa noche los acompañaban apoyaban y estimulaban el acto. Discutían y recomendaban las distintas iglesias en las que los miembros de esta curiosa charla se habían bautizado, pulseaban entre los integrantes de la banda de Selaya intentaban imponer su iglesia. Selaya temía que Bonifacio ofendido le tirara un tarascón, a diferencia mía él estaba seguro que su perro había entendido la proposición. Selaya decía que Bonifacio no hablaba más por hacerse el pelotudo. Selaya decía no tener prejuicios en el asunto, se ofrecía incluso a ser la novia, después de todo él era el que cocinaba y limpiaba la casa, y justamente desde el punto de vista monetario fue Bonifacio el que en los últimos tiempos había conseguido más dinero con ese asunto de los vecinos de la clínica “Pacífica”. Selaya estaba como yo nunca lo había visto, enamorado. La situación me superó y me llevó a hablar.
Yo:-Esto me lleva a recordar una historia que me contaron. Fue hace unos dos años. Un linyera decía recordar lo que los otros habitantes no recordaban. Decía que la mayoría de los habitantes del mundo abrumados y atontados por la catarata de información que reciben por televisión y los otros medios de comunicación, se olvidan de casi todo lo que pasó y pierden el sentido del tiempo y espacio, como estúpidos repiten lo que los noticieros les cuentan, olvidándose totalmente de lo que en realidad pasó. Decía este linyera que el organizador de esta desinformación el responsable de esta caterva de autómatas que recorrían las calles de las ciudades era el Vaticano.
Selaya:-¡La puta que los parió, Bonifacio y yo somos católicos!
Yo:-¿Me dejás seguir Selayita? No soy yo el que opina esto, sino el linyera que me lo contó. Y este linyera aseguraba que solamente algunos de los excluidos como él, y no todos, recordaban casi toda la historia enterrada. Decía recordar y haber recopilado en su memoria todas esas historias, y se ofrecía a contarlas a quién estuviera dispuesto a escucharlas por una botella de buen vino o cinco atados de cigarrillos. La historia que me contó a mí, según él, ocurrió en la ciudad de Buenos Aires, hace no muchos años. Su protagonista es un actor joven, un muchacho talentoso que ascendía y se instalaba con casi irreversible éxito en el mundo del espectáculo. Este actor con sus interpretaciones en unitarios para televisión se había ganado la fama de actor serio, pero quería mostrar también que sin perder la seriedad podía carecer de tabúes, quería demostrar que sin dejar de ser un excelente profesional podía desempeñar cualquier papel en cine y televisión, cualquier papel que nunca un actor serio hubiese hecho. Su representante artístico se dedicó a buscar un guión que estuviera a la altura del actor, y después de mucho buscar su representante lo encontró. Cuando el actor lo leyó quedó encantado, enamorado feliz y extasiado, el actor desbordado por la histeria a los gritos chocó su cabeza contra una pared de su casa apenas terminó de leer el guión, el actor instantes después se dirigió con más fuerza y velocidad a la otra pared, luego fue más fuerte a la pared anterior, después fue más fuerte a la otra pared, y de ahí fue a chocarse otra vez la cabeza, y otra, y otra más hasta quedar desmayado en el piso de su casa sobre un charco de sangre. Una vez recuperado el actor trató de meterse seriamente en el personaje. En la película había una escena muy difícil. El actor estaría en una habitación blanca atado a unas cadenas, cadenas que venían de una roldana que estaba empotrada al techo. En contrapeso, en el techo atados por las cadenas, que también salían de la roldana, estaban colgados tres enanos desnudos, pelados, con una aureola cada uno y portadores de alas, unos angelitos desnudos que cargaba el actor en sus cadenas, que sostenía a través de sus cadenas, si el actor no hacía fuerza se iría hacia el techo y se rompería la cabeza, y los angelitos caerían al piso no podrían volar. El actor metafóricamente sostenía con su fe en forma de cadenas el vuelo de los ángeles. Por otro lado el actor tenía que culearse de parado a un negro inmenso con un terrible pistolón, y con el bamboleo de la culeada del actor coordinando bien los movimientos de su garchada, tenía que conseguir que los angelitos del techo suban y bajen a un ritmo lento y parejo, un trabajo de actuación superior, en lo que se refiere a trabajo físico para un actor nunca antes interpretado. Su director, Jorge Polako, decía: “es la mejor escena que escribí, la obra de un genio”. El actor estaba decidido a hacer su trabajo bien pero tenía un problema, el actor era virgen, nunca había garchado. Y dada su situación dada su fama se veía obligado a ocultar su inmadurez sexual, esa inmadurez se reflejaba sobre todo en su situación de gran eyaculador precoz. El actor si sentado en una plaza veía unas piernas difusas por su lejanía que se acercaban, acababa. Un grupito de adolescentes tontas que se apilaban en un canal de televisión, y acababa. Un jovencito leyendo en un bar. Una viejita alimentando palomas. Un gordo vendiendo panchos. Un señor maduro ofreciendo A.F.J.P. a los recién contratados empleados de supermercados Clo-clo, y acababa acababa acababa hasta desmayarse en un charco de leche.
