Se puede sentir. La tarde. Aquí. Mis pensamientos que se enlazan. Entrecortados. Bloques separados por penumbras. Estoy envuelto en la oscuridad, pensando. Tratando, intentando, haciendo el esfuerzo de dejar todo bien claro. Un ataque de pasión. Si fue un ataque de pasión, estoy libre. Soy esclavo de mis sentimientos. Todos lo son. Entonces puedo irme. Pero... ¿Puedo irme? Porque sea como sea ahí está. Me mira con los ojos abiertos. Me culpa con los ojos abiertos. Vos te lo buscaste. Tengo que cerrarle los ojos, necesito los imparciales párpados. Esas absurdas pupilas opacas, inexpresivas que me señalan. Muertas. Está muerta al igual que sus pupilas. Todo lo que me rodea está muerto. La habitación, el aire espeso y manchado, la cama arruinada. Pacíficamente muertos. Soy un histérico que intenta extraer algún significado del asunto. Algo duro, concreto, como una piedra que pueda arrojarse contra un cristal. Y sin embargo no hay nada. No significa nada. Un cuerpo muerto. Asesinado. Un homicidio, un simple homicidio, de los buenos viejos homicidios. Mi mente está temblando. En la habitación espesa sólo se mueve el segundero del reloj. Es aplastante. Más terrible que el cuerpo deshecho, que las puñaladas o el puñal rojo en mi mano y las sábanas enrojecidas y congeladas en un remolino perpetuo. Más terrible es el paso del tiempo. Leve y constante. Va haciéndose más intenso segundo tras segundo, con la idea de sepultarme. Cuando haya suficiente tiempo acumulado, cuando esté enterrado en un montón de minutos filosos van a aparecer. Tengo que ganarle al tiempo. Es mi carrera inmóvil. Tengo que construir una excusa antes de que lleguen. Algo a qué aferrarme. Tengo que pensar correctamente, necesito lucidez. Recostarme en algún lugar. Pensar recostado. No puedo. ¿Por qué la mató? Usted no entiende yo no maté a nadie. Es absurdo. Si yo la maté. No tiene sentido negarlo. Tengo que lucir perturbado. Hacer creíble mi locura. Sí, yo la maté. Pero estoy arrepentido. ¿Cómo lo hizo? Con el cuchillo. Este cuchillo. Se lo hundí reiteradas veces en pecho y estómago. Así. Pero no quise hacerlo. ¿No? Ella me atacó. Tuve que defenderme. ¿Solía amarla pero tuvo que matarla? No se burle de mí oficial. Aclaremos, fue en defensa propia entonces. Me pregunto cuánto tiempo tiene que pasar para que lleguen. Estoy congelado. A pesar del calor, el tiempo no me deja moverme. Cuénteme todo. No sé, no lo recuerdo. Eso diría un loco. Sí, lo recuerdo perfectamente. Discutimos. Como cualquier pareja discutimos. Ella tenía problemas. Su personalidad no tenía sentido. Entonces dije que iba a dejarla. Desnuda. Está desnuda con el estómago abierto, mezclándose con la sábana. ¿Dijo que iba a dejarla después de que hicieron el amor? Usted también está desnudo. Con el puñal en la mano. No quiera confundirme. No es un puñal, es un cuchillo de cocina. Lo fui a buscar a la cocina justo después de lo que ella dijo. Pero eso es demasiado parecido a la verdad. No puedo decírselo a usted señor oficial. ¿Y qué va a decirme entonces? Ella me atacó, dije el nombre de otra mientras hacíamos el amor y me atacó. ¿Dijo el nombre de otra o le dijo que la dejaría? Ambas cosas. Dije el nombre de otra y peleamos, después dije que no quería verla más. Ahí fue que enloqueció. Y por eso yace en la cama eternamente apuñalada con el arma que ella misma fue a buscar. Porque el arma la trajo ella y yo no tuve más opción que defenderme. El tiempo no pasa más, de alguna forma tengo la necesidad de que vengan. Quiero que el momento pase rápido, que sea un destello de realidad. No soporto. Esta quietud. Intercalada con mi paranoia. Siento el peso de mi propia piel, como una lona vieja, sucia, que ejerce presión hacia abajo queriendo desprenderse de mi cuerpo. ¿Por qué tantas puñaladas? No entiendo. ¿Por qué tantas puñaladas para defenderse? Tengo que considerar las circunstancias. Así es, si va a mentirme tiene que tener en cuenta las circunstancias en las que yo lo encuentro. Le digo más, para engañarme tiene que pensar de la misma forma que yo lo hago. Piense en lo que yo encuentro al llegar aquí. Un tipo completamente desnudo con el sexo flácido e inerte parado con un puñal en la mano frente a una mujer casi desecha a cuchillazos. Los vecinos escucharon tantos gritos de odio y terror que se asustaron y nos llamaron. Usted tiene antecedentes de problemas psiquiátricos. No oficial. Etiquetas, nada más que etiquetas. No se puede juzgar a una persona por lo que diga un médico mal pagado. Además... Yo no creo en la psiquiatría. La naturaleza humana es un flujo que escapa del mecanicismo científico. ¿Usted piensa que a mí me importa eso? Claro. Es un error. No puedo explicar a un policía la violencia de las interpretaciones ajenas. Esos son los verdaderos asesinatos. Mi comportamiento es algo líquido. Algo que se derrama a mi alrededor más allá de los limites de mi voluntad. ¿Entiende oficial? Perfectamente, pero pruébeme que lo hizo en defensa propia. Bueno. Algo siento. En el brazo arañado. Hay partículas de mi ser en sus uñas. Fragmentos de mi piel que quiso llevarse con ella. Mire las marcas oficial. Ya veo, le lastimó el cuello. No, esos son dientes. Eso es pasión oficial. No hay mucha diferencia entre hacer el amor y asesinar a una persona, especialmente si está desnuda. Un forcejeo. Primero hubo una pelea. Después vino el cuchillo. Porque hay señales de violencia. Tengo que explicarme. ¿Por qué no decir la verdad? El cuchillo lo trajo ella al principio. La verdad es que ella me dio el cuchillo. ¿Se lo dio? Sí. Es demasiado inverosímil, la verdad. Pero es necesaria para explicar las marcas. Ella está golpeada. Hay magulladuras viejas en su cuerpo, hay pequeños cortes que cicatrizan lentamente. Que pertenecían a otras peleas. ¿Era una mujer golpeada, usted la golpeaba? No. Eso sí que no. Se podrán decir muchas cosas de mí. Y las circunstancias en las que me encuentro pueden ser muy perjudiciales. Y el reloj que me clava sus agujas. Pero yo no soy eso. Yo no abuso de mi fuerza. Sí, es cierto. Tuve que matarla. Pero no por ser mujer. Yo la amé en un determinado momento. Pero tuvo que matarla. Basta, por favor oficial, no me persiga con eso. Una vida no puede permanecer marcada por unos minutos de histeria. Si yo paso más tiempo haciendo el bien que el que paso haciendo el mal. Me redimo. Y sin embargo... Ese desastre ahí. Si pudiera moverme le cerraría los ojos. Pero no. Me tengo que concentrar. Cerrarle los ojos sería lo propio de una persona cuerda. Y ya deben estar por llegar. Explíqueme las otras marcas, las suyas y las de ella. ¿Hubo peleas? Como en cualquier pareja. ¿Peleas físicas? Nunca. Eso es pasión. Las marcas son pasión. Cuerpos marcados por la pasión del sometimiento. La confesión se hace necesaria, no es absoluta pero se hace necesaria. Una risa irónica. Cínica. Va a dibujarse en mi boca. Imagino la cara escandalizada del policía. La confesión se hace necesaria para la construcción de la mentira. Hay que tratar de inyectar la mayor dosis de verdad en la mentira. Para ser creídos. Entonces le explico. El cuchillo lo trajo ella. Antes. Cuando estábamos vestidos y enamorados. ¿Nunca quiso destruir algo hermoso, oficial? Policías imbéciles. Lo hacíamos siempre. Era nuestro. Era nuestro secreto. Nadie lo sabía. Por eso es que el cuchillo lo trajo ella, y por eso me lo dio. Pero... La situación se nos escapó de las manos. Es un peligro. No solamente puede ocurrir. Sino que ocurre. A un músico famoso le pasó. Es un accidente. ¿Me está cambiando el discurso? Antes me había hablado de una pelea, del nombre involuntario de otra mujer, y ahora me habla de un accidente. Es que estoy fabricando mi mentira oficial. Cuando usted esté aquí. Fuera de mi pensamiento. No van a haber contradicciones. Eso espero. Si las agujas no me asesinan antes. Los segundos se hunden en el nervioso hormigueo de mi pecho. Me duelen las piernas. La cara. Por no moverme. La sangre se seca sobre mi piel como un manto. Es mejor así, que piensen que estoy loco. A ver... Aclaremos lo que pasó. No solamente para el policía sino también para mí. ¿Hubo o no hubo pelea? Nos peleamos. Ella me pidió que la cortara con el cuchillo. Despacio. La enloquecía, la voluptuosidad del metal. Después peleamos. Cuando vino lo del nombre. No oficial, no hubo ninguna pelea, sólo pasión. ¿Y los gritos? Todos de ella. Los primeros fueron los de siempre, los vecinos apenas los escuchan. Pero los otros fueron más fuertes. Dos o tres aullidos. De animal masacrado. Después nada. Oficial entiéndame, ella siempre gritaba. A veces yo. Hoy le tocó a ella, fue un accidente. ¿Un accidente? Más bien una violación. El nombre de otra persona filtrándose en nuestro placer. Eso es una violación. Eso produjo el resto. Sí oficial, un accidente. Perdí el control. El movimiento frenético. Repetitivo. Sexual. Cuando volví a mí no podía creerlo. Todavía no puedo creerlo. Algunas lágrimas pueden ayudarme. Hay que ser convincente. Pensar como ellos. Lo que nosotros encontramos es a usted en su casa con el cadáver de su amante que ni siquiera es su mujer. Debo ser convincente. Es cierto. No era mi