Pero quería hacer ese papel, necesitaba hacerlo. No podía revelar su secreto a cualquiera, sabía que una amiga no era de total confianza, podía hablar. Que una puta era de menor confianza todavía, seguramente iba a hablar. Solamente le quedaba un recurso, y ese recurso era su madre.
El actor y su madre después de charlar largamente llegaron a la conclusión que para que el actor se entrenara sexualmente lo tendría que hacer con ella, la madre, que aprovecharía de alguna manera la posibilidad de entrenar así a un cachorro según su deseo sexual. Así concluyó el pacto. Y les gustó, la pasaron bien, fueron felices con las cositas que les daba por hacer. La película desgraciadamente fracasó el público no llenó las salas. Pero no por eso el actor perdió fama, su fama creció, así como su amor por la madre. Pero la madre, sin embargo, empezó a cansarse de la situación. Al cabo de dos años de encuentros amorosos la madre confesó, ya no sentía deseos sexuales hacia el actor. La rutina el hecho de que el actor siempre se ausentaba semanas enteras para trabajar la llevaron a perder el deseo corporal que había encendido el cuerpo de esta señora madura, pero no por perder el deseo hacia su hijo la señora se había resignado a volver a una vida sexual nula. La madre quería buscar nuevas variantes nuevas formas de amor, tocar otros cuerpos, otros tipos de genitales quería la madre que rozaran sus genitales femeninos. La madre quería tener sexo con una señora... Cuando el actor escuchó los deseos la confesión de su madre se desesperó, todavía la deseaba; y desde el punto de vista profesional no podía permitir que su imagen se viera empañada porque su madre fuera lesbiana. Esta situación había que arreglarla, de alguna manera había que arreglarla. Donde dos habían compartido una cama, tres podían hacerlo. Pero no era tan fácil encontrar esa tercera en cuestión. Una amiga íntima de la madre o una desconocida o un levante no eran de confianza, podían hablar. Una puta era de menor confianza todavía, seguramente iba a hablar. No quedó otra que la madre de la madre del actor, y así lo decidieron. De esa manera el pacto cambió.
Fueron a buscar a la anciana madre de la madre del actor al geriátrico donde estaba internada, y la llevaron a la pobre vieja, con sus 86 años y sus eternas lagunas. La octogenaria señora creyó que era su marido el que la desnudaba, y cuando vio que una mujer la tomaba por atrás ya no supo qué pensar y se desmayó, y con la vieja dormida fue la primera vez que los tres miembros de la familia se enfiestaron. La madre de la madre del actor nunca supo quiénes la garchaban, entre suspiros lágrimas nostálgicas de su juventud olvidada se dejó llevar por la corriente que su cuerpo largaba, gracias a las caricias de su hija, y así la pasó dos cortos años de armonía familiar, pero la vieja murió, y murió garchando. Cuando esto pasó la madre entró en estado de pánico y con su escándalo los vecinos se asustaron y llamaron a la policía.