mujer. No me pertenecía. Mire el anillo. El grillete. Que lleva ella. Yo no tengo ninguno. Un caso de infidelidad. Aunque no tiene nada que ver. Ella está... Ella estaba casada y su marido es demasiado ingenuo para sospechar algo. A pesar de que su esposa estuviera golpeada. Es demasiado ingenuo para sospechar La ecuación se va complicando, ahora tengo que agregar un nuevo término a la investigación. No oficial, esto es entre ella y yo. Le digo que el marido es demasiado ingenuo. Más aún, es ajeno. Yo lo sé. No hay dudas. ¿Por qué está tan seguro? Porque lo estoy, a pesar de que las circunstancias no me ayuden. A pesar de que sus entrañas me señalan. Me recuerdan. Y la violencia del segundero. Y del minutero. Porque llevo minutos acá parado. Pero al fin y al cabo estoy seguro. Su marido era ajeno a todo. ¿Ella buscaba en usted un placer que su marido no podía darle? Ahora nos estamos entendiendo oficial. Yo le daba algo. Pero no se confunda. La idea la trajo ella. Con sus uñas. Yo nunca fui un tipo violento. Era un juego al principio. Algo inocente. Siempre lo es. ¿Entonces usted no quería hacerlo? Acepté hacerlo. No me motivaba pero acepté hacerlo. Para ella. Un regalo. Y mire lo que provocó. No entiendo ese extrañamiento frente al interior de un cuerpo. Como si eso no fuera ella. Tan repugnante. Un envase órganos y líquidos oscuros. A eso nos reduce la violencia. Ahora es una inmensa mancha en la cama, en la habitación. Como si hubiese reventado contra el colchón después de haber sido arrojada desde una gran altura. Pero yo me hago responsable. Aunque ella se lo buscó. Me hago responsable de mis actos. Fue un ataque de locura. ¿Se sobre- excitó? No, nunca me excitó dañarla. Lo hacía por complacer su capricho. Pero lo aproveché. Sí oficial, me excité tanto que no pude parar. Van a analizarlo los psiquiatras, para saber si miente. Usted ya lo dijo. Tengo antecedentes. Pero esos son tan inútiles que serían capaces de decir que estoy cuerdo. De todas formas nadie en mi situación puede estar cuerdo. En eso tiene razón. Y además... Dígame oficial. Además tiene sentido. Los policías no son tan mojigatos. Viven encontrándose con casos como este. Hay que tener eso en cuenta. Casos difíciles de resolver pero que no son imposibles. Casos únicos. Montones de casos únicos. Van a comprender. La imagen es fuerte pero van a comprender. Al fin y al cabo luzco como alguien perturbado. Creo que la sangre ya se secó. Es un asco. ¡Cuánto tiempo van a esperar para aparecer! Estoy acalambrado. Mi mente y mi cuerpo lo están. Si esperan que me entregue. Que sea fácil. Se equivocan. Voy a jugar con ellos. Y con los psiquiatras. Ya fabriqué mi mentira. Soy mi propio chivo expiatorio. ¿Usted se cree superior a la policía? Por supuesto. Entonces tal vez tenga razón. Superior a la policía y a ella y a su estúpido marido. Ella pensó que yo era igual. Igual a su marido. Puedo tener problemas y estar congelado por el miedo y los nervios. Pero hay algo claro. No soy igual... A su marido. Creyó que no iba a darme cuenta. Que porque no me excitaba. No iba a diferenciar los golpes. Las marcas. Resultó ser muy ingenua. Entienda esto oficial. Yo marqué su cuerpo. Esto que no le voy a decir. Yo tracé mi territorio. Eso era mío. Yo dejé mi huella en su piel. Y cuando alguien. Un intruso. Se entromete. No tengo más opción. Nunca me molestó que se acostara con su marido. Pero cuando sus huellas aparecieron en mi territorio. Usted entiende... Y por supuesto que hubo otro nombre. Aunque yo no lo necesitaba. Una palabra que se cayó involuntariamente. Del placer de sus labios. El nombre del imbécil. Del ingenuo. Para corroborar sus marcas. Eso es lo que yo llamo violación. Traición. Entiende por qué le hablé de defensa propia. Ella me violó. Metió a alguien más, al imbécil, en nuestro círculo. Que a mí no me daba placer. Pero que me pertenecía. Y entonces tuve que matarla. Con el cuchillo que ella me pidió que usara. ¿Entiende oficial? Tuve derecho. Aún así no puedo moverme. Es una lástima que no se lo pueda decir... Ah, una sirena. Es un sonido irritante que se hunde en la densidad del aire que me rodea. La escucho. Venga oficial. Mírela. Golpee la puerta y derríbela. Grite su autoridad. Y apúnteme. Nunca me apuntaron en mi vida. Aún así no voy a moverme. Lo espero. Atravesado por minutos de locura. Sí oficial. No puedo moverme. No puedo hablar. Yo la amaba... Yo la amo. Lo hacíamos siempre. No pude contenerme. A un famoso músico le pasó. Fue un accidente, un destello de locura. Si no me cree. Pregúntele a los psiquiatras.