Al jefe del operativo que entró a la habitación del actor no le llevó mucho tiempo darse cuenta de las perversiones de la familia, las manchas de leche encima de la madre de la madre del actor ayudaban a la rápida comprensión de la situación. Echó a sus subordinados del lugar del delito y negoció con los dos sobrevivientes a la tragedia familiar, los chantajeó, les dio a entender que iban a pasar muchos años en la cárcel si no se garchaban al agente, el agente se llamaba Martín Castro. Y madre y actor al señor Castro garcharon, frecuentemente, durante un periodo prolongado. Mientras pasaba el tiempo el actor y Castro se fueron enamorando, y la madre enloqueció. Insultaba al hijo se negaba a realizar las posiciones sexuales que más agradaban al señor Castro cacareaba a la gente que pasaba por la calle les cacareaba desde la ventana y una noche que se puso muy insoportable Castro la mató. El ruido fue muy grande y los vecinos se volvieron a asustar, y cuando la policía llegó ya no hubo arreglo. El agente Castro y el actor fueron arrestados y condenados por muchos años a prisión. Durante muchos años compartieron la misma celda, y en esa celda el actor murió, cuando el ex agente Castro lo estaba masturbando. El actor murió de muerte natural, pero con una erección, y en homenaje a ese instrumento el agente Castro se la cortó y la escondió en un rincón del calabozo. Cuando se llevaron el cadáver pudo arreglar con sus ex colegas los policías, pudo conseguir que le permitieran quedarse con la poronga erecta del actor. Años después Castro murió, y murió abrazado a la poronga del actor, que aún seguía erecta en perfecto estado de conservación, en un hospital del estado. Días después, por la noche un médico residente denunció haber visto un fantasma, el fantasma vestía el uniforme de la policía federal y masturbaba una poronga cortada que llevaba en sus manos, dijo el médico que cuando la poronga eyaculó, eyaculó los siete colores del arco iris. Muchas noches más pasaron, durante varios años otros empleados de ese hospital vieron el fantasma y los colores de la eyaculación de la poronga del actor. Hasta que una noche, en una habitación, una madre abrazaba a su hijo que iba a morir irreversiblemente en esas horas, el niño lloraba lágrimas de sangre sobre el hombro de su madre, hasta que el fantasma del policía apareció en la habitación. Se acercó al convaleciente e inundó de leche de la poronga del actor la cabeza y la cara del niño moribundo, y de esta manera el nene se curó.
Colas interminables de enfermos, de lisiados y todo tipo de gente iban a recibir la leche sacra de la poronga del actor, de manos del fantasma del policía, y mucha más gente se curó, y mucha gente vivió un tiempo de alegría. Templos inmensos se construyeron en honor al policía y a la poronga del actor. Y en esos templos se hacían extraños rituales de bautismo, las madres dejaban que sus hijos recién nacidos fueran bañados por inmensos monumentos que recreaban al policía y a la poronga del actor, y de esa poronga salía un líquido pegajoso con los siete colores del arco iris que bañaban a las criaturas, y de esta manera los niños eran iniciados a esta nueva religión.
Hasta que un día el fantasma desapareció, de la misma manera que una noche había aparecido. La fe se fue evaporando y la gente caminó más triste por las veredas de las ciudades del mundo. Buenos Aires ya no sería la ciudad más importante y la religión, como había ocurrido con tantas otras, desapareció de la mente de las personas. Todas las personas volvieron a enfermarse y morirse como solían hacerlo. Todo fue olvidado, todo fue borrado de la memoria de la mayoría de los ciudadanos del mundo. Todos siguieron a un nuevo Dios, o a ninguno.
Selaya:-Andate a la puta que te parió, lo que yo te cuento es serio.
Iba a pasar mucho tiempo antes de que Selaya volviera a dirigirme la palabra, sabía como era cuando se enojaba con alguien. Decidí tomar retirada. Todavía me quedaban muchos bares por recorrer, todavía no había terminado mi jornada.
© Diego Arbit